Leonardo no solo fue un eximio artista, sino que sobresalió también como inventor, anticipando muchas invenciones de los siglos siguientes. Y a la vez, hizo incursiones en la literatura.

Las fábulas son un tesoro de la sabiduría, son historietas que presentan un fondo moral bajo un aspecto literario. Las fábulas volaban de boca en boca; es el Renacimiento el que redescubre estos tesoros del mundo clásico. Las fábulas de Leonardo da Vinci, casi dos siglos antes de La Fontaine, enlazan a Esopo, Fedro y Pilonio con los “bestiarios” medievales. Gracias a su inagotable riqueza de invención cautivaba a su auditorio: era un narrador maravilloso.

El único y constante personaje de estas fábulas es la naturaleza. “El hombre es el que estropea todo lo creado” escribe Leonardo en el libro de “Las Profecías”. Leonardo da Vinci nació el 15 de abril de 1.452 en el pueblo toscano de Vinci, cercano a Florencia. El gran maestro florentino fue uno de los grandes artistas del renacimiento, autor de “La Gioconda” o “Mona Lisa”, “La última Cena”, “La Virgen de las rocas y Santa Ana”, “La Virgen y el Niño”, y descolló como pintor, escultor, arquitecto, ingeniero y científico. Pasó sus últimos años en el castillo de Cloux, cerca de Amboise, en el que murió el 2 de mayo de 1.519.

EL AVE EXTRAORDINARIA:

“Hace mucho tiempo, un viajero recorrió medio mundo en busca del ave extraordinaria. Aseguraban los sabios que lucía el plumaje más blanco que se pudiera imaginar. Decían además que sus plumas parecían irradiar luz, y que era tal su luminosidad que nunca nadie había visto su sombra. ¿Dónde encontrarla? Lo ignoraban. Desconocían hasta su nombre.

El viajero recorrió el bosque, la costa, la montaña. Un día, junto al lago, distinguió un ave inmaculadamente blanca. Se acercó con sigilo, pero ella sintió su presencia y levantó vuelo. Su sombra voladora se dibujó sobre las aguas del lago. ‘Es solo un cisne’ se dijo entonces el viajero, recordando que el ave extraordinaria no tenía sombra. Algún tiempo después, en el jardín de un palacio, vio un ave bellísima. Estaba en una gran jaula de oro y su plumaje resplandecía en el sol.

El guardián del jardín adivinó lo que pensaba y le advirtió: -Es sólo un faisán blanco, no es lo que buscas. El viajero incansable recorrió muchas tierras, países, continentes... Llegó hasta el Asia y allí, en un pueblo, conoció a un anciano que dijo saber dónde se encontraba el ave extraordinaria. Juntos escalaron una montaña. Cerca de la cumbre, vieron al gran pájaro incomparable. Sus plumas, esplendorosamente blancas, irradiaban una luz sin igual.

-Se llama Lumerpa -dijo el anciano-. Cuando muere, la luz de su plumaje no se apaga. Y si alguien le quita entonces una pluma, esta pierde al momento su blancura y su brillo. Allí terminó la búsqueda. El viajero volvió a su tierra, feliz, como si una parte de aquel resplandor lo iluminara por dentro.

Y aseguró que el plumaje de Lumerpa era como la fama bien ganada y el buen nombre y honor... ...que no pueden quitarse a quien los posee, y que siguen brillando aún después de la muerte”.

EL RATÓN, LA COMADREJA Y LA GATA:

“Cierta mañana quiso un ratón salir de su agujero pero, como era precavido, antes de nada dirigió un vistazo por los alrededores. ¡De buena había escapado, gracias a su previsión! ¡Caramba, la comadreja a dos pasos de aquí! –exclamó-. Esperaré a que se marche, no vaya a servirle de almuerzo. De repente llegó la gata gris con aire goloso y sin dar tiempo a la comadreja para escapar, saltó sobre su lomo, la apresó con los dientes y empezó a devorarla. ¡Vaya...! Estoy de suerte -murmuró el incauto ratoncillo-. Ahora ya puedo tranquilamente ir a dar un paseito.

Y avanzó tan alegre y descuidado, moviendo con énfasis la cola. Pero su libertad apenas duró un instante, ya que el pobre la perdió, juntamente con la vida, entre los dientes de la insaciable gata gris”. “No confíes en quien ataca a tu enemigo pues puede hacer lo mismo contigo”.

EL LOBO QUE SE HIZO JUSTICIA: “Una noche oscura y quieta, solitaria y fría, el lobo salió del bosque atraído por cierto olorcillo delicioso. Mientras caminaba con toda cautela, se dijo:

- ¡Diantre! Eso que percibo no puede ser sino aroma de rebaño. ¡Pues no sé yo nada de estas cosas!

