La primavera, ¡símbolo de renovación!

Hace apenas unos días que ha llegado la primavera y, jóvenes o no, esta fecha encierra para todos un sentimiento de renovación y esperanza.

Así, por lo menos durante un día, imaginamos que las cosas han de florecer, que las cosas han de resultar mejores, que las cosas tienden hacia un futuro que intentamos vislumbrar feliz.

Pero ese sentimiento no pasa de ese día, ni tampoco nuestros esfuerzos por hacer una primavera de todo el año.

Cual hombres amnésicos que hubiesen perdido la memoria de leer, aunque habiendo leído mucho alguna vez, miramos sin ver, y entendemos sin entender los ritmos de la Naturaleza.

Una escondida vocecilla interior nos dice que la primavera no es solamente una de las estaciones del año, un momento de tantos, sino que el reverdecer de la Naturaleza es un mensaje, un lenguaje que nos quiere transmitir algo, aunque no sabemos qué.

Imitando, como solo pueden hacer los desmemoriados, nos vestimos de claros colores, empezamos a sentir el calor "psicológicamente", y exteriorizamos unas ansias de renovación que muchas veces no van más allá de una buena limpieza general en nuestra habitación.

Y allí es donde no terminamos de entender el lenguaje de la Naturaleza.

Es cierto que ella se viste con nuevas ropas en la primavera.

Pero ella se viste todas las primaveras, año tras año, inexorablemente, con una paciencia infinita, casi sobrehumana.

Y en la Naturaleza, tras la primavera viene el verano, es decir, que tras la renovación de las formas, vienen los frutos de esa renovación, la plasmación de las ansias de eclosión que en principio fueran apenas semillas...

Sin embargo, los hombres nos quedamos cortos...

Alcanzamos a percibir una renovación, pero no la hacemos constante; no hacemos de la evolución nuestra línea de conducta y, año tras año, lejos de quitar las viejas pieles conciencialmente, necesitamos del empuje y de los embates de la vida, a veces por placer, a veces por dolor, a veces por contemplar el calendario cuando por fin es primavera.

Ni tampoco tenemos la perseverancia que implica llevar hasta un verano lo que comenzó a nacer en primavera.

Nos satisfacemos con impulsos que mueren apenas nacen; nos bastan atisbos de luz en lugar de romper las tinieblas definitivamente...

Nos parece que es suficiente la semilla sin sospechar siquiera que ella encierra ya la futura planta; y, cuando mucho, deseamos que la planta aparezca de la semilla sin hacer nada por ello, sin regarla, sin cuidarla, sin ponerla a que reciba los benéficos rayos del sol.

Recordemos que en la semilla ya está contenido su fruto, y no cuidar de la semilla es un crimen que atenta contra el fruto más que contra ella misma.

Matar una semilla, negarle nuestro esfuerzo, es como matar el futuro en el presente.

Y soñar con el árbol del futuro sin comenzar por cuidar de una semilla es limitarse al plano de las ensoñaciones sin practicidad alguna.

¡Hoy, en primavera, es el momento!

Hoy podemos elegir la semilla del árbol de nuestro futuro. Hoy podemos decidir cómo serán las ramas y las hojas que nos darán sombra en el mañana.

Y para los que queremos construir acrópolis, ciudades altas con almas elevadas, hoy es el momento de cultivar la semilla que yace latente en cada uno de nosotros esperando el agua bendita del conocimiento y la fe.

¡Ha llegado la primavera!
Otra vez estamos en primavera y otra vez los ciclos de la Naturaleza se encargan de darnos una enseñanza que, comprendida o no, sigue siendo un buen ejemplo a tomar.

Otra vez primavera significa que, una vez más, hemos dejado atrás el invierno.

Dicho así, parece sencillo, exageradamente simple, pero sin embargo, esconde toda una psicología de la vida.

Desde muy antiguo, la sabiduría tradicional ha relacionado los ritmos de la Naturaleza con los ritmos que sigue el hombre en su desarrollo y, yendo más a lo profundo, esos ritmos señalan también múltiples estados anímicos y espirituales que rigen otras fórmulas del devenir humano, en planos más sutiles que el evidentemente físico.

Primavera, verano, otoño e invierno –así como en otra clave, el día y la noche– se han interpretado como un conjunto simbólico de pruebas por las que es necesario atravesar en el plan de la evolución, como si hubiese cuatro grandes estaciones a lo largo de toda una existencia, y como si cada año en sí llevase implícitas cuatro épocas importantes por sus significados internos.

Más allá del nacimiento, plenitud, decrepitud y muerte del cuerpo material, es evidente que a todos nos toca vivir etapas de esperanzada primavera, otra de realización, períodos de desgaste y otros de oscuridad y depresión.

Pero el mal de los hombres es perder conciencia del tiempo, y con ello de los ciclos rítmicos.

Cuando se encuentran en una de las etapas citadas, tienden a pensar que esta será perpetua, e imaginan el futuro como una prolongación indefinida del momento presente.

