Un día, el juez pidió a Nasrudín que le ayudara a resolver un problema legal.

–¿Cómo me sugieres que castigue a un difamador?

¡Córtales las orejas a todos los que escuchan sus mentiras! –replicó el mulá.

Arrogancia e ignorancia
Un joven universitario se sentó en el tren frente a un señor de edad, que devotamente pasaba las cuentas del rosario.

El muchacho, con la arrogancia de los pocos años y la pedantería de la ignorancia, le dijo:

–Parece mentira que todavía crea usted en esas cosas…

–¡Así es! ¿Tú no? –le respondió el anciano.

–¿Yo? –dijo el estudiante, lanzando una estrepitosa carcajada–.

Créame y tire ese rosario por la ventanilla, y aprenda lo que dice la ciencia.

–¿La ciencia? –preguntó el anciano con sorpresa–.

Yo no lo entiendo así, pero ¿tal vez tú podrías explicármelo?

–Deme su dirección –replicó el muchacho haciéndose el importante, y en tono protector añadió–: le puedo mandar algunos libros que le podrán ilustrar.

El anciano sacó de su cartera una tarjeta de visita y se la alargó al estudiante, que leyó asombrado:

"Louis Pasteur. Instituto de Investigaciones Científicas de París".

El pobre estudiante se sonrojó y no sabía donde meterse.

Se había ofrecido a instruir en la ciencia al que, descubriendo la vacuna antirrábica, había prestado, precisamente con su saber, uno de los mayores servicios a la Humanidad.

Pasteur, el gran sabio que tanto bien hizo a los hombres, no ocultó sus creencias.

La vida
"La vida no se mide anotando puntos, como en un juego.

La vida no se mide por el número de amigos que tienes, ni por cómo te aceptan los otros.

No se mide según los planes que tienes para el fin de semana o si te quedas en casa solo.

No se mide según con quién sales, con quién solías salir, ni por el número de personas con quienes has salido, ni por si no has salido nunca con nadie.

No se mide por las personas que has besado.

No se mide por la fama de tu familia, por el dinero que tienes, por la marca de coche que tienes ni por el lugar donde estudias o trabajas.

No se mide ni por lo guapo ni por lo feo que eres, por la marca de ropa que llevas, ni por los zapatos, tampoco por el tipo de música que te gusta.

La vida, simplemente, no es nada de eso...

La vida se mide según a quién amas y según a quién dañas.

Se mide según la felicidad o la tristeza que proporcionas a otros.

Se mide por los compromisos que cumples y las confianzas que traicionas.

Se trata de la amistad, la cual puede usarse como algo sagrado o como un arma vil.

Se trata de lo que se dice y lo que se hace, y lo que se quiere decir o hacer, sea dañino o beneficioso.

Se trata de los juicios que formulas, por qué los formulas y a quién o contra quién los diriges.

Se trata de a quién no le haces caso o ignoras adrede.

Se trata de los celos, del miedo, de la ignorancia y de la venganza.

Se trata del amor, el respeto o el odio que llevas dentro de ti, de cómo lo cultivas y de cómo lo riegas.

Pero la mayor parte, se trata de si usas tu vida para alimentar el corazón de otros.

Tú y solo tú escoges la manera en que vas a afectar a otros, y esas decisiones son de lo que se trata la vida".

Hacer un amigo es una gracia.

Tener un amigo es un don.

Conservar un amigo es una virtud.

¡Ser un amigo es un honor y un privilegio!

Paciencia
Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo convierte en no apto para impacientes.

Siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla constantemente.

Durante los primeros meses no sucede nada apreciable; en realidad no pasa nada durante los siguientes siete años, a tal punto que un cultivador inexperto pensaría que las semillas no eran fértiles.

Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de tan solo seis semanas, la planta de bambú crece hasta treinta metros.

–¿Tardó solo seis semanas en crecer?

–¡No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse!

Durante esos siete años de aparente inactividad el bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.

Dos amigos
CUENT Y CUENT XII D

 

 

 

 

 

 

 

 

 Ser consecuente
Milarepa era el devoto alumno de Marpa.

Después de doce años de agotador entrenamiento espiritual, Marpa envió a Milarepa a continuar por su cuenta.

Milarepa se fue a vivir a una cueva, y una noche fría de invierno, tres terribles demonios invadieron su cueva.

Ellos chillaron, quemaron sus libros y escupieron al mandala.

Milarepa lanzó conjuros, gritó nombres santos y pidió ayuda a su señor, pero todo fue en vano.

Descorazonado, salió a la nieve.

