Psiquiatra: "¿Pero cree usted que debe estar de acuerdo con lo que piensa la mayor parte de la gente que le rodea?

Paciente: ¡Es que, cuando yo no estoy de acuerdo,

 

me llevan al hospital!" 

Parece que nuestro mundo científico occidental está particularmente enfermo.

Cuando observamos nuestra ciencia, desde un punto de vista etnológico, ¿qué descubrimos?

Para ser científico hay que ser objetivo. Este es seguramente el elemento más importante.

A continuación, es preciso experimentar, "repetir", lo cual quiere decir "verificar" las experiencias.

Ser objetivo quiere decir que se tenga un "objeto" que estudiar; muy a menudo la base del estudio es la observación directa.

La objetividad científica convierte al hombre en cosa
Mantenemos, pues, un comportamiento (del que nosotros mismos estamos alienados) de posesión, de distanciamiento mediante la mirada (que evita el tocar), de transformación de lo que se estudia en cosa, en objeto.

Nuestro propósito aquí no es considerar si tal comportamiento es eficaz en física o en química.

Pero, por el contrario, nos parece fundamental el darnos cuenta de que, en las ciencias llamadas humanas, parientes pobres de las ciencias llamadas naturales, los que se autocalifican de científicos hacen todo lo posible para adoptar al máximo ese comportamiento de "cosificación".

Así nos encontramos con ciencias humanas que ya no se interesan por lo humano, por el ser, sino que, por el contrario, intentan transformar el ser en cosa...

Intentan despersonalizar a la persona, que es el objeto de nuestro estudio.

Para Laing, "la despersonalización, en una teoría que pretende ser la teoría de las personas, es tan errónea como la despersonalización esquizoide del otro; y tal despersonalización es, desde luego, un acto intencional.

Aunque se emprenda en nombre de la ciencia, tal "cosificación" produce un conocimiento falso y constituye un error tan grave como la falsa personalización de las cosas".

Cuando un científico (ya sea psicólogo, psiquiatra, médico o psico-cualquier cosa) adopta la actitud culturalmente reconocida como científica (es decir, de "cosificación") frente a un ser humano, y obtiene la información de que es esquizofrénico, ¿qué se quiere decir con esto?

Para el seudocientífico las cosas están claras.

Frente a él, existe un ser humano al que acaba de estudiar objetivamente, es decir, como objeto, sin implicarse a sí mismo, sin influenciarlo, sin modificarlo.

Y ese ser humano es extraño, extravagante, incoherente, no posee noción de la realidad, está disociado, disperso, dividido.

Los terapeutas pueden ser más peligrosos que sus pacientes

Para Laing, parece evidente que el más esquizofrénico de los dos individuos descritos en la situación anterior, no es el que se podría pensar.

El que divide al otro es el seudocientífico, que es el que "cosifica" a una persona.

Nada más normal si después el enfermo, visto a través de las lentes destinadas a transformarlo en cosa, no se parece ya a un ser humano, sino a una cosa, lo cual equivale a decir que está enfermo, y así confirmará la opinión del psiquiatra.

Todo esto se puede resumir diciendo que cuando el objeto de la ciencia es un ser humano, tenemos:Estudio de una paciente

- Un seudocientífico que considera a un ser humano como una cosa.

- Un ser humano considerado como una cosa y que sufre por ello.

- Una relación de violencia y de incomprensión en la que el seudocientífico tiene un comportamiento esquizofrénico.

- La impresión para el ser humano observado, de que, en esta relación, no podrá jamás ser él mismo.

Lo que Laing nos dice es que, no solamente el psiquiatra científico está más loco que su enfermo, sino también que es más peligroso porque tiene el poder de decidir si el otro es o no esquizofrénico.

Podemos ir más lejos y afirmar que, fundamentándose en tales bases, las instituciones psiquiátricas son fábricas destinadas a producir esquizofrénicos, puesto que desde un principio, se les coloca en una situación por la que existen sólo como "cosas".

