Las fábulas y los apólogos, desde antes de la Edad Media, han sido relatados con intenciones morales y didácticas, con máximas y consejos, y si bien son narrativas, pueden presentarse en prosa o en verso. 

Muchas de ellas llevan, al final, una moraleja ejemplarizante.

En otras, la enseñanza está sobreentendida, pero no explícita.

El tomate
Érase una vez un pobre tomate que se sentía con ganas de llorar, pero no podía, pues sus padres le decían que por las mujeres no se llora.

Él, como siempre, buscaba la manera de desahogarse de tal modo que no dejaba de buscar soluciones para poder llorar, y así poder desahogarse.

Buscó ayuda en todas las verduras y hortalizas.

Una de sus opciones fue la cebolla cabezona, quien le dijo que con un poco de su ácido le haría lloriquear como un niño al cual no se compra un dulce; pero, por injusticias de las vida, él era inmune a aquel fastidioso ácido.

Fue adonde el señor limón, quien era tan amargado que lo sacó a gritos de su casa, sin darle oportunidad de pedirle ayuda.

De camino a casa se encontró a la culpable de su pena, , junto con el plátano, muy agarraditos de la mano y comiendo helado de tierra negra.

El pobre no lo soportó y corrió como alma que se lleva el diablo. Pero, por raro que parezca, no le salió ni una sola lágrima.

Sin darse cuenta, corrió tanto que se salió de la nevera y fue a dar directo a los pies de la doña, quien sin pensarlo, lo colocó en la tabla de picar.

Allí, sintiendo que su vida no valía nada, dejó que el cuchillo hiciera su trabajo. En ese mismo instante escuchó una voz que le decía: “nos vemos en la ensalada".

¡Qué increíble coincidencia!

Era tomatita, la amiga que siempre estaba en esos malos momentos y, además, siempre había mostrado interés por el tomate.

Sin pensar mucho, él se dio cuenta de que el amor estaba en el lugar y en el momento que uno menos se lo espera.

Así que el cuchillo, al cortarlo por la mitad, hizo lo que nadie había podido hacer: que el tomate derramara una lágrima, pero no de tristeza, sino de felicidad.

Moraleja: no busques el amor, ya que él solo vendrá a ti en el momento y lugar más inesperado…

El patriota ingenioso
Habiendo obtenido una audiencia del rey, un patriota ingenioso extrajo un papel del bolsillo, diciendo:

– Espero que esta fórmula que tengo aquí para construir un blindaje que ningún cañón puede perforar sea del agrado de su majestad.

Si este blindaje es adoptado en la Armada real, nuestros barcos de guerra serán invulnerables y, por consiguiente, invencibles.

Aquí, también, están los informes de los ministros de su majestad, certificando el valor de la invención. Me desprenderé de mis derechos sobre ella por un millón de tumtums.

Tras examinar los papeles, el rey los apartó, y le prometió una orden del tesorero mayor del departamento de exacción por el valor de un millón de tumtums.

–Y aquí –dijo el patriota ingenioso, extrayendo otro papel de otro bolsillo–, están los planos de un cañón de mi invención, que perforará ese blindaje.

El real hermano de su majestad, el emperador de Bang, está ansioso por comprarlo, pero mi lealtad al trono y a la persona de su majestad me obliga a ofrecérselo primero a su altísima majestad.

Su precio es de un millón de tumtums.

Habiendo recibido la promesa de otro cheque, hundió su mano en otro bolsillo, diciendo:

– El precio del cañón irresistible hubiese sido mucho mayor, su majestad, si no fuese por el hecho de que sus proyectiles pueden ser efectivamente desviados por mi peculiar método de tratar las corazas blindadas con un nuevo...

El rey le hizo al gran factótum una seña para que se aproximara.

–Revisa a este hombre –le dijo–, e infórmame de cuántos bolsillos tiene.

–Cuarenta y tres –dijo el gran factótum, tras completar el escrutinio.

–Puede complacer a su majestad –exclamó el patriota ingenioso, presa del terror– saber que uno de ellos contiene tabaco.

–Cuélguenlo de los tobillos y sacúdanlo bien –dijo el rey–. Después, entréguenle un cheque por cuarenta y dos millones de tumtums y mátenlo.

En este acto decretó que la ingenuidad es un crimen capital.
(Ambrose Bierce)

Casi manzanas
Najrani dijo:

–¡Si dices que puedes casi comprender, estás diciendo tonterías!

