"He descubierto que no hay forma más segura de saber si amas u odias a alguien que hacer un viaje con él" (Mark Twain).

"Hay mucha diferencia entre viajar para ver países y para ver pueblos" (Jean Jacques Rousseau).


En los últimos años, la cifra de viajeros se ha multiplicado por dos, y los viajes interiores, por diez.

Tal vez, quienes antes viajaban ahora lo hagan más; pero, sobre todo, ha crecido el número de quienes practicamos el tráfico turístico.

La alegre cara del turismo esconde, sin embargo, realidades más complejas.

Este artículo nos acerca a la realidad del turismo, presenta elementos para analizar su potencial y las consecuencias del modelo turístico dominante, y nos ayuda a reflexionar sobre nuestra responsabilidad como turistas.

– ¿A quién beneficia el turismo?

– Algunos malentendidos y confusiones.

– Un turismo que beneficie de forma equitativa.

– Cómo viajar sin invadir.

Un poco de historia
En la Grecia clásica, los Juegos Olímpicos motivaban viajes con fines parecidos a los turísticos; y los ricos de la Roma imperial iban a tomar las aguas termales y veraneaban en sus villas.

Sin embargo, el turismo, tal como lo concebimos actualmente, nace en el siglo XIX como una consecuencia de la Revolución Industrial, con viajes cuya finalidad principal es el ocio, el descanso, la cultura, la salud, los negocios o las relaciones familiares.

Lo más parecido al turismo durante la Edad Media eran las peregrinaciones, especialmente la del Camino de Santiago, que creaban una gran ruta que, en cierta medida, vertebraba Europa.

Las grandes expediciones marítimas de españoles, portugueses y británicos despertaron y respondieron a las ansias viajeras, dando paso a algunas de las señas de identidad del Renacimiento.

El precedente más claro del turismo, sin embargo, lo podríamos encontrar en la costumbre de la aristocracia inglesa de enviar a los jóvenes a hacer el "gran-tour" –de ahí el término "turismo"–: un viaje de larga duración (entre tres y cinco años) por distintos países europeos al finalizar los estudios, cuyo fin era el de complementar su formación y adquirir experiencias.

La Revolución Industrial proporcionó a la burguesía recursos económicos y tiempo libre para viajar, actividad mucho menos incómoda que en siglos anteriores gracias al mismo invento que define la época: la máquina de vapor.

El ferrocarril se extendió por toda Europa y América del Norte, al tiempo que se reducía espectacularmente la duración de los desplazamientos marítimos.

En 1841, Thomas Cook, inventor del turismo moderno, emprendió el primer viaje organizado de la historia.

Aunque el viaje en sí fue un fracaso económico, se considera un rotundo éxito en cuanto a precedente del "paquete turístico", ya que Cook se percató de las enormes posibilidades económicas que podría llegar a tener esta actividad, y creó en 1851 la primera agencia de viajes del mundo: "Thomas Cook and son".

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, en 1914, en Europa había cerca de 150.000 turistas americanos.

Tras finalizar la guerra, comenzó la fabricación en masa de autocares y automóviles. Las playas y los ríos se convirtieron en el centro del turismo en Europa.

El avión, utilizado por minorías para largas distancias, se fue desarrollando tímidamente, para acabar imponiéndose sobre las compañías navieras.

La Segunda Guerra Mundial paralizó completamente el turismo en el mundo, y sus efectos se extendieron hasta el año 1949. Entre 1950 y 1973 se comenzó a hablar del boom turístico.

TURESPOIEl turismo internacional creció a un ritmo superior al que lo había hecho a lo largo de toda su historia.

Este desarrollo fue consecuencia del nuevo orden internacional, la estabilidad social y el desarrollo de la cultura del ocio en el mundo occidental.

En esta época se comenzó a legislar sobre el sector.

Son los tiempos en los que surge la sociedad del bienestar, en la que, una vez cubiertas las necesidades básicas, aparece el interés por desarrollar el nivel de formación, y por viajar y conocer otras culturas.

