21 de junio, Stonehenge y los Santuarios de Tierrra: El hombre antiguo creó impresionantes estructuras de tierra y piedra para honrar en vida a sus muertos y explorar la historia de los cielos.

Como ya es habitual desde las últimas décadas del pasado siglo, se reunieron en la madrugada del veintiuno de junio en torno a las megalíticas piedras de Stonehenge, cerca de veinte mil personas para festejar el solsticio de verano.

Stonehenge, Un Poco de Historia:

Su grandeza adopta formas magníficamente variadas, repitiendo y reinterpretando la geometría de la propia naturaleza. Son los impresionantes pilares de Stonehenge, dispuestos en un gran círculo sobre el llano de Salisbury.

El “regimiento de piedras” que se diría congelado en su marcha neolítica a través de Bretaña… los grandes montículos de tierra que surgen del suelo como pirámides egipcias en el valle del Mississippi o las grandes líneas de Nazca, que se extienden sin interrupción a través de kilómetros de desierto y terrenos abruptos en el sur del Perú.

¿Qué antiguos pueblos construyeron esos “santuarios de tierra” y con qué fin? ¿Esperaban trascender con sus empresas la corta vida concedida al hombre prehistórico o acaso ordenar el mundo que veían en torno de sí? Muchas de esas complicadas obras de tierra parecen haber servido como centros de enterramiento y ceremonia, cuyas estructuras fueron modificadas por generaciones sucesivas de acuerdo con sus necesidades.

Los investigadores modernos, al haber datado con mayor precisión la mayoría de esas obras, han formulado también nuevas teorías acerca de sus orígenes, sus posibles fines y sus creadores.

Estudios llevados a cabo en el pasado siglo han demostrado con razonable convicción que muchos de los grandes anillos de piedra de las islas Británicas, de los que Stonehenge es sólo el más famoso, fueron, entre otras cosas, primitivos observatorios astronómicos.

Afirmaciones semejantes se han expuesto a propósito de los alineamientos en cuadrícula, formados por unas tres mil piedras, de Carnac (Francia), y de las ruedas mágicas de los indígenas de Norteamérica.

Las observaciones aéreas de inmensas obras pictográficas de ese tipo –observaciones imposibles antes del pasado siglo– suscitan todavía otra preocupante cuestión.

¿Para quién creó el hombre primitivo esas extraordinarias imágenes de tierra y piedras, sólo visibles en su totalidad desde el cielo? Entre las múltiples construcciones de esa especie, las estructuras megalíticas, las más familiares y hasta hoy las mejor estudiadas, son probablemente también las más antiguas. Se encuentran megalitos, palabra que procede del griego y significa “grandes piedras”, en Japón, la India y Cerdeña.

Pero su mayor concentración –unas 50.000 construcciones independientes– se halla en una ancha franja que se extiende desde Escandinavia hasta Italia pasando por las islas Británicas. A efectos de la investigación, esos monumentos de piedra se dividen en dos grandes categorías: los dólmenes y los menhires o piedras enhiestas.

Es más frecuente que los menhires se hallen agrupados en círculos o anillos, los llamados henges, como en Stonehenge o en Avebury, 29 kilómetros al nordeste. Las islas Británicas contienen más de novecientos de esos círculos de piedra, todos de dimensiones diferentes.

El misterio de esos anillos ha exacerbado la imaginación humana durante siglos. En la Edad Media, cuando esas piedras debían de resultar más imponentes al sobresalir más del terreno, se las consideró dotadas de poderes malignos y benéficos, estos últimos curativos y fecundantes.

En una violenta reacción contra la profusión de tales costumbres paganas, las autoridades cristianas trataron de desmitificar los menhires. Los arrancaron para incorporarlos a la piedra de sus iglesias, y en ciertos casos los círculos de tierra y piedras fueron ocupados por monumentos y viviendas cristianos. No obstante, fue el doctor Stukeley quien popularizó el mito más persistente que rodea a los menhires.

