Ellos nacen con millones de neuronas. Los niños están programados para descubrir las leyes de la física: al lanzar un objeto analizan su trayectoria, su fuerza y el tiempo que tarda en caer.

Lo primero que hacemos las madres cuando nos dan a nuestro recién nacido es acurrucarle en nuestros brazos y respirar tranquilas porque ha llegado a este mundo con todas las cosas en su sitio.

“Ya sólo le queda crecer”, pensamos. Y es cierto, pero los niños no sólo crecen y maduran “por fuera”, sino también “por dentro”.

Desde el día en que nace, el bebé inicia una vertiginosa carrera en su desarrollo físico e intelectual. Así, al tiempo que va subiendo de peso y de talla, su cerebro va estableciendo las conexiones neuronales necesarias para que domine las facultades que le convertirán en un ser independiente: el pensamiento, el habla, el movimiento...

¿No te has preguntado nunca por qué un recién nacido no puede ver bien, aunque sus ojos están perfectamente formados? ¿O por qué no puede hablar, si ya es capaz de articular sonidos?

La respuesta es muy sencilla: su cerebro todavía no está preparado para ello.

Pero vayamos por partes, porque la formación y la maduración cerebral del ahora recién nacido, empezó hace ya algunos meses. Tan sólo tres semanas después de que el óvulo es fecundado, el embrión ya tiene dibujadas las principales partes de las que consta su cerebro.

Desde este momento sus neuronas se multiplican a una velocidad de 250.000 por minuto, de modo que llega al mundo nada más y nada menos que con 100.000 millones de neuronas, más que suficientes para toda la vida. A pesar de ello, el bebé no sabe hablar ni andar.

Y es que su cabecita es como un enorme puzle, con muchísimas piezas (neuronas) que aún no están encajadas. A cada segundo, las neuronas de tu hijo se van conectando entre sí para crear unas “pistas” por las que viajará la información que precisa para desarrollar todas sus habilidades, sobre todo, el aprendizaje y el pensamiento.

Es tal la velocidad a la que van sus neuronas, que su cerebro emplea el doble de energía que el de un adulto. A los bebés les gusta lo nuevo, lo chocante, y este mecanismo de sorpresa constituye la base principal de su aprendizaje. Pero, ¿cuándo terminan de formarse estos caminos neuronales?

Los científicos aseguran que los tres primeros años de la vida del niño son cruciales (un 90% de estas conexiones se producen desde el nacimiento hasta los tres años, y el 10% restantes, de los tres a los seis años).

Es más, las conexiones que no se han establecido y afianzado en este periodo, a través de la comunicación que el niño establece con el mundo exterior, probablemente nunca se llegarán a crear.

Para entendernos: un bebé que nace con cataratas en los ojos y no es operado antes de los tres años, inevitablemente será ciego. Y es que, aunque sea operado después, su cerebro será incapaz de crear las conexiones necesarias para descifrar la información que le llega a través de los ojos; en definitiva, no “sabrá” ver. Pequeños grandes genios: Las últimas observaciones científicas demuestran que los niños saben y aprenden mucho más de lo que nos imaginamos: piensan, sacan conclusiones, predicen lo que puede ocurrir e incluso hacen experimentos.

Nacen programados para descubrir las más complejas leyes de la física. Si no, ¿cómo es posible que un niño de tres años pueda jugar al fútbol con cierta destreza? Según estudios de la Universidad de Zurich (Suiza), a esta edad un crío es capaz de calcular bien la trayectoria que seguirá el balón y la velocidad con que llegará a la portería contraria.

Pero antes de que tu hijo se convierta es un as del balón, ha realizado una multitud de experimentos que te han pasado inadvertidos. Desde el momento en que un bebé adquiere conciencia de que el mundo en que vive tiene tres dimensiones (lo descubre entre el primer y el segundo mes de vida), no deja de interactuar con todo lo que le rodea y de sacar sus propias conclusiones. Por ejemplo, si a tu hijo de tres meses le enseñas varias veces seguidas una caja que contiene una pelota, y luego le muestras la caja vacía, se sorprenderá y mantendrá la mirada fija en ella más tiempo.

Lo hace porque está pensando qué es lo que ha pasado con la pelota. Le llama la atención lo que es nuevo, lo que le choca, y este mecanismo de sorpresa constituye la principal base de su aprendizaje. Y aquí es donde entra en juego algo fundamental: la capacidad de recordar. Los expertos hablan de memoria a corto y a largo plazo: Mucho antes de que un niño llegue al mundo, en su pequeño cerebro se activa el “chip” de la memoria; prueba de ello es que un recién nacido se tranquiliza al escuchar la voz de su madre, porque es capaz de recordarla.

Una vez expuesto a la estimulación del mundo exterior, la cosa se complica un poco más. Está claro que gracias a la memoria, el bebé puede almacenar lo que acaba de aprender; pero, ¿cuánto tiempo le dura ese recuerdo? Para explicar esto los expertos hablan de memoria a corto y a largo plazo.