Por otra parte, la nueva legislación laboral (vacaciones pagadas, semana laboral de cinco días, reducción de la jornada a cuarenta horas semanales, ampliación de las coberturas sociales de jubilación, desempleo, invalidez, etc.) potenció en gran medida el desarrollo del ocio.

Asimismo, estos fueron los años en los que se desarrollaron los grandes núcleos urbanos y se hizo evidente la masificación y, con ella, el deseo de evasión, de escapar del estrés de las ciudades y de despejar las mentes de presión.

La producción en cadena de automóviles los hizo más asequibles, y la construcción de carreteras y autopistas facilitó los desplazamientos.

El avión de hélice fue sustituido por el de reacción, lo que supuso un golpe definitivo para las compañías navieras, que se vieron obligadas a destinar sus barcos a los cruceros o al desguace.

Todos estos factores llevaron a la estandarización del producto turístico.

Los grandes operadores turísticos lanzaron al mercado millones de paquetes turísticos idénticos.

En la mayoría de los casos se utilizó el vuelo chárter, que abarató el producto y lo popularizó.

Al principio de este período (1950) había 25 millones de turistas; en 1973 había 190 millones.

No obstante, esta etapa también se caracterizó por la falta de experiencia, lo que implicó consecuencias como la falta de planificación urbanística: se construyó sin ninguna previsión, sin tener en cuenta ni la demanda ni los impactos medioambientales y sociales que podía conllevar la llegada masiva de turistas.

En los años setenta, la crisis energética y la consiguiente inflación, especialmente sentida en el transporte, ocasionaron un nuevo período de crisis para la industria turística, que se extendió hasta 1978.

Esta recesión supuso una reducción de la calidad para abaratar costes y precios, apostando por una masificación de la oferta y la demanda.

En los años ochenta, el nivel de vida se volvió a elevar y el turismo se convirtió en el motor económico de muchos países, facilitado por la mejora de los transportes y la consolidación de los vuelos "chárter".

En estos años se produjo una internacionalización muy marcada de las grandes empresas hosteleras y de los operadores turísticos, que buscaban nuevas formas de utilización del tiempo libre (parques temáticos, deporte, riesgo, salud...) y aplicaban técnicas de marketing, pues el turista cada vez tenía mayor experiencia y buscaba nuevos productos y destinos turísticos, lo que creó una fuerte competencia.

Las tecnologías multimedia y las comunicaciones transformaron el sector, modificando el diseño de los productos y la prestación del servicio, y haciendo más fluida la comercialización.

En los últimos años se ha producido un nuevo abaratamiento de los viajes por vía aérea gracias a las compañías de bajo coste, a la liberación del sector en muchos países y, por lo tanto, a la feroz competencia.

¿A quién beneficia el  turismo?
Puesto que la generalización del turismo está relacionada con la del "estado del bienestar", la extensión del privilegio de hacer turismo llega hasta los límites de este: según la Organización Mundial del Turismo (OMT) solo entre un 3% y un 5% de la población mundial puede darse el placer de realizar un viaje al extranjero.

Hay tres partes implicadas en estas prácticas: quienes hacen turismo, los países de origen y sus empresas, y los países de destino y sus empresas.

¿Todas ellas se benefician por igual?
Quienes hacen turismo se enriquecen con el conocimiento de nuevos lugares, de nuevas culturas, de otros grupos humanos; con el disfrute de la belleza, de la novedad, con el estímulo que significa vivir nuevas experiencias.

Para los países de destino, ¿representa el turismo un maná? No del todo y no en todos los casos.

Los efectos son muy diferentes según se trate de países ricos o de países empobrecidos, con sus diferencias de infraestructuras e industria turística.

Para las poblaciones receptoras, son una oportunidad de nuevos horizontes.

En tiempos de la dictadura de Franco, por ejemplo, el boom turístico supuso una apertura: conocimos que había otra manera de vivir, que nuestra realidad no era, cuanto menos, la única realidad posible.

Sin embargo, el turismo no es el maná, como ya veremos, aunque sí una apuesta reciente, pero firme por parte de los países más pobres.

