"Buscad siempre la verdad.

La verdad es lo importante, venga de donde venga, de la ciencia, de Buda o de Mahoma.

Lo importante es descubrir la verdad en donde todas las verdades coinciden, porque la verdad es Una" (Madre Teresa de Calcuta).


El portal de oro
En una ciudad nacieron dos hombres, el mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar.

Sus vidas se desarrollaron y cada uno vivió muchas experiencias diferentes.

Al final de sus vidas ambos murieron el mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar.

De acuerdo con la leyenda, se dice que, al morir, tenemos que pasar por un gran portal de oro puro, donde allí un guardián nos hace ciertas preguntas para permitirnos pasar.

El primer hombre llegó y el guardián le preguntó:

–¿Qué has hecho en tu vida?

Él respondió:

"Conocí muchos lugares, tuve muchos amigos, hice negocios que produjeron grandes riquezas, mi familia tuvo lo mejor y trabajé duro".

El guardián le pregunta de nuevo:

–¿Qué traes contigo?

Él vuelve a responder:

"Todo ha quedado allí, no traigo nada".
Ante esto, el guardián le dice:

–¡Lo siento, no puedes pasar debido a que no traes nada contigo!

Al escuchar estas palabras, el hombre, llorando y con gran pena en su corazón, se sienta a un lado a sufrir el dolor por no poder entrar...

El guardián se dirige entonces al segundo hombre y le pregunta:

–¿Qué fue de tu vida?

Este le responde:

Desde el momento en que nací, fui un caminante, no tuve riquezas, sólo busqué el amor en los corazones de todos los hombres.

Mi familia, al no darles todas las riquezas que deseaban, me abandonó; en realidad, nunca tuve nada...

El guardián le vuelve a preguntar:

–¿Encontraste lo que buscabas?

–¡Sí!, ¡ha sido mi único alimento desde que lo encontré...!

Ante lo cual el guardián le anuncia:

–¡Muy bien, puedes pasar!

Pero, ante esta respuesta, el hombre responde:

"El amor que he encontrado es tan grande que lo quiero compartir con este hombre sentado al lado del portal, sufriendo por su infortunio".

Cuenta la leyenda que su amor era tan grande que fue suficiente para que ambos pasaran por el portal.

Cuando...
Cuando el egoísmo no limite tu capacidad de amar...

Cuando confíes en ti mismo aunque todos duden de ti y dejes de preocuparte por el qué dirán...

Cuando tus acciones sean tan concisas en duración como largas en resultados...

Cuando puedas renunciar a la rutina sin que ello altere el metabolismo de tu vida...

Cuando sepas distinguir una sonrisa de una burla, y prefieras la eterna lucha que la compra de la falsa victoria...

Cuando actúes por convicción y no por adulación...

Cuando puedas ser pobre sin perder tu riqueza y rico sin perder tu humildad...

Cuando sepas perdonar tan fácilmente como ahora te disculpas...

Cuando puedas caminar junto al pobre sin olvidar que es un hombre, y junto al rico sin pensar que es un dios...

Cuando sepas enfrentar tus errores tan fácil y positivamente como tus aciertos...

Cuando halles satisfacción compartiendo tu riqueza...

Cuando sepas obsequiar tu silencio a quien no te pide palabras, y tu ausencia a quien no te aprecia...

Cuando ya no debas sufrir por conocer la felicidad y no seas capaz de cambiar tus sentimientos o tus metas por el placer...

Cuando no trates de hallar las respuestas en las cosas que te rodean, sino en tu propia persona...

Cuando aceptes los errores, cuando no pierdas la calma, entonces y sólo entonces...

Serás... ¡UN TRIUNFADOR!

El buscador
Un buscador le preguntó al sufí Yalaluddin Rumi si el Corán era un buen libro para leer.

Y este le respondió:

"Más bien deberías preguntarte a ti mismo si estás en condiciones de sacar provecho de él".

Deja secar la ira
Marina se puso muy contenta por haber ganado, de regalo, un juego de té de color azul.

Al día siguiente, Julia, su amiguita, llegó bien temprano para jugar con ella.

Pero Marina no podía, pues tenía que salir con su madre aquella mañana.

Entonces Julia le pidió a Marina que le prestara su juego de té para jugar en el jardín del edificio en que vivían.

Ella, Marina, no quería prestar su flamante regalo, pero ante la insistencia de su amiga decidió dejárselo, haciendo hincapié en el cuidado que tenía que tener con aquel juguete tan especial...

