Hacer el bien es algo que se debe enseñar, es algo que se debe aprender.

El buen trato, por lo general, no es espontáneo.

El lugar entre los hermanos: el puesto influye.

No da lo mismo ser el mayor que el menor; la única mujer entre varios hombres o formar parte de una familia de puros hermanos hombres (o sólo de hermanas).

Si bien el lugar que se ocupe dentro de los hermanos no predetermina, sí influye: porque cada posición supone ciertos beneficios y desventajas.

Cada uno es educado en peculiares circunstancias, unas favorables y otras adversas, que hay que considerar a la hora de actuar.

Que todos los hijos son diferentes, no es novedad.

Es lógico que así sea por la infinitas posibilidades de combinación cromosómica que transmiten de padre a hijo los rasgos físicos y psíquicos que luego inciden fuertemente en el temperamento y manera de ser de los hijos.

Pero los modos de ser tan diferentes de cada uno de ellos, también se originan por las distintas situaciones que les toca vivir y la educación que reciben de sus padres, según uno sea el primogénito, el segundo, el menor, la niña entre puros hombres o viceversa.

Señalar las ventajas, desventajas y algunos consejos para actuar con cada hijo según el lugar que ocupa entre los hermanos es una enorme ayuda educativa.

Porque, mucho más decisivo que el puesto que se ocupa en la familia o la misma composición de ésta, es la actitud de los padres respecto a cada uno de sus hijos.

El mayor
Ventajas:

-Suele ser esperado y bien acogido y generalmente se convierte en el centro en torno al cual girará todo.

-A medida que llegan los hermanos, será “el mayor”, objeto de admiración, ejemplo a imitar.

-Al tener más edad, tendrá mayores recursos físicos e inteligencia más desarrollada, que le permitirá superar a sus hermanos.

-Sus padres suelen contar con él y tratarle más como hombre (o mujer). Esto es una buena escuela de formación, siempre que la responsabilidad y encargos no sean excesivos.

-Cuando pasen los años, será el primero en tener más independencia.

Desventajas:

-Se le recibe con tanta alegría como inexperiencia.

-Se suele tener con él mayores problemas de orden médico, alimentación, trato, etc. que con los que le siguen.

-Los padres pueden mostrar con él un proceder ansioso, algunas veces rígido, otras en exceso tolerante: aún no han llegado al equilibrio entre el exigir y el ceder, fundamental en toda educación.

Madre con regalos-En un minuto, será el “rey” destronado, cuando llegue un hermano que compartirá el cariño que antes él creía le pertenecía en exclusiva.

Los demás hermanos no tendrán este problema, pues estarán acostumbrados a compartir el cariño de sus padres con quien o quienes los precedían.

-Muchas veces se le pedirá que ceda ante las exigencias de un hermano pequeño: “dáselo a él, que es más pequeño”.

-Suele ser objeto de una mayor exigencia y puesto continuamente como ejemplo: “tienes que dar ejemplo”.

-Muchas veces se le considera “mayor” a la hora de exigirle y un “niño” a la hora de los permisos.

Consejos a los padres: Por el simple hecho de ser el mayor, se encuentra con una serie de circunstancias, unas favorables y otras adversas, que hay que considerar a la hora de actuar para:

-Dejarse aconsejar: Si bien la experiencia no se aprende en los libros, sí es posible compartir la de otros padres.

Conocer la experiencia ajena, preguntar a otros padres cómo han actuado en determinadas circunstancias en las que toca estrenarse como padres, es una gran ayuda.

-No exigir más allá de lo prudente: Él va adelante, abriendo camino, sin la ayuda del ejemplo de un hermano y muchas veces sufre las consecuencias.

Algunas veces la actitud adecuada será más de comprensión que de exigencia.

-Darle un hermano lo antes posible: Si bien hay que considerar las circunstancias concretas familiares, hay que reconocer lo valioso que es para el mayor tener un hermano lo más próximo a él en edad que sea compañero en estudios, juegos y amistades.

Ello evita la soledad del primogénito, que contará no con un hermano distante en edad sino muy cercano a él con quien ir descubriendo y recorriendo la vida. Es muy distinto ser “el mayor” a compartir con otro ese título.

