Las fábulas y los apólogos se utilizaron desde la Antigüedad grecorromana por los esclavos pedagogos para enseñar conducta ética a los niños que educaban.

Esopo y Babrio, entre los autores de expresión griega, y Fedro entre los romanos, han sido los autores más célebres de fábulas y han servido de ejemplo a los demás.

En la Edad Media circularon por Europa numerosas colecciones de fábulas pertenecientes a otra tradición autónoma, de origen indio (Hitopadesa, Pancatantra), difundidas a través de traducciones árabes o judaicas españolas o sicilianas.

Muchas de ellas fueron a parar a libros de ejemplos para sermones. El más famoso fue, sin duda, la "Disciplina clericalis" del judío converso español Pedro Alfonso, entre otros muchos.

Durante el Renacimiento recibieron el interés de los humanistas; Leonardo da Vinci, por ejemplo, compuso un libro de fábulas.

Con la revitalización de la Antigüedad clásica en el siglo XVIII comenzaron a escribirse fábulas; destacaron en esta labor los franceses Jean de La Fontaine y Jean Pierre Claris de Florian, el polaco Ignacy Krasicki, los españoles Tomás de Iriarte y Félix María Samaniego, el inglés John Gay y el alemán Gotthold Ephraim Lessing.

Posteriormente, en el siglo XIX, la fábula fue uno de los géneros más populares, pero empezaron a ampliarse sus temas y se realizaron colecciones especializadas.

En España sobresalieron, especialmente, los escritores Cristóbal de Beña (fábulas políticas) y Juan Eugenio Hartzenbusch.

En Estados Unidos, Ambrose Bierce, con sus fábulas fantásticas y su Esopo enmendado, libros poblados por la ironía y la burla política; en Rusia, Iván Krylov; y en Gran Bretaña, Beatrix Potter (1858-1943).

La zorra y las uvas
Es voz común que a más del mediodía,
en ayunas la zorra iba cazando;
halla una parra; quédase mirando
de la alta vid el fruto que pendía.

Causábale mil ansias y congojas
no alcanzar a las uvas con la garra,
al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas.

Miró, saltó y anduvo en probaturas;
pero vio el imposible ya de fijo.
Entonces fue cuando la zorra dijo:
No las quiero comer. No están maduras.
Félix María Samaniego

El sabio y el ignorante
El sabio suele pensar que es ignorante, y el ignorante suele creer que es sabio.

Por lo general, el sabio guarda silencio, volviéndose amo de lo que calla, y el ignorante habla, volviéndose esclavo de lo que dice.

El ignorante se muestra pomposo, abarca y es exuberante, como la calabaza, mientras que el sabio se guarda… sabiamente.

"…Haz que sea moderado en todo, pero insaciable en mi amor por la Humanidad y la ciencia.

Aparta de mí la idea de que puedo todo.

Dame la fuerza, la voluntad y la ocasión para ampliar cada vez más mis conocimientos.

Que pueda hoy descubrir en mi saber cosas que ayer no sospechaba, porque el arte es grande, pero el espíritu del hombre puede avanzar siempre más adelante…".

(Fragmento de "La oración de Maimónides", esta oración es una versión similar al "Juramento hipocrático" que realizan los médicos el día de la entrega de su título...).
Maimónides

El conde Lucanor, cuento X
Lo que ocurrió a un hombre que por pobreza y falta de otro alimento comía altramuces.

Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio de este modo:

–Patronio, bien sé que Dios me ha dado tantos bienes y mercedes que yo no puedo agradecérselos como debiera, y sé también que mis propiedades son ricas y extensas; pero a veces me siento tan acosado por la pobreza que me da igual la muerte que la vida.

Os pido que me deis algún consejo para evitar esta congoja.

–Señor conde Lucanor –dijo Patronio–, para que encontréis consuelo cuando eso os ocurra, os convendría saber lo que les ocurrió a dos hombres que fueron muy ricos.

El conde le pidió que le contase lo que les había sucedido.

–Señor conde Lucanor –dijo Patronio–, uno de estos hombres llegó a tal extremo de pobreza que no tenía absolutamente nada que comer.

Después de mucho esforzarse para encontrar algo con que alimentarse, no halló sino una escudilla llena de altramuces.

Al acordarse de cuán rico había sido y verse ahora hambriento, con una escudilla de altramuces como única comida, pues sabéis que son tan amargos y tienen tan mal sabor, se puso a llorar amargamente; pero, como tenía mucha hambre, empezó a comérselos y, mientras los comía, seguía llorando y las pieles las echaba tras de sí.

Estando él con este pesar y con esta pena, notó que a sus espaldas caminaba otro hombre y, al volver la cabeza, vio que el hombre que le seguía estaba comiendo las pieles de los altramuces que él había tirado al suelo.

Se trataba del otro hombre de quien os dije que también había sido rico.

