Las grasas son nutrientes esenciales en la formación y desarrollo del sistema nervioso del bebé.

Científicos estadounidenses han confirmado que la lactancia materna mejora la inteligencia de un niño gracias a una determinada variante genética, como revela el estudio publicado muy recientemente en la revista 'Proceedings of the National Academy of Sciencies'.

Un gen que controla los ácidos grasos es el que puede ayudar, a los bebés que lo tengan, a aprovechar mejor la grasa de la leche de su madre y promover un desarrollo cerebral vinculado a un mayor coeficiente intelectual.

Lactancia y desarrollo cognitivo
La lactancia natural es la alimentación más beneficiosa para el bebé.

Además de reducir la susceptibilidad del pequeño a ponerse enfermo, estudios recientes constatan también que los niños alimentados con la leche de su madre tienden a un mejor desarrollo cognitivo, lo cual redunda en un coeficiente intelectual superior.

A la luz de las últimas investigaciones, se puede afirmar que el desarrollo intelectual de los bebés está influido por dos factores:

- La herencia genética

- Las experiencias que le ofrece el ambiente después del nacimiento, entre las que destaca la lactancia materna.

El estudio habla, concretamente, del gen denominado 'FADS2'.

Se encarga de regular el metabolismo de los ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga, que cumplen una importante función en el desarrollo de las células nerviosas.

Son abundantes en la leche materna y poco abundantes o inexistentes en otro tipo de leches infantiles, salvo que estén enriquecidas en estos nutrientes esenciales.

Grasas y sistema nervioso del bebé
Un 60% del cerebro está compuesto por grasas, de las cuales un 40% son ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga (AGPICL).

Un 10%, ácido araquidónico, proveniente del ácido esencial linoleico (Omega 6); y un 15%, ácido docosahexaenoico (DHA), que es el que tiene una mayor relevancia en el desarrollo cerebral y que proviene del ácido esencial alfa-linolénico (Omega 3).

Estos dos ácidos grasos (araquidónico y DHA) son fundamentales en la configuración de la estructura y en el funcionamiento del sistema nervioso del bebé.

Las etapas más críticas en la formación del cerebro de una persona ocurren durante el último trimestre del embarazo y continúan hasta dos años después del nacimiento.

Durante este tiempo suceden una serie de procesos muy concretos en las células nerviosas, que necesitan un extraordinario aporte de ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga.

Estos ácidos grasos intervienen en la creación del tejido nervioso y en la generación y transmisión de la información a través de las neuronas.

Lactantes con mayores niveles de estos ácidos grasos en el organismo tienen una mayor capacidad de aprendizaje y concentración, según un artículo publicado en el número de junio del pasado año en la revista 'American Journal of Clinical Nutrition'.

De hecho, un aporte adecuado de AGPICL durante este período puede tener repercusiones positivas en la inteligencia del niño, futuro adulto, y también en el estado de salud general durante su vida, disminuyendo la morbilidad.

Durante la fase final del embarazo, y hasta dos años después del nacimiento, las células nerviosas necesitan un importante aporte de ácidos grasos poliinsaturados.

Equilibrio omega 6 / omega 3
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomiendan una relación dietética de omega-6 y omega-3 de entre 5:1 y 10:1, es decir, por cada gramo de omega 3 conviene consumir entre 5 y 10 gramos de omega 6.

Los ácidos omega 6 se encuentran en grandes cantidades en los aceites de girasol, maíz, soja, cacahuete, onagra, y en diversos productos manufacturados como galletas o margarinas.

En nuestra dieta cotidiana no es frecuente un consumo insuficiente de omega 6, aunque sí de omega 3.

Los omega 3 abundan en los pescados azules como arenques, caballas, sardinas, salmones, atunes o boquerones. Los mariscos también son una fuente discreta (mejillones, almejas, quisquillas o berberechos, entre otros).

Los aceites de germen de trigo, los frutos secos como las nueces o avellanas, así como productos enriquecidos en omega 3, son otros tipos de alimentos que pueden asegurar el aporte diario para cubrir las necesidades de este nutriente.

Desde hace más de una década se comercializan huevos ricos en DHA, conseguidos a través del pienso que comen las gallinas, al que se añaden ciertas algas ricas en este ácido graso.

