Aniversario especial. “Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe de ser la verdad” (Sherlock Holmes).

Introducción
Estamos a punto de que se cumplan 121 años desde que un famoso asesino empezara sus correrías en la ciudad de las densas neblinas y los cascos de caballos resonando en tortuosas callejuelas: el Londres victoriano.

La sede del imperio que Sherlock Holmes trajinó pocos años después, a la búsqueda de huidizos delincuentes que, como Jack el Destripador, desafiaban a esa sociedad refinada, orgullosa de ser el máximo exponente de la civilización del siglo XIX.

El 31 de agosto de 1888, Mary Ann Nicholls (alias Polly), de profesión prostituta, se encontró cara a cara con su muerte. Un episodio que la catapultaría a la fama que nunca soñó en sus turbias pesadillas alcohólicas. Jack se estrenó con ella.

Jack el Destripador

Jack el Destripador comenzó su carrera, probablemente, el 31 de agosto de 1888, aunque no hay certeza absoluta, ya que se duda si el asesinato de una mujer, también prostituta, el 6 de agosto de ese mismo año, y que respondía al nombre de Martha Turner, fue también obra suya.

En todo caso, la policía no dio en su momento publicidad a este caso. Martha fue asesinada por un "largo y afilado cuchillo" entre las dos y las tres y media de la madrugada. De todas maneras, el hecho de haber sido sorprendida en el mismo barrio de Whitechapel, en un pub que todavía existe (El Ángel y la Corona), da motivos a la sospecha.

Otro crimen, cinco días después, tampoco se le atribuyó al destripador. Fue el caso de Emma Smith, también prostituta y alcohólica, que apareció muerta por violencia (se desconoce si fue apaleada o acuchillada) y que la policía también ocultó. Dado que sucedió en el mismo distrito de Whitechapel, las sospechas son parecidas al caso anterior.

El primer crimen oficial, por así decirlo, y el que reconocen todas las crónicas, es el del 31 de agosto de 1888, Mary Ann Nicholls (alias Polly, prostituta y alcohólica), que muere violentamente con la tráquea, esófago y medula espinal cortados; vientre abierto, etc. Se juzgó que la muerte había sido casi instantánea.

En este caso, sabemos que la policía no examinó el cuerpo en plena calle, y que lavó el pavimento y el cadáver antes de cualquier examen pericial. Podría parecer un caso de impericia profesional, aunque en la época la tecnología policial estaba en ciernes.

También podría haber sido para no sembrar la alarma en la zona, sobre todo, si pensamos en los dos casos anteriores que habían sido ocultados. Según el atestado forense, "Las heridas infligidas a la víctima han sido hechas por persona experta, que hizo los cortes con absoluta precisión y limpieza".

El segundo crimen de esta serie sucede el 8 de septiembre del mismo año. Annie Chapman (prostituta y alcohólica, como las demás) es asesinada de idéntica forma. Solo destacamos que del útero, la parte superior de la vagina y una porción de la vejiga no se encontraron rastros.

En la encuesta judicial algunos testigos indicaron la presencia de un hombre de unos cuarenta años, bien vestido y con acento extranjero. Dadas estas características, surgió un sospechoso de ser el "Delantal de Cuero" (aún el asesino no tenía el nombre con el que fue mundialmente conocido), el judío John Pizer, zapatero de origen polaco. Pero la acusación se derrumbó, ya que este tenía una buena coartada. A raíz del segundo asesinato conocido, se formó un "comité de vigilancia", organizado por un grupo de comerciantes de Whitechapel.

Justo en ese mes, el 27 de septiembre, la policía recibe la primera carta firmada por "Jack el Destripador". Enviada a la Central News Agency, de Fleet Street, está escrita con tinta roja (un detalle de humor negro), y en ella se escribe:

"No cejaré en mi tarea de destripar prostitutas. Y lo seguiré haciendo hasta que me atrapen. El último trabajo salió bordado (...). Retengan esta carta, sin hacerla pública, hasta mi próximo trabajo (...). No les importe llamarme por mi nombre artístico".

Como se ve, una misiva muy provocadora. Si este mensaje se hubiera enviado en la época actual, podríamos decir que la sociedad se enfrentaba a un "asesino mediático"; alguien que no solo mataba, sino que, además, quería salir en todos los medios de comunicación.

