Rumores...

En la antigua Grecia, Sócrates fue muy famoso por la práctica de su conocimiento.

Un día, un conocido se encontró con el gran filósofo y hablaron:

 

–¿Sabes, maestro, lo que escuché acerca de tu amigo?

–Espera un minuto. Antes de decirme cualquier cosa quisiera que pasaras un pequeño examen. Es llamado el examen del triple filtro.

–¿Triple filtro?

–Correcto. Antes de que me hables sobre mi amigo, puede ser una buena idea tomarnos un momento y filtrar lo que vas a decir.

Por eso lo llamo el examen del triple filtro.

El primer filtro es la verdad: ¿estás absolutamente seguro de que lo que me vas a decir es cierto?

–¡No! En realidad, sólo escuché sobre eso, y...

–Bien. Entonces, ¿realmente no sabes si es cierto o no?

Ahora permíteme aplicar el segundo filtro, el filtro de la bondad: ¿es algo bueno lo que me vas a decir de mi amigo?

–¡No! Por el contrario...

–Entonces, tú deseas decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto...

Tú puedes, aún, pasar el examen; queda un filtro, el de la utilidad: ¿será útil para mí lo que vas a decirme de mi amigo?

–¡No, realmente no...!

–Bueno. Si lo que deseas decirme no es cierto ni bueno e, incluso, no es útil, ¿para qué quieres decírmelo?

Contemplación
El Maestro solía decir que solo el silencio conducía a la transformación.

Pero nadie conseguía convencerle de que definiera en qué consistía el silencio.

Cuando alguien lo intentaba, él sonreía y se tocaba los labios con el dedo índice, lo cual no hacía más que acrecentar la perplejidad de sus discípulos.

Pero un día se logró dar un paso importante cuando uno le pregunto:

"¿Y cómo puede alguien llegar a ese silencio del que tú hablas?".

El Maestro respondió algo tan simple que sus discípulos se le quedaron mirando, buscando en su rostro algún indicio que les hiciera ver que estaba bromeando.

¡Pero no bromeaba!

Y esto fue lo que dijo:

"Estéis donde estéis, mirad incluso cuando aparentemente no hay nada que ver; y escuchad aun cuando parezca que todo está callado".

Conclusión errónea
En otro tiempo, en Japón se utilizaban linternas de bambú y papel con una candela dentro.

A un ciego, de visita cierta noche en casa de un amigo, este le ofreció una linterna para regresar.

–No necesito linterna –respondió–. Oscuridad o luz es lo mismo para mí.

–Ya sé que no necesitas linterna para encontrar el camino
–repuso el amigo–, pero, si no llevas una, alguien puede darse un encontronazo contigo. Así que tómala.

El ciego partió con la linterna y, al poco trecho, uno se dio contra él de manos a boca.

–¡Mira por dónde vas! –le gritó el ciego–. ¿No ves la linterna?

–Se te ha apagado la vela, hermano –respondió el desconocido.

¿Para qué...?
Se cuenta que un místico sufí estaba viajando y llegó a una ciudad.

Su fama había llegado allí antes que él. Su nombre era ya conocido, así que la gente se reunió y dijo:

"Predícanos algo".

El místico dijo:

"Yo no soy solamente un sabio, soy también un necio. Os sentiréis confusos con mis enseñanzas, así que es mejor que me permitáis seguir callado".

Pero cuanto más trataba de evitarlos, más insistían ellos y más intrigados se sentían por su personalidad. Finalmente, cedió y dijo:

"De acuerdo. El viernes que viene iré a la mezquita".

Era un pueblo mahometano. Luego, preguntó:

"¿Y de qué queréis que hable?".

Ellos dijeron:

"De Dios, por supuesto". Y cuando llegó estaba reunido todo el pueblo, porque había causado una gran sensación.

Desde el púlpito preguntó:

"¿Sabéis algo acerca de lo que voy a decir sobre Dios?".

Por supuesto, los del pueblo dijeron: "No, no sabemos lo que vas a decir".

Así que les dijo:

"Entonces es inútil, porque si no lo sabéis en absoluto, no podréis comprender. Se necesita un poco de preparación, pero vosotros no estáis preparados en absoluto. Será inútil, así que no hablaré".