Al volver del paseo, Marina se quedó pasmada al ver su juego de té tirado al suelo.

Faltaban algunas tazas y la bandeja estaba rota.

Llorando y muy molesta, Marina se desahogó con su mamá:

–¿Ves mamá lo que hizo Julia? Le presté mi juguete y ella lo ha descuidado y lo dejó tirado en el suelo.

Totalmente descontrolada, Marina quería ir a casa de Julia a pedir explicaciones, pero su madre, cariñosamente, le dijo:

–Cariño, ¿te acuerdas de aquel día cuando saliste con tu vestido nuevo todo blanco y un coche que pasaba te salpicó y te manchó toda tu ropa?

Al llegar a casa querías lavar inmediatamente el vestido, pero la abuelita no te dejó.

¿Recuerdas lo que dijo?

Marina negó con la cabeza.

Su madre, con voz muy dulce, continuó diciendo:

–Ella dijo que había que dejar que el barro se secara, porque después sería más fácil quitar la mancha.

¡Así es hijita!, y con la ira pasa lo mismo; deja la ira secarse primero; después es mucho más fácil resolver todo.

Marina no lo entendía muy bien, pero decidió seguir el consejo de su madre y fue a leer un poco.

Un rato después sonó el timbre de la puerta.

Era Julia, con una caja en las manos, y sin más preámbulo le dijo:

–Marina, ¿recuerdas al niño malcriado de la otra calle, el que a menudo nos molesta?

Él vino para jugar conmigo, y como no le dejé porque tenía miedo de que se pudiera romper algo, se enfadó mucho y destruyó el bonito juego de té que me habías prestado.

Cuando le conté a mi madre lo que había pasado, ella me llevó a comprar otro igual para ti.

¡Espero que no estés enojada conmigo, no fue mi culpa!

–¡No hay problema!, dijo Marina, ¡mi ira ya secó!

–Y dando un fuerte abrazo a su amiga, la tomó de la mano y la llevó a su cuarto para contarle la historia del vestido nuevo que se había ensuciado de barro.

Nunca reaccionemos mientras sintamos ira.

La ira nos ciega e impide que veamos las cosas como ellas realmente son.

Así evitaremos cometer injusticias y ganar el respeto de los demás por nuestra posición ponderada y correcta delante de una situación difícil.

Acuérdate siempre: ¡deja secar la ira!

Humildad
Hace un tiempo, un científico descubrió el arte de reproducirse a sí mismo tan perfectamente que resultaba imposible distinguir el original de la copia.

Un día se enteró de que andaba buscándole el Ángel de la Muerte, y entonces hizo doce copias de sí mismo.

El ángel no sabía cómo averiguar cuál de los trece ejemplares que tenía ante sí era realmente el científico, de modo que los dejó a todos en paz y regresó al cielo.

Pero no por mucho tiempo, porque, como era un experto en la naturaleza humana, se le ocurrió una ingeniosa estrategia.

Regresó de nuevo y le dijo:

–Debe de ser usted un genio, señor, para haber logrado tan perfectas reproducciones de sí mismo; sin embargo, he descubierto que su obra tiene un defecto, un único y minúsculo defecto.

El científico pegó un salto y gritó:

–¡Imposible! ¿Dónde está el defecto?

–Justamente aquí –respondió el ángel mientras tomaba al científico de entre sus reproducciones y se lo llevaba consigo.

"Todo lo que hace falta para descubrir al 'ego' es una palabra de adulación o de crítica".

No te olvides nunca de que la persona realmente genial es, sobre todo, ¡humilde siempre...!

Meditación
Un estudiante se quejaba de que no podía meditar, sus pensamientos no se lo permitían.

Habló de esto con su maestro diciéndole:

–Maestro, los pensamientos y las imágenes mentales no me dejan meditar; cuando se van unos segundos, luego vuelven con más fuerza.

¡No puedo meditar, no me dejan en paz!

El maestro le dijo que esto dependía de él mismo y que dejara de cavilar.

No obstante, el estudiante seguía lamentándose de que los pensamientos no le dejaban en paz y de que su mente estaba confusa.

Cada vez que intentaba concentrarse, todo un tren de pensamientos y reflexiones, a menudo inútiles y triviales, irrumpían en su cabeza.

El maestro, entonces, le dijo:

–Bien. Aferra esa cuchara y tenla en tu mano.

Ahora siéntate y medita.

El discípulo obedeció.

Al cabo de un rato el maestro le ordenó:

–¡Deja la cuchara!