Sentía que los demonios estaban a punto de enviarlo al Infierno.

Lentamente, comenzó a pensar:

"Este es el momento que he estado esperando.

Siempre he querido deshacerme del apego.

Si estos demonios me hicieron temer por mí mismo, entonces todo mi trabajo ha sido en vano".

Una gran calma lo invadió. Regresó a la cueva y saludó a los demonios diciendo:

–¡Honorables demonios, bienvenidos a su humilde casa!

Yo sé que su tarea asignada es destruirme y arrastrarme al Infierno.

No quiero evitarles el intentar cumplirla. En cuanto a mí, mi tarea es luchar para lograr la iluminación.

Hagamos cada uno nuestra tarea al máximo de nuestra habilidad.

Sentémonos a hablar sobre la sabiduría, ustedes con su dharma negro y yo con mi dharma blanco.

Pero primero, tomen un té conmigo.

Los demonios chillaron mostraron sus fauces y azotaron sus colas.

Milarepa repitió su invitación. Gradualmente, se encogieron hasta desaparecer completamente.

Dos jóvenes en la India
Cuentan que hace muchos años había en la India dos jóvenes que eran grandes amigos.

Trabajaban en una pequeña aldea y decidieron ir a pasar unos días a la ciudad.

Cuando llegaron a ella, comenzaron a caminar por las calles populosas, llenas de actividad y gentes bulliciosas.

Y así fue como llegaron a una gran calle donde se encontraba un conocido burdel, que estaba frente a la casa de un hombre sabio muy famoso.

Uno de los amigos decidió pasar unas horas en el burdel, bebiendo y disfrutando de las bellas prostitutas, en tanto que el otro optó por pasar ese tiempo en compañía del sabio y sus discípulos, escuchando lo que hablaba sobre la conquista interior.

Cuando había pasado un buen rato, el joven que estaba en el burdel comenzó a lamentar no estar escuchando al maestro en la zawiya (comunidad), en tanto que el otro amigo, por el contrario, en lugar de estar atento a las enseñanzas que estaba oyendo, estaba fantaseando con los placeres del burdel y reprochándose a sí mismo lo necio que había sido por no elegir tal diversión.

De este modo, el hombre que estaba en el burdel obtuvo los mismos méritos que si hubiera estado en la zawiya del sabio, y el que estaba en la zawiya acumuló tantos deméritos como si hubiera estado en el burdel.

Mientras tanto, el maestro seguía hablando del valor de vivir el momento presente con todo el ser y el corazón y decía:

–No basta con estar físicamente presente, ni con hacer los gestos o decir las palabras de forma mecánica.

Precediendo a los actos, está la actitud interior, la conciencia del acto y sus consecuencias.

En la actitud interior, en la conciencia del acto se encierra su auténtico valor.

Pero el supuesto discípulo, perdido en sus fantasías, no lo escuchaba.

El secreto de la llave dorada
Las calles llenas de luces, y los colores con que estaban adornados todos los pinos de los parques le regalaban una bella imagen a la noche navideña.

Iba apurado, pues no quería llegar tarde para comer los pollos a la parrilla que estaba preparando mi padre...

Ni la mayonesa de ave, para la entrada, que preparada por mi madre, era una real exquisitez.

Obviamente, es una fecha muy linda, muy alegre; me gusta la Navidad, especialmente la Nochebuena y toda la tradición que lleva consigo.

Llegué con tiempo para sentarme un rato con mi sobrinita, Luz, que inmediatamente después de dejarme saludar a todos y como los años anteriores, me preguntó:

–¿De dónde viene Papá Noel?
La respuesta fue la de siempre: viene del Polo Norte, con su trineo y sus alces, de los cuales (y como las anteriores Navidades) no recordé sus nombres.

Ella, entre enojos y reproches llenos de simpatía, me repitió una y otra vez los nombres, intentando que la Navidad que viene los recuerde; aunque es realmente imposible que de un año a otro pueda recordarlos.

Pero ella pone tal empeño en lograrlo que valdría la pena hacer un esfuerzo, siempre me digo.

Es increíble, pienso, cómo les gusta a los chicos escuchar estos relatos fantásticos, siempre repetidos y a la vez irreales.

Obviamente, como todos los que hace ya más de un par de décadas dejamos la niñez atrás, nos resulta un tanto simpático ver cómo creen estas historias, que alguna vez también fueron reales para nosotros, y que con el paso del tiempo pasan a ser tradiciones, y nada más que eso.

