La soledad produce frío.

"La gente se siente sola porque construye murallas en lugar de puentes" (Joseph Newton).

Los psicólogos demuestran que el estado de ánimo afecta a

la percepción de la temperatura.

Las metáforas relacionadas con el frío y el calor que a menudo usamos para hablar de nuestros estados de ánimo tienen su origen en una correspondencia real entre nuestros sentimientos y nuestra percepción de la temperatura del ambiente que nos rodea.

Científicos canadienses han logrado demostrar que el aislamiento social y los sentimientos de soledad nos llevan a sentir que hace más frío.

También han demostrado que, cuando nos sentimos solos, necesitamos consumir alimentos más calientes.

Este estudio podría explicar, además, la aparición de ciertos trastornos del ánimo cuando hace frío, como es el caso del llamado "desorden afectivo estacional", que produce depresión y desgana.

Cuando definimos a una persona como "fría" o decimos que nos hemos "quedado helados" ante una mala noticia, estamos utilizando metáforas que explicarían una forma de ser o una forma de sentirnos.

Ahora, dos psicólogos de la "Rotman School of Management" de la Universidad de Toronto, en Canadá, han demostrado que estas metáforas son más que herramientas del lenguaje, porque, realmente, existe una conexión entre la soledad, la desesperanza, la tristeza… y las sensaciones de frío.

Según explica la "Association for Psychological Science" en un comunicado, el estudio realizado en la Universidad de Toronto relacionaría el frío con los sentimientos de aislamiento social.

Frío anímico y ambiental
Los psicólogos Chen-Bo Zhong, y Geoffrey Leonardelli, de dicha universidad, quisieron probar la idea de que la soledad puede generar una sensación física de frialdad.

Para ello, dividieron a un grupo de voluntarios en dos subgrupos.

A los componentes de uno de estos se les pidió que recordaran una experiencia personal en la que se hubiesen sentido socialmente excluidos como, por ejemplo, la expulsión de un lugar público.

De esta forma, los científicos intentaron producir en ellos sentimientos de aislamiento y soledad.

A los participantes del segundo grupo se les pidió que recordaran experiencias en las que se hubieran sentido aceptados.

Posteriormente, los investigadores, poniendo como excusa que el equipo de mantenimiento del edificio quería saberlo, pidieron a todos los voluntarios que hicieran una estimación de la temperatura que, según ellos, hacía en la sala en que se encontraban.

Las valoraciones variaron mucho, entre los 12º y los 40º centígrados.

Pero lo más sorprendente, señalan Zhong y Leonardelli, fue que aquellas personas que estuvieron pensando en experiencias de aislamiento social fueron Ancianolas mismas que señalaron sentir más frío en la sala.

Es decir, que los recuerdos de exclusión realmente les hicieron sentir que la temperatura ambiente era más fría que al resto de los participantes en la prueba.

Tomarse algo caliente
Para Zhong, "esto podría explicar por qué la gente usa metáforas relacionadas con la temperatura para describir la inclusión o la exclusión sociales".

En un segundo experimento realizado por estos mismos investigadores, los sentimientos de exclusión fueron provocados a los participantes en una segunda prueba a través de un juego de ordenador.

Este juego estaba diseñado para que a algunos de los jugadores se les tirase muchas veces una pelota en pantalla, mientras que otros quedaban fuera del juego, es decir, no se les tiraba la pelota.

Después de jugar, a los participantes se les pidió que expresaran lo que beberían o comerían en aquellos momentos.

Los resultados fueron, de nuevo, sorprendentes:
Los jugadores "no populares" –aquellos que habían sido marginados dentro del juego de ordenador– tendieron mucho más que el resto de los jugadores a preferir una sopa o un café calientes.

Su preferencia por comidas y bebidas calientes podría deberse al sentimiento psicológico de frío provocado por haber sido excluidos en el juego.

Desorden afectivo estacional
Estos resultados, señalan los científicos, abren una nueva vía de exploración de la interacción entre ambiente y psicología.

De hecho, no solo el sentirse aislado da frío, sino que también existen desórdenes mentales específicos que podrían vincularse al clima, como el desorden afectivo estacional (SAD).

Se cree que este trastorno –que suele aparecer al comienzo del otoño o del invierno y cuyos síntomas incluyen depresión, falta de energía, disminución del interés o aumento del apetito y, como consecuencia, también del peso– se produce por la escasez de luz solar de los meses fríos.