El alumno así hizo y la cuchara cayó, obviamente, al suelo.

Miró a su maestro con estupor y este le preguntó:

–¡Entonces, ahora dime quién agarraba a quién!, ¿tú a la cuchara, o la cuchara a ti?

La lista
Cierto día una maestra pidió a sus alumnos que pusieran los nombres de sus compañeros de clase en una hoja de papel, dejando un espacio entre nombre y nombre.

Después les pidió que pensaran en la cosa más bonita que pudieran decir de cada uno de sus compañeros y que lo escribieran debajo de su nombre.

Esta tarea duró el tiempo restante de la clase...

A medida que los alumnos dejaban el aula, entregaban a la maestra la hoja de papel.

Durante el fin de semana la maestra escribió el nombre de cada uno de sus alumnos en hojas separadas de papel y copió en ella todas las cosas lindas que cada uno de sus compañeros había escrito acerca de él.

El lunes ella entregó a cada alumno su lista.

Casi inmediatamente toda la clase estaba sonriendo.

"¿Es verdad?", ella escuchó a alguien diciendo casi como en un susurro...

"Yo nunca supe que podía significar algo para alguien", y "Yo no sabía que mis compañeros me querían tanto", eran los comentarios.

Nadie volvió a mencionar aquellos papeles en clase.

La maestra nunca supo si ellos comentaron su contenido con alguno de sus compañeros o con sus padres, pero eso no era lo importante.

El ejercicio había cumplido su propósito. Los alumnos estaban felices consigo mismos y con sus compañeros.

Aquel grupo de alumnos siguió adelante y progresó.

Varios años más tarde uno de los estudiantes fue muerto en una de esas estúpidas guerras –que nunca deberían existir– y la maestra asistió a su funeral.

Ella nunca antes había visto a un soldado en su ataúd militar.

Él se veía muy guapo y adulto.

La iglesia estaba llena con sus amigos.

Uno a uno de aquellos que tanto lo apreciaban caminaron silenciosamente para darle un último adiós.

La maestra fue la última en acercarse al ataúd.

Mientras estaba allí, uno de los soldados, que actuaba como guardia de honor, se acercó a ella y le preguntó:

–¿Era usted la profesora de matemáticas de Marcos?

Ella balbuceó:

–¡Sí!

Entonces él dijo:

–Marcos hablaba mucho acerca de usted.

Después del funeral la mayoría de los ex compañeros de Marcos fueron juntos a una merienda.

Allí estaban también los padres de Marcos, obviamente deseando hablar con su profesora.

–Queríamos mostrarle algo –dijo el padre, sacando del bolsillo una billetera.

Lo encontraron en la ropa de Marcos cuando lo mataron. Pensamos que tal vez usted lo reconocería, –dijo.

Abriendo la billetera, sacó cuidadosamente dos pedazos de papel gastados que él había arreglado con cinta y que se veía que había sido abierto y cerrado muchas veces.

La maestra se dio cuenta, aun sin mirar mucho, de que era la hoja en la que ella había registrado todas las cosas bonitas que los compañeros de Marcos habían escrito acerca de él.

–¡Gracias por haber hecho lo que hizo! –dijo la madre de Marcos–.

Como usted ve, Marcos lo guardaba como un tesoro.

Todos los ex compañeros de Marcos comenzaron a juntarse alrededor.

Carlos sonrió y dijo tímidamente:

–Yo todavía tengo mi lista. La tengo en el cajón de arriba de un armario que tengo en mi dormitorio.

La esposa de Felipe dijo:

–Felipe me pidió que pusiera el suyo en el álbum de boda.

–Yo tengo el mío también –dijo María–. Está en mi diario.

Entonces, Victoria, otra de las compañeras, metió la mano en su bolso, sacó una cartera y mostró al grupo su gastada y arrugada lista.

–Yo la llevo conmigo todo el tiempo –y, sin siquiera pestañar, dijo–: Yo creo que todos hemos conservado nuestras listas.

Fue entonces cuando la maestra se sentó y lloró.

Lloró por Marcos y por todos sus compañeros que no le volverían a ver.

La densidad de la población de nuestra sociedad es tan pesada que olvidamos que la vida va a terminar un día.

Y no sabemos cuándo será ese día.

Así que, por favor, díganle a la gente que ustedes quieren y para quienes desean el bien, que ellos son especiales e importantes...

¡Díganlo, antes de que ya no puedan decirlo!
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"A la opinión y a la fama démosles su lugar debido" (Séneca).

 

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