Luego de dejarla jugando con un muñequito de Papá Noel, su trineo y sus alces, tomé una copa de vino y me fui caminando hacia el parque, que es hermoso: tiene faroles, plantas...

El césped siempre cortado al ras, y unos bancos muy cómodos, que permiten ver el cielo estrellado de cada noche, y muy en especial la Nochebuena.

Mientras caminaba, pensaba en los miles de relatos navideños, y en parte me sonreía al recordarlos.

–¿Cómo puede ser que grandes escritores escriban esos cuentos? –me pregunté.

Para mí, la Navidad era un rito, nada más; el árbol, las luces, la comida y el regalo para Luz, que venía de parte de un imaginario Reyes Magos, Papá Noel... o como quieran llamarles.

Pero que alimentaba una ilusión irreal, que tarde o temprano terminaría desilusionándola.

Eso me dio pena y, en parte, me pareció injusto, aunque también entendí que la niñez se nutre de todas estas historias fantásticas.

Me recosté en uno de los bancos, cerré los ojos para dejarme acariciar por la brisa fresca y sentí que, muy suavemente, un frío intenso, pero placentero, me recorría el cuerpo.

Miré el cielo, recorrí las innumerables estrellas y la luna, que, blanca y brillante, me iluminaba el rostro.

Esa noche comimos, nos reímos de las travesuras de Luz y cantamos; era bello, como todas las Navidades.

Pero, de repente, sucedió algo extraño.

Justo a medianoche, se detuvo el tiempo; sí, dirán que estoy loco, pero todo se detuvo y todos se quedaron inmóviles en la posición que estaban...

Incluso Luz, que había dado un salto de la alegría por la llegada de Papá Noel, quedando suspendida en el aire.

Atónito, caminé alrededor de la casa para tratar de entender qué sucedía, pero la respuesta era simple: el mundo se había parado en ese instante de tiempo.

Luego, y para profundizar mi asombro, apareció un duende; sí, un duende, chiquito y vestido con colores, tal y como son descritos en los miles de cuentos fantásticos, esos que leen los niños.

Me tomó de la mano y me llevó hacia el parque donde había estacionado un trineo gigante.

–¿Qué estas esperando?, ayúdame –dijo el mismísimo Papá Noel, que estaba cargando algo de césped del parque en el trineo.

–¡El césped es para los alces! –me dijo el duendecillo en voz baja.

Obviamente, mis ojos estaban fuera de su órbita, no podía creerlo, no podía ser...

Pero era, y a pesar de mis irrealidades y escepticismos, lo tenía frente a mí, un hombre gordo de barba blanca, tal como lo describen las miles de historias, pero en el parque de la casa de mis padres y vestido de azul.

Pero ¿y el traje rojo? –pregunté.

Sé que no fue la pregunta más inteligente que podría haber dicho, pero fue la única que pude expresar debido a mi sorpresa.

–¡Estaba sucio, y no tengo otro para salir! –me contestó, con sencillez y una sonrisa que permitía ver cómo sus bigotes se levantaban suavemente, para luego agregar meneando la cabeza–:

¡Peor el que usé el año pasado!

–¿Por qué? –le pregunté.

–¡Era amarillo!

–¿Amarillo? –dije sonriendo.

–Es que mamá había lavado el traje rojo, pensando que era 20 de diciembre, y era 23, y a la hora de salir estaba mojado –me contestó el duende, en voz baja y entre risas.

Era una conversación por demás irreal...

El viejecillo era sencillo y afable...

No es que yo creyera que fuera distinto, pero estaba libre de todo protocolo...

Hablaba y te demostraba que te conocía; y con su sonrisa te daba toda la confianza para sentirte increíblemente cómodo ante su presencia.

–¡Pero es Papá Noel! –pensé, tratando de hacerme reaccionar.

–Apresúrate, que tenemos mucho por hacer.

Decidido a enterarme de todo lo que sucedería aquella noche, le hice caso en cuanta cosa me pidió que hiciese.

Luego, subimos al trineo y comenzamos a tomar vuelo, dejando una estela de destellos a nuestro paso.

Me explicó que tenía un solo poder que podía utilizar una sola vez al año, y era el que yo había presenciado; podía detener el tiempo para poder unir los dos mundos.

–¿Los dos mundos? –pregunté.

–Aquel en el que tú vives y aquel del que venimos nosotros –respondió y agregó–: pero es tarde, después te explicaré mejor.

–¿Y por qué tienes que detener el tiempo? –volví a preguntar.

–Es que es la única manera de poder repartir mi felicidad a todo el mundo –y reflexionó, dejando un interrogante en el aire–: aunque podría ser mejor aún.

