José Antonio Marina: «Nos estamos convirtiendo en unos frívolos y nuestros hijos toman nota de ello»

Nuestro filósofo más influyente no para: en los últimos años ha publicado ensayos imprescindibles para conocernos como sociedad, como «Las arquitecturas del deseo», «La pasión del poder» o «La recuperación de la autoridad», que relacionan campos tan distantes como el consumismo, el ejercicio autoritario del poder y la falta de autoridad en las aulas. José Antonio Marina es mucho más que un catedrático de instituto especializado en pedagogía: su análisis social advierte contra la deriva mercantil de una sociedad como la española, donde la educación, el gran remedio, todavía es una «maría».

–Las aulas están bajo mínimos. ¿Qué hacemos?
–De entrada, podemos ocuparnos de educar no solo a los hijos, sino también a los padres. Acabo de crear una Universidad de Padres online (www.universidaddepadres.es). Todo el mundo se queja porque los niños no vienen con manual de instrucciones: pues aquí enseñamos todo lo que sabemos sobre educación.

–¿Qué hacemos para recuperar la autoridad sin ser autoritarios?
–En los años sesenta, el mundo vivió un giro antiautoritario: veníamos de un mundo sometido a un autoritarismo brutal y consentido, especialmente por la familia patriarcal. Ante la tentación autoritaria, hay que echarse a temblar, y más cuando los líderes tratan de investirse de una autoridad carismática que no merecen.

–¿Y en la educación?
–Tras la resaca de los sesenta, nos dimos cuenta de que tampoco podemos vivir sin algún tipo de autoridad. Por autoridad entendemos esa influencia que se deriva de la excelencia de las propias acciones. El poder provoca miedo, la autoridad provoca un respeto que hay que ganarse.

–Así, el profesor tiene que ganarse el respeto en el aula, no con la ley.
–Como todo el mundo. En este momento los políticos no tienen autoridad, se la han hipotecado. Pero cuando las relaciones de autoridad dejan de funcionar, el poder autoritario puro y duro se hace con el espacio social. Y peor que el autoritarismo es el engaño de la seducción: «Te voy a hacer creer que estoy de tu parte, que sólo tienes derechos y no obligaciones, te voy a prometer que vas a tener todo lo que desees». Esa es la típica educación permisiva.

–¿No le gusta la permisividad?
–Prefiero la libertad. Para conseguirla, deberíamos iniciar una «higiene de los deseos», apartándonos de la economía libidinal en que vivimos, que se funda en una excitación del consumidor. Habría que disfrutar de lo que tenemos, sin esperar ansiosamente lo que no tenemos. Así, estamos condenados a la insatisfacción.

–Y a más deseos y frustraciones.
–En «Las arquitecturas del deseo» estudié que existen sistemas sociales ocultos: elementos que actúan sobre nosotros sin que nos demos cuenta. Por ejemplo, ¿qué tiene que ver el sistema de mercado con el déficit de atención en las escuelas? Son cosas íntimamente relacionadas.

–¿De qué modo?
–Un sistema económico como el nuestro fomenta los deseos urgentes, caprichosos y de poco recorrido, que en cuanto se sacian vuelven a generar nuevos deseos, creando un déficit de atención volitiva. Estamos creando un tipo de público muy vulnerable a las seducciones de la publicidad, sea comercial, política o religiosa.

Mandan las modas

–Gente dócil es gente manipulable.
-Sí, y a los vendedores les encanta. Veo una confabulación para desguarnecer de sentido crítico a la sociedad. Nadie va a decir que quiere consumidores dóciles, alumnos dóciles, votantes dóciles, pero sí buscan la docilidad del público. Las modas se convierten en el centro de la existencia: de consumo, ideológicas, políticas… Cuando vi que mis alumnas se pusieron piercings en el ombligo, les pregunté si era cómodo, y respondieron: «No, pero es la moda».

