Detente un momento, pasajero, ¿por qué te vas sin hablarme?

¿Porque soy  de tierra y tú de carne?

¿Por eso apresuras tu paso tan ligero?

 

Escúchame un momento, pasajero; lo que te pido es corto y voluntario:
Rézale un padrenuestro a mi sudario y prosigue tu marcha...

¡Aquí te espero!

Esta frase se encuentra en la entrada de un cementerio.

Es algo muy común que cada uno de nosotros hayamos escuchado historias sobre los panteones de nuestra localidad.

Aquí les presento algunas de las historias favoritas que escuché...

¡Madre!
Al costado derecho de la capilla de Nuestra Señora del Refugio se localiza una piedra “bola”, casi circular, de aproximadamente un metro de diámetro.

Esta piedra, que según los trabajadores, debe de tratarse de algún tipo de monumento, tiene impresa la palabra “¡madre!”.

En torno a esta piedra se enmarcan dos leyendas.

Se cuenta que a la derecha de la iglesia, en la parte frontal, se encuentra esta piedra, que era una niña que desobedecía a su mamá, porque siempre se portaba mal.

Entonces, un día la mamá le dijo que si seguía portándose mal se iba a convertir en piedra (¡cuántos de nosotros no fuimos advertidos con este tipo de historias cuando éramos niños desobedientes!).

Así pues, un día fueron juntas al cementerio. Cuando llegaron, la niña empezó de manera grosera a correr sobre las lápidas por todo el recinto y la mamá le pidió que respetara las sepulturas, que se detuviera...

Al pasar la niña al frente de la iglesia, se quedo convertida en piedra.

Otra versión muy conocida sobre esta misma piedra es al respecto de las peregrinaciones que se suelen iniciar días antes del 2 de febrero hacia la iglesia de Talpa (México), y que suelen hacer el recorrido a pie todas las familias.TODOSSANTIGLES-1

El recorrido es muy largo y se planea con tiempo y con mucha ilusión por parte de los feligreses y peregrinos.

El paso de los peregrinos es todo un acontecimiento, culminando el día 2 de febrero con la llegada de los viajeros a Talpa.

En el caso que nos ocupa iba a ser un recorrido familiar: el papá, la mamá, tres hijos (dos mujeres y un hombre) y dos jovencitas más, amigas de la familia...

En los primeros días del viaje todo era alborozo; cada jornada (de unos veinte kilómetros) se disfrutaba ante los bellos paisajes que encontraban a su paso.

Pero conforme transcurría la primera semana de duro caminar, la mamá se molestaba con facilidad por cualquier cosa, producto del cansancio acumulado, y empezó a renegar, a decir que para qué había ido a esa peregrinación, que mejor se hubiera quedado en casa a descansar.

Las moscas le molestaban, los animalitos no la dejaban dormir por la noche y cada metro que caminaba le parecía más pesado.

Su malestar llego a tal punto que, cuando aún faltaban tres o cuatro jornadas para llegar a Talpa, decidió no continuar el viaje, para sorpresa de su familia.

Pero lo grave no fue que hubiera decidido no cumplir la promesa de visitar a la Virgen de Talpa sino que perdió el control y empezó a blasfemar contra su familia y contra otros peregrinos, a quienes ofendía con sus palabras.

Parecía que la mujer había perdido el juicio.

Llegó a tal grado su pérdida de razón que acentuó sus ofensas, ya no solo a las personas que la rodeaban, sino contra la Virgen de Talpa, a quien, según cuentan, le gritaba que no la visitaría y que la castigara si quería, pero que ella ya no continuaba con la peregrinación.

Las terribles palabras ofensivas de la mujer poco a poco fueron bajando de volumen; primero, sus pies se quedaron pegados al piso; luego, su piel fue adquiriendo un color pardo y, aunque hizo un esfuerzo por moverse, se agachó para levantar sus pies.

Fue entonces cuando quedó casi redonda, convertida en piedra. El esposo y los hijos, al observar el fenómeno que estaba ocurriendo, solo alcanzaron a gritar: “¡madre!”, pero ya nada pudieron hacer.

Cuentan que los familiares de esta mujer quisieron llevar la piedra ante la Virgen de Talpa.

Confiaban en que esta tendría compasión, la perdonaría y volvería a ser una mujer normal.

Al intentar mover la piedra en dirección a Talpa fue imposible hacerla avanzar; su peso había aumentado de tal forma que no la podían mover ni un milímetro en aquella dirección; pero cuando intentaron llevarla en dirección opuesta, es decir, rumbo a Tepic, no encontraron ninguna dificultad.