La primera es con la que nace el recién nacido y la segunda es la que va adquiriendo con el paso de los meses. En uno de los estudios más concluyentes sobre la memoria infantil, llevado a cabo por la psicóloga Carolyn Rovee-Collier, de la Universidad Rutgers de New Jersey (EE.UU.), se comprobó que, tras enseñar a varios bebés de entre dos y seis meses, que si tiraban de un cordón atado a sus pies y conectado al móvil de su cuna, este se ponía en marcha, los bebés de dos meses podían recordar la forma de activar el móvil durante tres días, mientras que los de seis meses lo recordaban durante dos semanas.

Esto demuestra que la memoria se va transformando y mejorando poco a poco. De hecho, sabemos que un niño de dos años ya posee memoria a largo plazo: es capaz de acordarse de cosas que han ocurrido hasta seis meses antes. Pero es posible que te estés preguntando cuáles son los mecanismos que hacen posible esta fascinante evolución. De nuevo, la Naturaleza nos sorprende...

- Capacidad de sorpresa. Cuanto más impactante y sorprendente es el descubrimiento que hace un niño, más a menudo piensa en él, lo que acaba reforzándolo y fijándolo definitivamente en su memoria.

- Capacidad para agrupar. Un niño de tan sólo siete meses agrupa la información que recibe en diferentes categorías (peluche con peluche, cuchara con tenedor, pijama con cuna...), porque así le resulta más fácil acordarse de ella. Hoy en día sabemos que determinadas áreas del cerebro que no son utilizadas durante los tres primeros años de vida, pierden sus neuronas y su futura utilidad. Afortunadamente, hay muchas cosas que puedes hacer para evitar que a tu hijo le ocurra esto.

Las principales son estas: - Estimúlale El principal beneficio de estimular el cerebro de tu bebé (hablándole, cantándole, acariciándole...), es que le ayudas a crear todos esos caminos que las neuronas van a necesitar para poder intercomunicarse. Por eso es tan bueno que le estimules los cinco sentidos con juegos que le gusten y le sorprendan, alternando lo nuevo con lo conocido... Pero, ojo, no insistas si no te presta atención.

Si tu pequeño te dice, a su manera, que ya ha tenido bastante, hazle caso: es posible que en esos momentos lo que más necesite sea un poco de calma, para asimilar sus nuevos descubrimientos.

La sobreestimulación, como todos los excesos, es contraproducente: puede ponerle nervioso y desmotivarle. - Recompénsale Siempre que haga algo nuevo, recompénsale con caricias, besos y mensajes positivos (“¡muy bien, cariño!”).

Los niños recuerdan mejor las experiencias que les reportan algún provecho (la aprobación y la alegría de sus padres) que las que no les reportan nada (su indiferencia). Además, les encanta eso que los físicos denominan “ley de la causa y el efecto”: “si muevo el sonajero, lo hago sonar” o “si me acerco más al plato, me mancho menos y mis papás se ponen muy contentos”. -

Aliméntale bien Haz lo posible para que tu hijo siga una dieta completa, variada y equilibrada, adecuada a sus necesidades. Un déficit nutricional en la infancia puede disminuir el número de neuronas y ralentizar el ritmo de aprendizaje.

- Procúrale un buen descanso Si tú llegas a la cama agotada, imagínate lo cansado que estará tu bebé tras un largo día de aprendizaje, en el que ha establecido multitud de conexiones neuronales nuevas. Para que recupere fuerzas y su cerebro pueda asimilar y reorganizar la información recogida durante la vigilia, es imprescindible que duerma lo suficiente.

Así que procura que tenga dulces sueños. La agudeza visual del recién nacido es 40 veces inferior a la del adulto. No diferencia los colores y si le tapamos un ojo, no distingue nada con el otro, porque su cerebro sólo es capaz de ver cuando los dos ojos están abiertos. Entre los dos y los cuatro meses su visión mejora mucho (reconoce los colores y las formas). Y a los seis meses ya enfoca bien todos los objetos (distingue entre cerca y lejos).

Con cuatro años su visión es casi como la de un adulto, aunque algunos aspectos, como la capacidad para calcular la velocidad de un coche que se acerca no se terminan de perfeccionar hasta los siete años. ¿Qué ocurre en su cerebro? En un principio, la información que llega al córtex (es la parte del cerebro que procesa lo que vemos) proviene de los dos ojos al mismo tiempo, lo que hace que el niño no tenga sentido de la perspectiva: aún no es capaz de ver en tres dimensiones. A medida que las conexiones neuronales se van estableciendo, cada ojo envía por separado la misma imagen y el cerebro las coloca juntas. ¡Eureka! El niño ya puede percibir la distancia y la profundidad. ¿Cómo puedes ayudarle?

