"Mandar a la porra".

Antiguamente, en el ámbito militar, el soldado que ejecutaba el tambor mayor del regimiento llevaba un largo bastón, con el puño de plata y mucha historia detrás...

 

al que se llamaba "porra".

Por lo general, este bastón era clavado en un lugar alejado del campamento y señalaba el sitio al que debía acudir el soldado que era castigado con arresto:

"Vaya usted a la porra", le gritaba el oficial y el soldado, efectivamente, se dirigía a ese lugar y permanecía allí durante el tiempo que se mantenía el castigo.

Posteriormente, fue cambiada la forma de castigo, pero la expresión "mandar a la porra" quedó en el uso del lenguaje del pueblo con un matiz netamente despectivo.

"A buenas horas mangas verdes"

Se dice de todo lo que llega a destiempo, cuando ha pasado la oportunidad y resulta inútil su auxilio.

En el siglo XIII, en Castilla existía una institución para defender el orden público: la Santa Hermandad, que alcanzó su apogeo durante el reinado de los Reyes Católicos.

Éstos vestían un chaleco de piel que dejaba al descubierto las mangas de la camisa, que eran de color verde.

Por eso se llamaban, además de cuadrilleros (iban de cuatro en cuatro), mangas verdes.

Parece que este cuerpo fue eficaz en sus primeras épocas, pero que luego fue perdiendo efectividad; y que los guardadores del orden nunca llegaban a tiempo al lugar donde había ocurrido un crimen para capturar a los malhechores; quedando los delitos impunes.

"A enemigo que huye, puente de plata"

Se refiere esta expresión a la conveniencia de, no sólo no poner obstáculos, sino facilitar la marcha del enemigo o persona que nos estorbe, librándonos así de ella, sin esfuerzo ni pérdida de energías.

Esta máxima militar, tan repetida, se atribuye a Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado también El Gran Capitán (1453-1515).

El autor de esta atribución es el toledano Melchor de Santa Cruz de Dueñas quien, en su libro "Floresta española de apotegmas y sentencias" (Toledo, 1584), traza un anecdotario del gran caudillo conquistador de Nápoles.

La tal "Floresta" es una de las colecciones más importantes de cuentos y anécdotas del siglo XVI y mezcla frases anecdóticas, sentencias, cuentecillos, chistes, misceláneas y datos biográficos de muchos personajes.

Mucho de lo que explica Melchor de Santa Cruz en su libro, ha sido repetido infinidad de veces sin explicar su procedencia.

En lo que se refiere a esta frase “A enemigo que huye, puente de plata”, Melchor de Santa Cruz, en la segunda parte, capítulo III, escribe:

“El Gran Capitán decía que los capitanes o soldados cuando no había guerra eran como chimeneas en verano”.

Más abajo: “... Él mismo decía: al enemigo que huye hacedle el puente de plata”.

Esta expresión ha sido recogida por muchos autores del Siglo de Oro y luego ha sido usada abundantemente hasta nuestros días.

Cervantes, por ejemplo, en la parte II, capítulo LVIII de su "Don Quijote", cuando éste es arrollado por el tropel de toros bravos y éstos siguen su camino, exclama, provocándolos:

“Deteneos y esperad, canalla malandrina; que un solo caballero os espera, el cual no tiene condición ni es del parecer de los que dicen que al enemigo que huye, hacedle el puente de plata”.

Igualmente, Lope de Vega en su obra "La estrella de Sevilla" (acto 1º, escena IV) expresa: “que al enemigo se ha de hacer puente de plata”.

"A la vejez viruelas"

La viruela o viruelas era una enfermedad vírica contagiosa que afectaba principalmente a niños y adolescentes, y que, una vez curada, dejaba cicatrices indelebles.

Por tanto, no era una infección propia de personas de avanzada edad.

Esta expresión es el título de una comedia de 1817.

Se trata de una obra en prosa que narra las vicisitudes de dos viejos enamorados.

Algunos creen que el dicho surgió a raíz del estreno de la comedia en 1824.

La frase alude a quienes se enamoran tardíamente y a quienes realizan aventuras no usuales para su edad, siendo éstas más propias de la juventud.

"A ojo de buen cubero"

Esta expresión se emplea normalmente para decir que una cosa está hecha sin medida.

Antiguamente, en los diferentes reinos existía una total falta de reglamentación a propósito de los sistemas de medidas.

La frase hace referencia a las medidas de capacidad de las cubas destinadas a contener agua, vino u otro líquido.

Las cubas eran fabricadas una a una por el cubero, y su capacidad venía determinada por el reino en el que tuviera montado el negocio e incluso por las diferentes normativas de medidas dictadas por los señores feudales.

"A río revuelto, ganancia de pescadores"

Es proverbio que alude a los que medran aprovechando las revueltas y trastornos.

La experiencia demuestra que los pescadores cogen mucho más pescado en el agua turbia que en la clara, tal vez porque cuando el agua está turbia los peces no ven los peligros que corren y caen más fácilmente en ellos.

De aquí nació el otro modismo:

"Pescar en agua turbia", como sinónimo de hacer su negocio y aprovecharse de un desorden que tal vez se ha promovido con dicho fin.

