Expulsados

"La discriminación es la única arma que tienen los mediocres para sobresalir"

(Guillermo Gapel).

"El hecho de que exista una minoría privilegiada no compensa ni excusa la situación de discriminación en la que vive el resto de sus compañeros" (Simone de Beauvoir).

La imagen de la portada: "moriscos danzando al son de laúdes, sonajas y tambores, en un dibujo del pintor alemán Christoph Weiditz (1529)".

Muchas veces la Historia nos permite comprender problemas actuales con una óptica más objetiva y desapasionada, si hay voluntad para hacerlo...

El caso de una minoría histórica tan importante en la Historia de España como la de los moriscos puede ofrecernos más de una reflexión acerca de la sociedad actual y sobre su hipocresía.

Los grupos marginales en la Sevilla del siglo XVI
Junto a la sociedad oficial existían unos grupos de personas que, por su origen, su forma de vida o su propia condición, llevaban una existencia aparte, aunque viviesen en la misma ciudad.

En algunos casos, la asimilación se producía con mucho trabajo; en otros, la fusión con el resto de la sociedad se hacía imposible. Se trata de los moriscos, los esclavos y los gitanos.

Otro colectivo mal visto, pero sin embargo, integrados y poderosos, son los judeoconversos; las claúsulas de "limpieza de sangre" fueron una auténtica persecución...

Los moriscos de Sevilla
En 1502 se obligó a los mudéjares de la Corona de Castilla a convertirse al cristianismo, recibiendo el nombre de "moriscos" (recordemos que los mudéjares eran musulmanes en tierras cristianas permitiéndoseles conservar su religión y cultura).

“Morisco”, en su sentido más propio, es cristiano nuevo de moro, converso de moro o nuevamente convertido, como aparece variablemente en la documentación a partir de esa fecha.

Así de preciso es su significado, al contrario del uso que en sentido amplio se hacía del término con anterioridad, en que venía a significar "alusivo a lo moro".

Morisca de Sevilla, en un grabado de la pintora italiMorisca de Sevilla, s. XVIana Diana Ghisi, de la segunda mitad del siglo XVI.

El proceso había empezado dos años antes cuando los Reyes Católicos fuerzan a los mudéjares granadinos a la conversión.

La política de la Corona española fue que no solo se convirtiesen, sino que se aculturasen completamente abandonando lengua, trajes y costumbres propias.

La mayor parte de ellos, sin embargo, continuaron manteniendo su lengua, sus costumbres y su antigua religión.

Prueba de ello son los textos aljamiados, escritos en castellano pero con grafía árabe.

Así nace otra connotación más al término morisco: la de criptomusulmán.

Pasados los primeros años del siglo XVI, se confirman las sospechas sobre la forma de conversión.

He aquí cómo veía el historiador coétaneo, Luis del Mármol Carvajal, a los moriscos y su criptoislamismo:

"… y si con fingida humildad usaban de algunas buenas costumbres morales en sus tratos, comunicaciones y trajes, en lo interior aborrecían el yugo de la religión cristiana, y de secreto se doctrinaban y enseñaban unos a otros en los ritos y ceremonias de la secta de Mahoma.

Esta mancha fue general en la gente común, y en particular hubo algunos nobles de buen entendimiento que se dieron a las cosas de la fe, y se honraron de ser y parecer cristianos, y destos tales no trata nuestra historia.

Los demás, aunque no eran moros declarados, eran herejes secretos, faltando en ellos la fe y sobrando el baptismo, y cuando mostraban ser agudos y resabidos en su maldad, se hacían rudos e ignorantes en la virtud y la doctrina.

Si iban a oir misa los domingos y días de fiesta, era por cumplimiento y porque los curas y beneficiados no los penasen por ello.

Jamás hallaban pecado mortal, ni decían verdad en las confesiones. Los viernes guardaban y se lavaban, y hacían la zalá (1) mirando hacia la Meca en sus casas a puerta cerrada, y los domingos y días de fiesta se encerraban a trabajar.

Cuando habían baptizado algunas criaturas, las lavaban secretamente con agua caliente para quitarles la crisma y el oleo santo, y hacían sus ceremonias de retajarlas, y les ponían nombres de moros.

Las novias, que los curas les hacían llevar con vestidos de cristianas para recibir las bendiciones dFamilia moriscae la Iglesia, las desnudaban en yendo a sus casas y vistiéndolas como moras, hacían sus bodas a la morisca con instrumentos y manjares de moros…".

