La obra de Esopo fue narrada primero por Demetrio de Falero, luego por Fedro, Babrio, Jean de La Fontaine y Félix María Samaniego.

En sus fábulas hay una enseñanza moral, no una doctrina. 

Recogen experiencias de la vida cotidiana que forman un conjunto de ideas de carácter pragmático.

El viento del norte y el sol
El sol y el viento, para comprobar quién era más fuerte de los dos, se desafiaron para ver quién era capaz de quitar los vestidos al primero que pasara.

El viento sopló con todas sus fuerzas, pero cuanto más se esforzaba, el hombre se apretaba más la ropa y, además, al sentir frío, se echó por encima su abrigo.

El sol no se esforzó demasiado: se limitó a lucir.

El viajero, sudando, se quitó toda la ropa para correr a bañarse.

La moraleja de la fábula es que "la persuasión es mucho más eficaz que la violencia".
Esopo

Las apariencias
Cuenta el sufi mulá Nasrudín que cierta vez asistió a una casa de baños pobremente vestido, y lo trataron de regular a mal, y ya cuando iba a salir dejó una moneda de oro de propina.

A la semana siguiente fue ricamente vestido y se desvivieron para atenderlo...

En esta ocasión dejó una moneda de cobre, diciendo:

–Esta es la propina por el trato de la semana pasada, y la de la semana pasada, por el trato de hoy.
Nasrudín

Los dos viajeros
El compadre Tomás y su amigo Lubín van los dos a pie a la ciudad vecina.

Tomás halla, en el camino, una bolsa llena de monedas.
La mete en su bolsillo.

Lubín, con gran contento, le dice:

–¡Qué suerte hemos tenido!

–¡No! –responde fríamente Tomás–, "hemos" no está bien dicho, "he" es más correcto.

Lubín no se atreve a chistar. Mas, al dejar el llano, encuentran a unos ladrones en el bosque escondidos.

Tomás, temblando y no sin causa, dice:

–¡Estamos perdidos!

–¡No! –contesta Lubín–, "estamos" no es muy lógico; "estás" es otra cosa.

Dicho esto, se escapa a través de los bosques.

Atenazado por el miedo, Tomás pronto es alcanzado y tiene que entregar la bolsa a cambio de su vida, ya que él solo no podía contra los forajidos.
Claris de Florian

La humildad
Una viuda tenía dos hijas muy bellas. Se parecían mucho, pero tenían un carácter muy distinto.

Isabel, la mayor, era presumida e interesada.

Pasaba días enteros mirándose al espejo y pensando en casarse con un varón apuesto y rico.

María, la menor, había heredado la bondad y dulzura de su padre.

Isabel y su madre vivían dándole órdenes a María:
"Lava bien esa pared".

"Dale de comer a los animales".

"Calienta agua para el baño". María, siempre vestida con ropa sencilla, obedecía a todo sin quejarse.

Mientras tanto, Isabel se probaba costosos trajes y ensayaba nuevos peinados.

Una mañana, María fue al pozo cercano en busca de agua.

Iba cargando el cántaro lleno cuando una anciana muy pobre y modesta en su aspecto le dirigió la palabra:

–¡Tengo mucho calor y deseo beber un poco de agua! ¿Podrías darme un poco de la que llevas?

–¡Claro, señora, beba usted la que guste! –dijo María.

La señora bebió varios tragos y le dijo:

–¡Tu alma es tan bella como tu aspecto. Mereces que cada vez que hables, salgan perlas de tu boca!

María volvió a casa. Su madre y su hermana la regañaron por haber tardado, pero ella les contó lo ocurrido...

En cuanto empezó a hablar, de su boca brotaron docenas de perlas brillantes y perfectas.

–¡Qué maravilla! –exclamaron a coro la madre e Isabel.

De inmediato, planearon que esta fuera por agua para recibir el mismo don. La chica se arregló más que de costumbre.

Pero antes de salir –con su arrogancia habitual–, advirtió:

–¡Serán diamantes lo que salga de mi boca!

Unos pasos más adelante halló a la ancianita, y cuando esta le pidió de beber, Isabel le acercó el cántaro a la boca.

La señora, sin querer, derramó un poco sobre el traje de seda de la muchacha.

–¡Mire lo que ha hecho! –exclamó Isabel enfurecida–. Me ha arruinado mi hermoso vestido. Es usted muy torpe y boba.

–Y tú eres una soberbia. Hablas de forma tan fea que de tu boca deberían salir sapos, pues eso es lo que llevas en el corazón, –afirmó la anciana.