Ser “los mayores” tiene muchas ventajas y casi ninguno de los inconvenientes de ser “el mayor”.

El segundo
Ventajas:

-Goza de la experiencia que sus padres han adquirido con la crianza y educación del mayor: saben cómo manejarse en enfermedades, pataletas, alimentación, sueño, permisos, etc.

Con el segundo hijo los padres evitan los fallos educativos que tuvieron con el mayor.

-Tiene al alcance de su mano las experiencias de su hermano mayor. Éste será el primero en ir a la universidad, se enamorará, se independizará.

Y el segundo habrá visto cómo va viviendo situaciones que pronto él tendrá que vivir.

Desventajas:

-En algunos casos, ojalá los menos, su llegada no es esperada con igual ilusión que el primer hijo; o quizás no será del sexo querido por los padres, sea porque querían “la parejita” o porque vuelven a sufrir la decepción que tuvieron con el primero, pero que esta vez es reiterada.

-Muy pronto comprueba que el hermano mayor goza de una serie de ventajas que él no tiene: es quien escoge qué libro se leerá o qué película verán porque “es el mayor”.

Le compran ropa nueva con más frecuencia que a él (heredar la ropa parece al principio una desventaja desde el punto de vista del segundo hermano, pero claramente le ayudará luego en su formación).

Además ve cómo a su hermano mayor lo dejan hacer cosas que a él, por razones obvias de edad, aún no, como ir a alojar a la casa de un amigo, estar despierto hasta más tarde...

-Su hermano mayor lo supera, normalmente, en desarrollo físico e intelectual, por el sólo hecho de tener más edad, por lo que el segundo se siente en una situación de desventaja en los juegos, competencias, discusiones, etc.

-Surge por lo general una rivalidad más o menos abierta hacia el primogénito. Si hay un buen manejo por parte de los padres, esta puede convertirse en un estimulante afán de superación.

Ejemplos: la hija mayor era revoltosa y desobediente y la segunda “intuyó” las ventajas de ser más dócil, con lo que logró ser valorada y reconocida.

El hermano mayor es desapegado a sus padres y el segundo más cariñoso. De estos y otros muchos modos, el segundo busca destacar frente al primero y lograr una primacía que no le da el puesto que ocupa en la familia, cambiando la desventaja en una ventaja.

Consejos a los padres:
Si bien con el segundo no se plantean problemas tan agudos como con el mayor y el menor, los que por abrir o cerrar el grupo de hermanos ocupan una posición más delicada, los padres deben ser conscientes de sus dificultades y:

-Valorarlo

-No hacerle objeto de discriminaciones injustificadas.

-Aprovechar toda la experiencia obtenida con el hermano mayor.

El menor
Ventajas:

-La experiencia de todos cuantos lo rodean. De los padres en todo lo que se refiere a cuidados y desarrollo; de los hermanos, cuyos éxitos y fracasos, amigos y modos de actuar están a la vista del hermano menor.

Esta ventaja puede transformarse en una desventaja si se le evitan al menor toda dificultad y sufrimientos, pues si bien no son deseables en sí, es innegable que ayudan a fortalecer el carácter y enriquecen la personalidad.

-No es de extrañar que su desarrollo intelectual sea más avanzado porque participa en las actividades, conversaciones y juegos de sus hermanos mayores.

Desventajas:

-No tiene hermanos menores sobre los cuales ejercer su dominio, lo que le beneficiaría, pues sería una contrapartida al estar sometido a sus padres y a todos sus hermanos.

-Todos sus hermanos son mayores, por lo que participa en juegos, actividades e incluso preocupaciones que no son propias de niños de su edad. Vivir en un mundo de adultos tiene los inconvenientes de todo lo extemporáneo.

-Aunque parezca incongruente, puede tener mayor desarrollo intelectual y participar de las actividades de los adultos, pero, a la vez, suele ser mimado: ante sus notas escolares hay una benevolencia que ya hubiesen querido los hermanos.

Estos mimos llevan consigo el consentimiento de caprichos y el debilitamiento de la voluntad, algo a tener en cuenta a la hora de educar.