Sin embargo, las leyes universales son diferentes, y si hay algo perpetuo en ellas, es precisamente su ciclicidad rítmica ascendente.

Todo crece, todo avanza, pero se mueve en ciclos aparentemente repetitivos que, a pesar de esa apariencia, siempre remontan un escalón por encima del anterior, aunque a veces esa escalada sea infinitesimal, aunque a veces no se advierta, aunque a veces la superación se dé en otros planos que rebasan lo concreto y material.

YA ES PRIMAVERA PENSAMIENTOAsí, la vida constituye para el hombre un conjunto constante de pruebas en que, muchas veces, parecen repetirse las circunstancias y los hechos, pero algo fundamental ha cambiado:

El tiempo ha avanzado y es posible que alguna experiencia positiva se haya ido acumulando en el fondo inconmensurable de la conciencia.

Es cierto que en el momento de la prueba es difícil considerarla fríamente como tal, y avanzar, superándola.

Es cierto que en medio de la oscuridad del invierno es difícil imaginar la claridad que despunta en la primavera; pero es necesario hacerlo.

Las pruebas están concebidas para aprender, para pasarlas y no para quedarse en ellas.

Son la constatación de nuestras fuerzas interiores.

No importa cuántas veces se cae, sino cuántas veces uno es capaz de levantarse...

No importa cuántas veces se acortan los días en invierno, sino cuántas veces vuelve a asomar la primavera, con sus esperanzas de plenitud veraniega, y con su consabida declinación en el otoño...

No importa cuántas veces nos sintamos hundidos en el barro, incapaces de caminar...

No importa cuántas ni cuán grandes sean las pruebas, sino la posibilidad de encontrar las energías que duermen ocultas en el interior de cada ser humano.

Lo que vale es ponerse nuevamente de pie, es abrir los ojos a los secretos de la Naturaleza y extraer las enseñanzas vitales que ella nos proporciona.

¡Tras todo invierno, hay una primavera!

Siempre hay una oportunidad de volver a empezar, que es, aunque no se advierta en un principio, un volver a retomar el hilo de la vida un escalón por delante de donde lo habíamos dejado cuando quedó escondido por las brumas de las pruebas.

Esta, hoy, es nuestra nueva oportunidad; no la dejemos pasar.

Hay que ser ciego, sordo y mudo –y aun carecer de tacto y olfato– para asistir sin participar al despertar de la Naturaleza en primavera.

Y nos reiteramos en el mismo tema que nos ocupaba el mes anterior.

Pero en este caso no queremos referirnos a una mera participación emocional, haciéndonos eco de aquello de que "la primavera la sangre altera".

¡No!

Se trata de participar con todo el ser, es decir, sumando el pensamiento reflexivo a todas las sensaciones placenteras que acompañan a esta estación del año.

Automáticamente solemos repetir que la Naturaleza despierta con la primavera.

Luego, si despierta es que nunca ha estado muerta: simplemente dormida.

Automáticamente empleamos palabras tales como renacer, salir a la luz, resurgir de la oscuridad, y tantas otras que sugieren la repetición del ciclo natural, esperando y calculando, pero no por ello menos maravilloso cada vez que se presenta ante nosotros.

Y es aquí donde entra la reflexión para romper con el automatismo de las cosas repetidas sin sentido, sin una participación activa e inteligente en todo aquello que sucede a nuestro alrededor y, lógicamente, en nosotros mismos.

También para el hombre hay una primavera, un despertar, un renacer, un resurgir, un abrirse a la luz.

Y no ha de extrañarnos que la conciencia entre lo que ocurre en la Naturaleza y en el hombre provoque un acuerdo positivo de energías que beneficia a una u otra parte.

Al hombre le ayuda el empuje de la estación primaveral, y a la Naturaleza le ayuda el hombre que aporta su actividad personal renovada.

También para el hombre hay ciclos que se repiten y que, analizados con inteligencia, inducen a la comprensión de una vida continua, aunque expresada con mayor o menor exteriorización según los períodos.

No es igual la vida en el invierno que en la primavera, pero es siempre vida.

¡Así se aleja el temor a la muerte, que si no afecta a la Naturaleza, tampoco lo hace con el hombre!

¡Así se descubre el sentido de la vida que, tal como se repite, renovándose y superándose en la Naturaleza, significa otro tanto para el hombre!

Oscuridad y frío, enfermedad y vejez son las etapas de receso en las que la vida penetra en las profundidades de la hibernación, el descanso y la destrucción de lo inservible y lo desechable.

Luz, calor, plenitud, son la respuesta del renacimiento, una vez solventadas las pruebas que nos pone la vida, y una vez asimilada la experiencia, madre de frutos y mejores pasos en el sendero de la existencia.
Delia Steinberg Guzmán

Fuentes:
http://www.nueva-acropolis.es/FondoCultural
http://acropolis.org.ec/boletin72.htm
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"La injusticia, allí donde se halle, es una amenaza para la Justicia en su conjunto" (Martin Luther King).

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