Durante la primera mitad del siglo XVI hubo cierta tolerancia.

La autoridad reprobaba esta fidelidad al islam, que combatía mediante la Inquisición y la toleraba al mismo tiempo, esperando la conversión.

Esta política más o menos condescendiente empezó a cambiar a partir de la rebelión de las Alpujarras (1568-1570).

A partir de este momento, el morisco ya no solo es un mal cristiano o incluso un mahometano disfrazado.

Es, además, un enemigo del Estado y como tal empieza a ser acusado de conspirar y de constituir la quinta columna de los enemigos de la monarquía, como bien refleja el cronista Mármol de Carvajal en el texto siguiente.

La revuelta se erige en hito fundamental en la consideración del morisco y en el desenlace de su drama. Finalmente, en 1609 Felipe III ordenó su expulsión del país.

Embarque de moriscos en ValenciaEmbarque de moriscos en Valencia, de Pere Oromig.

"… los Católicos Reyes les fueron regalando con nuevas mercedes y favores…

Mas luego se entendió lo poco que aprovechaban estas buenas obras para hacerles que dejasen de ser moros, porque, si decían que eran cristianos, veíase que tenían más atención a los ritos y ceremonias de la secta de Mahoma que a los preceptos de la Iglesia Católica…

Y de secreto se doctrinaban y enseñaban unos a otros en ritos y ceremonias de la secta de Mahoma.

Esta mancha fue general en la gente común.

Los demás aunque no eran moros declarados en el aspecto religioso, eran herejes secretos, acogiendo a los turcos y moros berberiscos en sus alquerías y casas, y ahí está el peligro de las Marinas, de donde pasaban a las Alpujarras y Sierras.

Dábanle avisos para que matasen, robasen y cautivasen cristianos, y aún ellos mismos cautivaban y vendían".

En cuanto a su número en la capital sevillana, a primeros del siglo XVI, no pudo ser importante por una sencilla razón: los mudéjares o musulmanes que habitaron en la Sevilla medieval cristiana fueron muy pocos, lo mismo que ocurre en el resto de la Andalucía occidental.

La evacuación de la ciudad en 1248 tras la conquista cristiana y la posterior emigración masiva de musulmanes a raíz de la revuelta de 1264 fueron las causas principales (2).

A raíz de las rebeliones de Granada (1500), se realizó un padrón de la Morería o Adarvejo y en él solo aparecen treinta y dos individuos con diversas profesiones, en las que predomina la de albañil.

Aun admitiendo que había moros en otras poblaciones, como lo demuestran los documentos notariales, la comunidad morisca debía de ser pequeña a primeros de siglo.

No sabemos cuántos se quedaron aceptando la conversión, ni cuántos se Moriscos, s. XIIIfueron.

Moriscos, s. XIII, "pintura andalusi"


A partir de aquella fecha fatídica para ellos, se inicia una era de restricciones, la primera de las cuales fue la orden de los Reyes Católicos vetándoles vender "bienes algunos suyos muebles ni rayces", lo mismo que se prohibía a los cristianos comprarlos.

Sin embargo, en Sevilla sí existió una comunidad morisca importante en la segunda mitad del siglo; en concreto, su número se incrementó a partir de 1570 con el flujo procedente de Granada, de donde habían sido dispersados tras la rebelión de las Alpujarras.

De los 11.500 moriscos granadinos deportados que salieron por mar desde Almería y Vera, desembarcaron en Sevilla a finales de noviembre unos 5500.

Los restantes se perdieron entre naufragios, enfermedades y otras vicisitudes de la travesía.

Ya en los primeros días de estancia en la capital hispalense escaparon unos 1200, quedando, según el recuento de las autoridades, unos 4300.

En Sevilla capital se instalaron unos 3000 y el resto fueron repartidos por los pueblos de la provincia, formando pequeñas comunidades de 40 a 150 individuos.

El largo trasiego que habían sufrido los moriscos granadinos provocó que muchos de ellos llegaran a su destino en un estado lamentable, extenuados y enfermos.

Entre los llegados a Sevilla se propagó el tifus y muchos de ellos, gracias a la protección de los padres jesuitas, fueron hospitalizados.