-Cuando la llegada de este benjamín no ha sido bien recibida por los padres, se suelen adoptar ante él una extraña mezcla de abandono material, afectivo e intelectual que se alterna con el mimo esporádico con el que se desea compensar el descuido habitual del que es objeto.

Consejos a los padres:
¿Qué hacer al educar al menor, sobre todo teniendo en cuenta que a la experiencia de los padres también se suma la edad y el cansancio?

-Seguir siendo padres: dar el cariño que evita el abandono y ser exigentes para no caer en mimos. Aunque no se es tan joven, hay que recordar que el niño necesita padres, no abuelos anticipados.

-Fomentar el trato con otros niños iguales o menores: estos suplen en cierto modo a los hermanos menores y le permiten desarrollar valores relacionados con el dominio y la superioridad (porque para la obediencia y la sumisión tienen sobradas ocasiones en su hogar).

-Darle medios de entretenimiento propios: así respetará las cosas de sus hermanos mayores y el derecho de éstos a tener espacios propios, sus cosas en orden... y se evitarán problemas y peleas innecesarias.

Al seguir estos consejos se pueden contrarrestar las desventajas de ser el menor y evitar los problemas del niño que es por un lado adulto -quiere disfrutar de las ventajas de ese mundo- y por otro lado guagua: se refugia en un mundo de niño porque intuye que sus privilegios los tiene por ser “el pequeño”.

Será de la educación de este hijo menor de la que se tendrán los mejores recuerdos, tanto por la experiencia inestimable que ya se posee, como porque son años de más madurez personal y matrimonial.

Cuando todos son del mismo sexo
Sólo hombres:

Es una casa generalmente ruidosa, con fuertes antagonismos y rivalidades. La mayor ventaja es que la gran variedad de temperamentos que se observa entre los hermanos los enriquece mutuamente.

La gran desventaja es que no habrá en la casa un trato sencillo y espontáneo con las mujeres, lo que se da en un hogar donde hay hermanas.

Por eso hay generalmente un cierto desconocimiento del mundo femenino, timidez y falta de soltura ante algo que a la vez atrae y se desconoce.

Sólo mujeres:

Es una casa en que puede haber mayor paz y tranquilidad, pero si no se abre al mundo de los amigos, podrá ser un hogar cerrado.

Junto con abrir la casa al sexo opuesto, es importante el papel del padre: su amistad será muy beneficiosa para sus hijas, pues les permitirá compensar en cierto modo el trato casi exclusivo con mujeres en su casa.

Si no se toman medidas, la ausencia de hermanos o hermanas significará un empobrecimiento de la personalidad de esa hija o ese hijo.

Por eso, en ambos casos, es importante que los padres fomenten la presencia en la casa, siempre en la medida de lo prudente, de primos y amigos del sexo opuesto a lo que prima en la familia.

Único entre varios
La niña entre varios hermanos:

Quizás adopte por un tiempo actitudes un tanto masculinas para poder desenvolverse entre el grupo de hombres; o, al revés, frente a los rasgos varoniles de sus hermanos, puede destacarse su feminidad, dulzura y buenas maneras.

El niño entre varias hermanas:

Igualmente, o bien adopta rasgos un tanto femeninos o bien se comporta como un pequeño tirano, con afán de dominio sobre sus hermanas, que es el modo que tiene de reafirmar su personalidad.

A esas dificultades se opone una gran ventaja: ese hijo único varón o única hija mujer tendrá mayores habilidades para comportarse y reaccionar ante el sexo opuesto, ya que conoce muy bien el modo de actuar del ser femenino o masculino.

Además, la reafirmación de la virilidad del niño ante sus hermanas le llevará a convertirse luego en su protector. En el caso de la mujer entre hombres, ésta cultivará su feminidad frente a la rudeza de sus hermanos.

Consejo a los padres:

-A la niña entre hombres: No tratarla como uno más, sino resaltar en ella lo femenino a través de entretenimientos, habilidades y aficiones femeninas.

Buscar sólo que frecuente, esté y juegue con otras niñas -amigas, primas, vecinas-.

La madre debe cultivar en ella los valores femeninos y el deseo de cuidar su aspecto personal.