Y se fue de la mezquita.

Los del pueblo no tenían ni idea de qué hacer y le persuadieron para que volviese el viernes siguiente.

Llegó el viernes siguiente y preguntó lo mismo:

“¿Sabéis de qué voy a hablaros?".

Esta vez los del pueblo estaban preparados y dijeron:

"Sí, por supuesto".

Así que él dijo:

"Entonces no hay necesidad de hablar. Si ya lo sabéis, se acabó. ¿Por qué molestarme innecesariamente y perder vuestro tiempo?".

Y se fue de la mezquita.

Los del pueblo estaban completamente desconcertados acerca de qué hacer con este hombre, pero ahora su interés les estaba volviendo locos.

¡Ese hombre debía de ocultar algo! Así que volvieron a persuadirle de algún modo. Fue y, de nuevo, preguntó la misma cuestión:

"¿Sabéis de lo que voy a hablar?".

Ahora los del pueblo se habían vuelto aún más sabios y replicaron:

"La mitad de nosotros sabemos, y la otra mitad, no".

El místico dijo:

"Entonces no hay necesidad de que hable. Los que saben pueden decírselo a los que no saben".

Vigilancia
"¿Hay algo que yo pueda hacer para llegar a la Iluminación?".

"Tan poco como lo que puedes hacer para que amanezca por las mañanas".

"Entonces, ¿para qué valen los ejercicios espirituales que tú mismo recomiendas?".

"Para estar seguros de que no estáis dormidos cuando el sol comience a salir".

El pequeño pez
"Usted perdone", le dijo un pez a otro, "es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme.

Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman océano? He estado buscando por todas partes, sin resultado".

"El océano –respondió el viejo pez– es donde estás ahora mismo".

"¿Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el océano", replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte.

Moraleja: muchos pierden casi toda su vida buscando ese "algo" que tienen a su alcance.

Lo que depende de uno y lo que no...
El labrador hace sus trabajos según la estación; el comerciante se ocupa según su ramo; el artífice, según su arte; el oficial, según su valor.

He aquí los actos que dependen de cada cual.

Pero el labrador tiene temporadas de lluvia y sequía; el comerciante, pérdidas y ganancias; el artífice, éxitos y desengaños; el militar, triunfos y derrotas.

Esto es lo que no depende de nosotros y, por lo tanto, está fuera de nuestro control.

Cielo e infierno
En aquel tiempo, dice una antigua leyenda china, un discípulo preguntó al vidente:

"Maestro, ¿cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno?".

Y el vidente respondió:

"Es muy pequeña y, sin embargo, de grandes consecuencias.

Vi un gran monte de arroz cocido y preparado como alimento. En su derredor había muchos hombres hambrientos casi a punto de morir.

No podían aproximarse al monte de arroz, pero tenían en sus manos largos palillos de dos y tres metros de longitud.

Es verdad que llegaban a coger el arroz, pero no conseguían llevarlo a la boca, porque los palillos que tenían en las manos eran muy largos.

De este modo, hambrientos y moribundos, juntos pero solitarios, permanecían padeciendo hambre eterna delante de una abundancia inagotable.

Y eso era el infierno.

Vi otro gran monte de arroz cocido y preparado como alimento. Alrededor de él había muchos hombres, hambrientos pero llenos de vitalidad.

No podían aproximarse al monte de arroz, pero tenían en sus manos largos palillos de dos y tres metros de longitud.

Llegaban a coger el arroz pero no conseguían llevarlo a la propia boca, porque los palillos que tenían en sus manos eran muy largos.

Pero con sus largos palillos, en vez de llevarlos a la propia boca, se servían unos a otros el arroz.

Y así acallaban su hambre insaciable en una gran comunión fraterna, juntos y solidarios, gozando a manos llenas de los hombres y de las cosas, en casa, con el Tao. Y eso era el cielo".

Vanidad
El místico judío Baal Shem tenía una curiosa forma de orar a Dios.

"Recuerda, Señor –solía decir–, que Tú tienes tanta necesidad de mí como yo de Ti...

Si Tú no existieras, ¿a quién iba yo a orar?