Se calcula que en 1580 había en Sevilla más de 6000. Un porcentaje muy elevado vivía en Triana –se cree que más de 2000– y el resto se repartía por otros barrios periféricos e incluso más céntricos, como el de San Marcos.

Estos datos se conocen con precisión debido a un censo que se efectuó dicho año, tras un intento de rebelión bajo el caudillaje de un tal Fernando Enríquez o Muley (3).

Tras él, calle por calle, casa por casa, se va anotando sus nombres, estado y descripción física.

También se hace porque los moriscos no cumplen lo que se les ha ordenado: hablan su algarabía (4), viven agrupados en corrales, poseen armas, originan trifulcas y llegan a matar y, sobre todo, porque pueden originar algunos inconvenientes, dadas sus malas intenciones.

Se observa en los distintos padrones que los esclavos figuran reducidamente y que su número, cuando los hay, es de uno o de cuatro por vivienda.

Se percibe una mayoría de personas del sexo femenino y, en general, abundan los jóvenes.

En San Andrés habitaban 109, de los cuales 40 eran esclavos; en San Ildefonso 71 (de ellos 44 esclavos); en San Gil 195 (de ellos, solo seis eran esclavos); en San Bernardo había unos 350 (5).

A finales del siglo XVI la población morisca urbana puede estimarse en 7000 individuos, la mayoría de ellos vecinos de Triana.

Sevilla era, pues, la ciudad de España que contaba con mayor número de ellos, casi el 10% de la población total. Diego Ortiz de Zúñiga pretende que había pocos.

La explicación, nos dice el marqués de San Germán, es que estos moriscos sevillanos estaban muy mezclados con los "cristianos viejos"… y "los moriscos de la Andaluzía les tengo por muy ricos y que en el traje y lengua se nos parecen mucho más que los del Reyno de Valencia" (carta de San Germán en octubre de 1609, citada por Lapeyre, 1986, p. 182).

Domínguez Ortiz y Vincent, 1978, recogen la publicación de Gestoso, 1904, según el cual "moriscos eran los alfareros que bajo el disfraz de nombres cristianos poblaban los barrios de Sevilla, siéndolo también los que en pobres viviendas producían riquísimas telas, labrados cueros, artísticas obras de metal de cobre o de plata, armas, jaeces de caballos y demás objetos de arte suntuario.

Los libros bautismales de la parroquia de Santa Ana nos muestran a cada paso pruebas de la clase de pobladores del extenso arrabal de Triana en el siglo XVI".

Era gente de muy escasos medios, que vivía hacinada en casas de vecinos y que desempeñaba trabajos humildes, como hortelanos, especieros, fruteros, taberneros, buñoleros, panaderos, tenderos, cargadores en el puerto, sirvientes domésticos o simples jornaleros eventuales.

Los moriscos eran personas especialmente habilidosas en las labores de la jardinería y de las huertas, y tenían también la especialidad de fabricar ricos buñuelos, que vendían por las calles de la ciudad (esta tradición la herederían los gitanos tras la expulsión morisca y aún hoy puede disfrutarse en la Feria de Sevilla).

Recordemos que uno de los postres favoritos de los moros granadinos era los buñuelos fritos en aceite y metidos en miel hirviendo.

Pero el oficio morisco que dejó más huella en Sevilla fue el de alarife o albañil; fueron autores de azulejos, techumbres y magníficas yeserías que aún persisten en la ciudad como prueba del arte mudéjar.

Aunque vivían pobremente, los cristianos viejos los despreciaban por su espíritu de grupo cerrado que mantenían y por los hábitos tan peculiares que los distinguían del resto de los ciudadanos.

Su abstención de carne de cerdo y de vino y su preferencia por las legumbres en su dieta alimenticia eran objeto de burla en muchas ocasiones.

Guisaban con aceite, huyendo de grasas y mantecas propias de los usos castellanos, que los impregnaba de un olor vivamente rechazado por estos (y viceversa), procurando marcar el contraste con la inevitable olla castellana.

Y entre las bebidas, la leche.

Su solidaridad les llevaba a practicar la endogamia.

Presionados, sin duda, por el entorno socio-político-religioso y por el veto que pesaba sobre ellos para emigrar a las Indias y formar parte de la Iglesia y del Estado, se vuelcan sobre sí mismos y contraen matrimonio cuando aún son jóvenes.

