La “Efeméride de septiembre”, está dedicada a la figura de la heroína granadina Mariana Pineda. El día 1 de septiembre se conmemora el 202 aniversario del nacimiento de esta gran muj
1.831, acusada de conspiración contra el gobierno de Fernando VII. Su vida y muerte fueron inmortalizadas un siglo después por Federico García Lorca.
Jueves 26 de mayo de 1.831. Una joven es llevada al cadalso acusada de “crimen de traición”. Habían encontrado en su casa una bandera a medio bordar con el lema liberal “Igualdad, Libertad y Ley”. Se trata de Mariana de Pineda. Nacida en septiembre de 1.804, hija natural de un marino de rancio abolengo y de una joven humilde. Al morir su padre, quedó bajo la tutoría de su tío y luego pasó al cuidado de otra familia, con quienes vivirá hasta su boda con un militar. A los tres años quedará viuda y con dos hijos. España vive una época convulsa. Tras un trienio de libertades constitucionales, después de la proclamación de Riego.
La invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis devuelve el poder a Fernando VII, que restaura el absolutismo e inicia un período de feroz represión conocido como “la década ominosa”, en la que los liberales se enfrentan al dilema del exilio o el patíbulo. Por todas partes crece el descontento y surgen las conspiraciones. Mariana, que simpatiza con el ideario liberal, se entrega por entero a la lucha. Participa en distintas acciones como en la espectacular fuga de Álvarez de Sotomayor, condenado a muerte.
El comisario Pedrosa la vigila de cerca; pero ella, aun en sus difíciles circunstancias personales, sigue apoyando a los insurrectos. Una delación conduce a la policía hasta su hogar donde encuentran la bandera liberal. Es procesada y condenada a muerte, lo que afrontará con entereza, sin descubrir a sus compañeros. Sólo tenía veintisiete años. Federico García Lorca reivindicó su figura y llevó a los escenarios su vida; la verdad histórica de una mujer comprometida consigo misma y con sus ideales.
Es la conservación de la memoria histórica la que eleva a los pueblos a categoría superior, al velar por la herencia del pasado, indispensable para la transmisión de la cultura. El divulgar el nombre y la obra de los hombres y las mujeres que han enriquecido su lugar de origen es la forma más noble de los pueblos de honrar a quienes, de una forma u otra, lo han enaltecido. La figura de Mariana de Pineda, con su muerte serenamente heroica, quedó en la memoria popular como símbolo revolucionario. Su vida fue efímera, como una primavera granadina.
Había nacido en el barrio de la parroquia de Santa Ana. Hija natural de don Mariano de Pineda, aristócrata, capitán de navío, de la Real Armada y Caballero de la Orden de Calatrava, y de María Dolores Bueno, de Lucena (Córdoba), de familia humilde, al servicio de la casa de los Pineda, según confesión de don Mariano en 1.804: “Hace más tiempo de dos años saqué de mi casa y llevé en mi compañía...”.
La separación de su madre y la muerte prematura del padre llenó de dificultades los primeros años de la pequeña Mariana, que al final fue dada en tutoría a un matrimonio sin hijos al servicio de los Pineda. A partir de entonces, la heredera de don Mariano tuvo una infancia llena de ternura de aquellas personas a las que reconoció como padres. La niña recibió educación en el Colegio de Niñas Nobles de Granada.
A los 15 años contraía matrimonio con Manuel Peralta y Valte, militar de ideas liberales. En 1.822, en pleno trienio constitucional, Mariana quedaba viuda con dos hijos de corta edad. El 1 de octubre de 1.823 era abolida la Constitución. Fernando VII, dispuso: “Son reos de lesa majestad y quedan condenados al patíbulo los que se declaren contra los derechos del rey o a favor de la Constitución”. Se suprimían las libertades, la Iglesia recuperaba sus privilegios y se restauraba el régimen señorial y represivo del primer periodo absolutista.