-Al hombre entre mujeres: No sólo no tratarlo como una niña más, sino no permitir que sus hermanas lo hagan. Facilitar que juegue y se relacione con niños de su edad.

Integrarlo en un club juvenil donde se compense la poderosa influencia que ejercen sobre él sus hermanas.

Cuando uno de ellos se destaca
En las familias por lo general hay un hijo más despierto y otro más torpe, uno más cariñoso y otro más retraído, uno más simpático y otro menos...

Surge entonces el peligro para los padres de verse atraídos por el que destaca más en aspectos positivos y no valorar debidamente a los demás.

Ello será causa de tensiones y rivalidades que perjudican el buen ambiente familiar; además, los menos valorados se sentirán postergados y no se verán incentivados a superar sus rasgos negativos.

Si se valora a cada hijo por sí mismo, evitando comparaciones que dañan tanto al que se considera superior como al que se siente poco dotado, se evitan complejos, envidias y enfrentamientos entre los hermanos.

Actitudes correctas de los padres:

-Convencerse de que todos los hijos tienen algo en lo que destacan.

-Observar a cada uno para descubrir un valor específico que no tienen los demás. Eso hará superar las preferencias que por diversas razones se pueden sentir hacia uno u otro.

Actitud hacia el o los hijos que no destacan:

Varias generaciones de una familia

-No discriminar injustamente; ni siquiera comparar.

Las comparaciones no solucionan nada y, además, despiertan resentimientos entre los hermanos y conducen a una infravaloración de unos hacia otros.

-No acomplejarlo por sus fallos; hacerle ver sus otros valores, sin ocultarle sus limitaciones, y animarlo a superarse.

Si no es corregible, buscar su éxito en otros caminos siendo muy realista respecto a sus capacidades.

-Cada hijo debe estar convencido que tiene un lugar muy especial en el corazón de sus padres, lugar que nadie ni nada puede quitárselo, ni aún su torpeza, timidez...

Hacia el o los hijos que destacan:

-No adorarlo permanentemente por sus logros, pues eso lo llevará a crecer en orgullo y soberbia. Menospreciará además a sus hermanos con menos talento.

-Exigirle según sus cualidades. Hay que incentivarlo a hacer rendir al máximo sus talentos no para provecho propio sino para servir a través de ellos a los demás.

Un niño muy talentoso para las matemáticas podrá ayudar a su hermano o a un compañero; una hija con gran personalidad y simpatía debe fortalecer a su hermana tímida, no aplastarla.

La opinión del experto
Trato diferente, pero equitativo.

Es cierto que los hijos son distintos, tanto en edad, carácter, cualidades, circunstancias, lugar que ocupan, etcétera, y hay que actuar con ellos conforma lo exijan las diversas situaciones familiares.

Nuestras frases, actitudes y reacciones deben ser lo suficientemente equitativas para que ninguno de nuestros hijos pueda sacar la conclusión de que es “menos querido” que el resto de los hermanos.

Esta actitud, sin embargo, resulta difícil de mantener en toda ocasión porque siempre hay algunos hijos que salen “más difíciles” que otros. No debemos olvidar que los hijos más difíciles son los que, precisamente, necesitan de más amor y aprecio por nuestra parte.

Hay que luchar por evitar en el hogar todo tipo de discriminaciones. Por ejemplo que las mujeres no tengan menos derechos que los hombres, que jamás se sientan en inferioridad por razón de su sexo.

Si a un niño pequeño no se le conceden, como es natural, las mismas cosas que a otro mayor, tenemos que darle una explicación clara y a su nivel de por qué tiene que ser así.

Es decir, que el diferente trato que damos a los hijos es diferente solamente por los motivos objetivos que apuntábamos antes -sexo, edad, salud, etcétera- pero no por preferencias o discriminaciones menos equitativas.

No hay error más frecuente en la educación de los hijos que tratarlos a todos igual.

Se cae en él por puro amor, sin embargo, es una grave equivocación porque cada hijo es distinto y necesita ser querido y exigido en distinta medida que a sus hermanos.

Con la mejor de las intenciones, muchos padres buscan dar un trato lo más parejo posible a sus hijos: piensan así actuar con justicia y evitar celos y envidias.