Un teólogo, al que le gustó esta frase, preguntó:

–¿Puedes darnos un equivalente de esto en la vida corriente?

Naturalmente –contestó–, esto es lo mismo que decir que algo es casi una manzana.

El lobo y la grulla
A un lobo que comía un hueso, se le atragantó el hueso en la garganta, y corría por todas partes en busca de auxilio.

Encontró en su correr a una grulla y le pidió que le salvara de aquella situación, y que, enseguida, le pagaría por ello.

Aceptó la grulla e introdujo su cabeza en la boca del lobo, sacando de la garganta el hueso atravesado. Pidió entonces la cancelación de la paga convenida.

«Oye, amiga –dijo el lobo–, ¿no crees que es suficiente paga haber sacado tu cabeza sana y salva de mi boca?».

Nunca hagas favores a malvados o corruptos, pues mucha paga tendrías si te dejaran sano y salvo.
(Esopo)

El conde Lucanor: cuento I
Lo que sucedió a un rey y a un ministro suyo...


Una vez estaba hablando apartadamente el conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo:

–Patronio, un hombre ilustre, poderoso y rico, no hace mucho me dijo de modo confidencial que, como ha tenido algunos problemas en sus tierras, le gustaría abandonarlas para no regresar jamás, y, como me profesa gran cariño y confianza, me querría dejar todas sus posesiones, unas vendidas y otras a mi cuidado.

Este deseo me parece honroso y útil para mí, pero antes quisiera saber qué me aconsejáis en este asunto.

–Señor conde Lucanor –dijo Patronio–, bien sé que mi consejo no os hace mucha falta, pero, como confiáis en mí, debo deciros que ese que se llama vuestro amigo lo ha dicho todo para probaros y me parece que os ha sucedido con él como le ocurrió a un rey con un ministro.

El conde Lucanor le pidió que le contara lo ocurrido.

–Señor –dijo Patronio–, había un rey que tenía un ministro en quien confiaba mucho.

Como a los hombres afortunados la gente siempre los envidia, así ocurrió con él, pues los demás privados, recelosos de su influencia sobre el rey, buscaron la forma de hacerle caer en desgracia con su señor.

Lo acusaron repetidas veces ante el rey, aunque no consiguieron que el monarca le retirara su confianza, dudara de su lealtad o prescindiera de sus servicios.

Cuando vieron la inutilidad de sus acusaciones, dijeron al rey que aquel ministro maquinaba su muerte para que su hijo menor subiera al trono y, cuando él tuviera la tutela del infante, se haría con todo el poder proclamándose señor de aquellos reinos.

Aunque hasta entonces no habían conseguido levantar sospecha en el ánimo del rey, ante estas murmuraciones el monarca empezó a recelar de él; pues en los asuntos más importantes no es juicioso esperar que se cumplan, sino prevenirlos cuando aún tienen remedio.

Por ello, desde que el rey concibió dudas de su privado, andaba receloso, aunque no quiso hacer nada contra él hasta estar seguro de la verdad.

FABYPJUANMA

Don Juan Manuel

Quienes urdían la caída del privado real aconsejaron al monarca el modo de probar sus intenciones y demostrar así que era cierto cuanto se decía de él.

Para ello expusieron al rey un medio muy ingenioso que os contaré en seguida.

El rey resolvió hacerlo y lo puso en práctica, siguiendo los consejos de los demás ministros.

Pasados unos días, mientras conversaba con su privado, le dijo, entre otras cosas, que estaba cansado de la vida de este mundo, pues le parecía que todo era vanidad.

En aquella ocasión no le dijo nada más.

A los pocos días de esto, hablando otra vez con aquel ministro, volvió el rey sobre el mismo tema, insistiendo en la vaciedad de la vida que llevaba y de cuanto boato rodeaba su existencia.

Esto se lo dijo tantas veces y de tantas maneras que el ministro creyó que el rey estaba desengañado de las vanidades del mundo y que no le satisfacían ni las riquezas ni los placeres en que vivía.

El rey, cuando vio que a su privado le había convencido, le dijo un día que estaba decidido a alejarse de las glorias del mundo y quería marcharse a un lugar recóndito donde nadie lo conociera para hacer allí penitencia por sus pecados.