Y siguió adelante con sigiloso cuidado para no mover ni una brizna de hierba, a fuerza de medir cada uno de sus pasos. Antes de posar sus patas lo pensaba bastante, ya que el menor ruido podía despertar al perrazo que cuidaba del rebaño. A pesar de tanta precaución, ¡zas!, pisó una tabla; esta se movió y más allá ladró el perro. El lobo se vio en la necesidad de alejarse. Por esta vez se había quedado sin banquete.Entonces, severo consigo mismo, levantó una pata, la culpable del desaguisado y se mordió hasta hacerse sangre”.

“El lobo de la fábula nos enseña a ser severos con nosotros mismos para corregir nuestros defectos y mejorar nuestras buenas cualidades”.

EL ARMIÑO:

“En un verde sendero de la montaña estaba comiendo un zorro, cuando pasó junto a él un armiño.

- ¿Gustas? -dijo el zorro, que ya estaba satisfecho.

- Gracias, pero ya he comido -replicó el armiño.

Al zorro le dio mucha risa. - ¡Ja, ja! Vosotros, los armiños, sois los animales más comedidos del mundo. Coméis una sola vez al día y preferís ayunar antes que manchar vuestros blancos vestidos.

En aquel momento llegaron los cazadores. Como un rayo, el zorro se refugió bajo tierra. Menos rápido que aquél, el armiño corrió hacia su madriguera. Pero el sol había fundido la nieve, y la madriguera estaba inundada. Titubeó el armiño, poco deseoso de ensuciarse con el fango, y se detuvo. Los cazadores le eligieron por blanco y sonaron los disparos”.

“Los hay que, como el armiño, prefieren la muerte a la pérdida de su pureza”

LA PLANTA Y EL PALO:

“Una linda planta, que se erguía airosa levantando orgullosamente al cielo su penacho de hojas tiernas, soportaba con disgusto la presencia junto a ella de un palo seco, derecho y viejo.

- Palo -se impacientó la planta-, te tengo demasiado cerca. ¿No podrías irte un poco más allá? El palo se hizo el sordo para no replicar. Entonces la planta se dirigió al seto de zarzas que la rodeaba y dijo:

- Seto, ¿no podrías marcharte a cualquier otro lugar? Me molestas. El seto fingió no oír y callado siguió. Pero un lagarto que reptaba por allí, levantó su cabecita y, mirando con sorna a la planta, dijo:

- Bella planta, ¿no has comprendido que debes al palo el poder estar derecha? Y en cuanto al seto, ¿todavía no te has dado cuenta de que está protegiéndote contra las malas compañías?

“Merece ser abandonado a su suerte quien desdeña los favores recibidos”.

LA LENGUA Y LOS DIENTES:

“Érase un muchacho tan parlanchín que todos decían de él: ‘Ese habla más de la cuenta’.

- ¡Qué lengua! -suspiraron un día los dientes-. No está quieta jamás.

- ¿Qué estáis murmurando? Debíais ya de saber, dientes, que vuestra única obligación es masticar lo que como. Entre nosotros no hay nada en común. ¡Ocupaos de vuestros asuntos!

Y el muchacho seguía hablando de cosas que no venían a cuento y la lengua, feliz, hallaba palabras nuevas. Hasta que un día el muchacho, después de haber cometido una necedad, permitió a la lengua decir una gran mentira. Y los dientes, obedientes a la voz de la justicia, se dispararon a un tiempo y la mordieron. La lengua enrojeció de sangre y el muchacho de vergüenza. Aquella, escarmentada, se volvió temerosa y prudente”.

“Antes de hablar por hablar, piensa si no es mejor callar”.

Las relaciones entre el Hombre y la Naturaleza han sido siempre difíciles. Pero hubo una época dorada en que no lo fueron tanto. En esa época vivió, pintó e inventó un gran ingenio florentino, más conocido por ser el autor de la Mona Lisa y La Última Cena que por haber escrito un puñado de fábulas (cuya fecha de caducidad es difícil establecer con exactitud). A través de un largo proceso evolutivo, lleno de cambios bruscos, la Mona Lisa y La Última Cena se adaptaron bien a la selección de color, el póster, el photoshop y el pewter.

Pero no ocurrió lo mismo con sus fábulas, que se vieron abandonadas a su suerte. Sería inútil presentar a nuestro célebre y famoso ingenio, pero bastará recordar que era inquieto, no pocas veces colérico, y que se afanaba en adquirir, tanto como le era posible, “el verdadero conocimiento de todas las figuras que tienen las obras de la Naturaleza”. El empeño no era de poca monta pues, en verdad, ése era el modo de conocer al “autor de tantas cosas admirables” y ese era “el modo de amar a tal creador”. Se dice que, en aquellos tiempos dorados, merodeaban por la tierra los espíritus antropomórficos y las quimeras…

Fuentes: http://www.bibliotecasvirtuales.com http://www.emmarvo.net http://www.dibam.cl http://www.ejournal.unam.mx

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