Isabel volvió a casa y narró lo acontecido. Mientras hablaba, de su boca comenzaron a salir sapitos pequeños muy brillantes e inquietos. Se puso a llorar.

Así pasaron varios días, hasta que ella y su madre pidieron a María que buscara a la anciana para ofrecerle una disculpa.

María obedeció. Caminó durante cinco jornadas hasta encontrarla.

Cuando le explicó el cometido de su viaje y le rogó que levantara el hechizo de su hermana, la anciana señora le explicó:

–La soberbia solo se quita con la modestia. Perdono a tu hermana si tú renuncias al don de las perlas.

–¡De acuerdo! –dijo María sin dudar.

Nunca volvieron a brotar perlas de sus labios. Pero tampoco salieron sapos de la boca de Isabel.
Cuento popular de Europa central

Introducción a las fábulas para animales
"Durante muchos siglos la costumbre fue esta: aleccionar al hombre con historias a cargo de animales de voz docta, de solemne ademán o astutas tretas...

Tercos en la maldad y en la codicia o necios como el ser al que glosaban.

La Humanidad les debe parte de su virtud y su sapiencia a asnos y leones, ratas, cuervos, zorros, osos, cigarras y otros bichos que sirvieron de ejemplo y moraleja, de estímulo también y de escarmiento en las ajenas testas animales, al imaginativo y sutil griego, al severo romano, al refinado europeo, al hombre occidental, sin ir más lejos…".
Ángel González

El ave extraordinaria
Hace mucho tiempo, un viajero recorrió medio mundo en busca del ave extraordinaria.

Aseguraban los sabios que lucía el plumaje más blanco que se pudiera imaginar.

Decían, además, que sus plumas parecían irradiar luz, y que era tal su luminosidad que nunca nadie había visto su sombra.

¿Dónde encontrarla? Lo ignoraban. Desconocían hasta su nombre.

El viajero recorrió el bosque, la costa, la montaña.

Un día, junto al lago, distinguió un ave inmaculadamente blanca.

Se acercó con sigilo, pero ella sintió su presencia y levantó vuelo.

Su sombra voladora se dibujó sobre las aguas del lago…

“Es solo un cisne”, se dijo entonces el viajero, recordando que el ave extraordinaria no tenía sombra.

Algún tiempo después, en el jardín de un palacio, vio un ave bellísima.

Estaba en una gran jaula de oro y su plumaje resplandecía al sol.

El guardián del jardín adivinó lo que pensaba y le advirtió:

–Es solo un faisán blanco, no es lo que buscas.

El viajero, incansable, recorrió muchas tierras, países, continentes...

Llegó hasta Asia y allí, en un pueblo, conoció a un anciano que dijo saber dónde se encontraba el ave extraordinaria.

Juntos escalaron una montaña.

Cerca de la cumbre, vieron al gran pájaro de belleza incomparable.

Sus plumas, esplendorosamente blancas, irradiaban una luz sin igual.

–Se llama Lumerpa –dijo el anciano–. Cuando muere, la luz de su plumaje no se apaga.

Y si alguien le quita entonces una pluma, esta pierde al momento su blancura y su brillo; porque estos dones solo le corresponde poseerlos a su legítimo dueño.

Allí terminó la búsqueda.

El viajero volvió a su tierra, feliz, como si una parte de aquel resplandor lo iluminara por dentro.

Y aseguró que el plumaje de Lumerpa era como la fama bien ganada y el buen nombre y el honor... Que no pueden quitarse a quien los posee y que siguen brillando aun después de la muerte.
Leonardo da Vinci

Una fábula moderna
Una gallina encontró unos granos de trigo y dijo a sus vecinos:

–Si sembramos este trigo, tendremos pan para comer.
¿Alguien me quiere ayudar a sembrarlo?

–¡Yo no, estás loca! –dijo la vaca.

–¡Ni yo, tengo otras cosas importantes que hacer! –aseveró el pato.

–¡Yo tampoco! –replicó el cerdito.

–¡Mucho menos yo! –completó el cabrito.

–¡Entonces yo sola lo sembraré! –dijo la gallina. Y así lo hizo.

El trigo creció y maduró, con unos granos grandes y dorados.

–¿Quién me ayudara a cosecharlos? –quiso saber la gallina.

–¡Yo no, ya tengo salario mínimo garantizado! –dijo el pato.

–¡No son parte de mis funciones, solo lo haré si me das una compensación! –dijo el cerdito.

–¡Yo no, después de tantos años de servicio...! –exclamó la vaca.

–¡Yo tampoco voy a arriesgarme a perder el seguro de paro! –añadió el cabrito.