–¿La publicidad es el «Gran Poder»?
–Es una herramienta de influencia social muy eficaz. Los mecanismos de ejercicio del poder son muy pocos, pero infalibles. Tiene poder quien da premios, quien inflige castigos, quien cambia las creencias y quien cambia los sentimientos.

–¿Es ese el más eficaz?
–Sí, es el poder de la manipulación. La palabra seducción tiene hoy un significado amable, pero la etimología del latín «seducere» se refiere a la capacidad para manipular y apartar a la gente del buen camino. Antaño, el demonio era considerado como el gran seductor… Todos queremos ser seductores, y eso es razón para andarse con ojo con la seducción.


–Seducir es el mantra de nuestra sociedad mercantil.
–Nuestras formas de vivir y también de pensar y sentir dependen del sistema económico. Nuestra sociedad de consumo es agradable, pero a lo largo de la historia siempre nos habíamos ocupado de satisfacer las necesidades básicas para la vida. Hoy, en cambio…

–¿Caprichos para todos?
–El sistema productivo se ha puesto por delante de las necesidades reales: crea objetos, y a partir de ahí tiene que especular para conseguir que esos objetos sean necesarios. Sucede cuando se pone a la venta el iPhone 4 y una multitud de seres deseosos hacen cola porque no pueden esperar hasta mañana para obtenerlo.

–¡Patético!
–Se han aplicado muy bien los mecanismos de la seducción. Se crea la compulsión del deseo. Y esta actitud se ha extendido a todas las formas de nuestra convivencia. Los políticos ya no dan argumentos, seducen. Acuérdese de Anguita cuando decía: «¡Programa, programa, programa!». Ahora la gente pide: «¡Eslogan, eslogan, eslogan!». Entender el programa requiere esfuerzo, pero el eslogan es fácil y moviliza mucho.

–¿Cómo hemos llegado a esto?
–Hay un momento importante, cuando los grandes psicólogos americanos como el conductista John Broadus Watson dejaron la universidad por la publicidad, seducidos por un sistema poderosísimo, capaz de cambiar la mentalidad de la gente.

–Los alumnos son los más expuestos.
–Tenemos unas generaciones muy vulnerables, sin capacidad para tolerar las frustraciones. Les hemos educado en la idea de que lo iban a tener todo. Luego, ven que no es así y se deprimen o se rebelan.

–¿Contra quién?
–Contra los que les han tomado el pelo: sus padres, sus educadores, la sociedad. Las estadísticas nos dicen que la depresión y la violencia van a ser los males del siglo. Era de esperar: no podemos generar deseos continuamente en los más jóvenes pensando que van a salir bien parados.

–Usted se preguntaba si hay que educar en la obediencia o en la rebelión.
–Y me respondo que no nacemos libres: hay que aprender a liberarse. El niño aprende a controlar su conducta obedeciendo a su madre, y así también aprende a darse órdenes a sí mismo. En esto consiste la libertad: en obedecer mis propias órdenes. Y eso lleva a la rebeldía.
–Ahora entiendo que falte autoridad en las aulas.

Un detective en busca de temas olvidados

Mermelada & White es el nombre de la peculiar agencia de detectives filosóficos y culturales que dirige José Antonio Marina. Su tarea consiste en rescatar temas olvidados por la investigación académica. Su último caso se llama «La conspiración de las lectoras» (Anagrama), un libro sobre el Lyceum Club Femenino, que en la dictadura de Primo de Rivera «conspiraba para adelantar el reloj de España». Lo integraban mujeres como María de Maeztu, Victoria Kent o Hildegart, y su cometido fue potenciar la educación para superar nuestras fracturas históricas. No lo consiguieron: la Guerra Civil frustró sus planes. Pero, hoy por hoy, José Antonio Marina se ha convertido en el más digno continuador de su labor.
–Nos estamos convirtiendo en unos frívolos y nuestros hijos toman buena nota de ello. ¿Sabe?, en estos días de verano bajo todos los días a la piscina y me sorprendo al escuchar la cantidad de conversaciones de golosos que la gente mantiene sobre el restaurante que van a elegir para cenar.

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