¡Efemérides!
En la primera quincena de febrero, se celebra anualmente la recreación de las bodas de Doña Isabel de Segura y Don Diego de Marcilla.
Muchos siglos después...
de su muerte, la ciencia sigue investigando si su historia se trata de una realidad o una leyenda.
Un laboratorio de Miami ha determinado que las siete muestras biológicas tomadas a los cuerpos momificados atribuidos a estos “Romeo y Julieta” españoles, pertenecen a dos personas que murieron entre 1300 y 1390.
Los análisis de tejidos musculares y piel parecen corroborar la teoría de que se trata de un hombre y una mujer que fallecieron posiblemente a principios del siglo XIV, con lo que se rechaza la posibilidad de que se trate de restos más modernos.
Así, la ciencia se convierte en una aliada más de los intereses económicos y turísticos de esta ciudad que, como la Verona de Shakespeare, quiere explotar sus mitos.
Además, recientemente se ha presentado un documento, fechado en 1619, encontrado en la catedral de Teruel y en el que se relatan hechos de los amantes.
Se trata de un proceso contra cuatro eclesiásticos, quienes, al parecer, en abril de ese año consiguieron desenterrar, “en acciones nocturnas”, unos cuerpos momificados en una iglesia de la ciudad.
Según las investigaciones que se siguieron entonces, las momias pertenecían a Isabel de Segura y Diego de Marcilla, lo que confirmaba aquello que “por tradiciones de antepasados se tenía por cierto”.
Cuenta la leyenda que Isabel, hija de un rico hacendado de la ciudad, y Diego, de origen noble pero pobre, se enamoraron sin poder llegar nunca a consumar su amor.
Diego se marchó a la guerra contra los árabes para hacer fortuna y poder casarse con su amada, que se comprometió a esperarle durante cinco años.
Transcurrido ese tiempo y justo el día en el que Isabel iba a contraer matrimonio con el noble y rico Pedro Fernández de Azagra, Diego regresó de la guerra.
La tradición popular narra cómo, destrozado ante la negativa de su amada a darle un beso por estar ya casada, Diego cayó muerto fulminado a sus pies.
Al día siguiente, cuando la comitiva fúnebre recorre Teruel, Isabel concede a Diego el beso que le negó en vida y, tras dárselo, muere de amor también ella.
Los Amantes de Teruel de Antonio Muñoz Degrain
Desde entonces, sus cuerpos han descansado en una capilla barroca de la turolense iglesia de San Pedro, venerados y mitificados a lo largo de los siglos.
Los primeros intentos de “comercializar” esta leyenda datan de principios del siglo XX, cuando el artista español Salvador Gisbert realizó unos bocetos para la construcción de un mausoleo.
Ya en 1955, el escultor español Juan de Ávalos esculpió en alabastro los sarcófagos, restaurados recientemente, bajo los que reposan los amantes y que los turistas pueden visitar.
Teruel también celebra todos los años, a principios de febrero, la fiesta de sus amantes. Y es por ello que se convierte, año tras año por estas fechas, en la “capital del amor”.
Durante cuatro días, la ciudad vuelve a la Edad Media y recrea temas universales como el amor o la muerte con representaciones teatrales y desfiles, en los que los turolenses se visten de época.
Los festejos culminan con el “momento del beso”, en el que numerosas parejas se dan el beso de amor que no pudieron tener en vida Isabel y Diego.
"Por un besico murieron
Don Diego y Doña Isabel
vamos a besarnos 'maña'
no pase lo de Teruel".
Lo cierto es que esta historia, recogida literariamente por Juan Eugenio de Hartzenbusch en el siglo XIX, conserva la vigencia de su leyenda año tras año, con la fructífera unión de la tradición y el turismo.
Juan Eugenio Hartzenbusch (Madrid, 1806-1880). Dramaturgo madrileño.
Hijo de un ebanista alemán, compaginó sus aficiones literarias con el trabajo en el taller paterno tras concluir en 1822 sus estudios en el Colegio de San Isidro de Madrid, regentado a la sazón por la Compañía de Jesús.
De su trabajo como ebanista, quiere la tradición que sea muestra parte de la sillería del Senado que, al parecer, fue encargada al taller de su padre en los años en los que aún trabajaba allí.
Su carrera literaria se inició de forma fulgurante tras el estreno de "Los amantes de Teruel" en 1837.
No obstante, para entonces ya había estrenado "El amo criado", refundición de Rojas estrenada en 1829 y "Las hijas de Gracián Ramírez" (1831), refundición de "La restauración de Madrid" de Manuel Fermín de Laviano, que le había encargado un empresario y que fue un rotundo fracaso.
Tenaz y voluntarioso, a la vez que trabajaba, había estudiado el joven francés e italiano y comenzó a traducir y adaptar obras por cuenta propia.
También estudió taquigrafía, lo que le llevó al mundo del periodismo, ingresando en 1834 en la redacción de la Gaceta de Madrid y cuatro años más tarde, en el Diario de Sesiones del Congreso.