"Esto no tiene precio", exclama el turista ante las bellezas de los exóticos destinos.

¡Pero tiene precio, y bastante alto!

Suelen cobrarlo unos cuantos consorcios transnacionales, en cuyas manos está el negocio turístico completo: desde que el aspirante a turista franquea la puerta de la agencia de viajes hasta que regresa a casa cargado de fotos y recuerdos (transporte, alojamiento...).

Estas empresas sacan provecho y comercian gratuitamente con el medio ambiente global y local, cuyo "desgaste" nunca se suma al precio del viaje.

El precio lo pagan, de manera inmediata, quienes hacen turismo.

Pero el precio más alto corre a cargo de las poblaciones locales que, por una parte, no se benefician en la misma medida de unas riquezas que desde muchos puntos de vista les pertenecen; y, por otra, sufren el deterioro que puede causar el turismo.

Y, en alguna medida, pagamos el precio, todos, debido a las consecuencias ecológicas globales.

Algunos malentendidos y confusiones
El turismo ha sido presentado tradicionalmente como un eficiente motor del desarrollo económico.

Sin embargo, incluso prescindiendo del poco prescindible dato de que prácticamente la mitad de las divisas por turismo termina regresando a los países de origen de los viajeros o de las empresas turísticas, a este "maná" le pasa, por un lado, como al bíblico, que no dura para mañana; y por el otro, que no se reparte equitativamente.

La OMT (organización mundial de turismo) señala que el 80% de los pobres –con una renta de menos de un euro al día– viven en doce países; en once de ellos, el turismo es la principal fuente de ingresos.

El empleo que genera la actividad turística suele ser estacional, inestable y poco cualificado, y suele implicar unas condiciones laborales precarias, cuando no abusivas.

La explotación infantil es especialmente dura en las regiones turísticas, donde tiene características propias: según estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), entre trece y diecinueve millones de menores de dieciocho años trabajan en el sector del turismo.

Si bien no todos los menores trabajan bajo condiciones de explotación, sus salarios son ínfimos y muchos abandonan la escuela.

Mención aparte merece una de las más infames formas de explotación de niños, niñas y jóvenes: ¡la sexual!

Según UNICEF, cada año un millón de niños, niñas y jóvenes se convierten en víctimas de este tipo de explotación.

El impacto ambiental que ocasiona el turismo es de orden global y local.

En primer lugar, procede del derroche energético que los viajes turísticos suponen: el turismo consume casi la mitad de los 130 millones de toneladas de combustible para aviones que se utilizan a escala mundial con fines civiles.

Y también es resultado de las "necesidades" de los turistas, acostumbrados a servicios a los que las poblaciones locales no tienen acceso, y a derroches insostenibles.

En países de climas calurosos y escasez de agua, las infraestructuras turísticas (hoteles, campos de golf, etc.) suponen un inmenso gasto de agua, mientras que la agricultura y otras actividades productivas no pueden desarrollarse satisfactoriamente por la escasez del mismo recurso.

Georges Cazes, experto en turismo y luchador por un turismo justo, es partidario de incluir en las políticas y las prácticas turísticas el concepto de capacidad de carga de los destinos.

Todo esto no niega algunas consecuencias positivas.

Monumentos históricos y especies vivas reciben, en algunos lugares, una protección que, sin el valor económico que les confiere el turismo, no se habrían planteado.

Hay un impacto del turismo que llama poderosamente la atención: el deterioro de aquello que en gran medida lo motiva, es decir, el paisaje.

No es necesario trasladarse a regiones exóticas para ver y sentir el impacto ambiental del turismo de masas: basta con dar una vuelta por el litoral mediterráneo español, o simplemente no cerrar los ojos ante las fotografías y anuncios de ciudades de vacaciones y otros paraísos por doquier, que suponen la urbanización de zonas naturales, el uso abusivo del recurso agua, los problemas relacionados con el tratamiento de las basuras, la contaminación del agua por los residuos líquidos, los cambios en el paisaje para favorecer actividades de ocio como el golf o el esquí, etc.