No entendí muy bien a lo que se refería, y no ahondé en más preguntas porque, en realidad, mi mente estaba en otro lado, ya que no entendía qué hacía en un trineo, a más de cien metros de altura, junto a Papá Noel, los alces y todos sus duendes.

–¿Qué hago aquí contigo? –le pregunté extrañado.

–¡Me acompañas!, ¿te parece poco? –dijo sonriendo.

–¡No es poco!, pero tampoco es normal; no conozco a nadie que hubiera acompañado a Papá Noel en su trineo la noche de Navidad.

–¿No conoces a nadie o nunca nadie te contó...? –me preguntó sabiamente.

–Creo que nadie me contó –le dije, dudando de mi respuesta.

Luego de cruzar el mundo y de repartir risas, amor y esperanza, que son los regalos que entrega Papá Noel a los niños, llegamos a un pueblecito muy pequeño, donde solo había tres casitas.

–Baja conmigo –dijo Papá Noel, y después de un ágil salto dejó el trineo detrás.

Lo seguí apresurado para no perderle el paso, pues era muy rápido.

Caminamos por la oscuridad de la noche, y nos paramos frente a la ventana de una de las tres casitas de madera.

–¿Ves ese niño? –me preguntó.

Se refería a un niño que dormía abrigado por unas mantas deshilachadas, en una habitación por demás humilde.

–¡Así es! –le respondí.

–En ese niño se encuentra el gran milagro de Navidad –me dijo, sonriendo y dejando un gesto reflexivo en su rostro.

Ya sé, la pregunta más obvia hubiera sido intentar enterarme del porqué de tal revelación, pero entendí que sus silencios decían mucho, y a pesar de no darme cuenta a qué se refería, estaba seguro que pronto se me desvelaría la incógnita.

–¡El niño es un ángel! –dijo, y agregó–: pero no lo sabe.

–¿Un ángel, como todos los niños? –pregunté.

–¡No! –dijo mirándome–, es un ángel real.

–¿Real? –y agregué–: ¿existen los ángeles?

El anciano me miró tiernamente y, con una sonrisa, me demostró que aun estando en su presencia, el escepticismo seguía ganándome la batalla.

–¡Ven! –me dijo, y se dirigió hacia la puerta de la casa.

Lo seguí, aun sin entender qué sucedería, pero teniendo muy claro que seguro sería algo bueno.

Entramos en la casa y fuimos a la habitación.

–Es hermoso –dije–, pero ¿qué hacemos aquí?

–El niño tiene el secreto de la llave dorada –me contestó.

–¿El secreto de la llave dorada? –pregunté.

–¡Sí! –contestó y agregó–: hace miles de años, antes de los tiempos incluso de la creación, había una Humanidad divida en dos tipos de naturalezas: los seres humanos y los seres mágicos, que coexistían perfectamente...

No había odios, ya que nosotros evitábamos de todas maneras que ese sentimiento tomara forma entre los humanos.

Pero un día, un mago, Joaquín, se sumergió en la avaricia, y utilizó todo su poder para tomar cuanto pudo a su paso.

A medida que sus bienes aumentaban, su avaricia era mayor, y con ella, increíblemente, acrecentaba su poder, pero un poder que nacía de la oscuridad, que hasta ese momento estaba apartada del mundo.

–¿Y el niño? –pregunté.

–El ángel salvó a la raza humana, cerrando la gran puerta con la llave dorada, y escondiéndola lejos de Joaquín...

Dejando que una sola vez al año, cuando el mago de la maldad duerme, yo pudiese detener el tiempo y entrar a tu realidad, solo por un instante, para no ponerla en peligro, pero lo suficiente para repartir la alegría, que por el resto del año le hará falta al mundo de los humanos.

–¿Qué quieres decir?, ¿que los humanos no somos capaces de ser felices sin fantasía?

–¡Exacto!, y la fantasía es parte del mundo mágico y a él pertenecemos nosotros.

–¿Y por qué dices que no sabe que es un ángel? –le pregunté refiriéndome al niño.

–Es que sufrió tanto para lograr separar los dos mundos y así resguardarlos a ustedes de Joaquín, que bloqueó su existencia, convenciéndose de que al ser un niño tendría una madre que lo protegiera.

–¿Y por qué estamos aquí?

–Debemos averiguar el secreto de la llave dorada, es decir, dónde se encuentra...

–Pero ¿no volverá todo a ser como antes, es decir, el mago no intentará arrasar con todo, por su avaricia?

