Su filosofía no sólo brilla a la distancia. Brilla como el «oro puro del pensamiento», que parece hoy más valioso que en la época de Kant.

Poco a poco se va imponiendo, como género propio y específico, el relativo a las vidas filosóficas, que por una extraña paradoja tuvieron mucha significación en la antigüedad y muy poca en la cultura moderna.

Los filósofos son responsables de esta situación. Kant encabezó su primera gran obra, su "Crítica de la Razón Pura", con una cita de Bacon de Verulamio que comienza así: De nobis ipsis silemus, “callemos sobre nosotros mismos”.

Pero ya Nietzsche insistió en que los filósofos, a través de su filosofía, terminaban siempre relatando su propia experiencia de vida. Algunos personajes se libran de esa idea preconcebida. Nadie duda del alto contenido novelesco de vidas como las de Nietzsche, o Wittgenstein.

¿Pero puede afirmarse lo mismo de la vida de Hegel? ¿Y de la más característica “vida de filósofo”, la más sujeta a tópicos, la de Kant? La prueba de fuego de este género biográfico consiste en afrontar la vida del más genial de los filósofos modernos.

El autor de este importante texto biográfico emprende una tarea hercúlea, como es la de romper el tópico de esa vida al parecer mecanizada, salpicada de anécdotas deprimentes: como la que cuenta que cada vez que salía Kant de su casa, todos sus conciudadanos ajustaban sus relojes.

Muchos desconfiábamos de esa caricaturizada vida. No acabábamos de comprender cómo un filósofo que demuestra una vitalidad, una fuerza y un apasionamiento en sus obras de creación filosófica capaz de revolucionar del modo más sorprendente e innovador la filosofía teórica en su "Crítica de la Razón Pura".

La filosofía moral, en su "Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, o nuestros juicios estéticos (y teleológicos) en la "Crítica de la Capacidad de Juzgar", tuviera como único sustento una gran vida interior, pero una vida externa tán raquítica.

El autor de esta biografía rebate estas apreciaciones al observar que todas ellas proceden de las mismas fuentes: Se trata de tres biografías escritas a partir del conocimiento del último Kant, el Kant que envejecía a marchas forzadas. La gloria de este filósofo se cimienta en la producción de diez años memorables: la década que transcurre entre la redacción definitiva de la primera Crítica y la redacción de la tercera y última.

Esa explosión de creatividad coincide con grandes eventos mundiales: Revolución americana y francesa. Esta biografía de Kuehn intenta asomarse a un Kant inédito, desconocido, sorprendente. Un Kant que hace tiempo muchos sospechábamos, pues esa “traición a la alegría” que Max Scheller descubría en el rigorismo de su ética no era, en realidad, otra cosa que un malentendido.

Esa ética, si se conoce a fondo, muestra un paisaje mucho más estimulante. Constituye el mejor alegato intelectual que se ha hecho de un concepto plenamente esclarecido de libertad. Libertad entendida como responsabilidad, con sus implicaciones de autodeterminación y autonomía.

Nociones que literalmente no existirían si este gran filósofos no las hubiese acuñado, argumentado y expuesto. Kant aparece en esta biografía como un personaje mundano, social, querido por círculos artistocráticos; que siembra admiración y estima por su apasionado modo de conversar, encendido y elocuente, y que conquista mentes y corazones masculinos y femeninos.

Un Kant célibe, pero mucho más abierto a los encuentros sociales de lo que ciertas biografías, o la falta de ellas, permiten suponer. Pocas veces se ha producido un fenómeno biográfico semejante; tan apasionante. Quizás sean escasas las aventuras externas que pueden adjudicársele.

Pero consumó una aventura de riesgo que le condujo a presentir su creatividad a los cuarenta años, construyendo su vida como si se tratase de una obra de arte. A ello se unió el encuentro con el amigo del alma, o daimon. Ese amigo querido no era un filósofo; era un comerciante inglés llamado Green, siendo la persona más culta que pudiera imaginarse, al tanto de todo lo que se escribía sobre filosofía en Gran Bretaña y en la agitada Francia de la época.

