EMPATIAYFELIC

Suena bastante obvio y hasta un poco banal, pero el mundo sería un lugar mejor para vivir si todos fuésemos un poco más amables con los demás ¿Cómo podemos hacer que esto ocurra?

Esto se está convirtiendo en una cuestión científica válida. Psicólogos y neurólogos están estudiando cómo aumentar la capacidad de las personas para la empatía y la compasión, con dos estudios en marcha, alegan que la meditación no sólo incrementa los sentimientos compasivos, sino que también mejora la salud física y emocional. Tampoco hay que ser un monje budista o un experto en plasticidad cerebral para ayudar a incrementar la compasión mundial.

Hay pruebas de que los actos altruistas se propagan a través de las redes sociales. En otras palabras, si eres amable con un amigo, son más propensos, a su vez, a ser amables con alguien que conocen. Para demostrarlo, Nicholas Christakis, de la Escuela Médica de Harvard en Boston, ha diseñado un juego de cooperación en el que 120 estudiantes se organizaron en grupos de cuatro y se le pidió que aportaran dinero a su grupo. El juego duró cinco rondas, y después de cada ronda los estudiantes se reorganizaban de modo que no aparecieran en el mismo grupo en dos ocasiones. Los investigadores pidieron a los participantes que dijeran, al final de cada ronda, la cantidad que los otros habían donado a su grupo. Lo que hallaron fue que la generosidad es contagiosa. Si alguien daba un dólar más de la media prevista en el grupo, los otros de ese grupo daban unos 20 centavos dólar más de lo esperado en la próxima ronda. Este altruismo se mantuvo hasta la tercera ronda.

El equipo de Christakis encontró, en un estudio independiente, que la cooperación se extiende al comportamiento, hasta tres grados de separación, de amigo a amigo y éste a otro amigo. Así que si eres una persona popular y estás bien conectada, podrías tener un papel especial: tus actos compasivos [comprensión y empatía], podrían resonar más lejos a través de la red, y tener más probabilidades ¿por que no? de beneficiarte de esta misma condición de otras personas. Vivir en positivo: Sus amigos tienen la llave de su felicidad Dos profesores norteamericanos aseguran en un estudio que el estado de ánimo más anhelado por los seres humanos es más contagioso de lo que hasta ahora se creía: no es un fenómeno individual, sino un hecho colectivo. La felicidad es uno de los objetivos fundamentales de la existencia humana.

Una de las más grandes expectativas del hombre. Y quizás por eso parece tan difícil de alcanzar. Hasta tal punto es importante, que la Organización Mundial de la Salud cada vez pone un mayor énfasis en la consideración de la felicidad como un componente de la salud. Nuestra felicidad —un estado que todo el mundo ha experimentado en mayor o menor grado en alguna ocasión— depende de una compleja mezcla de factores voluntarios e involuntarios. Médicos, economistas, psicólogos, expertos en neurociencia e investigadores de muy diversos campos han identificado un amplio abanico de estímulos que pueden influir en la felicidad —o en la ausencia de ella—: la lista incluye desde ganar la lotería a unas elecciones, pasando por el salario, el empleo, las desigualdades socioeconómicas, una enfermedad e incluso los genes. Pero hasta hace muy poco, los estudios relacionados con esta emoción, no se habían parado a considerar la posibilidad de que una de las claves de la felicidad humana sea la felicidad de los que nos rodean. Es decir, que nuestra felicidad puede depender de lo felices que sean los amigos de los amigos de nuestros amigos, aunque no los conozcamos en absoluto.

Es la conclusión a la que han llegado los profesores Nicholas A. Christakis y James H. Fowler, que sostienen que “la felicidad de la gente depende de la de otros con los que están conectados. Este descubrimiento aporta argumentos para empezar a ver la felicidad, como la salud, como un fenómeno colectivo”. Ambos investigadores han analizado a un gran grupo de gente durante 20 años, y han descubierto que la felicidad es más contagiosa de lo que se creía.