“Los círculos de piedra –escribía– fueron erigidos como templos por los druidas, los sumos sacerdotes de los pueblos celtas que vivieron en las islas Británicas y la Europa occidental siglos antes de Cristo”. Otra teoría duradera acerca de los megalitos fue la propuesta más recientemente por Alfred Watkins, un acaudalado cervecero inglés, entusiasta arqueólogo aficionado.

En el verano de 1.921, Watkins recorría a caballo su Herefordshire natal cuando le asaltó una intuición. Como ha escrito uno de sus discípulos, “la barrera del tiempo se fundió y Watkins vio, extendida por todo el país, una telaraña de líneas que unían los santos lugares de la antigüedad.

Túmulos, viejas piedras, cruceros, iglesias alzadas sobre solares precristianos, árboles legendarios, fosos y fuentes sagradas aparecían formando alineamientos exactos”. Watkins dio a esas rutas prehistóricas el nombre de “antiguos caminos rectos” o “leys”, este último porque la palabra ley aparece en muchos viejos topónimos.

En 1.925, Watkins, que contaba ya setenta años, publicó su teoría en un libro, “The Old Straight Track”, y pronto millares de entusiastas hormiguearon en torno a los megalitos y vestigios antiguos en busca de “leys”. En ese estado permaneció la cuestión hasta bien entrado nuestro siglo, sin grandes cambios desde la época en que Daniel Defoe, dos siglos antes, escribía de los megalitos: “Todo lo que podemos saber de ellos es que ahí están”.

Sin embargo, en las últimas tres décadas los investigadores han empezado a revelar los secretos de esos santuarios de piedra, para asombro de teóricos aficionados y de arqueólogos. Gran parte de la moderna investigación se concentró en Stonehenge, y, a partir de 1.950, una década de excavaciones –las primeras a gran escala en el lugar–, demostraron que el monumento había sido construido en el transcurso de más de mil años y en tres fases diferentes, cada una de las cuales supuso un esfuerzo extraordinario.

Tras la excavación de Stonehenge, los avances en las técnicas de datación por radiocarbono facilitaron un descubrimiento aún más sorprendente: esas construcciones se habían iniciado hacia el año 2.700 a. de C.

Revisiones semejantes dataron los megalitos europeos hasta en el año 5.000 a. de C. Además, llevaron a cabo una hazaña de ingeniería aún más asombrosa en Avebury, a sólo 29 kilómetros al nordeste de Stonehenge.

Allí se encuentra el mayor círculo de piedras del mundo, que, en palabras de John Aubrey, su descubridor durante una cacería de zorros en 1.649, “supera tanto a Stonehenge como una catedral a una vulgar iglesia parroquial”. Avebury mezcla túmulos y menhires en una fabulosa estructura, pero su rasgo más impresionante, que se aprecia mejor desde el aire, es el gran foso en talud que la circunda, y que la convierte en un hito importante del paisaje. Dentro de ese enorme perímetro, de casi cuatrocientos metros de diámetro, se encuentran las piedras “supervivientes” de dos círculos más pequeños (en cualquiera de los cuales cabe de sobra Stonehenge).

Stonehenge es un lugar “especial”, donde seguramente, dadas las relaciones del monumento con las posiciones del Sol y de la Luna, se rendía culto al Sol…

El mismo Diodoro de Sicilia, cuando nos habla de una isla más allá de la céltica, en donde los insulares veneran particularmente a “Apolo”, y en donde se puede contemplar un magnífico “Templo de forma Redonda” dice: “¿No es el mismo Apolo el Sol?”

Y en relación con la parte astronómica añade que: “Apolo pasa para bajar a esta isla, cada 19 años”, periodo coincidente con un ciclo lunar (regresión de los nodos lunares). Cabe mencionar como "curiosidad", que cada montante y cada dintel horizontal, se componen de una sola piedra grande (monolito), y que no se utilizó mortero en ellas; siendo las uniones todas de “piedra seca”.

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"Más vale dar un resbalón con el pie, que con la lengua". -Máxima aramea-

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