Recordó al ministro que, de esta forma, pensaba lograr el perdón de Dios y ganar la gloria del Paraíso.

Cuando el privado oyó decir esto a su rey, pretendió disuadirlo con numerosos argumentos para que no lo hiciera.

Por ello, le dijo al monarca que, si se retiraba al desierto, ofendería a Dios, pues abandonaría a cuantos vasallos y gentes vivían en su reino, hasta ahora gobernados en paz y en justicia, y que, al ausentarse él, habría desórdenes y guerras civiles, en las que Dios sería ofendido y la tierra destruida.

También le dijo que, aunque no dejara de cumplir su deseo por esto, debía seguir en el trono por su mujer y por su hijo, muy pequeño, que correrían mucho peligro tanto en sus bienes como en sus propias vidas.

A esto respondió el rey que, antes de partir, ya había dispuesto la forma en que el reino quedase bien gobernado y su esposa, la reina y su hijo, el infante, a salvo de cualquier peligro.

Todo se haría de esta manera: puesto que a él lo había criado en palacio y lo había colmado de honores, estando siempre satisfecho de su lealtad y de sus servicios, por lo que confiaba en él más que en ninguno de sus privados y consejeros, le encomendaría la protección de la reina y del infante y le entregaría todos los fuertes y bastiones del reino, para que nadie pudiera levantarse contra el heredero.

De esta manera, si volvía al cabo de un tiempo, el rey estaba seguro de encontrar en paz y en orden cuanto le iba a entregar.

Sin embargo, si muriera, también sabía que serviría muy bien a la reina, su esposa, y que educaría en la justicia al príncipe, a la vez que mantendría en paz el reino hasta que su hijo tuviera la edad de ser proclamado rey.

Por todo esto, dijo al ministro, el reino quedaría en paz y él podría hacer vida retirada.

Al oír el privado que el rey le quería encomendar su reino y entregarle la tutela del infante, se puso muy contento, aunque no dio muestras de ello, pues pensó que ahora tendría en sus manos todo el poder, por lo que podría obrar como quisiere.

Este ministro tenía en su casa, como cautivo, a un hombre muy sabio y gran filósofo, a quien consultaba cuantos asuntos había de resolver en la corte y cuyos consejos siempre seguía, pues eran muy profundos.

Cuando el privado se alejó del rey, se dirigió a su casa y le contó al sabio cautivo cuanto el monarca le había dicho, entre manifestaciones de alegría y contento por su buena suerte, ya que el rey le iba a entregar todo el reino, todo el poder y la tutela del infante heredero.

Al escuchar el filósofo que estaba cautivo el relato de su señor, comprendió que este había cometido un grave error, pues sin duda el rey había descubierto que el ministro ambicionaba el poder sobre el reino y sobre el príncipe.

Entonces comenzó a reprender severamente a su señor diciéndole que su vida y hacienda corrían grave peligro, pues cuanto el rey le había dicho no era sino para probar las acusaciones que algunos habían levantado contra él y no por que pensara hacer vida retirada y de penitencia.

En definitiva, su rey había querido probar su lealtad y, si viera que se alegraba de alzarse con todo el poder, su vida correría gravísimos riesgos.

Cuando el privado del rey escuchó las razones de su cautivo, sintió gran pesar, porque comprendió que todo había sido preparado como este decía.

El sabio, que lo vio tan acongojado, le aconsejó un medio para evitar el peligro que lo amenazaba.

Siguiendo sus consejos, el privado, aquella misma noche, se hizo rapar la cabeza y cortar la barba, se vistió con una túnica muy tosca y casi hecha jirones, como las que llevan los mendigos que piden en las romerías, cogió un bordón y se calzó unos zapatos rotos aunque bien clavados, y cosió en los pliegues de sus andrajos una gran cantidad de doblas de oro.

Antes del amanecer encaminó sus pasos a palacio y pidió al guardia de la puerta que dijese al rey que se levantase, para que ambos pudieran abandonar el reino antes de que la gente despertara, pues él ya lo estaba esperando; le pidió también que todo se lo dijera sin ser oído por nadie.

El guardia, cuando así vio al privado del rey, quedó muy asombrado, pero fue a la cámara real y dio el mensaje al rey, que también se asombró mucho e hizo pasar a su privado.

El rey, al ver con aquellos harapos a su ministro, le preguntó por qué iba vestido así.