Hoy en día, a consecuencia de los avances tecnológicos, se enriquecen diversos productos alimenticios como galletas, margarinas, lácteos, patés y salchichas de ave.

No obstante, conviene asesorarse correctamente antes de recurrir por norma a los alimentos enriquecidos, ya que un abuso de los mismos puede resultar perjudicial.

El exceso de DHA en el organismo, de hecho, puede provocar defectos en la coagulación sanguínea.

La alimentación de la madre, una pieza clave
Durante el último trimestre del embarazo y los primeros meses de vida, el aporte de ácido araquidónico y DHA lo realiza la madre.

La leche humana contiene una pequeña cantidad de ácido araquidónico (0,5%) y de DHA (0,3%), que es suficiente para cubrir hasta tres veces las necesidades del recién nacido.

Si la madre se alimenta con una cantidad adecuada de este tipo de grasas podrá aportar, al feto a través de la placenta y al bebé a través de la leche, estos ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga tan necesarios para un desarrollo correcto y sano de su sistema nervioso.

Sin embargo, hay situaciones que pueden alterar esta aportación, como por ejemplo, una nutrición inadecuada, o el mayor consumo de alimentos ricos en omega 6, tan habitual en nuestro país (aceite de girasol y maíz, galletas o margarinas) unido a la insuficiente ingesta de alimentos ricos en omega 3 (un exceso de los primeros disminuye los efectos beneficiosos de los segundos).

Por ejemplo, se requieren más de 200 gramos de pescado azul a la semana para elevar el DHA en la leche de madre.LACTANC Y COE INT P AZUL
Los embarazos muy frecuentes o un embarazo multíparo son circunstancias que también pueden disminuir las reservas de AGPICL.

Gustos alimentarios hereditarios
La alimentación de la madre durante el embarazo y la lactancia influye en los futuros gustos del niño, según un estudio.

Los primeros años de vida son esenciales para una futura alimentación adecuada en la madurez.

Generalmente, los niños aún pequeños están sujetos a determinadas aversiones y preferencias, lo que puede conducir en ocasiones a una dieta carente de algunos nutrientes.

Un nuevo estudio norteamericano muestra ahora que es posible guiar la futura dieta si se empieza a trabajar desde los primeros años.

¡Todo empieza por la madre!

La investigación afirma que la preferencia de los niños hacia un alimento determinado depende directamente de los gustos de la madre, pero con una condición: que el niño haya sido amamantado de forma natural y, por tanto, haya estado expuesto a todo aquello que agrada a la madre a través del líquido amniótico antes de nacer y de la leche durante la lactancia.

El estudio, que ha aglutinado a 45 niños por debajo del medio año de edad, ha sido publicado en el último número de la revista 'Pediatrics'.

Según Julie Mennella, del Centro Monell Chemical Senses (Filadelfia, EE.UU.), el estudio ahonda en la comprensión de la «evolución de las preferencias alimentarias» y podría ayudar además al desarrollo de herramientas, tanto para consejo nutricional como para el desarrollo de nuevos alimentos.

La comprensión de los problemas alimentarios que conlleva el estudio podría llevar a encontrar una posible explicación a por qué más de 22 millones de niños por debajo de los cinco años sufren ya de problemas de obesidad en el mundo.

Los enemigos habituales
Para muchos padres es un auténtico dolor de cabeza dar de comer, de forma habitual, verduras y frutas a sus hijos.

Estos alimentos, según Mennella, «están relacionados con la reducción de los niveles de obesidad y algunos cánceres», por lo que potenciar el gusto por estos alimentos parece ser la clave.

Según el estudio norteamericano, esto es posible:

«El mejor vaticinador de la cantidad de frutas y verduras que comen los niños es si les gusta el sabor de dichos alimentos».

LACTANC Y COEF IIPor tanto, si se puede educar a los niños a valorar positivamente estos gustos, «se puede iniciar desde los primeros años de vida una alimentación saludable».

En una primera intervención, Mennella y su grupo repartieron a los voluntarios en dos grupos de intervención, uno alimentado con judías verdes y el otro con judías verdes y melocotones.

Durante este tiempo, los investigadores constataron que la ingesta de fruta en el grupo con melocotón era mucho mayor que la de verduras, diferencia que se acrecentaba si eran amamantados y, además, a sus madres les gustaba la fruta.