Los griegos decían en el mismo sentido:
"Enturbiar el agua del lado para pescar anguilas", modismo que Aristófanes aplica al mal ciudadano que provoca desórdenes a fin de enriquecerse a expensas del público.

"Armarse la marimorena"

Describe una gran algarabía, o mucho alboroto, con disputas, reyertas, voces y golpes.

Es común explicar esta expresión de acuerdo con la pretendida historia de una mesonera llamada María, o María Morena, tabernera de fuerte carácter, regañona y amiga de pendencias.

Esta historia sugiere que a mediados del siglo XVI había una taberna en Madrid regentada por esta mujer y su esposo, un tal Alonso de Zayas.

Estos mesoneros guardaban el mejor vino para sus clientes distinguidos y ofrecían el de menos calidad al vulgo.

En cierta ocasión parece que los clientes se enfadaron y quisieron probar el vino bueno, a lo que la fornida mesonera se negó en redondo.

La disputa fue tan fenomenal que no quedó mesa sana ni silla en que sentarse, y los golpes y las puñadas se repartieron con tanto ímpetu que sólo la llegada de los alguaciles pudo disolver la cuestión.

La fama de aquella trifulca prosperó y por esta razón se habla hoy de esta mesonera.

Ahora bien, a la mayoría de las taberneras y venteras de aquella época se las llamaba María, (como Maritornes) y es el nombre tópico de las mozas de las posadas también.

Acostumbradas al trasiego de huéspedes y viajeros, estas mozas (asturianas, muchas veces) solían envolverse en disputas y querellas con los hombres cargados de vino y con pocos escrúpulos.

La expresión, por tanto, bien puede hacer referencia a la esposa de Alonso de Zayas, o a cualquier otra, dado que Marías eran todas o casi todas las taberneras, y “morena” es la forma típica de llamar a una moza española.

"Así se las ponían a Fernando VII"

Se utiliza cuando alguien, por el trabajo de otros, encuentra muchas facilidades en la ejecución de un proyecto, y, en general, se dice en los casos en los que no hay ninguna dificultad para solventar un problema.

Habitualmente, se explica esta expresión recurriendo a la anécdota del rey Borbón y del juego del billar.

Se dice que Fernando VII (1784-1833, rey desde 1808) era gran aficionado al billar y que solía enfrascarse en largas partidas cuando no se ocupaba en perseguir a los liberales, en conspirar o en cometer alguna de las muchas fechorías que jalonaron su reinado.

En estas partidas, los cortesanos simulaban fallar los golpes, pero aprovechaban para colocar las bolas de modo que al rey le fuera muy sencillo conseguir una carambola.

Como la torpeza del rey era mucha, ni siquiera en posiciones muy sencillas era capaz de acertar.

De ahí la expresión española, en la que irónicamente y con sorna se alude a la dificultad que encuentra uno para dar con la solución de un problema fácil.

También se dice: "así se las ponían a Felipe II", pero los estudiosos no han averiguado qué demonios le ponían a Felipe II, aunque es de temerse lo peor.

"Atar los perros con longanizas"

Este dicho nos remonta a los principios del siglo XIX, más precisamente al pueblo salmantino de Candelario, cercano a la ciudad de Béjar, famoso por la calidad de sus embutidos...

Allí vivía un afamado elaborador de chorizos llamado Constantino Rico, alias el choricero, cuya figura sería inmortalizada por el artista Bayeu en un famoso tapiz que hoy se exhibe en el Palacio El Pardo.

Este buen hombre tenía instalada la factoría en la que trabajaban varias obreras en los bajos de su propia casa y en una oportunidad, una de éstas, apremiada por las circunstancias, tuvo la peregrina idea de atar a un perrito faldero a la pata de un banco usando, a manera de soga, una ristra de longanizas.

Al poco tiempo, entró un muchacho -hijo de otra operaria- a dar un recado a su madre y presenció con estupor la escena, e inmediatamente se encargó de divulgar la noticia de que en casa del tío Rico se atan los perros con longanizas.

La expresión, no hace falta decirlo, tuvo inmediata aceptación en el pueblo y, desde entonces, se hizo sinónimo de exageración en la demostración de la opulencia y el derroche.

"Dar un cuarto al pregonero"

La figura del pregonero o portavoz ambulante de noticias existe desde hace mucho tiempo, incluso se lo registra en la época de los romanos.

En España, se sabe que existían pregoneros por lo menos desde el siglo XV y además tenían la particularidad de estar divididos en tres clases:

- Los oficiales, que estaban al servicio de la Administración.

- Los heraldos, que marchaban delante de los nobles anunciando el paso de estos...

- Los voceadores mercantiles que, por encargo de cualquier vendedor, pregonaban los artículos y servicios más diversos.

La tarifa usual de estos últimos era un cuarto, moneda de cobre que equivalía a cuatro maravedíes, es decir, alrededor de tres céntimos de peseta, de manera que dar un cuarto al pregonero significaba pagar los servicios de ese oficial público para que difundiese, en voz alta, cualquier tipo de noticia.

Con el correr del tiempo, la frase adquiriría en España (ya que en el Río de la Plata y el resto de América del Sur es poco usual) un sentido totalmente opuesto, cual es el de reprobar la divulgación de algo que, por su particular naturaleza, debiera callarse.

Fuente:
http://www.solidaridad.net
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"Los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes"
(Isaac Newton).

 

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