Desde 1847, perteneció a la Real Academia.
Para entonces ya trabajaba en la Biblioteca Nacional como Oficial Primero (1844) llegando a ser director de dicha entidad hasta su jubilación.
Entremedias ocupó la dirección de la Escuela Normal de Madrid desde 1854.
Colaboró también en la edición de la Biblioteca de Autores Españoles prologando las obras de Lope de Vega y Calderón de la Barca, y dirigiendo la edición de Teatro Escogido de Tirso de Molina; también realizó una edición del Quijote.
Los amantes de Teruel reelabora una tradición turolense, que Cotarelo ya reconoció como falsa y procedente de uno de los cuentos del Decamerón, que ya habían tratado dramáticamente Rey de Artieda, Tirso de Molina, Pérez de Montalban y el inefable Comella.
El argumento desarrolla los amores de Isabel de Segura y Diego Marcilla, prometidos desde la infancia y enamorados, que ven su boda estorbada por el padre de la novia alegando los escasos bienes del novio.
Ante esta situación, Marcilla decide salir de Teruel para ganarse la vida como soldado de fortuna al servicio del rey moro de Valencia.
Los enamorados se dan un plazo de espera, cumplido el cual se deshará el compromiso si Marcilla no regresa.
El joven se ve atacado en el camino de regreso por unos bandoleros y llega tarde a Teruel, a tiempo sólo de recoger el último beso de su amada y morir al mismo tiempo que ella.
El drama de Hartzenbusch conoció, día después del estreno, varias refundiciones del propio autor, deseoso tanto de corregir los que consideraba defectos de sus obras como de adaptarla a los gustos del público alejándose de las exageraciones de la llamada “fiebre romántica”.
Su obra, además de Los amantes de Teruel, está integrada por los dramas y comedias de carácter histórico "Doña Mencía o la boda de la Inquisición" (1838) "Alfonso el Casto" (1841); "La Jura de Santa Gadea" en 1846; "El mal apóstol y el buen ladrón" (1860)...
Historia del beso
Hoy se besa a la familia, a los amigos, a los amantes...
Pero ¿cuándo se convirtió el beso en símbolo de la expresión de afecto y amor?
Aunque es natural pensar que el beso siempre ha existido, no siempre se consideró de la misma forma.
Es en las épocas primitivas cuando se encuentra su origen, y fue la madre hacia sus hijos la primera en manifestar su cariño de esta bonita forma.
Hubo que esperar hasta el siglo VI para que la sociedad admitiera el beso entre personas adultas, parejas, como expresión de afecto.
Fue Francia, romántico país, el que instauró la costumbre de que el beso era parte del cortejo entre dos amantes.
Y así, poco a poco, hasta que en Rusia consideraron que un beso era la mejor forma en la que una pareja de novios sellase ante el altar su amor para siempre.
Hoy se considera natural ver a las parejas besarse en mitad de la calle, en un parque, en un bar, pero no siempre fue así.
Dependió del momento histórico que sufrieran los países.
Así, cuando llegó la Revolución Industrial y el racionalismo imperó en las mentes humanas, las manifestaciones de amor se reprimieron.
Y, por tanto, los besos pertenecían solo al ámbito de lo privado. Es una pena, pero nadie se besaba en la calle.
Tuvo que llegar el séptimo arte, en el siglo XX, para devolver a la escena pública un acto tan privado como es el besar.
En la pantalla los protagonistas se besaban, y en las butacas, en la última fila, los espectadores también.
Esta libertad en el cine, sin embargo, desapareció pronto con la llegada de los comités de censura.
Hubo que esperar a que finalizara el periodo de entreguerras y se acabara con los regímenes dictatoriales que imperaron en Europa y en muchos países latinoamericanos para que el movimiento "hippy", el feminista y el ecologista devolvieran el color y la libertad a las calles.
Basta pensar en Mayo del 68 para imaginarnos que por aquella época el beso no era sólo símbolo de amor, sino de rebeldía por lo impuesto.
Los jóvenes no querían obedecer a sus padres, que les pedían recato, y disfrutaban del amor a plena luz del día.
El amor libre llegó a las calles de las capitales más importantes del mundo.
¡La primavera, y con ella el amor, floreció de nuevo!
Y del fruto de esa expresión llegaron muchos de los jóvenes de hoy, que ahora disfrutan en lo privado y en lo público del arte de besar.
Fuentes:
http://www.ale.uji.es/hartzen.htm
http://www.medievalum.com
"Si tienes capacidad de entusiasmo, puedes lograrlo todo.
Entusiasmo es la levadura que impulsa tus esperanzas hacia las alturas, entusiasmo es el brillo en tus ojos, el ímpetu en tu andar, el apretón de tu mano, tu irresistible fuerza de voluntad y la energía para realizar tus ideas.
Los entusiastas son luchadores.
Tienen fuerza de ánimo.
¡Son resistentes!
Entusiasmo es la base de todo progreso.
Con él se alcanzan logros, sin él... a lo sumo, pretextos"
(Henry Ford).
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