Finalmente, trasladaron la piedra al cementerio. La piedra tiene fecha de 1951.

Una noche como todas
En México es muy sonada esta historia: Siendo una noche como todas, pero en especial, esta era una noche un poco más fría, más oscura, cerca de la una de la madrugada, un taxista regresaba a su casa después de todo un día de arduo trabajo.

En la calle ya no había ni un alma, pero al pasar frente al cementerio general de la ciudad, se percató de que una chica le hacía la parada.

Este pensó que ya estaba muy cansado y que era muy tarde para hacer otro viaje.

Sin embargo, reflexionó y, pensando en su sobrina (un drama familiar muy triste), se dijo: “pobre chica, no la puedo dejar ahí, expuesta a cualquier peligro”.

Retrocedió con su taxi y llegó hasta ella. Tenía aproximadamente entre 18 y 19 años.

Al contemplar su rostro, el taxista sintió un frío intenso y cierto sobresalto, al que no dio importancia, pues la niña era dueña de un rostro angelical...

TODOSSANTTUMBAInspiraba pureza, de piel blanca, muy blanca, cabello sumamente largo, era delgada, facciones finas, con unos ojos grandes, azules, pero infinitamente tristes.

Tenía un vestido blanco, de encaje, y en su cuello colgaba un relicario bellísimo de oro, que se veía que era de época.

El taxista, acongojado, le preguntó adónde la dejaba. Ella le dijo que quería que la llevara a visitar siete iglesias de la ciudad, las que él quisiera.

Su voz era suave, muy triste, pero dejaba notar un timbre muy extraño, que le dejó una sensación de miedo y misterio.

Para no alargarlo, el taxista la llevó a cada una de las siete iglesias, como ella le había pedido, sin replicar.

En cada una pasaba cerca de tres minutos y salía con una expresión de serenidad y de tranquilidad, pero sin abandonar de sus ojos esa mirada de infinita tristeza.

Al final del paseo, ella le pidió un favor. "Discúlpeme si he abusado mucho de su bondad. Mi nombre es Alicia.

No tengo dinero para pagarle ahora. Sin embargo, le dejaré este relicario", y añadió: "¿podría hacerme un último favor? Vaya a la colonia Jazmines número 245. Ahí vive mi padre.

Entréguele mi relicario y pídale que le pague su servicio. ¡Ah!, y dígale que le quiero y que no se olvide de mí.

Déjeme donde me recogió, por favor".

El taxista se sintió como en un trance, en donde actuaba automáticamente ante la petición de la chica, y la dejó allí, frente al cementerio.

El hombre se fue a su casa, se sentía mareado, le dolía intensamente la cabeza, y su cuerpo le ardía por la fiebre que empezaba a tener.

Su esposa le atendió de ese repentino mal que le duró así casi tres días.

Cuando el taxista, al fin, pudo reaccionar, se sintió mejor, y repasó su última noche en el taxi, recordando a la niña angelical de las iglesias y su última petición, que le hizo sentir nuevamente un escalofrío intenso que hizo que temblara de pies a cabeza.

Aunque él seguía sin comprender nada, pensó: "qué raro fue todo. Seguro se escapó de su casa, o tiene problemas, pero ¿por qué querría volver al cementerio?

¿Quién era?

¡El relicario!". Sí, ahí estaba, sobre su mesita de noche, el relicario de la niña, de Alicia, que ahora tenía restos de tierra...

Se paró como un resorte, tomó su taxi y fue a la dirección que le diera la chica, pero no con la intención de cobrar, sino de descubrir, de conocer, de aclarar la verdad que había detrás de ese misterio que le inquietaba, que le estremecía, en el que no quería pensar.

Tocó. Era una casa grande, estilo colonial, vieja.

Entonces abrió un hombre, de edad avanzada, alto, de aspecto extranjero, con unos ojos... como si fueran los ojos de Alicia, así de tristes.

El taxista le dijo: "disculpe señor, vengo de parte de su hija Alicia. Ella solicitó mis servicios, me pidió que la llevara a visitar siete iglesias.

Así lo hice y me dejó su relicario como prenda para que usted me pagara".

El hombre, al ver la joya, rompió en llanto incontrolable. Hizo pasar al taxista y le mostró un retrato, el de Alicia, idéntica a la de hacía tres noches.

–¿Es ella mi Alicia? –le preguntó el hombre.

–¡Sí, ella, con ese mismo vestido! –contestó el taxista.