Matrimonios que tienen una mayor fertilidad que la de los cristianos viejos, como estos mismos reconocen con temor. Unas ordenanzas de 1569 –a raíz del alzamiento en Sierra Bermeja (1568)– impidió que más de dos moriscos vivieran en un mismo edificio, celebraran juntos, portaran armas, hablaran su algarabía y fueran acogidos en mesones y tabernas.

Su número es posible que fuera considerable ya entonces, pues entre ellos mismos se elegían unos cuadrilleros destinados a su propia vigilancia y a empadronarlos, clasificándoles en útiles o no útiles para el trabajo.

Los moriscos sevillanos fueron frecuentemente perseguidos por la justicia, por delitos ciertos, pero otros muchos también, por mala fama.

Las memorias del padre Pedro de León, un jesuita que fue confesor en la cárcel de Sevilla a finales del siglo XVI, ilustran con algún caso concreto la falta de escrúpulos de la justicia para aplicar las penas más severas a los moriscos aun sin pruebas suficientes.

Cuenta el padre León que cuatro moriscos fueron acusados de haber asaltado una venta en Carmona, y confesaron el delito que no habían cometido por miedo al tormento.

Fueron sentenciados a la pena de muerte, cuya ejecución tuvo lugar en la plaza de San Francisco.

Los verdaderos malhechores, que por coincidencia habían presenciado la escena, cometieron al poco tiempo otro delito semejante en las cercanías de Cazalla.

Esta vez fueron tomados presos y traídos a la cárcel de Sevilla.

Allí confesaron todos sus delitos y se pudo comprobar que los moriscos habían sido ejecutados por un crimen del que eran del todo inocentes.

“Compendio" (6) Pedro de León, 2.ª parte, cap. 27.
Antes que el P. León, había sido famoso confesor de la cárcel sevillana el P. Juan de Albotodo que, curiosamente, era hijo de moriscos granadinos.

A pesar de su ascendencia, llegó a ser un jesuita célebre, trabajando especialmente por los moriscos y los presos.

La Inquisición acudía a él para la reducción de los apóstatas.

El intento de sublevación de Muley en 1580 provocó una mayor desconfianza y un deseo de asimilación, pero esta era casi imposible. Y lo era, sobre todo, por su resistencia.

Se dictaron entonces medidas para evitar que practicaran costumbres musulmanas o que viviesen juntos en determinadas cantidades con el fin de cortar toda solidaridad, cohesión, crímenes y robos.

El sobrecogedor "Apéndice de ajusticiados" del padre Pedro León también recoge diversos casos de moriscos y moriscas ajusticiados por hechiceros, por asesinar a sus amos, por robar, por practicar la religión musulmana, por usar métodos abortivos, por envenenar a su ama o vender filtros de amor.

En Sevilla se hicieron grandes esfuerzos por parte de la Iglesia para conseguir su integración, asignándosele a la población morisca sacerdotes especialmente dedicados.

El arzobispo don Fernando Niño de Guevara publicó unas disposiciones en 1604 en las que mandaba un estricto control sobre la población morisca para procurar el cumplimiento de los preceptos de la Iglesia y para que los niños fuesen educados en la fe cristiana.

Pero todos los esfuerzos fueron inútiles. La resistencia a la integración, la alta tasa de crecimiento demográfico y su posible entendimiento con los turcos, hugonotes y piratas berberiscos, originaban una tensión, miedo y desconfianza que afloraban en cualquier momento.

La actitud de recelo y hostilidad hacia los moriscos sevillanos –como hacia los extranjeros– hay que entenderla en el contexto de la coyuntura internacional.

Como hemos visto en el texto de Mármol de Carvajal, se temía que ellos pudieran ser una especie de caballo de Troya.

Así, por ejemplo, cuando el ataque británico a Cádiz de 1596, se pensó en un entendimiento entre los moriscos y los ingleses y se tomaron medidas de control.

En 1600 se habla de una posible conjura entre los moriscos de Triana y los de Córdoba.

Al final, el destierro de todos fue la solución que se adoptó.

El 22 de septiembre de 1609 se publicó en Valencia el decreto de expulsión, cuyas principales disposiciones son como siguen:

Todos los moriscos, así los nacidos en el reino como los extranjeros, excepto los esclavos, debían presentarse en los puertos de embarque dentro de los tres días de comunicada la orden; se les autorizaba para llevarse consigo todos los bienes muebles que pudiesen, y los que no, como los inmuebles, quedarían a beneficio de los señores; embarcarían en los buques del Estado dispuestos para llevarlos a Berbería gratuitamente.