El tercer y cuarto crimen se cometen el mismo día, el 30 de septiembre de 1888. Elizabeth Stride (alias "Long Lizz", la "Larga Liz"), prostituta, alcohólica y sueca (solo las dos primeras características tienen alguna clase de relación), fue asesinada de la misma manera. Una oreja cortada, pero en este caso su cuerpo no había sido mutilado (parece que la aparición de un transeúnte inesperado hizo huir al asesino).

Poco después, Catherine Eddowes (con la misma profesión y el mismo gusto por el alcohol) es muerta de la misma forma. Le faltaba la oreja derecha, los ovarios y un riñón. Este es un caso de mutilación con especial ferocidad. El asesino se había cebado.

En una pared alguien escribió: "No hay por qué culpar a los judíos".
Sir Charles Warren, el jefe de policía del momento, hizo borrar la inscripción para no ocasionar tumultos contra los judíos. Otro detalle de impericia policial, o de hacer prevalecer criterios políticos sobre los estrictamente técnicos.

También de la misma fecha, 30 de septiembre, es la segunda carta de Jack el Destripador a la policía:

"Mi querido jefe: ...Gracias por haber retenido mi carta anterior hasta este momento, en que de nuevo me he echado a la calle para trabajar".

Estas cartas conmovían aún más a la opinión pública y fueron muy importantes para crear el clima de agitación social y de acusaciones a la policía de impericia, falta de profesionalidad e, incluso, ocultación de pruebas que inculpaban a personalidades importantes del “establishment”. El caso, sin perder su carácter criminal, empezó a tomar, también, un cariz político.

Recordemos también una tercera carta con un paquete dirigido a George Lusk, que presidía el comité de vigilancia de Whitechapel, conteniendo una parte de riñón, con una nota:

"Desde el infierno, señor Lusk, le envío la mitad del riñón que tomé de una mujerzuela, y que conservé para usted después de freír el otro. Estaba muy bueno, de verdad".

Como se ve, la provocación que había montado Jack el Destripador hacía sospechar que alguien suficientemente inteligente estaba detrás de estos absurdos asesinatos. No eran crímenes cometidos por un alcohólico cliente de esas damas de la noche.

Hay otra posible carta, que circulaba en los diarios y que contenía la siguiente cuarteta:

"No tengo tiempo aún para deciros
cómo me he convertido en un asesino.
Pero ya sabréis, cuando llegue el momento,
que soy uno de los pilares de la sociedad".

Jack el Destripador tenía vocación literaria..., o quizá algo más.

El quinto y último crimen conocido y adjudicado a Jack es el más sangriento y espeluznante de todos los cometidos hasta ese momento.

El 9 de noviembre de 1888 Jack el Destripador se despide con el descuartizamiento de Marie Kelly, también prostituta y alcohólica. Fue muerta en su habitación, que alquilaba en la calle Miller's Court n.º 13 de Whitechapel.

La mujer fue encontrada tendida de espaldas sobre su lecho, desnuda, con las orejas, la nariz y los senos arrancados. Su vientre abierto y las vísceras repartidas por diferentes partes de la estancia. En una mesa cercana, el cruel asesino dejó expuestos los riñones. Faltaba la parte inferior del tronco y el útero. El corazón tampoco fue hallado. Toda la habitación estaba cubierta de sangre; las paredes manchadas.

Feldman, analizando las fotos de la época, observó claramente escrito en una pared las iniciales "FM", que no dieron ninguna pista clara para la investigación posterior. Sin embargo, anota, estas letras encajaban perfectamente con las iniciales de la "puta madre", como Maybrick escribía en su supuesto diario, Florence Maybrick.

A raíz de este violento crimen, Sir Charles Warren presentó su dimisión a la Cámara de los Comunes el 12 de noviembre de 1888, entre los vítores de una oposición algo menos violenta, pero no menos cruel que el sádico asesino de Whitechapel.

Fue el último crimen que conmovió a la opinión pública, pero si el diario no es apócrifo, hubo por lo menos otro más, aunque los detalles no están dados y probablemente, de haber existido, se dieron fuera de Londres.

En la época existieron muchas sospechas, aunque ninguna fue demostrada. La más peligrosa (para el sistema social) fue la de que Jack no era otro que Edward, el duque de Clarence, hijo del rey Eduardo VII, que murió, a los veintiocho años, justamente luego de esta serie de asesinatos.

Según parece, el joven duque gustaba de la cacería del ciervo, con todo su sanguinario ritual, vestía elegantemente y frecuentaba lupanares. O sea, que, en principio, no parecía imposible su otra identidad. La causa oficial de muerte fue: "neumonía". Existen sospechas de que murió por otra causa (sífilis en su último estadio), en una clínica privada cerca de Ascott.