Granada vuelve a vivir días aciagos. Se recrudece la lucha entre los partidos liberal y absolutista. Las cárceles se hacinan de hombres perseguidos por sospecha o denuncia. Y tras juicios sumarísimos son conducidos al patíbulo. En estas circunstancias se inicia la militancia de Mariana de Pineda que se va a desarrollar durante la llamada “década ominosa” (1.823-1.833).
Mariana se incorpora a las tertulias donde se conspira, la principal en la casa de los Montijo, en su mismo barrio de Gracia; se convierte en enlace y recibe la correspondencia de los exiliados en Gibraltar, que llega con nombres falsos; gestiona falsificados pasaportes para gentes perseguidas. Asiste a los presos en la cárcel, entre los que se encuentra un tío y un primo, Fernando Álvarez de Sotomayor, condenado a muerte, al que ayuda a evadirse de la prisión vestido de fraile capuchino, disfraz que ella le proporciona.
Desde un primer momento la policía no duda de la implicación de Mariana, pero a pesar de la vigilancia a que es sometida no logran inculparla. Corría el año 1.828 y en Granada y su provincia, se pregonaba el precio por la cabeza del capitán. Empezaba a alborear la condena de Mariana, pues además de la sospecha por la huida de su primo, estaba procesada por unos documentos comprometedores, que descubrió la policía al efectuar un registro en su casa de la calle Águila.
Vino a agravar la situación la denuncia de Romero Tejada, preso en Málaga, al relacionarla con los “anarquistas” de Gibraltar, término que servía para calificar a todo sospechoso de actividad política; como ocurrirá en el siglo XX, con el de masón y comunista. Siguieron años de agitación, peligro, represión y estrecha vigilancia para la comprometida mujer, acosada amorosamente por el todopoderoso Ramón Pedrosa, enviado a Granada por el ministro de Justicia, para sofocar el turbulento ambiente político de la ciudad.
A principios de 1.831, los acontecimientos políticos habían extremado su virulencia y la esperanza de los liberales, tras fracasadas y sucesivas sublevaciones contra la tiranía absolutista, comenzaron a desfallecer. Los frustrados intentos de alzamiento de los correligionarios de Mariana de Pineda la obligaron a interrumpir la confección de una bandera, que por orden suya bordaban dos hermanas del Albaicín, con los lemas Libertad, Igualdad y Ley.
A mediados de marzo, por una delación, Pedrosa conoce la existencia de una bandera para un proyectado alzamiento de los liberales granadinos. Pedrosa obliga a las bordadoras a llevar la bandera a medio terminar a la casa de Mariana. Inmediatamente, se presenta la policía a efectuar un registro. Ante el desconcierto de Mariana, la bandera escondida, precipitadamente, en el hueco de una hornilla es descubierta por los agentes de Pedrosa.
El decreto de 1 de octubre de 1.830 sirvió de base para la aplicación de la pena capital impuesta a Mariana de Pineda. La condena fue enviada a la Corte para su revisión. Fernando VII estimó la propuesta “justa y arreglada a la ley” y firmó la sentencia de muerte. Su cumplimiento se llevaría a cabo en la forma ordinaria de garrote vil. Al conocer la sentencia Mariana dijo: “El recuerdo de mi suplicio hará más por nuestra causa que todas las banderas del mundo”. Ramón Pedrosa estaba autorizado por José Calomarde, ministro de Justicia, a indultar a la rea, a cambio de la delación de los nombres de sus correligionarios.