El presente estudio indicaría que, además, las bajas temperaturas también contribuirían a la aparición de sentimientos de tristeza y de aislamiento.

Por último, la investigación sugiere que subir ligeramente el termostato en los lugares comunes sería un método sencillo para promover la interacción y la cooperación humanas.
(Yaiza Martínez)

"Acostumbrarse a la soledad. No temerla. En realidad, nunca estamos solos, ese es el error.

Acostumbrarse a compartir momentos con uno mismo, a estar con el propio yo, que no es ningún enemigo.

Lo peor que puede pasar es que a veces no esté.

Pero hay que tener paciencia y llamarle y dejarle crecer; permitir que se presente ante nosotros y compartir momentos con él".

Delia Steinberg Guzmán (Colección perlas de sabiduría).

El miedo a la soledad
La vida es un hecho interesante, sorprendente y profundo, pero debido a muchas circunstancias, no siempre y no para todos esto se hace evidente.

Vivir una vida activa, real y consciente resulta ser sumamente difícil, sobre todo ahora, en nuestra época tan compleja y contradictoria.

AdolescenteSiempre se nos caen encima un montón de problemas y situaciones de estrés que tienen su repercusión en nuestro estado moral.

Nuestra vida pasa por una agitación constante y nosotros somos incapaces de romper ese círculo vicioso al que, al parecer, vamos acostumbrándonos con el tiempo.

Existen problemas relacionados con la lucha por la simple supervivencia física.

Suelen ser complicados y dolorosos, y para resolverlos se sacrifica la salud, los nervios y la estabilidad psíquica.

A veces, algunos se ven forzados a realizar un trato con su conciencia renunciando a sus principios.

La lucha por el bienestar material ha llegado a ser para muchos el credo de toda su vida, el principio supremo de la existencia en nombre del cual todo está permitido.

Esta lucha ha convertido a muchos hombres en fanáticos servidores del culto más popular en el mundo, aquel que desplaza de nuestra vida no solo la noción de Dios, sino también muchos valores espirituales y humanos: su majestad el dinero.

Su gobierno, al igual que el de cualquier tirano, al principio ofrece promesas tentadoras, pero luego trae consigo solo decepciones, frustración y fracaso de las ilusiones.

Tras la fachada de un paraíso idílico, donde el hombre materialmente asegurado puede adquirir y hacer todo lo que quiera, se esconde una multitud de conflictos humanos no resueltos, que quizá no afecten al cuerpo, pero sí al alma.

Hay tantos problemas que no se resuelven con dinero y enfermedades cuya curación no se compra con millones...

Cuanto más valor van adquiriendo los problemas materiales, convirtiéndose en una prioridad vital, tantos más problemas del alma van pasando al anonimato de la clandestinidad.

Pero el hecho de que esos problemas no salten a la vista de todos no quiere decir que no los haya, que los hombres no sufran por ellos o que no se agraven día a día.

La soledad es uno de estos problemas palpitantes y delicados del alma humana que nos afectan a todos, independientemente de nuestra situación material, nivel intelectual o títulos adquiridos.

No existe ni una sola persona que pueda presumir de no haber sentido nunca en su propia piel ese estado interno tan particular que puede ser a veces doloroso y a veces, por el contrario, muy profundo y especial.

¿Por qué y en qué situaciones el hombre puede sentirse solo?

No es fácil responder a esta pregunta.

En realidad, el problema de la soledad recuerda en algo a un enorme iceberg.

Existe una pequeña parte bien vista y perceptible para todos.

Pero hay también otra parte, mucho más grande, sumergida en el agua, que queda fuera del alcance de la vista humana y de las leyes de la lógica habitual.

Soledad: la parte visible del iceberg
La soledad aparece cuando faltan contactos con el mundo circundante o con otras personas con las cuales se siente cierta afinidad, o cuando, por alguna razón, estos contactos resultan problemáticos.

El problema clave de la soledad siempre toca el delicado tema de las relaciones humanas.

Al echar una ojeada en el alma de un solitario podríamos encontrar historias conmovedoras de relaciones que no tuvieron lugar, decepciones y miedo a ser herido en sus sentimientos y desilusionado en sus esperanzas.