Cuando aquello vio el que comía los altramuces, preguntó al otro por qué se comía las pieles que él tiraba.

El segundo le contestó que había sido más rico que él, pero ahora era tanta su pobreza y tenía tanta hambre que se alegraba mucho si encontraba, al menos, pieles de altramuces con que alimentarse.

Al oír esto, el que comía los altramuces se tuvo por consolado, pues comprendió que había otros más pobres que él, teniendo menos motivos para desesperarse.

Con este consuelo, luchó por salir de su pobreza y, ayudado por Dios, salió de ella y otra vez volvió a ser rico.

Y vos, señor conde Lucanor, debéis saber que, aunque Dios ha hecho el mundo según su voluntad y ha querido que todo esté bien, no ha permitido que nadie lo posea todo.

Mas, pues en tantas cosas Dios os ha sido propicio y os ha dado bienes y honra, si alguna vez os falta dinero o estáis en apuros, no os pongáis triste ni os desaniméis, sino pensad que otros más ricos y de mayor dignidad que vos estarán tan apurados que se sentirían felices si pudiesen ayudar a sus vasallos, aunque fuera menos de lo que vos lo hacéis con los vuestros.

Al conde le agradó mucho lo que dijo Patronio, se consoló y, con su esfuerzo y con la ayuda de Dios, salió de aquella penuria en la que se encontraba.

Y viendo don Juan que el cuento era muy bueno, lo mandó poner en este libro e hizo los versos que dicen así:

"Por padecer pobreza nunca os desaniméis,
porque otros más pobres un día encontraréis".
Don Juan Manuel

Un bonito cuento
Un hombre, su caballo y su perro iban por una carretera. Cuando pasaban cerca de un árbol enorme, cayó un rayo y los tres murieron fulminados.

Pero el hombre no se dio cuenta de que ya había abandonado este mundo, y prosiguió su camino con sus dos animales (a veces los muertos andan un cierto tiempo antes de ser conscientes de su nueva condición…).

La carretera era muy larga y empinada la colina. El sol era muy intenso, y ellos estaban sudorosos y sedientos.

En una curva del camino vieron un magnífico portal de mármol, que conducía a una plaza pavimentada con adoquines de oro.

El caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada y entabló con él el siguiente diálogo:

–Buenos días.

–Buenos días –respondió el guardián.

–¿Cómo se llama este lugar tan bonito?

–Esto es el cielo.

–¡Qué bien que hayamos llegado al cielo, porque estamos sedientos!

–Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera –y el guardián señaló la fuente.

–Pero mi caballo y mi perro también tienen sed…

–Lo siento mucho –dijo el guardián–, pero aquí no se permite la entrada a los animales.

El hombre se levantó con gran disgusto, puesto que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber él solo.

Dio las gracias al guardián y siguió adelante.

Después de caminar un buen rato cuesta arriba, ya exhaustos los tres, llegaron a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una puerta vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles.

A la sombra de uno de los árboles había un hombre echado, con la cabeza cubierta por un sombrero.

Posiblemente, dormía.

–Buenos días –dijo el caminante.

El hombre respondió con un gesto de la cabeza.

–Tenemos mucha sed, mi caballo, mi perro y yo.

–Hay una fuente entre aquellas rocas –dijo el hombre, indicando el lugar–. Podéis beber toda el agua que queráis.

El hombre, el caballo y el perro fueron a la fuente y calmaron su sed.

El caminante volvió atrás para dar gracias al hombre.

–Podéis volver siempre que queráis –le respondió este.

–A propósito, ¿cómo se llama este lugar? –preguntó el hombre.

–¡CIELO!

–¿El cielo? ¡Pero si el guardián del portal de mármol me ha dicho que aquello era el cielo!

–Aquello no era el cielo. Era el infierno –contestó el guardián.

El caminante quedó perplejo.

–¡Deberíais prohibir que utilicen vuestro nombre! ¡Esta información falsa debe provocar grandes confusiones! –advirtió el caminante.

–¡De ninguna manera! –increpó el hombre–. En realidad, nos hacen un gran favor, porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos…

¡Jamás abandones a tus verdaderos amigos! Porque hacer un amigo es una gracia.

Tener un amigo es un don.

Conservar un amigo es una virtud y ser amigo de… ¡es un honor!
Paulo Coelho

Consejos varios
El duque Ting le preguntó a Confucio si había un solo proverbio por medio del cual podía hacer a un pueblo floreciente.

Confucio respondió:

–Ningún proverbio puede tener tal virtud, pero existe el conocido proverbio: "Ser un buen rey es difícil; ser un buen ministro no es fácil".

El que reconoce la dificultad de ser un buen rey, ¿no ha conseguido casi hacer a su pueblo próspero por una sola frase?

–¿Hay alguna frase –continuó el duque– por la cual un país puede ser arruinado?

Confucio respondió:

–No puede residir tal poder en una sola frase. Pero hay un dicho: "No gozo en gobernar, sino en que nadie se oponga a mi voluntad".