La biografía de Kant nos aparece ahora, gracias a este excelente trabajo, como el relato de una grandísima pasión; quizás una de las más valiosas de todas las pasiones; la pasión por conocer. "Eugenio Trias"

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Nunca en su vida Immanuel Kant persiguió la gloria. Incluso en sus últimos años, cuando ya era uno de los pensadores europeos más prestigiosos, aborrecía todo gesto de veneración. Rehuía a cualquier forma de «vanidad». El gran Kant era un hombre modesto que sostenía que «las grandes personalidades brillan sólo a la distancia», y que también un duque o un rey pierde mucho delante de un vasallo, puesto que «ningún ser humano es grandioso»

El 200 aniversario de su muerte es una buena ocasión para evocar al genial filósofo. En todo el mundo, desde Berlín hasta Pekín y desde Moscú hasta Auckland, se celebran eventos en su memoria y congresos sobre el tema.

La filosofía de Kant tuvo repercusión mundial. Se han publicado muchas biografías que refutan la polémica opinión de Heinrich Heine, en la que éste afirmaba que la historia de la vida de Kant era difícil de contar, porque «Kant no tuvo ni vida ni historia».

Pero ¿Hay alguna razón convincente o incluso forzosa que nos incite todavía hoy a dedicarnos intensamente a la vida de este pensador y a su filosofía? Kant discurría sobre el presente. Nunca filosofaba al estilo de aquellos historiadores de la filosofía, que se guiaban por grandes personalidades del pasado, para ellos mismos poder elevarse a la fama, montándose a sus ilustres hombros.

Es cierto que en sus obras mencionó nombres como Isaac Newton, David Hume o Jean-Jacques Rousseau, de los que tomó ideas para su propio pensamiento. No obstante, lo que realmente le interesaba eran los problemas de su tiempo, los cuales buscaba analizar con sus reflexiones e intentaba resolver a su original modo. Kant era un ciudadano de su tiempo que se cuestionaba el grado de actualidad de sus pensamientos filosóficos.

Con sus ideas inauguró el discurso de la modernidad, ya no basada en las tradiciones, sino centrada en el análisis del tiempo presente, permanente e inseguro. En este aspecto, Kant también es moderno para nosotros. Pues nos seguimos hallando todavía, en medio de los problemas en los que este librepensador, desarrolló su filosofía crítica.

Es por ello, que quien busca una orientación científica, ética o política, se remite a Kant, aunque no lo cite expresamente. La autoridad del discurso kantiano está grabada imborrablemente en nuestro inconsciente, que se enfrenta hoy a adversarios y desafíos similares a los de la época de Kant.

Después de la muerte de su padre, que falleció en 1.746 siendo un pobre artesano. Kant trabajó algunos años impartiendo clases particulares en provincia. Aprovechó este tiempo para abocarse al estudio de las ciencias naturales.

De regreso en Königsberg se dedicó, como publicista científico, a explicar a los lectores el funcionamiento de los métodos cognitivos científicos derivados de la Ilustración, vinculando este complejo a la «notable curiosidad que despierta en el ser humano todo lo que es extraordinario y que induce a buscar las causas que lo explican».

En 1.755 se publicó su célebre obra «Teoría del Cielo», en la que, partiendo de las matemáticas de Newton aplicadas a la naturaleza, intentaba explicar la estructura sistemática y la evolución histórica natural de todo el cosmos. Aquel Kant de 30 años bien podría sentirse orgulloso de sus capacidades analíticas en materia de ciencias naturales.

Pasados algunos años, se dio cuenta de la trampa en la que parecía haber caído: su pasión por el estudio de la naturaleza lo había distanciado del ser humano. A los 40 años se produjo un vuelco en su vida. De analista de la naturaleza se transformó en investigador del ser humano. Las personas empezaron a interesarle más que las cosas.