El bando que regulaba la expulsión de los de Andalucía no fue publicado hasta el 10 de enero de 1610.

A Sevilla le afectó menos que a otras zonas del país.

Merecieron una defensa por parte del arzobispo, quien en carta del 24 de enero de 1610 manifestaba que eran pocos, humildes y no ofrecían peligro.

Algunas moriscas habían casado con cristianos viejos debidamente autorizados y merecían gozar de los mismos privilegios que sus esposos.
Algunos moriscos tenían cátedra en la Universidad, otros habían recibido órdenes y, en general, se les necesitaba, pues ejercían oficios que solo ellos dominaban.

En realidad, hubo cierta flexibilidad para que pudiesen sacar los bienes que quisiesen llevar consigo, como hemos visto. Con respecto al bando de expulsión de Valencia, en Andalucía fue menos dramático.

Existían dos diferencias sustanciales: primero, los moriscos andaluces podrían vender libremente sus bienes, excepto los raíces, y con el beneficio adquirir el dinero para el viaje y mercancías no prohibidas para comerciar.

La segunda diferencia concernía a los menores de siete años de edad, que deberían ser abandonados por sus padres para continuar con su adoctrinamiento en España.

Esto último obligó a algunos a dar un gran rodeo por Francia para llegar a sus destinos en Berbería o a renegociar con los patrones de los barcos para que les llevasen a Berbería.

Consumada la expulsión, algunos se resistieron a salir pero, salvo los trescientos niños que quedaron al cuidado del cabildo, todos los demás abandonaron la ciudad.

Los que no lo hacían se arriesgaban a ser ajusticiados en la horca. Así nos cuenta un contemporáneo, el padre León, un caso en Sevilla en 1610:

"Luis López, morisco, ahorcado porque quebrantó el bando de que dentro de treinta días se fuesen de España.

Murió como muy buen cristiano y decía que más quería morir ahorcado en tierra de cristianos que en su cama en tierra de moriscos".

Bautizo de moriscasBautizo de moriscas (bajorelieve de Felipe Bigarny en el sotobanco del retablo mayor de la Capilla Real de Granada). Este sacramento era obligatorio para los mudéjares a partir de 1502, pasando por ello a llamarse moriscos: o conversión o exilio

Por Sevilla salieron, no solo los que en ella residían, sino otros venidos de fuera, que con aquellos sumaron un total de 18.000, la mayor parte de los cuales se asentaron en la zona del norte del Magreb (Ceuta y Tánger), donde ya existían importantes colonias andalusíes procedentes de anteriores diásporas y cuya llegada resultó muy beneficiosa para su desarrollo económico.

En el ámbito económico se perdió una mano de obra laboriosa y barata.

Sin embargo, Domínguez Ortiz señaló que fue en Andalucía donde permanecieron más moriscos, ya fuera por la gran extensión de la esclavitud, ya fuera por las peticiones de los concejos municipales de eximir de la partida a su población morisca, alegando motivos económicos, ya fuera porque demostraron estar sinceramente cristianizados.

Notas:
(1) Zalá: la oración, llamada zala o zalá, realizada cinco veces al día.

(2) Esta emigración no fue compensada por la llegada posterior de algunos mudéjares a la ciudad procedentes de zonas rurales, de Toledo o de la misma Granada en determinados momentos de los siglos XIV y XV o durante la guerra de conquista del emirato granadino y años inmediatos, puesto que entre 1485 y 1501 se señala la presencia de musulmanes de aquellas tierras en Sevilla, aunque no se llegasen a integrar con los mudéjares viejos de la ciudad y fuesen con frecuencia transeúntes alojados en la posada de la calle que, por eso mismo, se llamó del Mesón del Moro.

Noticias indirectas permiten suponer que el número de mudéjares sevillanos fue siempre muy pequeño y que no vivieron en barrio aparte hasta entrado el siglo XV.

Su última morería, donde reciben la orden de convertirse al cristianismo (denominándose moriscos) o salir del país, en 1502, estaba situada en un pequeño adarvejo de la población de San Pedro.

Datos de aquel momento nos indican que había en ella treinta y dos vecinos y algunos otros repartidos por el resto de la ciudad y Alcázar Real; setenta años antes su número era algo mayor, tal vez cincuenta vecinos.