–¡Entonces, yo misma lo cosecharé! –dijo la gallina, y asi fue.

Finalmente, llegó la hora de hornear el pan.

–¿Quién me va a ayudar a hacer el pan? –indagó la gallina.

–¡Yo huí de la escuela y no aprendí esas tonterías, me mantengo con el paro! –habló el cerdito.

–¡Yo no puedo arriesgar mi pensión por enfermedad! –continuó diciendo el pato.

–¡Suponiendo que solo sea para ayudar, eso es discriminatorio! –refunfuñó el cabrito.

–¡Solo si me pagan horas extras! –exclamó la vaca.

–¡Entonces, yo misma lo haré! –exclamó la pequeña gallina.

Cocinó cinco panes y los puso en una cesta para que los vecinos los vieran...

De repente, toda la gente pasó y, como querían pan, todos pedían un bocado. La gallina, simplemente, dijo:

–¡No, voy a comérmelos yo sola!

–¡Lucro excesivo, usurera! –gritó la vaca.

–¡Sanguijuela capitalista! –exclamó el pato.

–¡Yo exijo igualdad de derechos! –gritó el cabrito.

El cerdito gruñó:

–¡La paz, el pan, la educación son para todos! ¡El pueblo tiene sus derechos!

Pintaron carteles y pancartas diciendo: "Injusticia", y marcharon protestando contra la gallina, gritaron obscenidades y toda clase de improperios.

 

FABYPRO


Llamaron a un fiscal del Gobierno, y este le dijo a la pobre gallina:

–¡Usted, gallina, no puede ser así, tan egoísta. Usted ganó pan por demás, y por eso tiene que pagar muchos impuestos!

–¡Pero yo gané ese pan con mi propio trabajo y sudor! –se defendió la gallina–.

¡Los otros no quisieron trabajar! –replicó resentida.

–¡Exactamente! –dijo el funcionario del Gobierno.

Esa es la ventaja de la libre competencia. Cualquier persona o empresa puede ganar lo que quiera.

Puede trabajar o no trabajar...

Pero, de acuerdo con nuestra moderna legislación, la más moderna y adelantada del mundo, los trabajadores más productivos tienen que dividir el producto del trabajo con los que no hacen nada.

Este es el socialismo más moderno del mundo, y para eso, gallinita, tienes que aportar con el IVA, el impuesto del combustible, los TAGS, los peajes a las autopistas, a los sobresueldos, a los políticos inútiles, a los embajadores, pagar contribuciones, patentes del coche, patentes municipales, impuestos de aduanas, etc.

Para garantizar la salud, la educación, la seguridad ciudadana y la justicia de nuestro pueblo.

¡Las mejores del mundo!

Y todos vivieron felices para siempre, inclusive la pequeña gallina, a quien no le quedó más que sonreír y, cacareando, dijo:

–¡Qué alegría más grande, qué suerte vivir en un país como este!

Los vecinos son los que ahora se preguntan: ¿qué le habrá pasado a la gallina, que nunca más hizo pan?

Cualquier semejanza con algún país, Gobierno o sistema político que usted conozca es mera coincidencia.

Por si les sirve de consuelo:

¡No hay mal que dure cien años!

El perro y la campanilla
Un perro ataca sin razón a los otros.

Para advertir a los demás dueños, su amo le cuelga del cuello una campanilla, que el perro muestra fanfarronamente a los demás como si fuera un premio.

Hasta que una perra vieja le pregunta:

–¿Por qué presumes? ¿Acaso crees que no sabemos que esa campanilla la llevas no por tus virtudes sino como aviso de tu maldad?

La moraleja de esta historia, que ha sido reescrita por numerosos fabulistas, es que "los halagos que se hacen los presuntuosos a menudo solo delatan sus propios defectos".
Esopo

El más glotón

Un rico personaje, amigo del emperador, siempre intentaba burlarse del sabio e ingenioso mulá Nasrudin Afanti.

Un día hizo traer desde la ciudad de Hami una gran cantidad de exquisitos melones, dulces como la miel.

Y organizó un banquete con varios invitados importantes, entre los que incluyó a Nasrudin, haciéndole sentar a su lado.

El dueño de la casa servía a los presentes y amenizaba la charla con gran entusiasmo, proponiendo temas de discusión interesantes para mantenerlos distraídos mientras, con gran disimulo, iba colocando las cáscaras de su melón cerca de Nasrudin.

Cuando terminaron el último melón, este hombre presuntuoso quiso completar su broma a Nasrudin, quien más de una vez le había hecho quedar en ridículo con sus observaciones, tan atinadas como irónicas.