–No puede ser, hace tres noches se cumplieron siete años de su muerte. Murió en un accidente automovilístico, y este relicario que le dio fue enterrado con ella, y con ese mismo vestido, su favorito...

Hija, perdón, debí hacerte una misa, debí haberme acordado más de ti, debí....

El hombre lloró como un niño, lloró y lloró. El taxista estaba pálido, pasmado de la impresión,"había convivido con una muerta". Eso lo explicaba todo.

Volviendo de su estupor, le dijo al padre de Alicia: "señor, yo la vi, yo hablé y estuve con ella, me dijo que le amaba, que le amaba mucho, y que no se volviera a olvidar de ella, creo que eso le dolió mucho".

Se dice que el padre de Alicia recompensó largamente al taxista, todo en agradecimiento por haber ayudado a su niña adorada a visitar las iglesias en su fúnebre aniversario.

El robo en el cementerio
Me contaron que hace mucho tiempo, en la época de la colonia, había una ancianita que vivía sola en una gran casona, la cual parecía que se iba a caer.

La anciana, que no tenía a ningún ser querido que la cuidara, murió, y en su última voluntad pidió que se la enterrara con todas sus joyas y pertenencias, ya que no tenía a nadie que las heredara.

Así se hizo; la señora fue enterrada con todas sus cosas.

Pasaron algunos años y unos cuidadores del cementerio, que eran nuevos, se enteraron del tesoro con el que la señora había sido sepultada, así que decidieron sacar las cosas de valor que hubiera allí dentro.

Así, a medianoche, ellos comenzaron a profanar la tumba, de la cual sacaron todas las joyas que pudieron, pero a uno de los hombres le llamó la atención un anillo que el cadáver llevaba en uno de sus dedos.

El hombre, al tratar de quitárselo –no podía, puesto que el anillo se había enganchado–, al no poder sacarlo, utilizó la pala que llevaba para amputar el dedo.TODOSSANTNOVIA

Pasó el tiempo y un día en que ambos hombres estaban haciendo su ronda por el cementerio, vieron a una señora sobre una tumba. Ambos pensaron que era alguien que había ido a visitar a sus difuntos.

Ellos se le acercaron y le pidieron que saliera del cementerio, que ya no eran horas de visita...

La señora no les hizo caso y siguió arrodillada. Ambos sujetos se molestaron y la cogieron del brazo para sacarla de allí.

Uno de ellos se dio cuenta de que a la mano de la señora le faltaba un dedo, y le preguntó qué le había pasado. Al comenzar a hablar ella, el velo que llevaba puesto se le cayó dejando ver su rostro.

Era el de la señora que estaba en la tumba que habían saqueado...

El otro hombre salió corriendo con todas sus fuerzas, pero el del anillo, por más que corría no avanzaba, la señora no le dejaba ir.

Esta comenzó a desaparecer, pero el hombre que le quitó el anillo murió allí en el acto de un infarto.

Al día siguiente, encontraron el cuerpo junto a la tumba de la señora sin un dedo y con una expresión de terror y el cabello todo blanco del miedo que había experimentado.

La capilla
La hacienda del señor Barrera estaba al pie del cerro Panaga, cerca del ayuntamiento. Solo tenía una pocas reses, que pastaban en el pequeño prado.

Al cuidado de ellas estaba un muchacho de unos once años, de nombre Angelito.

Era alto, delgado, de tez curtida por el sol, ojos y cabellos castaños y expresión simpática.

Mientras pastaba el ganado, se entretenía tallando figuras en madera con una pequeña navaja, o tocaba la flauta.

Una tarde, pastoreando las reses, se acercó a una capilla de aspecto lúgubre, que los vecinos llaman la capilla embrujada.

Angelito recordó lo que habían dicho siempre de ella: ¡Espanta de día y de noche! ¡Si pasas cerca no entres...!

¡Huye del lugar, la capilla esta embrujada!

A pesar de todo, se acercó a la capilla movido por la curiosidad. Entró muy despacio, miró todo lo que había en su interior y solo se escuchó:

“¡Auxilio!”.

Los desgarradores gritos de Angelito resonaron por todos los contornos del cerro de Panaga.

El ganado corrió espantado hasta la casa.

La tarde quedó en silencio. De la hacienda y de los alrededores corría la gente aterrorizada. Algunos, cautelosos, se acercaron a la capilla y no vieron nada.

Nadie pudo explicarse la misteriosa desaparición del niño.

Ha pasado mucho tiempo y aún no lo han encontrado. Su familia le lleva flores.

La gente del lugar cambia de ruta para no pasar por delante de la capilla y nadie se atreve a transitar por allí.