Y si yo no existiera, ¿quién iba a orarte a Ti?".

Insensatez
"¿Qué demonios estás haciendo?", le pregunté al mono cuando le vi sacar un pez del agua y colocarlo en la rama de un árbol.

"Estoy salvándole de perecer ahogado", me respondió.

Sacrificio (sacro-oficio):
El lograr tus mejores sueños y los ideales más elevados, tal vez te exija sacrificar tu tiempo, tus talentos, en ocasiones hasta la forma de mirar el mundo.

Sopesa cuidadosamente estos sacrificios: si la recompensa vale el esfuerzo, persíguelos de corazón.

Sea cual sea el resultado, no te arrepientas nunca de la inversión que haces en tus sueños. Siempre derivará algo bueno de ellos.

¡No dejes morir el amor!
Hubo una vez en la historia del mundo un día terrible en el que el odio, que es el rey de los malos sentimientos, los defectos y las malas virtudes, convocó a una reunión urgente a todos ellos.

Todos los sentimientos negros del mundo y los deseos más perversos del corazón humano llegaron a esta reunión con curiosidad por saber cuál era el propósito.

Cuando estuvieron todos, habló el odio y dijo:

"Los he reunido aquí a todos porque deseo con todas mis fuerzas matar a alguien".

Los asistentes no se extrañaron mucho, pues era el odio el que estaba hablando y él siempre quiere matar a alguien; sin embargo, todos se preguntaban entre sí quién sería tan difícil de matar como para que el odio les necesitara a todos.

"Quiero que maten al amor", dijo.

Muchos sonrieron malévolamente, pues más de uno le tenía ganas. El primer voluntario fue el mal carácter, quien dijo:

“Yo iré, y les aseguro que en un año el amor habrá muerto; provocaré tal discordia y rabia que no lo soportará”.

Al cabo de un año se reunieron otra vez y, al escuchar el resumen del mal carácter, quedaron todos tan decepcionados que este dijo:

–Lo siento, lo intenté todo, pero cada vez que yo sembraba una discordia, el amor la superaba y salía adelante.

Fue entonces cuando, muy diligente, se ofreció la ambición que, haciendo alarde de su poder, dijo:

–En vista de que el mal carácter fracasó, iré yo. Desviaré la atención del amor hacia el deseo por la riqueza y por el poder.

¡Eso nunca lo superará!

Y empezó la ambición el ataque hacia su víctima, quien, efectivamente, cayó herida, pero después de luchar por salir adelante, renunció a todo deseo desbordado de poder y triunfó de nuevo.

Furioso el odio por el fracaso de la ambición, envío a los celos, quienes, burlones y perversos, inventaban toda clase de artimañas y situaciones para despistar al amor y lastimarlo con dudas y sospechas infundadas.

Pero el amor, confundido, lloró y pensó que no quería morir y, con valentía y fortaleza, se impuso sobre ellos y los venció.

Año tras año, el odio siguió en su lucha enviando a sus más hirientes compañeros. Envío a la frialdad, al egoísmo, a la cantaleta, la indiferencia, la pobreza, la enfermedad y a muchos otros que fracasaron siempre, porque cuando el amor se sentía desfallecer, tomaba de nuevo fuerza y todo lo superaba.

El odio, convencido de que el amor era invencible, les dijo a los demás:

–No hay nada que hacer. El amor ha soportado todo; llevamos muchos años insistiendo y no lo hemos logrado.

De pronto, de un rincón del salón se levantó un sentimiento poco conocido, que vestía de negro, con un sombrero gigante que caía sobre su rostro y no lo dejaba ver.

Su aspecto era fúnebre como el de la muerte, su voz era tan tétrica como la misma, y dijo con seguridad:

–¡Yo mataré el amor!

Todos se preguntaron quién era ese que pretendía hacer solo lo que ninguno había podido.

El odio dijo: "¡Ve y hazlo!".

Había pasado muy poco tiempo cuando el odio volvió a llamar a todos los malos sentimientos para comunicarles que, después de mucho esperar, por fin ¡el amor había muerto!

Todos estaban felices, pero sorprendidos.