Contestó el privado que, puesto que el rey le había expresado su intención de irse al desierto y como seguía dispuesto a hacerlo, él, que era su privado, no quería olvidar cuantos favores le debía, sino que, al igual que había compartido los honores y los bienes de su rey, así, ahora que él marchaba a otras tierras para llevar vida de penitencia, querría él seguirlo para compartirla con su señor.

Añadió el ministro que, si al rey no le dolían ni su mujer, ni su hijo, ni su reino, ni cuantos bienes dejaba, no había motivo para que él sintiese mayor apego, por lo cual partiría con él y le serviría siempre, sin que nadie lo notara.

Finalmente, le dijo que llevaba tanto dinero cosido a su ropa que nunca habría de faltarles nada en toda su vida y que, pues habían de partir, sería mejor hacerlo antes de que pudiesen ser reconocidos.

Cuando el rey oyó decir esto a su privado, pensó que actuaba así por su lealtad y se lo agradeció mucho, contándole cómo lo envidiaban los otros privados, que estuvieron a punto de engañarlo, y cómo él se decidió a probar su fidelidad.

Así fue como el ministro estuvo a punto de ser engañado por su ambición, pero Dios quiso protegerlo por medio del consejo que le dio aquel sabio cautivo en su casa.

Vos, señor conde, es preciso que evitéis caer en el engaño de quien se dice amigo vuestro, pero ciertamente lo que os propuso solo es para probaros y no porque piense hacerlo.

Por eso os convendrá hablar con él, para que le demostréis que solo buscáis su honra y provecho, sin sentir ambición ni deseo de sus bienes, pues la amistad no puede durar mucho cuando se ambicionan las riquezas de un amigo.

El conde vio que Patronio le había aconsejado muy bien, obró según sus recomendaciones y le fue muy provechoso hacerlo así.

Y, viendo don Juan que este cuento era bueno, lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos que condensan toda su moraleja:

"No penséis ni creáis que por un amigo
hacen algo los hombres que les sea un peligro".

También hizo otros que dicen así:

"Con la ayuda de Dios y con buen consejo,
sale el hombre de angustias y cumple su deseo".
(Don Juan Manuel)

El buen rey león
Había un león que no era enojoso, ni cruel, ni violento, sino tratable y justo como una buena criatura, por lo que llegó a ser el rey.

Bajo su reinado se celebró una reunión general de los animales para disculparse y recibir mutua satisfacción: el lobo dio la paz al cordero, la pantera al camello, el tigre al ciervo, la zorra a la liebre, etc.

La tímida liebre dijo entonces:

–He anhelado ardorosamente ver llegar este día, a fin de que los débiles seamos respetados con justicia por los más fuertes.

E inmediatamente corrió lo mejor que pudo.

Cuando se practica la justicia, los humildes pueden vivir tranquilos... pero no confiarse.
(Esopo)

Una pequeña fábula
–¡Ay! –dijo el ratón. El mundo se hace cada día más pequeño.
Al principio era tan grande que le tenía miedo.

Corría y corría y, por cierto, que me alegraba ver esos muros, a diestra y siniestra, en la distancia.

Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí, en el rincón, está la trampa sobre la cual debo pasar.

–Todo lo que debes hacer es cambiar de rumbo –dijo el gato–...

El ratón le hizo caso; en esto que el gato se abalanzó sobre él y se lo comió.

Moraleja: Antes de poner en práctica consejos de los "bien intencionados", reflexiona.
(Franz Kafka)

El astrónomo
Tenía un astrónomo la costumbre de pasear todas las noches estudiando los astros.

Un día que vagaba por las afueras de la ciudad, absorto en la contemplación del cielo, cayó en un pozo.

Estando lamentándose y dando voces, acertó a pasar un hombre que, oyendo sus lamentos, se le acercó para saber su motivo; y enterado de lo sucedido, dijo:

"¡Amigo mío! ¿Quieres ver lo que hay en el cielo y no ves lo que hay en la tierra?".

Está bien mirar y conocer nuestro alrededor, pero antes hay que saber dónde uno está.
(Esopo)

Fuentes:
http://www.encuentos.com
http://www.ucm.es/info
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"Al principio vienen necesariamente a la mente la fantasía y la fábula. Desfilan después lo cálculos matemáticos, y solo al final la realización corona el pensamiento" (Konstantín Eduardovich Tsiolkovski).

 

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