Algunos se sienten solos por no tener en la vida a un compañero o compañera realmente querido con quien poder compartir las penas y alegrías.

Otros quieren simplemente ser amados, ocupar un lugar principal en la vida de alguien.

Y otros no son capaces de encontrar a alguien capaz de compartir sus pensamientos, sentimientos, sueños recónditos y aspiraciones.

Este es un problema frecuente, y es propio de mucha gente que, teniendo un montón de conocidos, no pueden contar con un solo amigo fiel.

Otros se sienten solos por haber sido tantas veces abandonados y engañados que ya no creen en nadie ni en nada, aun cuando la gente trate de acercárseles con intenciones plenamente sinceras.

El miedo a la soledad es natural y muy comprensible, pero a menudo se convierte en una fuente de decisiones erróneas, estados psicológicos verdaderamente tortuosos y desaciertos motivados por razones muy diversas y discutibles.

Si observamos cómo se manifiesta el miedo a la soledad, constataremos que está siempre ligado a una necesidad básica del ser humano:

Sus relaciones con otras personas. Si tengo relaciones, no me siento solo, y si no llego a tenerlas, me siento frustrado.

Si seguimos la lógica de esta idea, correcta en su base pero superficial en su esencia, y no tratamos de ir al fondo del problema –lo que sucede en la mayoría de los casos–, resulta que nuestro bienestar y tranquilidad, así como nuestra percepción de la felicidad, no dependen propiamente de nosotros mismos, sino de otras personas.

Dependemos en mayor o menor grado de la reacción del otro, de su disposición hacia nosotros, de sus signos de atención, de su apoyo, comprensión y ayuda.

La presencia de todo esto nos hace felices, nos ayuda a vivir y a sentirnos personas válidas y realizadas en la vida.

Por el contrario, cuando faltan las manifestaciones externas de este tipo, perdemos el equilibrio y la seguridad en nosotros mismos, caemos en depresión, nos sentimos débiles, heridos, incapacitados, y a veces, nuestra propia vida parece perder todo su sentido.

Como en este caso nuestra felicidad depende menos de nosotros mismos y mucho más de las circunstancias externas y de cómo nos van a tratar los otros, el miedo a la soledad adquiere una forma muy particular.

Obviamente, todos esos motivos son verdaderamente conmovedores, porque tocan algunos rincones íntimos, muy frágiles y a veces dolorosos del alma, y por ello merecen atención y respeto.

Pero...

Los problemas en las relaciones son las consecuencias, pero no las causas de la soledad.Imagen de frío y soledad

Cada vez que tenemos miedo de perder lo que ya tenemos, al igual que un jugador, apostamos todas nuestras esperanzas en una sola "combinación de cartas", que creemos que están obligadas a salir.

De lo contrario, se derrumba todo, dado que no tenemos otras alternativas.

Pero la vida no es un cine ni un melodrama.

¿Qué pasa si realmente alguna vez nos quedamos sin la persona querida, sin hijos, sin amigos, sin apoyo y sin comprensión?

¿Significaría esto que la vida para nosotros ha terminado?

Para responder a esta pregunta hay que ir más allá de lo superficial, concentrarse en la parte oculta del iceberg, que de inmediato no se puede ver ni entender.

Y entonces queda claro que el problema de la soledad no se puede identificar únicamente con el hecho de tener o no tener relaciones.

¡Los problemas en las relaciones son la consecuencia, pero no la causa de la soledad!

Si queremos conocer el verdadero amor, la amistad y la felicidad tenemos que resolver problemas fundamentales relacionados con las necesidades de nuestra propia alma.

Y estas necesidades no están determinadas por la opinión de los demás, ni por su manera de tratarnos, sino que dependen exclusivamente de nosotros mismos, de nuestra capacidad de entender el sentido profundo de la vida y las leyes de la Naturaleza, del hombre y del universo.

El alma necesita no solo relaciones verdaderas, sino todo lo que pueda darle oportunidad de despertar sus potenciales ocultos, sus grandes sueños, su nobleza y su profunda sabiduría.

¿Qué necesita el alma?

Necesita encontrar el sentido de la vida.

Saber por quién y por qué vive y muere.

Soñar profundamente, con toda su fuerza, y tener una obra sagrada para encarnar sus sueños.

Un hombre sin sentido de la vida, sin grandes sueños, sin obra sagrada, está realmente solo.