«Estoy aprendiendo a respetar al ser humano», decía con autocrítica; y empezó a tratar de entender las particularidades del género humano. En sus estudios de lo «humano demasiado humano», se perfilaban ya los dos fundamentos de su filosofía crítica.

Después de que en 1.770, a la edad de 46 años, fuera nombrado catedrático de lógica y metafísica por el Rey Federico II, Kant pasó diez años de su vida sin publicar. Cuando ya algunos empezaban a burlarse del «abuelo profesor», que parecía haber perdido toda capacidad para reflexionar y escribir, en 1.781 apareció su obra «Crítica de la Razón Pura», que se presentó a sí misma, como una revolución en materia de pensamiento filosófico. La cultura occidental adquiría así, un nuevo pilar filosófico.

Kant condenaba a las autoridades que fundamentaban su poder en creencias tradicionales, sobre todo a los miembros del clero, quienes intentaban legitimar su posición de poder con sofismas religiosos, pero también a las autoridades estatales, que mantenían bajo control a sus súbditos como si de objetos de su propiedad se tratara.

Kant sometió todo a la «prueba de la universalidad» de una razón libre y autónoma que Kant veía justificada por sí misma y limitada a sí misma. En la época de la Ilustración era imperioso guiarse, con coraje y firmeza, por los axiomas de la razón, la cual era suficientemente autónoma para imponer sus propias leyes a la naturaleza.

En su «Crítica de la Razón Práctica», Kant definió en 1.788 la dimensión ética de los actos humanos y de la voluntad humana. También aquí, se trataba de fortalecer moralmente la autonomía de los actos humanos, que no puede ser guiada o justificada por dogmas religiosos, credos fundamentalistas, disposiciones legales ni por el poder del Estado.

Como individuo libre, cada ser humano debe reconocer en sí mismo sus principios éticos y aprender a cultivarlos. Kant desarrolló la idea de «la ley ética interna», la cual, basándose en su propia fuerza y en sus propios ideales, se resiste a todo tipo de influencia externa.

Y como vara para medir la validez ética de toda decisión, aplicó el famoso y temido «imperativo categórico», según el cual se debe actuar sólo según una máxima tal, que se pueda al mismo tiempo aplicar como ley universal.

Kant afirmaba que sólo aquellas normas éticas que se pueden transformar en axiomas de validez universal, hacen posible la convivencia humana de individuos diferentes. Bajo la mirada escéptica de los censores prusianos, la "Crítica Práctica y Teórica de la Razón" de Kant, se propagó en la década de los años 90 del siglo XVIII. El anciano Kant saludó con entusiasmo las aspiraciones americanas de independencia y la Revolución Francesa.

Se habían diseñado «constituciones burguesas» que se consideraban necesarias para posibilitar la convivencia pacífica entre seres y entre Estados libres. Se pretendía terminar con el «Estado natural» sin leyes, en el que la libertad despótica del más fuerte, generaba siempre nuevos conflictos. Redactó el borrador de los principios de un Estado de derecho, del derecho internacional y de los derechos civiles del ciudadano del mundo.

La idea de una comunidad de naciones que conviven en paz, aunque no siempre en relación de amistad, era para Kant el precepto legal que se correspondía con el empleo libre y público de la razón de ciudadanos esclarecidos.

«Hacia una Paz Permanente» no contenía ideas utópicas. Kant lo suficientemente realista para saber que la paz permanente, como objetivo final era una idea irrealizable; pero suficientemente optimista, para juzgar viable la aplicación de principios políticos para una comunidad de Estados soberanos y pueblos libres. Incluso en ese aspecto, el filósofo de Königsberg parece hoy nuestro contemporáneo.

Prof. Dr. "Manfred Kuehn" autor de la biografía«El Mundo de Kant»

http://www.uni-mainz.de http://www.embajada-alemana.org.mx/

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"No hay convivencia posible cuando falta la generosidad del amor, y prevalece el sentimiento absorbente del que se considera único en el mundo". -Delia S. Guzmán-