Mariana tuvo para la propuesta enérgicas palabras de repulsa: “Nunca una palabra indiscreta escapará de mis labios para comprometer a nadie. Me sobra firmeza de ánimo para arrostrar el trance fatal. Prefiero sin vacilar una muerte gloriosa a cubrirme de oprobio delatando a persona viviente”. El compromiso y militancia de Mariana de Pineda no fue una excepción en la escena política de su época. En la Gaceta de Madrid, periódico oficial y único superviviente de la prohibición de la prensa decretada bajo Fernando VII, en el comunicado hecho público de la ejecución de Mariana de Pineda, trece días después del luctuoso suceso, se leía: “El 26 de mayo último, sufrió en Granada la pena de muerte doña Mariana de Pineda, vecina de aquella ciudad. Sorprendida en su casa el 13 de marzo, se encontraron en ella una bandera revolucionaria a medio bordar y varios objetos análogos, y empezaron las diligencias por la policía y seguida la causa por el Tribunal con toda actividad, el delito de doña Mariana de Pineda ha sido probado plenísimamente.
Si aún son más dolorosos estos castigos en las mujeres que en los hombres, no por ello dejan de ser tan precisos para el escarmiento, especialmente, después que los revolucionarios han adoptado la táctica villana de tomar por instrumentos y escudos de sus locos intentos al sexo menos cauto y más capaz de intentar la ajena compasión”. “Toda la península goza de perfecta salud”. Tomadas por instrumentos y escudos eran, de alguna manera, una incipiente vanguardia feminista formada por mujeres que salían en defensa, como hoy, de los derechos humanos, cuya consciencia las llevaba a denunciar la injusta realidad política de su tiempo.
Esto se corrobora en el libro de registro de entrada y salida de presas, del convento-prisión de Santa María Egipcíaca, en la calle Recogidas, donde Mariana de Pineda sufrió prisión los últimos meses de su vida. Gran parte de las reclusas eran por causas políticas, encarceladas por el Subdelegado de Policía, Ramón Pedrosa, el hombre que persiguió y condenó a Mariana de Pineda.
Faltaba en Granada la recuperación del escenario de la vida palpitante de Mariana de Pineda, la joven mujer, de 27 años por cumplir, que no alteró en ninguna circunstancia el temple de su lucha, en pro de sus ideales, en defensa de la Libertad. Mientras la Europa de Viena intenta implantar un sistema hecho a su medida y controlado en función de intereses concretos, aquí es la personalidad del monarca la que domina el panorama.
Es ella la que le impide contemporizar y la que lleva a una dura reacción y a una depuración, que deja pronto en el olvido cualquier tipo de amnistía que -a la postre- no llegaría a llevarse a efecto. Paradojas de un país gobernado por un monarca absoluto y paradójico. Es la necesidad la que lleva a los liberales a unirse en la clandestinidad y a buscar aliados. Uno de sus más fieles colaboradores será la masonería. Fenómeno que ni es nuevo ni, desde luego, únicamente español.
Los precedentes son numerosos y sobradamente conocidos. Pero, cierto es, en aquella sociedad clandestina, la diferencia entre liberal y masón llegó a ser tan difusa como una raya trazada en el agua. Liberal fue el pronunciamiento de Riego de 1.820, aunque en él no pueda ni deba ignorarse la actividad desplegada por la masonería y, muy en particular, por la Logia Lautaro de Cádiz, financiada en gran parte con capital procedente de las colonias de América.
Pero es que el pronunciamiento de Riego no constituye un hecho aislado sino -por el contrario-, una pieza importante de esa primera oleada revolucionaria que sacude al continente y que tiene su escenario muy particular en la cuenca mediterránea. Con el triunfo de Riego, triunfa el liberalismo en España. Pero a partir de ahí, la interferencia externa cobra una renovada realidad, hasta que un ejército francés -el denominado de Los Cien Mil Hijos de San Luis- ponga fin a esa efímera experiencia.
Ello da paso a la década que cierra este reinado. De nuevo la máquina represiva se pone en marcha, aunque -justo es reconocerlo- a lo largo de esos diez años la postura de Fernando, aparece un tanto más flexible de lo que había sido con anterioridad. Lo cual no quiere decir que trace un camino recto. Muy al contrario, constituye este un momento de avances y retrocesos, que vendrá a ser fiel exponente de la compleja e insegura personalidad del monarca. De nuevo, en esos retrocesos, los acontecimientos exteriores juegan un papel decisivo: 1.826, Portugal; 1.830, Francia. El miedo de Fernando -ese miedo que presidió su vida y su reinado-, cortará de raíz cualquier apertura, por mínima que fuera.