Lógicamente, lo que se puede verificar más rápidamente es que se les considera como cosas y que, por consiguiente, son esquizofrénicos.

"El error fundamental consiste en no darse cuenta de que hay una discontinuidad ontológica entre los seres humanos y las cosas".

Consideramos como locos a los seres humanos que se conciben a sí mismos como autómatas, como robots, como piezas de máquina o incluso como animales.

"Pero ¿por qué no consideramos entonces que es igualmente una locura admitir una teoría que se esfuerza en transformar a las personas en autómatas o en animales?"

Esta teoría va más lejos todavía, porque considera que para validarla, para probarla, es preciso repetir.

Si "en las ciencias naturales, la posibilidad de verificar o de rechazar hipótesis depende de la posibilidad de repetir las situaciones, en las ciencias del hombre, la repetición de una situación individual o de la historia de la vida de un grupo, en principio, es imposible".

Todo esto puede parecernos evidente.

Sabemos, y hemos experimentado, que no se puede detener el tiempo, que cada individuo envejece, que el mismo grupo de personas cambia de un año para otro y que si se quieren repetir las circunstancias de antaño, la empresa aparece como imposible.

Pero no parece que los científicos que "cosifican" al hombre estén dispuestos a reconocer este hecho.

Su comportamiento está encaminado a la repetición porque, para ellos, la repetición es la base de la prueba.

¿Quién está más loco?

El psiquiatra tradicional considera que cuando se encuentra frente a un enfermo, observa objetivamente a un enfermo.

Y nada más.

Pero si profundizamos un poco, uno se da cuenta de que se trata de un comportamiento totalmente irreal y, por consiguiente, de un comportamiento más loco que el comportamiento del enfermo en cuestión.

En realidad ¿qué ocurre?

Que no podemos suprimir totalmente el elemento humano, y el enfermo no es una cosa.

El psiquiatra observa a una persona que, por regla general, le ha sido enviada porque ha sido juzgada como extraña, extravagante, anormal, por otras personas.

El paciente, por su parte, observa también al psiquiatra. Por lo tanto, este último observa a alguien que le observa observar, y esta situación se prolonga hasta el infinito.

Olvidar este hecho nos parece tan grave como olvidar que el termómetro sumergido en el agua modifica a su vez la temperatura del agua.

Vemos, pues, que las bases de la relación psiquiátrica tradicional son:

- Tratar al ser humano como si fuera una cosa.

- Negar la subjetividad del observador.

- Buscar la repetición verificadora.

- Rechazar las modificaciones debidas a la relación.

- Desgajar al objeto estudiado de su contexto habitual.

- Situarlo en un contexto nuevo al que no se tiene en cuenta.

- Tratarlo desde el principio como enfermo.

A partir de aquí es muy probable que el "enfermo" se convierta realmente en un enfermo.

Sin embargo, se considera de antemano que el psiquiatra, la institución "cosificante", etc., son normales.

Puesto que la relación entre el psiquiatra y el enfermo es anormal, es el paciente el que es anormal, faltaría más.

Si nos colocamos en el punto de vista del enfermo, no es menos evidente que, ante esta agresión realizada contra su ser, ante este comportamiento de rechazo proveniente del psiquiatra y ante la negación sistemática a considerarlo como un ser humano, el enfermo corre el riesgo de ser perturbado, puesto que se encuentra ante una realidad decididamente extraña.

Hay que estar "enfermo" para colocar a un ser humano en tal situación, y, por nuestra parte, consideramos que la tradicional relación psiquiátrica no es más que el reflejo de una enfermedad mucho más grave que, a la vez, la supera y la engendra.

Gilbert C. Rapaille, "Laing y la antipsiquiatría", A. Redondo Editor, 1.972.

Fuente:
http://israelnava.com
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"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio".
-Marco Tulio Cicerón-

 

 

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