Estos procesos son aún más graves en países donde las normativas medioambientales son más permisivas para favorecer la industria turística.

El turismo puede tener beneficios positivos, al permitir la interrelación entre culturas diferentes.

No obstante, su impacto sociocultural también tiene su cruz.

La tendencia a acelerar los cambios, además de destruir elementos culturales importantes, a veces impide una evolución que responda a las necesidades y los deseos de las poblaciones anfitrionas.

Asimismo, desde el punto de vista cultural, y sobre todo en las comunidades más pequeñas y aisladas, suele darse un fenómeno claro: la cultura se convierte en mercancía, privando a muchas manifestaciones de su significado en un claro proceso de prostitución.

Las danzas rituales, que tienen un papel determinado en la vida de la comunidad, se representan para amenizar sobremesas en hoteles de lujo; los objetos de artesanía pierden su valor de uso para convertirse en mercancía, en "recuerdo de ...", etc.TURESPOIV

Imagen: Danza Whakarewarewa, fue una exposición de los bailes Maori.

Un turismo que beneficie de forma equitativa
¿Tendremos que renunciar al turismo?

¿Debemos volver a los tiempos en los que era un lujo aún más elitista? No, pero al igual que sucede en otros ámbitos, no es posible vivir sin tener en cuenta que somos muchos y que somos iguales en derechos.

Hay que cambiar el modelo y los comportamientos. Como reivindicaban los ecologistas:

"Sí al turismo, pero no a cualquier coste: no todo está en venta".

El turismo sostenible, señala la OMT, "responde a las necesidades de los turistas y de las regiones anfitrionas presentes, a la vez que protege y mejora las oportunidades del futuro.

Está enfocado hacia la gestión de todos los recursos de manera que satisfagan todas las necesidades económicas, sociales y estéticas y, a la vez, que respeten la integridad cultural, los procesos ecológicos esenciales, la diversidad biológica y los sistemas de soporte de la vida".

Existe una creciente oferta de turismo sostenible.

Empresas del sector y comunidades locales se unen con el fin de mejorar el modelo de turismo de masas y potenciar otros modelos que intentan paliar sus aspectos negativos.

Así, han aparecido –pese a que están aún en estado incipiente– el turismo basado en la comunidad, el ecoturismo, el turismo responsable, el turismo justo o el llamado "turismo solidario".

TURESPOIIEl turismo de masas, tan denostado, significa el acceso al turismo –con todos sus beneficios– de grandes grupos de población, lo que representa, en alguna medida, mayores cotas de igualdad en el disfrute de derechos.

Por tanto, la solución no puede venir por restringir este acceso, sino por crear las condiciones para minimizar los impactos negativos y potenciar los positivos.

Es imprescindible que las empresas, especialmente las grandes, y los Gobiernos asuman sus responsabilidades.

Las primeras, no incrementando sus cuentas de resultados a costa de los derechos de las poblaciones de los lugares de llegada, especialmente de los trabajadores, o de dañar el entorno.

Los segundos, con legislaciones adecuadas que garanticen unas condiciones sostenibles y el justo reparto de los beneficios del turismo.

Todo ello debe tener lugar sin dejar de lado el importante papel de la educación de las poblaciones, de modo que la ciudadanía de a pie adquiramos hábitos de comportamiento respetuosos, que no dañen el entorno ni produzcan explotación, y que sin duda enriquecerán la experiencia.

Cómo viajar sin invadir
La OMT ha elaborado un código ético mundial para el turismo, uno de cuyos objetivos es ayudar a quienes quieren ser turistas y viajeros responsables:

"Los viajes y el turismo deben concebirse y practicarse como un medio de desarrollo personal y colectivo".

Si se llevan a cabo con una mente abierta, son un factor insustituible de autoeducación, tolerancia mutua y aprendizaje de las legítimas diferencias entre pueblos y culturas y de su diversidad.

Todos tenemos una función que cumplir en la generalización de unos viajes y un turismo responsables.

