Necesitamos más filosofía.

Son muchas las cosas que nos hacen falta en estos momentos.

En verdad, somos pobres en medio de la abundancia y las...

 

comodidades que nos proporciona una técnica al servicio de las necesidades reales o presuntas del ser humano.

Sin embargo, comprobamos que cuanto más tenemos, más necesitamos; y esto constituye un círculo vicioso difícil de detener, a menos que consigamos lo que auténticamente nos hace falta.

Por eso decimos:
Necesitamos más filosofía.

Cuando explicamos las finalidades de Nueva Acrópolis, destacamos sus cursos de Filosofía, desarrollados a la manera clásica.

Y es allí donde ponemos el acento: en la manera clásica; es decir, en esa filosofía amplia, que abarca todo el espectro de la vida y trata de responder a todos sus interrogantes, sin ceñirse a los rígidos marcos que hoy la circunscriben.

Filosofía hay, pero...
Uno podría preguntarse: ¿es que acaso no hay filosofía en los tiempos presentes para tener que recurrir al estilo clásico?

Sí la hay, pero...
No vamos a entrar en el detalle de los amplios programas universitarios ni en los que se dictan en las escuelas de enseñanza media.

Hay clases de Filosofía, pero esta materia llena o no la vida de quienes la reciben, no tanto de acuerdo a los programas, sino de acuerdo a los profesores que la imparten.

Solo los que vuelcan verdadero cariño en su tarea logran hacerse comprender por sus alumnos y despiertan un sentimiento de búsqueda y encuentro.

Los demás generan un triste caos mental que desemboca en las conocidas formas de calificar la filosofía: un galimatías de palabras y conceptos insoportables e inútiles.

Esta es la pesada e injusta lápida que soporta la filosofía: ser inútil.

No sirve para nada práctico ni da dinero; es decir, que para ganarse la vida en este terreno hay que dedicarse a la docencia (no siempre con buen ánimo) o tener la increíble suerte de editar algún libro que sea leído y aceptado.

¿En qué estado quedan los que –por fin– consiguen terminar su carrera filosófica universitaria?

Tras varios años de tarea, en su mente solo bullen cientos de ideas contradictorias de pensadores de diferentes épocas, sin que nadie pueda encontrar el hilo que une los períodos históricos y los pensamientos resultantes.

El joven filósofo actual (¿puede llamarse filósofo al que concluye estos estudios?) vive en el desconcierto, o se inclina por aquellas doctrinas que le fueron hábilmente presentadas como las "mejores"; o se siente impotente con tantos argumentos que no le ofrecen soluciones a los problemas con que se enfrenta diariamente.

Por eso, no es que falte estrictamente filosofía, pero...

PERO ¿QUÉ ES FILOSOFÍA?

Hemos leído tantas definiciones y de tantas procedencias que no es sencillo quedarse con una sin más.

Bástenos con señalar que si hoy puede parecer inabordable y estéril, en las épocas clásicas de Oriente y Occidente, la filosofía ha tratado de desentrañar las grandes preguntas sobre el universo y el hombre.

Y, sobre todo, ha intentado constituirse en una forma de vida, una ayuda importante para el hombre como parte del universo.

Si nos remitimos a las tradiciones griegas, quien acuñó el término pudo haber sido Pitágoras, alegando que él no era un sabio (sophos), sino simplemente un amante de la sabiduría, un "philosophos".

Esa es la explicación más sencilla y más profunda que encontramos.

Es el amor a la sabiduría el que mueve al hombre, el que abre sus ojos al mundo, el que lo arranca de su aislamiento egoísta, el que lo vuelve sanamente inquieto en la búsqueda y encuentro de algunas verdades útiles para su existencia.

El amor es un motor poderoso; y cuando el amor conduce a la sabiduría, muchas puertas interiores –antes vedadas y desconocidas para uno mismo– se abren.

No se busca "la verdad", la grande y única Verdad, porque es sabido que los hombres son falibles.

Pero cada cual, cada filósofo a su manera, ha tratado de dar con algunas claves que permitiesen a todos los hombres –no solo a ellos individualmente– alcanzar una parte, un matiz de la verdad.

Y no tememos arriesgarnos al decir que este modo de concebir la filosofía tiene algo de atemporal, que ha sido válido desde hace siglos y que nos sigue conmoviendo ahora...

Y que nos permite avanzar hacia el futuro en la certeza de que siempre habrá quien ame el conocimiento profundo y lo busque con veneración y respeto, transformándose así en filósofo.

¿PARA QUÉ NOS SIRVE?

Tras muchos años de intentar convencernos de que la filosofía no sirve para nada práctico ni tiene que ver con la vida real, cuesta mucho retomar la idea de su utilidad.

Volvamos, pues, a la tan apreciada realidad, a la practicidad que pretendemos otorgar a la vida.

¿Quién no se ha hecho preguntas en la niñez, en la adolescencia, en la juventud, y aun en la madurez, a veces a escondidas para no demostrar debilidad o ignorancia?

¿Cuántas veces esas preguntas se han quedado flotando en el espacio de los imposibles?