Dos o tres centenares de personas a lo sumo, que disponían también de cementerio propio junto a la Puerta Osario.

Siguiendo al profesor Ladero Quesada, de quien tomamos estos datos, el mudejarismo medieval sevillano fue muy débil y en su opinión no proporciona base para sustentar tantas fantasías como se han forjado sobre su importancia histórica y social.

(3) Fue este un complot urdido en Sevilla, con ramificaciones en Córdoba, Écija, Jaén y otras ciudades andaluzas y dirigido por Fernando Enríquez, también conocido como Fernando Muley, que preveía un desembarco procedente de Berbería.

En caso de fracaso, los conspiradores pensaban huir a Portugal o a las montañas de Granada, con el fin de pasar al norte de África.

Las autoridades militares no le prestaron mucha atención y no fueron muy graves los castigos para los cabecillas.

(4) Algarabía: procede del árabe hispánico "al'arabiyya", y este del árabe clásico "arabiyyah".

Según el Diccionario de la RAE, es la lengua árabe, pero también, coloquialmente, manera de hablar atropelladamente y pronunciando mal las palabras.

Los cristianos viejos del siglo XVI llamaban así a la lengua hablada por los moriscos, por oposición a la aljamía, que era el castellano.

(5) De estos padrones, Ruth Pike hace un estudio en el capítulo IV de su libro "Aristócratas y comerciantes. La sociedad sevillana en el siglo XVI".

(6) "Compendio": "Compendio de algunas experiencias en los ministerios de que usa la Compañía de Jesús, con que prácticamente se muestra con algunos acontecimientos y documentos el buen acierto en ellos, por orden de los superiores, por el padre Pedro de León, de la misma Compañía".

Debió de terminarse de escribir en 1616, cuando el autor contaba 71 años de edad .

De esta obra se conocen cuatro ejemplares, dos completos, el de Granada y el de Salamanca, y dos incompletos, el de Sevilla y Alcalá de Henares.

El manuscrito original ha permanecido oculto en los archivos de los jesuitas de Granada desde 1619 hasta 1981, en que finalmente vio la luz y llegó a las manos de los archiveros e historiadores.

Por su fidelidad a la cruda realidad, prácticamente se conservó en secreto; los superiores de De León en la Universidad de Granada estipularon en una nota en el manuscrito:

"Este cartapacio ordena el Padre Provincial que se ponga en la librería del Colegio de la Compañía de Jesús de Granada, y que no se saque de la dicha librería sin licencia del superior, y que esto sea por dos horas, y se vuelva luego a poner en su lugar.

Fecha en Sevilla a 6 de mayo de 1619 (Firmado:) Agustín de Guindo".

Dice el padre jesuita que "no ofrezco el manuscrito para que de él se saquen conclusiones".

Más bien el presbítero, que veía a España al frente de la cristiandad y durante su fase final de expansionismo durante los inicios de la era moderna, intentaba dar al lector una "ojeada" de la sociedad andaluza.

Pero tan verosímil fue que no gustó mucho a su compañeros en la Orden.

Él mismo dice:

"A todos los padres a quienes he dado a leer este Compendio, que no han sido pocos, ni de los menos cualificados, les ha parecido que le sobra una cosa, que en otros escritos se suele desear mucho, que es la verdad, por falta de la cual los suelen echar por ahí, y no los quieren ver, ni oir, y no han faltado algunos muy entendidos y muy siervos de Dios, que han tenido temor que no han de gustar a todos tantas verdades".

Según estos padres cualificados, incluso la verdad, para que surta el efecto correspondiente ha de ir con estrategia y moderación.

Llegaron a decirle que "las verdades no han de ir descalzas, sino disimuladas, disfrazadas, enmeladas, azucaradas, confitadas... como agua bendita, que no se ha de echar en cántaro, sino con hisopo, y que tenga mucha apariencia y semejanza de mentira, o muy parecidas, o muy parientes en muy cercano grado y afinidad con ella, o con lisonja...".

¡Este fue el juicio de los censores!

Fuentes:
http://personal.us.es/alporu/histsevilla
http://www.islamyal-andalus.org
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"Tengo tres perros peligrosos: la ingratitud, la soberbia y la envidia. Cuando muerden dejan una herida profunda" (Martin Lutero).