No en vano, uno de los más antiguos refranes populares es “ley pareja no es dura”.

Pero durísima e injusta resulta ser la "ley pareja" en la educación de los hijos.

Porque si justicia es dar a cada uno lo que le corresponde, en el caso de los hijos habrá que dar a cada cual diferentes tiempos, reglas, tratos... según sus necesidades, carácter, sexo, ubicación dentro de la familia, etc.

Sólo así se buscará el bien de cada uno, ayudándole en su proceso personalísimo de mejora, de modo que luche por superar sus debilidades y reforzar sus características positivas.

Sea por comodidad -educar a todos como un todo, “al bulto”- o por un errado concepto de justicia -trato igualitario-, se caen en serias injusticias que en nada apuntan a ese “ser mejor” que todo padre desea y busca para sí y para cada uno de sus hijos.

Conocer profundamente a cada uno
Para tratar a cada hijo con equidad, es decir, para dar a cada cual lo que necesita, se requiere conocer profundamente al hijo.

De lo contrario, ¿cómo saber qué necesita? Además, si el análisis se hace en pareja: ¿qué necesita hoy nuestro hijo?, se evitan muchas faltas de objetividad.

Y es que como la percepción de la mamá es diferente a la del papá, la reflexión conjunta resguarda de caer en ciertos favoritismos o sobreprotecciones que sí son graves injusticias para unos y otros.

Asimismo, se requiere de mucho tacto y cuidado para que ese trato no igualitario, pero lo más equitativo posible, se note lo menos posible.

Porque los niños captan rápidamente las diferencias, pero no ven el porqué de éstas con la profundidad que lo ven los padres. Por eso, junto al cuidado para no marcar esas diferencias, habrá que dar razones.

Saber dar razones
De acuerdo con estudios realizados por Piaget, el niño de siete u ocho años siente la necesidad de que todos sean tratados igualmente y el trato no igualitario le produce una sensación de rebelión.

Pero ya hacia los 11 años comprende que lo más justo no es el trato igualitario, sino más bien el de equidad, teniendo en cuenta las circunstancias de cada cual.

A los padres les compete entonces aclarar a su hijo de entre siete y diez años las diferencias de condición y circunstancias con sus otros hermanos, pues éste no distingue entre igualitarismo y justicia y reclama ser tratado igual a los demás.

Hay que hacerle ver que es natural que sienta cierta envidia, “por qué siempre lo ayudas a él” o “por qué le compraste a ella el pantalón si yo hace tiempo que quiero uno”, y que no debe sentirse culpable de ello.

-"Es normal que tú lo quieras, pero no lo necesitas"-.
De lo contrario, pueden surgir rencores y enemistades entre los hermanos que creen ver favoritismos de parte de sus padres.

Esas razones de “por qué a él siempre...” y "por qué yo nunca...” deben apuntar a las reales necesidades del uno y del otro, y a las diferencias obvias entre ellos, como: edad, carácter, etc., de modo de no descalificar ni resentir a uno u otro.

Jamás: el “es que tu hermano es tan flojo que tengo que ayudarlo más en las tareas...” o “es que tu hermana es menos agraciada y así se va a sentir más segura”.

Cuando el tema es complicado y no se desea herir al otro hijo o descalificar a un profesor o amigo, se puede “devolver la pelota”: "¿por qué crees tú?", e invitar al diálogo.

¡Somos todos diferentes!

Porque somos humanos y no robots, siempre habrá diferencias en el trato con los demás y los hijos no escapan a esta regla.

Como papás no debemos sentirnos culpables por la sonrisa que le damos a uno y el gesto cómplice que recibe el otro. Así debe ser.

Un hijo puede necesitar un consejo directo y claro, otro un sutil ejemplo, y otro encontrar el camino por sí solo.

Igual cosa al escucharles. Al impulsivo habrá que moderarlo, al tímido ayudarle a expresarse y al introvertido, darle tiempo, esperarle.

El tiempo para cada uno
Cuando hay un hijo con un problema de aprendizaje notorio -dislexia, por ejemplo- los otros captan esa diferencia y no se resienten de la mayor dedicación que los padres le dan a la hora de los estudios.