Enséñale figuras contrastadas. Cuelga unas láminas (caras, figuras geométricas...) de cartón, blancas y negras, como móvil en su cuna. Acércale y aléjale su juguete preferido. Cuando tenga la suficiente destreza manual, ponte a unos centímetros de él, enséñale ese juguete que tanto le gusta y anímale a cogerlo. Jugad con pinturas al agua para dedos. Déjale mezclar los colores que quiera: se hará más observador y aprenderá a distinguir los colores. Durante las primeras semanas, los movimientos que realiza el niño son casi siempre involuntarios (da patadas al aire, agita los brazos...).

En el segundo mes, tumbado boca abajo, puede sostener la cabeza y girarla a ambos lados. A los cuatro meses se descubre las manos. Alrededor de los seis aprende a voltearse. Hacia los ocho meses empieza a gatear. Sobre los 11 ó 13 meses da sus primeros pasos.

La parte del cerebro que se encarga de controlar la marcha es el lóbulo frontal (una de las más externas y menos madura en el momento del nacimiento), mientras que la coordinación de los músculos y el sentido del equilibrio se localizan en el cerebelo (situado en la nuca). En el proceso de maduración de estas zonas, que le permitirá gatear, correr y saltar, sucede un hecho fundamental alrededor del cuarto mes: en el mapa cerebral del niño se consolida el área de la percepción de sí mismo. Descubre que las manos que agita son suyas y que las puede controlar.

Poco después se dará cuenta de que el resto del cuerpo también le pertenece y con el paso de los meses será capaz de moverlo a voluntad y de controlarlo cada vez con más precisión. ¿Cómo puedes ayudarle? Anímale a alcanzar sus juguetes. Cuando vaya manteniéndose sentado, coloca algunos de los juguetes que más le gustan enfrente de él y anímale a cogerlos. Así mejorará su equilibrio. Échale una carrera de obstáculos.

Haz un camino en el suelo con diferentes obstáculos (cojines, cajas de cartón...) y échale una carrera. Si todavía no sabe andar podéis recorrerlo gateando. Enséñale a saltar. Con una cinta adhesiva, pega varios folios en el suelo (separados entre sí unos 30 ó 40 centímetros) y pídele que salte de uno a otro. Cuando lo haga bien, enséñale a hacerlo a la pata coja.

A los seis meses el niño reconoce su nombre. A los 12 meses aún no dice nada, pero entiende unos 60 conceptos. A los dos años construye frases de hasta tres palabras. A los tres años sabe expresarse bien, sin demasiadas dificultades. El hemisferio izquierdo del cerebro es el que se encarga de procesar el lenguaje en los adultos. En los niños, sin embargo, el sistema está menos especializado. Durante sus primeros meses el pequeño responde al lenguaje con todo el cerebro.

Ya cerca del año, gracias a la continua repetición de los fonemas que escucha, se familiariza con los sonidos del lenguaje, los separa y los emite. A continuación los va colocando juntos y aprende a decir algunas palabras. A partir de este momento, el lado izquierdo de su cabecita toma el control. ¿Cómo puedes ayudarle? Cántale y léele cuentos. Hazlo a diario, durante unos minutos, muy despacio y enfatizando la entonación, como si estuvieras actuando. Repite lo que él dice.

Así le incitas a contestarte y le inicias en la conversación, en el diálogo, que es la base de la comunicación oral. Cuéntale lo que haces. La riqueza del vocabulario de un niño está directamente relacionada con el tiempo que sus padres dedican a hablarle. A los dos años, los niños cuyos padres les hablan a menudo conocen 300 palabras más, que los niños de padres poco aficionados a conversar. En condiciones normales, la capacidad de oír está plenamente desarrollada desde el mismo día del nacimiento.

Para los recién nacidos, el mundo al que acaban de llegar es extremadamente ruidoso. Por suerte para ellos, pronto desarrollan una especie de filtro que les permite diferenciar lo que escuchan de lo que oyen. Una de las principales proezas que ayudan al niño a desarrollar su capacidad para escuchar es girar la cabeza para tratar de encontrar el origen de un sonido. Esto suele ocurrir entre los dos y los cuatro meses de vida y en ello interviene un área del cerebro llamada culliculus superior.

Pues bien, esta zona se activa cuando oye algo para discriminar si el sonido le llega por el lado izquierdo del cuerpo o por el derecho; al mismo tiempo los ojos del niño buscan en su campo de visión lo que ha podido producir el sonido, y ayudado por su capacidad para reconocer la profundidad de campo, sabe si tiene que buscarlo cerca o lejos de él. ¿Cómo puedes ayudarle? Ponle patucos con cascabeles. Al tiempo que halla el origen del sonido, se verá los pies. Agita ante él un sonajero. Y déjalo caer al suelo, para que escuche cómo suena.

Escóndete y llámale. Cuando gire la cabeza hacia donde tú estás, sal de tu escondite para reafirmarle que ha dirigido su vista al lugar adecuado.

Fuente: http://www.novarevista.com/novamama

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“Amigos son esos ‘extraños seres’ que nos preguntan cómo estamos y esperan a oír la contestación”. -Ed Cunningham-

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