 “La felicidad de una persona no depende sólo de sus elecciones y actos, sino también de las elecciones y actos de gente a la que ni siquiera conocemos, que están a dos o tres conexiones de nosotros”, dice el doctor Nicholas A. Christakis, un científico médico y social de la Harvard Medical School y uno de los autores de dicho estudio. “Hay una especie de lucha emocional silenciosa de la que la gente no es consciente. Las emociones tienen una existencia colectiva, no son sólo un fenómeno individual”. En realidad, según Fowler, coautor del estudio y profesor asociado de ciencias políticas de la Universidad de San Diego, California, la investigación descubrió que “si a un amigo del amigo de su amigo le sucede algo bueno, eso tiene un impacto mayor sobre su felicidad que si le metieran un fajo de 5.000 dólares en el bolsillo”. Los investigadores analizaron datos sobre la felicidad de 4.739 personas y sus relaciones con miles de otras personas —cónyuges, parientes, amigos íntimos y compañeros de trabajo— desde 1983 hasta 2003.

 “Es un trabajo enormemente importante e interesante”, dice Daniel Kahneman, un psicólogo emérito de Princeton y premio Nobel, cuya opinión tienen un valor añadido, ya que no ha participado en el estudio. También otros científicos sociales y economistas han alabado los datos y su análisis, aunque han sugerido que tiene algunas limitaciones. Steven Durlauf, economista de la universidad de Madison (Wisconsin) cuestionó que el estudio haya demostrado que la gente se siente feliz por sus contactos sociales o por alguna otra razón. Por su parte, Kahneman considera que a menos que se repitan las averiguaciones, no puede aceptar que la felicidad del cónyuge tenga menos influencia que la de un vecino, una de las afirmaciones de Christakis. Pero el más crítico han sido el autor de otro estudio: Ethan Cohen-Cole, un economista del Banco de la Reserva Federal de Boston, y Jason M. Fletcher, profesor asistente de la Escuela de Salud Pública de Yale. Para ellos, la metodología del equipo de Christakis-Fowler es cuestionable, ya que si de lo que se trata es de encontrar efectos de contagio social, también es posible hacerlo en enfermedades como el acné, los dolores de cabeza y el sobrepeso. Sin embargo, en estos casos lo que podía parecer contagio se demuestra que no lo es: los efectos se esfuman cuando los investigadores tienen en cuenta factores medioambientales que los amigos o vecinos tienen en común. Incluso un editorial de la revista británica British Medical Journal, donde se han publicado ambos estudios, ha puesto alguna pega a las conclusiones de Christakis-Fowler. Considera su análisis “pionero”, pero dice que “se necesitan más trabajos para verificar la presencia y fortaleza de estas asociaciones”. ¿Envidia? Pero criticas y objeciones aparte, lo cierto es que este estudio de la felicidad, financiado por el Instituto Nacional de Envejecimiento de Estados Unidos, es inusual por varios motivos.

 El primero: hasta ahora parecía que la felicidad era “el arquetipo de un estado individualista”, dice John T. Cacioppo, director del Centro del Conocimiento y Neurociencia Social de la Universidad de Chicago, que no participó en el estudio. Pero si se trata tanto de los que nos rodean, ¿qué sucede entonces con el sentimiento de placer por la desgracia de alguien, o la vieja envidia cuando un amigo consigue un ascenso o gana el maratón? “Puede haber algunas personas que son infelices cuando sus amigos tienen suerte, pero descubrimos que había más gente que se alegraba”, dice Christakis. Para el profesor Cacioppo, las señales inconscientes de bienestar tienen más peso que los sentimientos conscientes de resentimiento. “Podría estar celoso del hecho de que unos amigos ganaran la lotería, pero están de tan buen humor que salgo sintiéndome más feliz sin ni siquiera darme cuenta de que son el motivo de mi felicidad”, dice. La sutil transmisión de emociones puede explicar otros hallazgos también.