Si la diferencia es más sutil -uno más desconcentrado o que sencillamente le cuesta más- hay que darle más tiempo, pero con mucho cuidado de no marcarlo ni de resentir al hermano.

Porque si se pasan las tardes junto a él o se le exige menos, este puede concluir: "Yo no puedo solo como mis otros hermanos". O encasillarse en que es un flojo sin vuelta y no poner empeño en mejorar.

Y al que no da problemas en los estudios ni en la casa habrá que darle un espacio personal para que no se resienta. No por ser “el bueno de la familia” puede quedar sin la atención que requiere.

Quizás será un tiempo diferente como ir juntos al supermercado o salir con él a pasear a la guagua.

Para que cada uno tenga su espacio propio con los padres hay que tener imaginación: si toca ir al dentista, no ir con todos, sino aprovechar ese tiempo con uno solo, demostrando interés en él y no hojeando una revista; sacar el jugo a los “tacos” y aprovechar a conversar y, sobre todo, escuchar; invitar a uno a hacer deporte o a la otra a hacer un postre...

Reglas, permisos y excepciones
La casa no puede ser un lugar rígido, lleno de normas, sino un espacio donde se crece y, por lo mismo, donde se transa y se hacen excepciones. Esa flexibilidad de los padres será ocasión de crecimiento para los hijos.

Por ejemplo, si por regla general no hay televisión en día de semana para los hijos entre ciertas edades, alguna vez uno podrá ver ese partido de fútbol “tan importante” y la otra ese “último” capítulo de la teleserie.

Lo que no puede ser es mandar a ver televisión al que está molestando, mientras que a la que estudió toda la tarde y quiere relajarse con un poco de televisión, se le niegue el permiso.

Las excepciones en todo orden de cosas deben servir para que se comprendan las necesidades de uno y otro. Cuidando, eso sí, las comparaciones entre hermanos.
Nada más cierto que toda comparación es odiosa.

Pero los padres llegamos a éstas poniendo a un hermano como ejemplo. El resultado es que se genera rivalidad entre ellos en vez de conseguir el estímulo. Lo más sabio es decir a cada hijo: "Él es él y tú eres tú".

Y si la comparación ¿por qué ella sí y yo no? se presenta con motivo de salidas y permisos, habrá que explicar las razones que han movido a ello.

"¿Por qué ella puede ir con las amigas a patinar y yo no?". "Porque tú eres más distraída, y te puedes perder y, a mí no me sobra ningún hijo”.

A la vez se le ofrecerá un panorama alternativo y se verá el modo de ayudarla a crecer en responsabilidades menores.

Lo mismo con la comida: si hay manjar para todos a la hora del té y hay una gordita que debe bajar de peso -no sólo por pretensión, sino por salud- no es lógico privar a todos del manjar, sino hacerle ver que ella no puede comerlo y darle una rica, pero menos calórica alternativa.

La conclusión es que los permisos no pueden depender de lo que hace o no hace el otro hermano. Los permisos son consecuencia de acciones personales y dicen relación con la confianza que cada hijo se ha ganado por su responsabilidad o madurez.

¿Por qué yo siempre heredo todo?
Heredar entre hermanos, primos, amigos y vecinos es gran escuela: se aprende a ser cuidadoso, a valorar lo que se tiene y no caer en la cultura de que lo viejo se bota.

Pero a veces hay uno que siempre hereda y puede resentirse: "¡No tengo nunca nada nuevo!".

Habrá que ver la manera de compensarlo: ya que no tuve que comprarte libros de colegio o zapatos para este invierno, vamos a comprar esos aritos -ella- o esa raqueta -él- con los que venían soñando desde un tiempo atrás".

O incluso comprar esa chaqueta relativamente cara, pero explicando que lo puede hacer porque ha heredado otras cosas y que como es de mejor calidad durará más tiempo.

Distinto es compensar con bienes materiales la falta de tiempo para con un hijo o la falta de gracia o seguridad de otro.

Y es que en lugar de favorecer a ese hijo se le están dando otros mensajes implícitos:

-"Mira, como no he podido estar contigo este tiempo -hiperabsorbido por el trabajo u otra noble ocupación como lo es otro hijo, un recién nacido, por ejemplo-, conténtate con este estéreo".

