En las dos romerías anuales que se celebran en torno a la ermita del Pico Sacro, en Boqueixón, Galicia, los vecinos conservan la costumbre de arrojar piedras a la boca de la cueva que se hunde en las entrañas de la montaña&
Ya nadie recuerda por qué se hace. Pero la tradición se pierde más allá del siglo I, en eso que se suele llamar la noche de los tiempos, que más bien debía de ser el amanecer. Antes de que Galicia fuese cristianizada ya se creía que el Pico Sacro, que con los romanos probablemente coincidía con el llamado Mons Ilicinus, tenía propiedades sagradas: no se podía vulnerar con aperos de hierro y, en los días de tormenta, escupía oro que la gente podía apresurarse a recoger. Además, en la gruta, vivía un dragón alado que traía la desgracia a los hombres.
Si un desavisado tenía la mala suerte de pasar bajo la proyección de su sombra, quedaba tullido, y dependiendo de la intensidad del contacto (y, sobre todo, del lado del cuerpo que quedase más expuesto a la silueta de la quimera), la víctima podría llegar a perder la visión de ese ojo y la movilidad de las extremidades por ese flanco. La influencia maléfica del bicho (o más bien la bicha o la becha) era, incluso, capaz de matar. Se consideraba, pues, imprescindible cegar la entrada de la cueva arrojando cualquier piedra que se viniese a la mano. Hoy no se sabe lo profunda que puede ser la oquedad, colmatada de cantos de diecinueve siglos.
Los síntomas descritos por la tradición coinciden con los del ictus, un mal repentino, con pocos síntomas previos, que viene de golpe, tanto que todas las palabras relacionadas con la enfermedad (ictus, apoplejía, tullido, tolleito o stroke, como se dice en inglés) tienen el mismo contundente origen. Si, como sucede en los casos más graves, el ictus afecta a la arteria cerebral media izquierda, el enfermo pierde la visión del ojo derecho y la movilidad de la mano y la pierna diestras. Aquella mitad sobre la que había volado el dragón del Pico Sacro.
Juan Manuel Pías Peleteiro, neurólogo del Complejo Hospitalario Universitario de Santiago, empezó a indagar en la interpretación precientífica del ictus porque sospechaba que un mal tan extendido tenía que haber dejado huella en la tradición popular. "El ictus es la segunda causa de muerte en personas mayores en Galicia, y si hablamos de forma conjunta de morbilidad y mortalidad, es la primera", explica el médico, "la hipertensión, la hipercolesterolemia y la diabetes", tan frecuentes, son situaciones que propician el "golpe". La investigación, firmada además de por Pías por Manuel Arias, Miguel Blanco y José Castillo, fue presentada en noviembre en la Reunión de la Sociedad Española de Neurología (Barcelona) y está pendiente de ser publicada en la Revista de Neurología.
[Foto: Entrada a la cueva]
Ya que curar difícilmente se curaba, para prevenir esta dolencia que a lo largo de la historia se atribuyó tanto a la sierpe alada como al mal de ojo, se usaban, como en otras muchas enfermedades, la cabeza de vacaloura, el diente de jabalí, el ajo o la higa de azabache. Con el cristianismo, también se estilaron entre otros remedios los versículos cosidos en el interior de la camisa, pero nada tuvo tanta fama, por su poder curativo, como el apóstol Santiago. Hasta que Casas Novoa forró con su fachada barroca el Pórtico de la Gloria, el dragón del Pico Sacro (también responsable de la epilepsia, la enfermedad demoníaca por antonomasia) formaba parte del conjunto escultórico del Maestro Mateo. La cabeza del monstruo, del siglo XII, fue recuperada en una excavación, y ahora se conserva en el museo de la catedral.
En el capítulo en el que describe la traslación del cuerpo de Santiago desde Padrón, el Codex Calixtinus hace tropezarse a sus discípulos, Teodosio y Atanasio, con la bicha de la cueva, que intenta frenar el avance de la comitiva con sus malas artes y gran regocijo de la reina Lupa. Pero Atanasio hace la señal de la cruz, el animal explota y de los huevos que estaba empollando salen varias crías de dragón que a toda prisa se refugian en la cueva de cuarzo. Los santos bendicen el monte y lo rebautizan como Sagro o Sagrado, aunque como prevención es conveniente cerrar con piedras y rocas la guarida de los saurios fabulosos.
En otra parte, el Códex de Picaud publicita las virtudes curativas del Apóstol, indicado, en general, para enfermedades de la cabeza. Peregrinar a la tumba del hijo de Zebedeo, en el fin de la tierra, se convirtió en el mejor remedio conocido en la Edad Media para curar, tal y como había confirmado el religioso francés, a los "tremulosos", los "cephalárgicos", los "emigránicos", los "energúmenos", los "maniosos", los "amentes", los "histéricos", los "lunáticos", los "frenéticos" y, por supuesto, los "artéricos escotomáticos", precisamente aquellos a los que había sobrevolado la sombra del dragón.
Hoy los vecinos siguen arrojando piedras a la cueva sin saber la causa.
Fuente: http://www.elpais.com