El alma necesita algo que pueda unir la vida y la muerte, lo visible y lo invisible.

Necesita el camino, saber de dónde viene y adónde va.

Necesita a alguien que la conduzca por el camino, que le sirva de ejemplo de nobleza y de todas las virtudes, alguien de plena confianza.

Un hombre sin camino y sin maestros está realmente solo.

El alma necesita armonía y belleza como fuentes de inspiración permanente.

Necesita estar segura de que hay cosas y valores que no mueren.

Necesita sentir lo eterno y lo inmortal.

Necesita las referencias sagradas, las apoyaturas de lo divino.

Un hombre sin lo sagrado, lo bello y lo eterno está realmente solo.

El alma necesita intuir la presencia divina en todas las cosas, sentir la bendición y la protección de ese "algo" enigmático, sublime y misterioso.

¡Un hombre sin Dios está realmente solo!

El alma necesita llegar a entender que no hay nada casual en el universo y que nunca le sucede nada que no sea capaz de superar.

Que todo lo auténtico en la vida está marcado por el destino.

Un hombre incapaz de entender el destino y sus signos, de intuir la Providencia y su propia predestinación está realmente solo.

El alma necesita tal tipo de relaciones con otros hombres que sean algo más que un simple brote de emociones.

Necesita "almas gemelas" que compartan su camino, sus sueños y sus luchas.

Un hombre sin almas cercanas, sin compañeros unidos por un mismo camino, está realmente solo.

El alma también tiene miedo de la soledad, pero sus temores son de otro tipo.

No la preocupan tanto las cosas que podría conseguir o perder.

Sus preocupaciones son mucho más profundas.

No le preocupan tanto los errores de otros como sus propios errores.

Y su felicidad no depende de lo que pueda obtener de otros, sino de su propia capacidad de amor, sacrificio y dación.

Parece paradójico, pero precisamente cuando un hombre ya no necesita nada para sí mismo, el destino le hace encontrar en su camino a seres queridos, verdaderos compañeros de ruta que aspiran a estar a su lado atraídos por la fuerza de su alma.

Para convivir verdaderamente con otra persona, es necesario primero dejar de depender de ella.

El amor y la amistad no se compran ni se venden.

El verdadero amor y la verdadera amistad no se exigen, no se planifican, no se piden, no se compran ni se venden.

En realidad, vienen por sí solos. Lejos de ser un simple enamoramiento o una adquisición más para nuestra colección de objetos de valor, despiertan y se reconocen como estados superiores del alma.
Imagen de afecto
El verdadero amor baja del cielo

Igual que todos los grandes sueños, el amor no llega a ser realidad de golpe, sino que es el resultado de largas luchas, pruebas, sufrimientos, intentos repetidos de superación de los impulsos egoístas y posesivos.

Solo lo puede encontrar aquel que no deja de soñar con ello como un principio superior de la vida y como una necesidad vital del alma.

Entonces se siente como una bendición del destino.

Cualquier intento de invocar el verdadero amor artificialmente, imponerlo, exigirlo, planificar los acontecimientos, poseerlo, acaban con un fracaso tarde o temprano.

Esa rara ave de felicidad, tan fina y frágil, presiente la amenaza y, evitando hacerse cautiva de cualquier tipo de intenciones egoístas, escapa de la jaula dorada especialmente preparada por nosotros, tal vez para no volver nunca más.

El verdadero amor es propio de los hombres y mujeres fieles, que prefieren permanecer en soledad a traicionar sus nobles sueños y sus elevados criterios.

Es para aquellos que no se venden. No entran en relaciones simplemente para propiciar el bienestar material y por el simple placer sexual.

No se unen con cualquiera solo por no perder la oportunidad de formar una familia o para no quedarse solos hasta el fin de su vida.

No se conforman con compañías de juerga, totalmente ajenas a los ideales de amistad y nobleza humana.

En todos estos casos, el hombre se asemeja a un actor o director de cine de talento que se ha estancado haciendo publicidad de productos al no haber podido esperar a que llegase su momento.

El dinero cobrado, por mucho que sea, no es nada más que una compensación mínima, y por cierto, nada consoladora por haber arruinado su talento.

Los intentos de valorar las relaciones desde el punto de vista del análisis minucioso y detallado de lo que nos separa son un pasatiempo vano, una pérdida de nervios y energías.