Este resultado sugiere que la mayor aceptación del melocotón podría atribuirse a la exposición previa al sabor de la fruta con la lactancia.

«Los sabores de la dieta materna se transmiten a través del líquido amniótico y de la leche».

Por tanto, el hijo aprende a saborear la fruta cuando su madre la come de manera regular, asegura Julie Mennella.

La ingesta de verduras fue bastante inferior a la de melocotón.

Además, la mayoría de niños entrecerraban los ojos, fruncían el ceño o hacían una mueca con los labios.

Asimismo, no hubo diferencias de cantidades entre los niños que, o bien habían recibido lactancia materna, o bien fórmula.

Sin embargo, ambos grupos de madres confesaron no comer de forma frecuente verduras.

Manifestaron, incluso, tomarlas por debajo de los niveles recomendados. Ocho días más de ingesta continuada de verdura por parte de los niños les llevó, sin embargo, a aceptarla en tres veces más.

Los padres no deben ceder ante los primeros rechazos del hijo hacia un cierto alimento.

Educación alimentaria
La cuestión es ahora conocer hasta qué punto la insistencia en que los niños coman verdura se llama simplemente educación alimentaria o gusto hereditario.

Sea lo que sea, muchos padres tienden a ceder ante los primeros rechazos del hijo hacia un cierto alimento, algo que Mennella aconseja evitar por completo.

De forma innata, los niños expresan facialmente el disgusto hacia el mismo, y los padres declinan a menudo el intento. Según Mennella es algo relativamente normal.

«Los niños nacen con un rechazo natural al sabor amargo», pero si los padres quieren realmente enseñarles a comer de forma saludable, deben insistir en ofrecerles la oportunidad de hacerlo.
Pero el gesto, aunque innato, no es sinónimo de odio a la comida.

Según Mennella, la conclusión parece clara. La lactancia materna confiere una ventaja inicial en la aceptación de ciertos alimentos.

La experta aconseja, por tanto, consumir habitualmente verduras y frutas, tanto en el embarazo como en la lactancia, para así familiarizar al hijo con el sabor.

Una vez termina la lactancia, se debe seguir trabajando, exponiendo al niño al mismo alimento para que pueda aprender a valorar positivamente su sabor, algo que Menella constata con el aumento de la ingesta de verduras en la segunda intervención.

El conjunto favorable de factor hereditario con educación alimentaria es la clave para guiar a los niños, desde que nacen, en la adquisición de una alimentación saludable que se agradezca en el futuro.

La importancia de la educación
Un estudio inglés de mediados del año 2007, publicado en la revista 'British Journal of Nutrition', llegó a conclusiones parecidas a las del estudio norteamericano.

La investigación también sugiere que la alimentación de la madre influye en el desarrollo de los futuros gustos del niño, pero ellos lo aseguran tras estudiar a 42 ratas embarazadas y posteriormente a sus 216 descendientes.

El estudio trató de mostrar cómo una alimentación inadecuada conduce a una posible obesidad futura en los sucesores.

Una parte de las ratas fue alimentada con una dieta equilibrada, mientras que la otra con «comida basura».

Los investigadores vieron cómo los descendientes de las ratas alimentadas con comida basura desarrollaron un gusto por los alimentos ricos en grasas y azúcares mucho mayor que el de los descendientes de las madres con una dieta equilibrada.

A propósito de este estudio, la profesora de nutrición en la universidad de Chile, Cecilia Albala, duda de que estas conclusiones con ratas puedan ser automáticamente aplicadas a humanos, ya que obvia un factor que ella considera fundamental: ¡el ambiente!

«Hasta ahora se han demostrado muchas influencias nutricionales durante el embarazo que hacen posible esta conclusión».

La profesora asegura que habría que seguir investigando las conclusiones de este estudio, pero añade que, independientemente, «hay que prevenir la obesidad en la madre» mediante la reducción de los alimentos grasos y azúcares durante el embarazo y la lactancia».

¡Lo demás ya vendrá solo!

Al fin y al cabo, según ella, los niños acostumbrados desde que nacen a no agregar azúcar a la leche mantienen ese hábito durante toda la vida.

¡Los hábitos alimenticios son, en más de un 90%, aprendizaje!

Fuente:
http://www.consumer.es
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"La lengua prácticamente no pesa nada, pero son pocas las personas que pueden sujetarla" (Thomas Babington Macaulay).

 

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