"O, como eres tan patoso, trataremos de arreglarte con ropa de marca, lo que no hacemos con tu otro hermano".

Castigar y corregir
Llegado el momento de los retos, hay que recordar nuevamente las diferencias entre los hijos.

Y antes de cualquier corrección, evaluar completamente el hecho; es decir, considerar no sólo la falta, sino las circunstancias que la rodearon, la edad y las características personales del hijo.

Así, ¿hay que castigar igual una insolencia de la hija de siete años que la del hijo de doce? ¡No!

Cuando el de doce años pega un grito y un portazo, se sabe que es una conducta esperable: él está en una edad impulsiva, descontento consigo mismo, irritable.

Bastará por el momento un "no es forma de cerrar la puerta; ciérrala de nuevo".

Y luego, pasado el momento, explicarle que debe controlarse más o ver qué le está pasando.

Distinto con el menor, que está en una edad más dócil, en la que conductas de ese tipo son más excepcionales.

El portazo es una señal de alerta para los padres que deben ver si tiene problemas en el colegio, con un amigo, etcétera.

En las tareas domésticas:
¿Cómo repartir con equidad las diferentes tareas de la casa?

Una posibilidad es saber qué hay que hacer y distribuirlas según edades, tiempo del que se dispone y gustos.

Así el pequeño podrá contestar el teléfono o recoger la ropa sucia, mientras que uno mayor se encargará de ver que esté todo cerrado en la noche o poner la alarma: tareas que requieren menos tiempo -tiene más que estudiar, pero más responsabilidad.

Las infaltables peleas
¿Y qué hay de la distribución del lugar en el coche, en la mesa y hasta en la cama de los papás el domingo?

En la medida en que cada uno tiene su tiempo propio, las peleas por el espacio propio tienden a disminuir, nunca a desaparecer, pues son inevitables.

Y como en cualquier otra pelea lo mejor es “tomar palco”: que ellos se las arreglen con turnos y reglas propias, pues de lo contrario entra también en competencia el favor o atención de los papás, un factor adicional que dificulta la solución.

El papá no tiene por qué acordarse de quién fue el último que fue adelante con él, o que escogió qué programa ver en la televisión, por lo que su papel será llevarlos a un acuerdo más que imponer un orden que no tiene real importancia.

Y si la cosa se sale de madre: ¡se apaga la televisión! o ¡se bajan todos del coche...!

¿He sido justo con este hijo?
Al buscar educar en la equidad y no en la igualdad, algún padre se preguntará si en una u otra situación ha actuado justamente con un hijo.

Sin duda, si tiene en mente actuar con justicia, lo habrá hecho. Esto supone superar cualquier simpatía o antipatía que pueda haber con algún hijo.

Si, además, ha dedicado tiempo para conocer a cada hijo en particular y está conciente de que cada uno es diferente y necesita un trato distinto, tiene gran parte del camino recorrido.

¡Ojo!
Los padres deben intentar conocer profundamente a cada hijo, de modo de saber cuáles ayudas particulares necesita en su proceso de mejora personal.

Como cada hijo es diferente, lo lógico es mantener un trato diferente, particularísimo, con cada uno.

Pero hay que tratar de que las diferencias que se establecen entre los hermanos se noten lo menos posible, para evitar recelos, y que los hijos comprendan por qué los padres actúan así.

Es papel de los padres explicar que actuar de un mismo modo con todos no tiene sentido. Hay que ayudarles a distinguir entre sus distintas edades, necesidades y circunstancias.

Buscar la equidad y no la igualdad.

Dar razones que eviten celos y envidias.

Ayudar a los hijos a reconocer las diferencias.

Ser coherentes a la hora de hacer diferencias.

Establecer normas generales iguales, como horarios familiares, respeto por el orden, intimidad y estudio de los demás...

Fuentes:
Josefina Lecaros S.
Javier de Alba y José Luis Varea, Licenciados en Filosofía, España.
Jorge Alba Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
http://matosas.typepad.com
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"Es tan fea la envidia que siempre anda por el mundo disfrazada, y nunca más odiosa que cuando pretende disfrazarse de justicia".
-Jacinto Benavente-

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