¿Cuántas veces no nos hemos torturado dando vueltas al nacimiento y a la muerte, la enfermedad y la vejez?

¿Cuántas veces no hemos buscado una respuesta para el mundo y nuestra presencia en él?

¿Cuántas veces no hemos rondado la idea de Dios, a veces para negarla a fuerza de compleja, a veces para dejarla vivir como un sentimiento intraducible?

¿Cuántas veces no hemos necesitado de la filosofía para auxiliarnos en medio de las dudas y la angustia?

Sabemos que la filosofía no sirve para hacernos sabios ni para dar con la clave de todos los misterios del universo.

Pero sabemos que nos sirve para despejar algunas incertidumbres, para usar nuestra propia mente, para plantearnos no solo preguntas, sino atrevernos a esbozar respuestas.

Sabemos que no sabemos, como bien decía Sócrates, pero por eso la filosofía nos pone en el camino del conocimiento.

Poco a poco, sin prisa, sin ansiedad, aceptando la infinita variedad de cosas que nos preocupan y gozando con las pequeñas certezas que vamos adquiriendo.

La filosofía sirve para vivir. Es un arte bien difícil del cual nadie se ocupa, y del que nadie parece conocer la técnica.

Simplemente, venimos a la vida y dejamos que el instinto vaya dictando las reglas del juego, o bien las deformamos según determinadas aceptaciones temporales.

Pero Vivir, con mayúsculas, es algo diferente.

Es saber quiénes somos, que no somos los únicos, que las que nos parecen dolorosas pruebas y dificultades no son más que peldaños para aprender a valernos por nuestros propios medios.

Es intuir de dónde venimos e, igualmente, intuir que vamos hacia algún otro tiempo-espacio, aunque no sea el que conocemos ahora mismo; es concebir un hilo de coherencia al que podemos denominar –si queremos– eternidad.

La filosofía sirve para valorar la vida y no solo dejarse llevar por ella. Sirve para valorar a todos los seres vivos y no solamente a los humanos.

Sirve para mirar el cielo y la tierra, para hurgar en el fondo de la tierra y para horadar la profundidad del cielo, para ver alrededor, para sentir, para pensar, para ser filósofos conscientes de sus preguntas y de sus respuestas, no definitivas, pero sí encaminadas hacia una progresiva comprensión de la verdad.

Nadie nos va a pagar por ello; no nos ganaremos la vida económicamente de este modo, pero nos ganaremos el saber vivir y estaremos suficientemente pagados con nuestra propia seguridad interior.

¿QUIÉNES LA NECESITAN?

Todos.

La filosofía no es propiedad de los que pueden conformar teorías más o menos bien expuestas, manejando un lenguaje que no suele ser accesible para quienes no han realizado unos estudios específicos.

La filosofía, en cuanto a forma de vida, en cuanto inquietud de búsqueda del conocimiento, es para todos, y a todos les hace falta esta posibilidad de interrogarse libremente sobre los diversos aspectos del ser y del mundo.

Interrogarse es una forma de vivir. Buscar respuestas es una forma de vivir.

Y si, encontradas algunas contestaciones de base que se adaptan a nuestras necesidades, podemos aplicarlas diariamente, mejor.

Eso es lo que nos convierte a todos en filósofos y no los títulos académicos que, en todo caso, dan fe de haber cursado en una facultad, pero no de haber aprendido a pensar y a vivir.

NECESITAMOS MÁS FILOSOFÍA

Efectivamente, necesitamos más filosofía, pero verdadera filosofía, tan simple y tan profunda como lo es la vida.

No necesitamos complejidades artificiales ni críticas de lo que unos u otros han expuesto a lo largo de la Historia.

La filosofía ha de ser natural, tanto como lo es todo lo que existe; debe ajustarse a la Naturaleza, no solo como medio ambiente, sino en cuanto a las leyes que lo rigen todo, desde Dios a un microbio.

Más allá de modas, el gran filósofo Platón decía en su obra Parménides:

"Es hermoso y divino el ímpetu ardiente que te lanza a las razones de las cosas; pero ejercítate y adiéstrate en estos ejercicios que en apariencia no sirven para nada y que el vulgo llama palabrería sutil, mientras aún eres joven; de lo contrario, la verdad se te escapará de entre las manos".

No hay nada nuevo bajo el sol...

Ni el tiempo que transcurre puede distorsionar este espíritu primordial que nos inclina a la filosofía y que, cuando se manifiesta, habla a las claras de la juventud de ese espíritu, tenga los años físicos que tenga.

Por algo también los griegos clásicos habían descubierto que la "Afrodita de Oro" –o la eterna juventud– late en los corazones que jamás se cierran a los enigmas de la vida, sino que, antes bien, salen decididos a conquistarlos.
Delia Steinberg Guzmán

Próximos talleres de Filosofía práctica:

– Martes, 9 de septiembre a las 19 horas.

– Martes, 16 de septiembre a las 19 horas.

Para informarte sobre ellos, puedes llamar al Telf.: 636 345 527

Fuente:
http://www.nueva-acropolis.es/FondoCultural
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"En filosofía son más esenciales las preguntas que las respuestas" (Karl Jaspers).

 

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