–Miren, amigos, la cantidad de cáscaras de melón que consiguió Afanti: ¡toda una colección! Para ser un sabio, sí que tiene buen apetito; comió el doble que todos nosotros.

¡Propongo nombrarlo de ahora en adelante el gran sabio tragón!

Todos los presentes lanzaron una carcajada a costa de Afanti, que los miró y se sonrió con toda tranquilidad.

–Es cierto –dijo Afanti, compartiendo con una sonrisa el buen humor general–.

Yo comí mucho melón, pero dejé de lado las cáscaras. En cambio, observen el lugar donde se sienta el dueño de casa.

Lo hemos visto comer igual que todos nosotros y, sin embargo, no tiene cerca de él ni una sola cáscara.

No cualquiera se come un melón con cáscara y todo.
¡Eso sí que es ser el emperador de los glotones!

El mulá Nasrudin Afanti es una suerte de derviche, un sacerdote itinerante que recorre los caminos del Medio Oriente y se interna hasta zonas de Rusia y de China, llevando su peculiar sentido del humor, su defensa de los débiles contra los poderosos, su sentido de la sabiduría.

Aunque sus historias se consideran enseñanzas de hombre sabio, pertenecen a la misma estirpe que todos los cuentos de pícaros del continente, y de los que cruzaron los mares.

Es Hershele Ostropolier entre los judíos, y el bribón de Till Eulenspiegel entre los alemanes; es Ma Zi, el ingenioso campesino chino; el Hermano Conejo del sur de los Estados Unidos; Anansi, la araña, en África y Jamaica; y Pedro Urdemales en América Latina.

El tema de esta historia no es la gula, sino la deshonestidad y la inteligencia con que se la pone al descubierto.

Y, sin embargo, la gula queda claramente en ridículo en un acuerdo que incluye a los malos y buenos del relato.

Es, para todos, un vicio injustificable. Como siempre, es el desenfreno, lo intolerable, lo que la religión y la sociedad no están dispuestas a soportar:

Controlar el deseo, de uno u otro modo, es siempre el ideal humano.
Nasrudín

El león y el ratón
En esta fábula, un ratón incauto sale de su madriguera en presencia de un león.

La fiera le atrapa con sus garras y se dispone a comérselo, pero, finalmente, se apiada por los gritos de clemencia del insignificante animal y lo libera.

Tiempo después es el ratón quien, sorprendentemente, devuelve el favor al rey de la selva al roer con sus dientes unas redes que, dispuestas por unos cazadores, habían atrapado al poderoso león.

La moraleja de la historia es que "ningún acto de bondad queda sin recompensa" y que "no conviene desdeñar la amistad de los humildes".

Esta misma enseñanza se repite en otras fábulas del propio Esopo, como la de "El esclavo y el león".
Esopo

La zorra y el león
Había una vez un león que tenía hambre, y queriendo encontrar ocasión para comer, preguntó a la oveja cómo era su aliento.

Y la oveja respondió la verdad, diciéndole que muy apestoso. El león, fingiéndose entonces ofendido, le dio un fuerte golpe en la cabeza y la mató diciéndole:

–¡Ahí va esto, porque no has sentido vergüenza de ofender a tu rey! ¡Ahora recibe tu castigo! Y se la comió.

Después preguntó el león lo mismo a la cabra, es decir, si su aliento olía bien.

Y la cabra, viendo cuán mal lo había tomado con la oveja, le contestó que su aliento era maravilloso y olía muy bien.

Entonces el león le pegó un fuerte golpe en la cabeza y la mató exclamando:

–¡Ahí va!, porque me has adulado con falsedades.
¡Ahora toma eso!

Y después, cuando volvió a tener hambre, hizo aquella misma pregunta a la zorra, preguntándole cómo tenía el aliento.

Pero la zorra –siempre astuta–, se alejó corriendo de él, recordando lo mal que les había ido a las otras y le contestó:

–¡De buena fe, señor, le digo que no le puedo responder a su pregunta, puesto que me hallo resfriada y nada percibo de su aliento!

Y así se escapó del león. Y los demás animales que se pusieron en el peligro, sin provecho murieron, ya que no supieron evadirse y alejarse de la respuesta errónea.
Francisco Eiximenis
* * * * *
"El hombre nace libre, responsable y sin excusas" (Jean Paul Sartre).

 

Utilizamos cookies para asegurar que damos la mejor experiencia al usuario en nuestra página web. Al utilizar nuestros servicios, aceptas el uso que hacemos de las cookies.