Entonces, el sentimiento del sombrero negro habló de nuevo con su fúnebre voz:

–Ahí les entrego al amor, totalmente muerto y destrozado. Y sin decir más, se marchó.

"Espera", –dijo el odio. En tan poco tiempo lo eliminaste por completo tú solo, lo desesperaste y no hizo el menor esfuerzo para vivir. ¿Quién eres?

El sentimiento levantó por primera vez su horrible rostro y dijo: “¡Soy la rutina!”.

Huye de las ideas comunes
Huye de las ideas comunes tanto como puedas, porque son grandes enemigas de tu voluntad y obstáculos para tu éxito.

Nunca digas "no puedo" antes de cansar tu voluntad y tu esfuerzo hasta agotarlos, porque quizás en el último instante, cuando creas perdida toda esperanza, encuentres la solución que buscabas.

Así ha sucedido, por lo regular, a todos los que se esfuerzan; triunfan cuando parecía esfumarse toda posibilidad.

El heroísmo y el éxito no son más que el esfuerzo y la decisión de los que supieron perseverar hasta el fin.

Nunca digas "no me alcanza el tiempo".

El día y la noche te brindan muchas horas que, bien empleadas, pueden producirte un gran provecho. Advierte, más bien, si malgastas o desaprovechas tu tiempo.

Si lo malgastas, aprende a utilizarlo, porque el tiempo es capital que enriquece a quien lo emplea con talento y con sistema.

No te acostumbres tampoco a decir "se me olvidó", porque si has contraído un compromiso o necesitas cumplir un deber, tal pretexto o tal excusa te mostrará como informal o como despreocupado, y así, jamás podrás merecer una buena fama.

Cuida, por tanto, de recordar bien tus compromisos o tus deberes; reflexiona antes de comprometerte, pero una vez adquirido el compromiso, cúmplelo sin excusa.

Tampoco has de habituarte al "se me hizo tarde", porque tal es la excusa de todos los fracasados.

Por tanto, el que sí puede, el que sí tiene tiempo, el que siempre recuerda y cumple los compromisos contraídos y el que evita que se le haga tarde, cuenta entre los mejores.

¡Todos anhelamos el éxito; pero muchos, hacemos muy poco para alcanzarlo!

Los ciegos y el elefante
Se hallaba el Buda en el bosque de Jeta cuando llegaron un buen número de ascetas de diferentes escuelas metafísicas y tendencias filosóficas.

Algunos sostenían que el mundo es eterno, y otros, que no lo es; unos, que el mundo es finito, y otros, infinito; unos, que el cuerpo y el alma son lo mismo, y otros, que son diferentes; unos, que el Buda tiene existencia tras la muerte, y otros, que no.

Y así, cada uno sostenía sus puntos de vista, entregándose a prolongadas polémicas.

Todo ello fue oído por un grupo de monjes del Buda, que relataron luego el incidente al maestro y le pidieron aclaración.

El Buda les pidió que se sentaran tranquilamente a su lado y habló así:

–Monjes, esos disidentes son ciegos que no ven, que desconocen tanto la verdad como la no verdad, tanto lo real como lo no real. Ignorantes, polemizan y se enzarzan como me han relatado.

Ahora les contaré un suceso de los tiempos antiguos.

Había un marajá que mandó reunir a todos los ciegos que había en Sabathi y pidió que los pusieran ante un elefante y que contasen, al ir tocando el elefante, qué les parecía.

Unos dijeron, tras tocar la cabeza:

“Un elefante se parece a un cacharro”.

Los que tocaron la oreja aseguraron:

“Se parece a un cesto de aventar”.

Los que tocaron el colmillo dijeron:

“Es como una reja de arado”.

Los que palparon el cuerpo aseguraron:

“Es un granero”.

Y así, cada uno convencido de lo que declaraba, comenzaron a querellarse entre ellos.

El Buda hizo una pausa y rompió el silencio para concluir:

–Monjes, así son esos ascetas disidentes: ciegos y desconocedores de la verdad, que, sin embargo, sostienen a cualquier precio sus creencias.
* * * * *
"Las preocupaciones no eliminan las penas del mañana, solo debilitan las fuerzas del presente" (J. Cronin).

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