 En los estudios sobre obesidad y abandono del tabaquismo, los amigos influían incluso si vivían muy lejos. Pero el efecto sobre la felicidad era mucho mayor si los amigos, hijos o vecinos vivían cerca. La felicidad del vecino de la puerta de enfrente aumentaba las propias oportunidades de ser feliz en un 34%, pero un vecino del edificio de al lado no tenía ningún efecto. Un amigo que vive a medio kilómetro podría tener un efecto de rebote del 42%, pero el efecto era casi de la mitad si se trataba de un amigo a dos kilómetros. Un amigo de una ciudad diferente podía ganar un Oscar sin conseguir que uno se sintiese mejor. “Tienes que verles y tener una proximidad física y temporal”, dice el doctor Christakis. El lenguaje corporal y las señales emocionales importan, dice el profesor Fowler. “Todo el mundo pensaba —añade— que cuando aparecieron las videoconferencias la gente dejaría de volar por todo el país para reunirse, pero esto no ha sucedido. Parte de la creación de la confianza con otra persona depende del hecho de poder estrecharle la mano”. De todas formas, dice este experto, no está claro si el aumento de comunicación a través de los mensajes de e-mail y las cámaras web pueden llegar a aminorar el efecto de la distancia. En un estudio independiente de 1.700 perfiles de Facebook, encontraron que la gente que sonreía en sus fotografías tenía más amigos en Faceboook y que una mayor proporción de esos amigos también estaban sonriendo. “Esto demuestra que algunos de nuestros hallazgos se pueden aplicar al mundo online”, dice el doctor Christakis. El estudio BMJ utilizó datos del estudio federal Famingham Heart Study, que empezó siguiendo a la gente de Framingham, Massachussets, después de la Segunda Guerra Mundial y después siguió a sus hijos y nietos. Empezó en 1938 y los participantes completaban cuestionarios periódicamente sobre su bienestar emocional. También tenían una lista de los miembros de la familia, amigos cercanos y lugares de trabajo, de modo que los investigadores podían seguirles a lo largo del tiempo.

Muchos de estos parientes y amigos eran también participantes de Framingham que completaban los cuestionarios, lo que daba al doctor Christakis y al profesor Fowler en torno a 50.000 vínculos sociales para analizar. Encontraron que cuando la gente pasaba de la tristeza a la felicidad autocalificándose según una medida de bienestar ampliamente empleada, otras personas en su red social también se alegraban. La tristeza se transmitía de la misma forma, pero no con tanta fiabilidad como la felicidad. El profesor Cacioppo cree que esto refleja una tendencia evolucionista de “seleccionar las circunstancias que nos permiten estar de buen humor”. De todas formas, los investigadores descubrieron que la felicidad tiene vida propia. El trabajo, otro mundo Otro hallazgo sorprendente fue que un colega de trabajo alegre no elevaba el ánimo de sus compañeros, a menos que fueran sus amigos.

El profesor Fowler cree que la competencia inherente al trabajo podría anular las vibraciones positivas que emana un colega feliz. Los investigadores advirtieron de que los contactos sociales son menos importantes para la felicidad que las circunstancias personales. Pero el efecto de los contactos sociales hasta el tercer grado —amigos de amigos de amigos— es claro, y también sucede con la obesidad y el abandono del tabaco. Y la gente que forma parte de redes sociales es más feliz que la gente aislada. Ser popular es bueno, especialmente si los amigos también son populares. Entonces ¿hay que dejar a los amigos melancólicos? Los autores aseguran que no. Es mejor extender la felicidad a base de mejorar la vida de la gente que conocemos. "Esto hace que me sienta mucho más responsable porque sé que si llego a casa de mal humor no sólo estoy afectando a mi mujer y a mi hijo sino al mejor amigo de mi hijo o a la madre de mi mujer”, dice el profesor Fowler. Cuando se dirige a casa, “ahora, intencionadamente pongo mi canción preferida”.

De todas maneras, dice, “No es aconsejable empezar a sonreír a todo el mundo que te encuentras en la ciudad. Sería peligroso”.

FUENTES:

 http://www.gaceta.es/ http://www.newscientist.com/article/ http://bitnavegante.blogspot.com/

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