Paradójicamente, muy poco después, el liberalismo iba a llegar, terminando por asentarse, a impulsos y como contrapartida del sector más intransigente de la vieja sociedad, aglutinado entonces en torno a la figura de don Carlos. Llegados aquí, es necesario preguntarse qué papel cupo a las ciudades y a los núcleos locales en una situación como la que tan brevemente se acaba de reflejar, controlada férreamente desde el poder. Poco, sin duda, aunque ello no impida detectar condicionantes que les son propios.
Es el caso de Granada, donde el inicio de una ideología liberal hay que buscarlo -también- en la crisis de 1.808, arropado por un bagaje ilustrado del que tardaría un tiempo en despojarse. En este aspecto, si el periodo de ocupación francesa supone un puente, la evacuación de los ejércitos imperiales abre el camino a una renovada actividad. Breve actividad, por otra parte, a la que pone fin en 1.814 el retorno del “Deseado”. A su golpe de estado de mayo de ese año poca resistencia se podía oponer, de momento. Las cosas volvían a su antiguo ser y la ciudad recuperaba una vida en apariencia normal, aunque desde luego no iba a ser tranquila.
El hecho de que la represión fuera en Granada más dura que en otras ciudades españolas, parece estar indicándonos la mayor importancia o el mayor temor que se tiene a sus grupos liberales. Sabemos con certeza que su actividad fue grande a lo largo de los años que corren hacia 1.820. En ellos -al menos durante un cierto tiempo-, Granada se convierte en núcleo aglutinador de los movimientos de oposición frente al absolutismo. Actividad de grupos de élite y minoritarios, entorpecida por una estrecha vigilancia. Tampoco nada nuevo porque ahora, todavía, las revoluciones las hacen unos pocos.
El cambio que trae de la mano 1.820, efímero en el tiempo, permite sin embargo salir al liberalismo granadino a la luz y actuar. La fuerza del movimiento clandestino se pone de manifiesto si observamos lo rápido de su organización. La prensa recobra un vigor, si bien apagado nunca muerto, al tiempo que nuevas asociaciones nacen a la vida pública. Arduo trabajo el que se le plantea al liberalismo (escindido -como en el resto del país- en un sector moderado y otro radical), que debe autoeducarse a sí mismo, ganando al tiempo adeptos entre la sociedad. No tuvo tiempo, ni para una ni para otra cosa, porque de nuevo en 1.823 el proceso iniciaba la cuenta atrás.
No es cuestión de entrar aquí en el renacido aparato de represión, ni en las causas seguidas en la ciudad, que fueron muchas. Es algo sabido y, por lo tanto, innecesario el volver sobre ello. Sí es conveniente destacar otro hecho que no puede ponerse en duda. La España de este momento no es la misma que la de 1.814. Tampoco lo es Granada. A lo largo de los años transcurridos los condicionantes han variado, como también la sociedad lo ha hecho. Las causas que llevaran a ello pueden ser diversas, pero no modifican los resultados. Al compás de la situación nacional, la tensión y la represión se agudizan o se distienden.
Pero lo cierto es que la sociedad en su conjunto cada vez acepta peor esas dramáticas alternancias. No en vano lo ocurrido en 1.808 y en 1.820 ha ido calando -seguramente en forma imperceptible- en el ánimo de su población. Rechazo que no se manifiesta abiertamente, pero que subyace en el fondo, para aflorar en un determinado momento. Quizá por eso, Granada eligió a Mariana Pineda -una de las últimas víctimas de la reacción-, como símbolo de una libertad necesaria.
Fuentes:
http://www.uma.es http://www.granada.org
http://www.esferalibros.com
* * * * * “Una injusticia hecha a uno solo es una amenaza hecha a todos”. -Montesquieu-