“Las Canicas Rojas”. Durante los duros años de la depresión, en un pueblo pequeño de Idaho, USA, solía parar en el almacén del Sr. Miller para comprar productos frescos de granja.

La comida y el dinero faltaban, y el trueque se usaba mucho. Un día en particular, el Sr. Miller me estaba empaquetando unas papas.

De repente me fijé en un niño pequeño, delicado de cuerpo y aspecto, con ropa roída pero limpia, que miraba atentamente un cajón de arvejas (guisantes) frescas maravillosas.

Pagué mis patatas, pero también me sentí atraído por el aspecto de las arvejas.

¡Me encanta la crema de arvejas y las patatas frescas!

Admirando las arvejas, no pude evitar escuchar la conversación entre el Sr. Miller y el niño... «Hola Barry, ¿cómo estás hoy?»

«Hola Sr. Miller. Estoy bien, gracias. Sólo admiraba las arvejas... se ven muy bien».

«Sí, son muy buenas.

¿Cómo está tu mamá?»
«Bien. Cada vez más fuerte».

«Bien. ¿Hay algo en que te pueda ayudar?»

«No Señor. Sólo admiraba las arvejas».

« ¿Te gustaría llevarte algunas a casa? »

«No Señor. No tengo con que pagarlas».

«Bueno, ¿qué tienes para cambiar por ellas?

«Lo único que tengo es esto, mi canica más valiosa»

« ¿De veras? ¿Me la dejas ver? »

«Aquí está. ¡Es una joya!»

«Ya lo veo. Mmmm... el único problema es que esta es azul y a mí me gustan las rojas. ¿Tienes alguna como esta, pero roja, en casa?»

«No exactamente, pero casi».

«Hagamos una cosa. Llévate esta bolsa de arvejas a casa y la próxima vez que vengas muéstrame la canica roja que tienes».

« ¡Gracias Sr. Miller! »

La Sra. Miller se acercó a atenderme, y con una sonrisa me dijo:
«Hay dos niños más como él en nuestra comunidad, todos en una situación muy pobre.

A Jim le encanta hacer trueque con ellos por arvejas, manzanas, tomates, o lo que sea. Cuando vuelven con las canicas rojas, y siempre lo hacen, él decide que en realidad no le gusta tanto el rojo, y los manda a casa con otra bolsa de mercadería y la promesa de traer una canica color naranja o verde tal vez...

Me fui del negocio sonriendo e impresionado con este hombre.

Un tiempo después, me mudé a otra ciudad, pero nunca me olvidé de este hombre, los niños y los trueques entre ellos.

Varios años pasaron, cada uno más rápidamente que el anterior....

Recientemente tuve la oportunidad de visitar a unos amigos en la ciudad de la que tiempo atrás me había marchado. Mientras estuve allí, me enteré que el Sr. Miller había muerto.

Esa noche sería su velatorio, y sabiendo que mis amigos querían ir, acepté a acompañarlos.

Al llegar a la funeraria, nos pusimos en fila para conocer a los parientes del difunto y para ofrecer nuestro pésame.

Delante de nosotros, en la fila, había tres hombres jóvenes.
Uno tenía puesto un uniforme militar y los otros dos unos lindos trajes obscuros con camisas blancas.

Parecían profesionales.

Se acercaron a la Sra. Miller quien se encontraba al lado de su difunto esposo, tranquila y sonriendo. Cada uno de los hombres la abrazó, la besó, conversó brevemente con ella y luego se acercaron al ataúd.

Los ojos azules, llenos de lágrimas de la Sra. Miller, los siguió uno por uno mientras cada uno de ellos tocaba con su mano cálida, la mano fría dentro del ataúd.

Cada uno se retiró de la funeraria limpiándose los ojos.

Llegó nuestro turno, y al acercarme a la Sra. Miller le dije quién era y le recordé lo que me había contado años atrás sobre las canicas.

Con los ojos brillando, me tomó de la mano y me condujo al féretro.

«Esos tres jóvenes que se acaban de ir son los tres chicos de los cuales te hablé. Me acaban de decir cuanto agradecían los «trueques» de Jim.

Ahora que Jim no podía cambiar de parecer sobre el tamaño o color de las canicas, vinieron a pagar su deuda.

«Nunca hemos tenido riqueza» -me confió-, «pero ahora Jim se consideraría el hombre más rico del mundo».

Con una ternura amorosa levantó los dedos sin vida de su esposo.

Debajo de ellos había tres canicas rojas exquisitamente brillantes.

Moraleja: No seremos recordados por nuestras palabras, sino por nuestras acciones. La vida no se mide por cada aliento que tomamos sino por las cosas que nos quitan el aliento.

Dicen que cuesta un minuto encontrar a una persona especial, una hora para apreciarla y un día para amarla, pero una vida entera para olvidarla -si es que se puede-.
* * * * *
-Los Dos Hermanos-
Una caricia en el alma:

Érase una vez dos hermanos gemelos criados en el mismo hogar, por el mismo padre.

Compartían la dura experiencia de crecer bajo la tiranía, las injurias y los golpes de un padre alcohólico, autoritario e irresponsable.

Frecuentemente el padre tenía problemas con la policía.
Uno de los hermanos dejó la escuela y se convirtió en alcohólico.

Se casó y actuaba como su papá con su familia, maltratándola.
Apenas trabajaba y en repetidas ocasiones tenía problemas con la policía.

Una vez, le preguntaron por qué actuaba de esa manera.
Él contestó:

- Con un padre y una infancia como la que tuve, ¿cómo hubiera podido ser distinto?

El otro hermano, a pesar de la misma crianza difícil, nunca dejó de estudiar.

Se casó y era un esposo atento y un buen padre.

Se volvió un empresario de éxito que aportaba mucho a su comunidad.

Un día, le preguntaron a qué atribuía el éxito que había tenido en su vida.

Él respondió:

- Con un padre y una infancia así, ¿cómo hubiera podido ser distinto?

Moraleja:

¡No importa lo que te hicieron!

"Lo que importa es que haces tú con lo que te hicieron".
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-El Pescador Satisfecho-

Un rico industrial del Norte, se horrorizó cuando vio a un pescador del Sur tranquilamente recostado contra su barca y fumando una pipa.

- "¿Por qué no has salido a pescar?", le pregunto el industrial.

- "Porque ya he pescado bastante hoy", le respondió el pescador.

- "¿Y por qué no pescas más de lo que necesitas?", insistió el industrial.

- "¿Y qué iba a hacer con ello?", preguntó a su vez el pescador.

- "Ganarías más dinero", fue la respuesta. "De ese modo podrías poner un motor a tu barca.

Entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces.

Entonces ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon, con las que obtendrías más peces y más dinero.

Pronto ganarías para tener dos barcas... y hasta una verdadera flota.

Entonces serías rico, como yo".

- "¿Y qué haría entonces?", preguntó de nuevo el pescador.

- "Podías sentarte y disfrutar de la vida", respondió el industrial.

- "¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento?", respondió el satisfecho pescador.

Fuente:
http://telemundo-foros.kcl.net
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“... y después de un tiempo, uno aprende que, si es demasiado, hasta el calorcito del sol quema.

Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar que alguien le traiga flores.

Y uno aprende que realmente puede aguantar, que uno es realmente fuerte, que uno realmente vale, y uno aprende y aprende... y con cada día, uno aprende”.
-J. L. Borges-

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