Es una capilla solitaria y tétrica, su aspecto sobrecoge. Solamente los que no conocen la historia de Angelito pasan tranquilos por el lugar.

Nos cuentan los vecinos que, a veces, a altas horas de la madrugada se despiertan espantados por los ruidos extraños que salen de la capilla, acompañados de gritos desgarradores y el llanto de un niño.

El niño que tenía miedo a la obscuridad
TODOSSANTEsta es la tumba real de la siguiente historia. En ella verán los juguetes que la gente le lleva a Nachito.

Ignacio tenía un extraño problema desde que nació.

Su fobia era el miedo a la obscuridad y a los lugares cerrados.

Era tan grande su miedo que sus papás tenían que dejar la luz encendida y abiertas las ventanas durante la noche para que pudiera dormir.

Desafortunadamente, después de cumplir un año Ignacio murió. Fue sepultado en el cementerio de Belén.

Al día siguiente, los encargados del cementerio se sorprendieron porque la tumba estaba abierta, pero colocaron la lápida en su lugar.

Este hecho sucedió por diez días seguidos.

Los papás comentaron a los vigilantes del cementerio la fobia que tenía su hijo. Al parecer, todavía tiene miedo aun después de la muerte.

Por lo tanto, decidieron poner en alto la tumba del niño para que no estuviera debajo de la tierra, en la obscuridad.

Cuando fuimos a visitar el cementerio vimos la tumba con muchos juguetes para que el niño juegue por la noche y no siga haciendo travesuras.

Cementerio de Aguascalientes
Hay gentes en todas partes que siempre han creído en los aparecidos, calaveras y ruidos, y sus conversaciones a cual más fantástica y variada, aunque llenas de sencillez, las oímos con un interés admirable y, algunas veces, con verdadero miedo.

Jesús Infante, cartero y albañil, contaba que en una ocasión contrajo un compromiso con don Carlos Espino de terminar un monumento en recuerdo de sus familiares, y que debería entregarlo el día acordado.

Pero sucedió que el último día del plazo daban las ocho de la noche y no lo terminaba; siendo así que, al ir por uno de los corredores a traer unas cuñas que faltaban, sintió algo de miedo...

Escuchando un ruido extraño detrás de él que le seguía haciendo: trac, trac, trac.

Y aseguraba que sintió como si le hubieran echado agua por la espalda y las piernas se le doblaban, que volvió hacia atrás y que fue viendo una calavera que movía tan fuerte las mandíbulas que, al chocar entre sí, se oía el sonido de sus dientes; que oyó muy claro que le dijo:

–Compadécete de mis penas que me atormentan en el Purgatorio; llevo cincuenta años sin descanso...

Pide a mi abuelo, padre de tu abuelo, que de los doce mil pesos en plata que están al pie de la alacena que está en la cocina a vara y media de profundidad, te den cien pesos, de los cuales darás cincuenta al padre que me diga tres misas...

Y yo te recompensaré algo más dándote al alivio de tu asunto. Si no cumples, no sanas.

Fue tal el asombro de Jesús que no supo dónde soltó las cuñas que llevaba en las manos; al fin pudo correr espantado.

Pero aún así, la calavera lo alcanzaba, lo alcanzaba y casi le tocaba los tacones, y más y más rechinaba los dientes, y dice que, como pudo, se resolvió a salir dejando sus herramientas y todo, porque el miedo ya no le dejó terminar su compromiso.

Al día siguiente, fue acompañado por un amigo para poder, así, terminar dicho compromiso cuanto antes y no volver jamás.

En verdad, Jesús se enfermó en tal grado que los miembros de su cuerpo se le paralizaron y difícilmente se sentaba, siempre tembloroso, como si tuviera mucho frío, según él decía.

Su alivio no lo consiguió hasta que hubo cumplido lo que le había indicado aquella espantosa calavera con su tenebrosa voz.

Contando Jesús a sus amigos este caso, ellos le referían que aquello era ya bien conocido de toda la gente y que también a Joaquín Sánchez le había pasado el mismo caso...

Si bien este no había atendido a los ruegos de la calavera y había saltado por las paredes del panteón y que jamás sanó de la enfermedad que le causara el susto que sufrió en el cementerio.

Y así por el estilo contaban a diario casos de la calavera del panteón, llegando a ser popular la leyenda de que todo Aguascalientes creyó las historias que se referían.

Fuente:
http://foro.ekiria.net

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"En cualquier dirección que recorras el alma, nunca tropezarás con sus límites" (Sócrates).

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