Si pretendemos mejorar o salvaguardar nuestras relaciones, tenemos que proponer una pregunta fundamental:

¿Qué es lo que nos une?

Nuestras relaciones con otras personas van a durar tanto tiempo como dure lo que nos une.

Si lo que nos mantiene unidos es una casa, un chalet, el dinero, el atractivo exterior, la libido sexual o cualquier otra cosa "a corto plazo", es seguro que los primeros problemas que surjan en esta esfera van a constituir una amenaza a nuestras relaciones.

Los vínculos que unen a los seres humanos que ya no tienen nada en común recuerdan a algunos pueblos situados dentro de las vías turísticas, donde tras las fachadas bien pintadas la vida aparenta ser normal, pero en realidad, detrás puede haber un montón de problemas acumulados.

Lo que une de verdad a las personas son las dificultades, los momentos de crisis superados juntos.

Es necesario aprender a dar el primer paso, sin perder nuestra individualidad ni el sentido de la propia dignidad.

Para establecer y mantener las relaciones en pareja se necesitan los esfuerzos de ambos, y cualquier paso que emprendamos debe provocar una resonancia en la otra persona, seguida de su reacción y sus pasos de respuesta a nuestro encuentro.

Si esto no sucede, por muchos esfuerzos reiterados que apliquemos, la conclusión debe ser: o los pasos que emprendemos no son los apropiados, o nuestras relaciones yacen sobre un terreno muy inestable, pues las mantiene tan solo uno de los dos, que intenta salvaguardarlas asumiéndolo todo, cosa que, por cierto, es absurda y artificial.

Para que cualquier relación tenga éxito es indispensable que ambas partes intenten superar el sentido del egoísmo y la posesión.

A menudo, no nos damos cuenta del hecho de que nuestros seres queridos representan una individualidad diferente e independiente de nosotros mismos.

En consecuencia, seguimos percibiéndoles como un reflejo de nuestras propias visiones, requerimientos y fantasías según nuestra opinión y nuestros deseos.

Es muy peligroso tratar de educar y moldear a otras personas de acuerdo con nuestro modo de ser.

El amor requiere de aire fresco y de libertad del alma.

Los que lo sienten y comparten no se disuelven uno en otro ni pierden su individualidad; más bien, se asemejan a dos firmes pilares sosteniendo el techo de un mismo templo.

El amor requiere una entrega total y una falta de intereses egoístas. En el amor verdadero no nos hace falta nada.

Teniendo la posibilidad de amar, lo tenemos todo.

Cuando alguien tiende a imponerse demostrando su egocentrismo, haciendo a todo el mundo dar vueltas en torno a sus problemas e intereses, y exigiendo constantemente pruebas de amor y algún "premio" a cambio de sus sentimientos, no se trata simplemente de que todo esto pueda matar al amor, sino de que no es amor y nunca lo fue.

En este contexto, la pregunta clave no debe ser:

"¿Qué será mejor para mí?", sino "¿qué será mejor para el otro?".

Un amor o una amistad íntima es como un espejo: lo ve y lo refleja todo.

Debemos ir descubriendo en el ser querido cada vez algo nuevo, una pequeña perla del precioso tesoro escondido en su alma, de lo que él o ella tal vez ni se haya dado cuenta.

Es inútil convencer tan solo con palabras.

Se consigue convencer e inspirar mejor con la fuerza del ejemplo propio.

Un hombre capaz de vivir inspirado por un gran amor tiene una poderosa fuerza.

Se parece a un rayo de luz entre las tinieblas: basta con saber que existe, que podamos guardar su imagen en el corazón, pase lo que pase.

En realidad, hay que poner en marcha muchas fantasías negativas y muchas ideas circulares para llegar a sentirnos verdaderamente solos.

Incluso si no logramos encontrar a un ser querido digno de guardar para siempre su imagen en el cofre de oro de nuestro corazón, todavía nos queda el cielo, las estrellas, los grandes sueños inmortales que abrigan a todos los lobos solitarios capaces de soñarlos, amarlos y vivir por ellos con toda el alma.
Jelena Sikirich

Fuentes:
http://www.editorial-na.com/articulos
http://www.tendencias21.net
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"En la soledad no se encuentra más que lo que a la soledad se lleva" (Juan Ramón Jiménez).