“Hay una estación y un tiempo para cada propósito bajo el cielo” reza el Eclesiastés.

¿Es cada hora que pasa igual a la anterior? ¿Es cada día igual a otro? Desde un punto de vista cuantitativo desde luego que sí. Cada hora se compone de sesenta minutos, y cada minuto de sesenta segundos, y así sucesivamente. Pero si nuestro mundo se enmarca en unas coordenadas espacio-temporales, y al mirar el espacio alrededor de nosotros vemos que es cualitativo en el sentido de que no es todo igual, de que es heterogéneo, pues hay montañas, mares, zonas urbanas, escombros, jardines, etc.

Entonces, si el espacio no es igual en todos sus puntos ¿es el tiempo también cualitativo o por el contrario es homogéneo y siempre vale lo mismo? Hay un tiempo cuantitativo, el tiempo que marca el reloj, que es igual siempre. Pero también hay un tiempo cualitativo, un tiempo esencial, natural, un tiempo específico para cada cosa que tiene que ocurrir en el mundo. Veamos algunos ejemplos: -Sé que hoy me voy a ver con un amigo y que pasaremos un buen rato juntos, y ninguno de los dos se querrá ir; pero otro día puedo encontrarme con el mismo amigo en el mismo lugar, y hacer las mismas cosas y ambos estaremos mirando el reloj, preguntándonos si podemos irnos ya sin parecer maleducados.

-Un grupo musical tiene un gran éxito en un determinado momento, marcando una época. Luego el grupo se separa y al cabo de los años se vuelve a unir e intenta componer las canciones que hacía antes pero ya no lo consigue.

-Un equipo de fútbol está formado por las más grandes estrellas del momento. Sin embargo, un determinado día le toca enfrentarse a un débil equipo local y es eliminado. ¿Quién no tiene buenos días y malos días, buenas y malas rachas? ¿Por qué ocurren estas cosas? Por la naturaleza del tiempo. Continúa el Eclesiastés: “Hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir; un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado; (...) un tiempo para llorar y un tiempo para reír (...); un tiempo de buscar y un tiempo de perder (...); un tiempo para callar y un tiempo para hablar; un tiempo para amar y un tiempo para aborrecer; un tiempo de guerra y un tiempo de paz”.

Cada cosa tiene un tiempo para hacerse, el tiempo adecuado, el que le corresponde. Del mismo modo que nadie sembraría en un campo de escombros, hay que tener en cuenta que también hay momentos fértiles y momentos áridos para emprender acciones, que el tiempo también participa de la cualidad. Por eso, los antiguos tenían ciencias que les permitían consultar cuándo era propicio emprender una batalla o cuándo un día era fausto o infausto. La gran dificultad está en que el hombre no puede ver el tiempo del mismo modo que ve el espacio; las variaciones en la cualidad del tiempo le resultan difíciles de ver, porque no puede ver el tiempo: sólo aprecia sus efectos. Y actuar de acuerdo a la naturaleza del tiempo se hace más difícil en una cultura que continuamente se aleja de lo natural.

Lo mismo que el hombre ha conquistado y modificado casi todo su espacio circundante, así trata de hacer con el tiempo: tiendas abiertas 24 horas, el deseo de parecer eternamente jóvenes y bellos, iluminación eléctrica ininterrumpida, etc. El resplandor de las calles iluminadas impide ver las estrellas, que son las que marcan el verdadero tiempo. Todo esto aleja de la observación de la cualidad del tiempo. Las horas cualitativas, marcadas por los astros, son diferentes a las horas que marca el reloj en el sentido de que no son uniformes. Cada hora que marca el reloj, tiene la misma duración que todas las demás. Sin embargo, las horas cualitativas o strológicas no tienen la misma duración.

Una hora astrológica es un doceavo del tiempo que trascurre desde que sale el sol hasta que se pone (o desde que se pone hasta que sale, si se trata de una hora nocturna). Como la salida del sol varía de día a día, y de un lugar a otro, la duración de la hora no sólo depende de la época del año sino también, del lugar; pudiendo por ejemplo, una parte de una ciudad encontrarse en una hora y otra parte de la ciudad en otra. En latitudes templadas, las horas pueden durar desde unos 40 minutos en invierno a 80 minutos en verano.

Cada día de la semana está regido por un planeta del mundo clásico: Domingo-Sol, Lunes-Luna, Martes-Marte, Miércoles-Mercurio, Jueves-Júpiter, Viernes-Venus, Sábado-Saturno. Se considera que un día comienza no a la medianoche, sino cuando amanece. La razón de que esto sea así, no es aleatoria.

Cada hora está regida por un planeta en el siguiente orden: Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus, Mercurio, Luna, Saturno, Júpiter... Las cualidades del planeta serán más aparentes durante la hora que este rija. De ahí que si la primera hora del lunes la rige la Luna, la segunda hora del lunes la rige Saturno, la tercera Júpiter, etc., de modo que siguiendo este orden llegaremos a que la hora 22 la vuelve a regir la Luna, la hora 23 la rige Saturno, la hora 24 la rige Júpiter y la primera hora del nuevo día la rige Marte. A partir de aquí, se puede seguir la secuencia, y ver que es el planeta que rige la primera hora de cada día el que da nombre a todo el día. Las horas astrológicas desiguales y las horas mecánicas iguales, han coexistido siempre. Cada una de ellas tiene sus propios usos, siendo las horas iguales más útiles para propósitos comerciales y las horas desiguales más útiles para regir los tiempos vitales del hombre.

Pero con la “modernidad”, el hombre comenzó a dar prioridad a las horas del reloj, en su afán de conquista de la Naturaleza, y se fue alejando cada vez más de los ritmos naturales. El hombre quiso construir un mundo nuevo sacándolo de la nada, determinando él mismo qué es lo natural y qué no lo es, en la suposición de que Dios, la Naturaleza o el pasado mismo del hombre, nada tenían que aportar. En este contexto, el tiempo que rigen los astros iba a ser olvidado.

Por ejemplo, antes de que imperase el tiempo mecánico, cuando el artesano medieval no estaba en su mejor momento para emprender un trabajo, hacía un alto y se dedicaba a arreglar el tejado y limpiar sus herramientas; por el contrario, para el obrero industrial todos los días son iguales. En la misma línea de respeto hacia el tiempo natural los sistemas gremiales del medioevo, prohibían trabajar después de obscurecer. Todo esto fue cambiando con la “modernidad” y su alabado “progreso”, que exigía al hombre la conquista del tiempo, forzándolo a un plan arbitrario que encajara a su conveniencia a corto plazo. Se comenzó a dejar de lado, la idea de que el tiempo tiene una naturaleza propia y variable. Y así, hemos llegado a un mundo donde el estrés es uno de los mayores problemas. Al poner el hombre su interés en la cantidad, se consiguen resultados cuantitativos.

Mayores cosechas, mayor número de años de vida, mayor productividad, mayores zonas conquistadas a la naturaleza, mayor población; sin embargo, se pierde calidad. Los tomates no saben a tomate, las personas no se comportan como personas, el clima está alterado, lo mismo que los ciclos vitales de los animales y de las personas, el agua está muerta, etc. El coste de elegir la cantidad frente a la calidad se hace más palpable cada día. Es el precio de jugar a ser Dios, cuando no se alcanza –en algunos casos–, ni a ser seres humanos.

Fuente: Antonio Jurado, autor.

* * * * * El futuro nos atormenta, y el pasado nos retiene. He aquí, por qué el presente se nos escapa". -G. Flaubert-