Los Gobiernos, las empresas y las comunidades deben procurarlo –sin duda– por todos los medios, pero usted también, en su calidad de visitante, puede apoyar sensiblemente este objetivo de muchas maneras:

1.- Ábrase a las culturas y tradiciones distintas de las suyas: su experiencia se verá transformada, usted se ganará el respeto de la población local, y esta lo acogerá más fácilmente.

Sea tolerante y respete la diversidad; observe las tradiciones y las prácticas sociales y culturales del lugar.

2.- Respete los derechos humanos. Cualquier forma de explotación vulnera los objetivos fundamentales del turismo.

3.- Ayude a conservar el entorno natural. Proteja la flora y la fauna silvestres y su hábitat, y no compre productos elaborados a partir de plantas o animales en peligro.

4.- Respete los recursos culturales. Las actividades turísticas deben practicarse con respeto por el patrimonio artístico, arqueológico y cultural.

5.- Su viaje puede contribuir al desarrollo económico y social. Compre artesanía y productos locales para apoyar la economía del lugar, y aténgase a los principios del comercio justo.

Cuando regatee, tenga presente el concepto de salario justo.

6.- Antes de salir de viaje, infórmese sobre la situación sanitaria efectiva de su destino y sobre el acceso en él a servicios consulares y de emergencia, y asegúrese de que su salud y su seguridad personal no correrán peligro.

7.- Reúna toda la información posible sobre su destino y dedique tiempo a entender sus costumbres, normas y tradiciones.

Evite los comportamientos que puedan ofender a la población local.

8.- Infórmese de la legislación vigente para no cometer ningún acto que se considere delictivo en el país visitado.

Para armonizar los tres pilares del desarrollo sostenible –el bien común, la economía y el medio ambiente– en el turismo, primero hay que detectar y señalar claramente las contradicciones de sus prácticas económicas actuales.

Solo entonces se podrá realizar una estrategia que siempre tendrá que ser de doble vía: se trata de paliar los impactos negativos, como el deterioro de las condiciones de trabajo o el excesivo consumo de recursos, a través de medidas concretas, tales como cláusulas de protección social o tecnologías ecoeficientes.

A la vez, hay que luchar contra las causas de la pobreza y la crisis medioambiental, es decir, hay que eliminar las estructuras que provocan pobreza y destrucción del medio ambiente.

Buenas prácticas
Mucho más reciente que el auge del turismo es la conciencia de la necesidad de que este se ajuste a unos parámetros que garanticen que es un factor de desarrollo sostenible en todos los aspectos: respeto ambiental, justo reparto de beneficios, participación de la población local, etc.

Poco a poco, surgen iniciativas, tanto en forma de códigos éticos y normativas como de proyectos, que ponen en práctica tales normas.

Viajeros, turistas, peregrinos
El poeta Kavafis escribió que lo mejor que le pasó a Ulises no fue llegar a Ítaca, sino el viaje, que le hizo "rico en aventuras y en sabiduría".

Eso requiere, claro, viajar de una manera determinada.

Si respetamos las palabras, turismo es algo así como darse una vuelta. Viajar es una experiencia más amplia y más profunda que acumular fotos o sellos en el pasaporte.

El Camino de Santiago, una tradición que recorre la historia y la geografía de Europa, es, para quien entiende su sentido y en él se embarca, una experiencia que afecta a quien así lo emprende.

Y todos los viajes pueden ser un camino. El equipaje más importante para viajar así es la mirada.

Una mirada no de turista –superficial, depredadora, consumista–, sino de quien visita: contemplativa, comunicativa.

Es la que permite disfrutar de los paisajes y de lo mejor de ellos: las personas que los habitan.

Fuentes:
http://www. proyectoethos.org/cod igo. pdf
http://www. intermonOxfam.org/consumoresponsable
http://www.world-tourism.org
http://www.ecpat.net/es/index.asp

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"Cuando se viaja en avión solamente existen dos clases de emociones: el aburrimiento y el terror" (Orson Welles).

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