–No, al ser apartado de los humanos, Joaquín fue perdiendo la avaricia, que es un sentimiento humano, y con ella sus poderes; y luego de un tiempo fue apresado.

Pero el ángel, que es el único que puede unir los dos mundos, cree que es un niño y niega saber dónde está la llave.

–Y continuó–: tú tienes que convencerlo de que no es un niño y así devolver a la Humanidad toda la felicidad que viene de nuestro mundo mágico.

–¿Y yo, por qué? –pregunté desconcertado por tamaña responsabilidad.

–Cada año, en Navidad, un buen hombre me acompaña para que el niño sepa su verdad.

–¿Y los anteriores no pudieron?

–No, es que no siempre la calidez humana es la misma. Y para poder convencerlo tiene que ser alguien puro de alma y a la vez humano...

El gran problema que tenemos es que no podemos saber a quién elegir, y lo hacemos solo basándonos en quienes nos parecen buenas personas, pero hasta ahora nos ha fallado.

–Pero ¿tú no puedes hacerlo?

–¡Yo no tengo la parte humana que tú sí tienes! –me contestó.

–¿Y qué debo hacer?

–Déjate llevar por tu naturaleza. Pero ten en cuenta que solo tendrás una oportunidad.

Si fallas... el niño se dormirá hasta el próximo año.

Ni bien dijo estas últimas palabras, el niño despertó y el anciano desapareció.

–¿Tú quién eres? –me dijo, mientras estiraba las alas.

–Un amigo –contesté sin saber mucho qué decirle.

–Soy un niño –me dijo, afirmándolo de tal manera de no darme posibilidad de refutarlo.

Pasaron varios minutos sin decir ninguna palabra, él me miraba y yo intentaba encontrar la forma.

Hasta que le dije:

–¡Yo soy un ángel!

–¡Tú no eres un ángel! –me dijo enojado.

–¿Por qué dices eso? –contesté intentando mostrarme ingenuo.

–No tienes alas, y eres demasiado grande para ser un ángel.

–Y ¿cómo es un ángel?

–Es como un niño, con alas y poderes de bondad que no serías capaz de imaginar siquiera.

–¡Tú tienes alas! –le repuse, y no me contestó.

–¿Por qué dices que eres un niño? –le pregunté.

–¡Porque solo siendo niño tendré una madre!

–¡Pero sabes que no eres un niño común!

–¡Lo sé, pero no me interesa!

Luego de sentarme a su lado, de pasar mi mano por sus alas y de acariciar su espalda, le dije:

–Eres un niño muy bello. Pero el ángel que esta dentro de ti tiene un secreto, que solo si te das cuenta tú mismo de que él existe, nos dará la posibilidad de revelarlo.

–Pero ¿y mi mamá?, si soy un ángel, nunca tendré mamá –dijo acongojado.

–No es así, eres un niño que lleva dentro un ángel...

–¡No quiero ser un ángel! –volvió a repetir casi llorando.

–Es que es tanto el deseo que tienes de ser un niño que poco a poco te has ido transformando en uno, pero no por eso tienes que negar el ángel que forma tu alma.

–¿Un niño y un ángel a la vez? –dijo, transformando sus lágrimas en un gesto de sorpresa.

Nunca lo hubiera pensado desde ese punto de vista. ¡Me gusta!

–¿Entonces, revelarás el secreto?

–El secreto ya fue revelado a quien correspondía –y sonrió, dejando que en sus ojos un destello de luz se reflejara.

En ese instante volví al parque de mi casa, al banco y al cielo estrellado.

No entendí, y supuse que había sido todo un sueño, si no hubiera sido porque ya no tenía una sobrina, sino que mis sobrinos eran dos: Luz y Ángel.

Increíblemente, algo había cambiado en mi vida, ya que encontraba en mi mente cientos de recuerdos, donde Ángel me acompañaba una y otra vez.

Esa noche comimos y nos reímos mucho de las travesuras de Luz y Ángel.

Pero a medianoche, luego de brindar; cual puerta mágica, se abrió el cielo, para que, ante el asombro del mundo y tomados de la mano, elfos, hadas, magos y cientos de seres mágicos más bajaran a la Tierra y festejaran la Navidad de los seres humanos, dejando paso a una eterna y mágica realidad llena de fantasía.

(Walter Dario Mega).

Fuentes:
http://nulladiessinnemeditatione.com
http://elistas.egrupos.net/lista/klip-cuentos
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"Quien hace una pregunta teme parecer un ignorante durante cinco minutos. Quien no pregunta se mantiene ignorante toda la vida" (Ortega y Gasset).

 

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