Si la voluntad del rey es buena, y nada se le opone, todo va bien; pero si no es buena y tiene un poder absoluto, ¿no ha conseguido arruinar a su nación con una sola frase?

El duque de She preguntó las condiciones de un buen gobierno.

El maestro Confucio le dijo:

–El gobierno es bueno cuando hace felices a los que viven bajo él y atrae a los que viven lejos.

Tzu Hsia, siendo gobernador de Chu-fu, pidió consejo para gobernar.

El maestro le respondió:

–No trates de hacer las cosas aprisa, no pongas empeño en míseros beneficios. Lo que se hace deprisa no se hace bien; cuando se consideran los míseros beneficios, las grandes acciones dejan de realizarse.

Fe y paraguas
En un pueblito de la zona rural en los años cincuenta, se produjo una larga sequía que amenazaba con dejar en la ruina a todos sus habitantes, debido a que subsistían con el fruto del trabajo del campo.

A pesar de que la mayoría de sus habitantes eran creyentes, ante la situación límite, marcharon a ver al cura párroco y le dijeron:

–Padre, si Dios es tan poderoso, ¡pidámosle que envíe la lluvia necesaria para revertir esta angustiante situación!

–¡Está bien!, le pediremos al Señor, pero hay una condición indispensable.

–Díganos cuál es –respondieron todos.

–Hay que pedírselo con fe, con mucha fe –contestó el sacerdote.

–Así lo haremos, y también vendremos a misa todos los días.

Los campesinos comenzaron a ir a misa todos los días, pero las semanas transcurrían y la esperada lluvia no se hacía presente.

Un día, fueron todos a hablar con el párroco y le reclamaron:

–¡Padre, usted nos dijo que si le pedíamos con fe a Dios que enviara las lluvias, Él iba a acceder a nuestras peticiones! Pero ya han pasado muchas semanas y no obtenemos respuesta alguna.

–¿Han pedido ustedes con fe verdadera? –les preguntó el párroco.

–¡Sí, por supuesto! –respondieron al unísono.

–Entonces, si dicen haber pedido con fe verdadera... ¿por qué durante todos estos días ni uno solo de ustedes ha traído el paraguas?
Anónimo

Otra fábula moderna
Había una vez una hormiguita y una cigarra que eran muy amigas...

Durante todo el otoño la hormiguita trabajó sin parar, almacenando comida para el invierno.

No aprovechó el sol, la brisa suave del atardecer, ni charló con los amigos tomando una cervecita después de un día de trabajo.

Tampoco tuvo tiempo para preocuparse de cómo les iba a sus vecinos.

Mientras, la cigarra solo andaba cantando con los amigos en los bares de la ciudad, sin desperdiciar ni un solo minuto.

Cantó durante todo el otoño, bailó, aprovechó el sol y disfrutó muchísimo también de la compañía de sus vecinos, sin preocuparse por el mal tiempo que iba a llegar.

Pasados unos días empezó el frío. La hormiguita, exhausta de tanto trabajar, se metió en su pobre guarida repleta hasta el techo de comida…

Pero ella estaba sola; ¿tanta comida para qué, con quién la iba a poder compartir?

¡No tenía a nadie! ¡Qué duro le iba a resultar el largo invierno…!

Pero alguien la llamó por su nombre desde fuera, y cuando abrió la puerta, tuvo una grata sorpresa al ver a su amiga la cigarra dentro de un Ferrari y con un valioso abrigo de pieles.

La cigarra le dice:

–¡Hola, amiga, voy a pasar el invierno en París! ¿Podrías cuidar de mi casa?

La hormiguita le respondió:

–¡Sí, claro, desde luego! Pero, ¿qué ocurrió? ¿Dónde conseguiste el dinero para ir a París y poder comprarte este coche y ese abrigo tan bonito y caro?

Y la cigarra le contestó:

–Estaba cantando en un bar la semana pasada divirtiéndome con unos amigos y a un productor le gustó mi voz…

Firmé un contrato para hacer unas galas en París. A propósito, ¿necesitas algo de allí?

–¡Sí! –dijo la hormiguita.

–¡Si te encuentras con La Fontaine (autor de la fábula original), mándalo de mi parte a la puñeta…!

Moraleja
Aprovecha la vida, dosifica el trabajo y la diversión, pues trabajar demasiado solo trae beneficios en las fábulas de La Fontaine.

Trabaja, pero disfruta de la vida, que es única.

Si no encuentras a tu media naranja, no te desanimes, busca un medio limón, ponle azúcar, y ¡sé feliz!

Y recuerda: ¡vivir únicamente para trabajar solo le hace feliz al jefe!

Fuentes:
http://www.acropolis.com.bo/articulos/66.htm
http://www.bibliotecasvirtuales.com
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"Si quieres recoger miel, no des puntapiés a la colmena" (Dale Carnegie).
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