También se pensó, cómo no, que estaban mezclados los judíos y los masones. En realidad, se sospechó de casi todo. Y los diarios atizaron la hoguera convirtiendo unas sórdidas muertes en un caso de terror colectivo...

Ya con estos elementos, y sin conocer nunca quién fue el causante, la leyenda tiene asegurada una larga vida. Nunca se sospechó de Maybrick, excepto sus más íntimos allegados (como su hermano Michael), según comenta Feldman.

Lo que sí es cierto es que, de no haber existido confabulación para ocultar hechos "durante" el tiempo de los crímenes, sí parece haberla a posteriori. O la justicia británica podía llegar a ser una caricatura de sí misma, o existieron intereses poderosos para silenciar definitivamente a Florence Maybrick en una especie de "asesinato" legal.

Mucho se ha escrito sobre este misterioso degollador, arquetipo de asesinos en serie e inagotable recurso de invenciones literarias.

Su leyenda necesitó muy poco tiempo para construirse, apenas de agosto a noviembre del año 1888; su sombra, en cambio, se alarga hasta finales de este, nuestro siglo XXI, ahora que se discute si los nuevos documentos son auténticos o una burda falsificación montada por razón de la fama de su pretendido autor.

La historia de “Jack the ripper, el Destripador”, el asesino de Whitechapel, se mantiene con el descubrimiento de su diario a fines de 1991. El documento es fascinante, pero no ha reunido, todavía, el acuerdo de los especialistas.

No resultará fácil el consenso; ya hemos asistido en estos años a casos de memorias fraudulentas y la tentación de intentarlo puede ser rentable. El que lo haga sabrá que, mientras dure la duda, tendrá asegurada publicidad y será el centro de debates y reportajes; esto representa dinero. Luego, tales beneficios automáticos no son una buena carta de presentación para la credibilidad de nuevos papeles surgidos de la nada. La lógica impone un duro escrutinio.

Justamente por todo ello, tampoco me lo creía. El escepticismo es perfectamente natural. Suena muy raro que, poco más de cien años después, se desvele información crucial.

De aquí que comprase, sin esperar nada nuevo, la traducción al español de "Jack the ripper. The final Chapter", publicado en Londres por Virgin Books, en 1997. No sé por qué lo hice. Quizá la tentación, al verlo, venció mis reservas inconscientes y, aunque más no fuera por comprobar lo esperado, me sumergí en su lectura.

Tengo que reconocer que pronto me ganó el interés. La investigación está hecha a fondo, con un derroche de personal y dinero que no se espera encontrar incluso en materias "más serias" en la Península. Ya solo por eso lo recomendaría.

No se trata de una novela ni un texto histórico; no posee cualidades literarias y su lectura cuesta trabajo por la gran cantidad de nombres que se cruzan, junto a referencias a especialistas que pocos conocen.

El lector se pierde por los meandros de una encuesta narrada cronológicamente, sin referencias gráficas (como esquemas o cuadros sinópticos) que ayuden a captar y retener las relaciones entre los hechos, personas y fechas.

Incluso este mínimo comentario me ha llevado mucho más tiempo de lo previsto. Una primera lectura no resulta suficiente. ¡Es un libro para leer con lápiz y papel! Requiere tomar notas, registrar los nuevos nombres y volver hacia atrás para buscar una conexión que quedó abierta páginas atrás.

Se tiene la sensación de que se buscó a fondo, pero que no se ha empleado el mismo tiempo para organizar los datos descubiertos. Echo en falta un capítulo de síntesis donde se acepten algunas hipótesis, se fundamenten adecuadamente y se descarten, en consecuencia, otras alternativas.

Pero, a pesar de las dificultades, insisto, el libro merece el esfuerzo, tanto por la luz que arroja sobre aquellos antiguos sucesos como por la labor de descubrimiento en sí misma. 121 años son muchos, pero aún pueden rastrearse descendientes que se han ocultado cuidadosamente en el anonimato.

Una verdadera lección para aprendices de investigador. Ciertos hechos, aun los indocumentados, dan más de sí de lo que a primera vista esperamos.

El libro resulta fascinante para quien considera que "investigar" es una de las actividades más creativas del ser humano, aquella que pone en movimiento su inteligencia, su intuición y también, ¡cómo no!, la cuota de suerte que uno tiene en la vida.

¿Sabemos, en consecuencia, cuál es la verdadera identidad de Jack el Destripador? El libro lo señala. Según todos los datos hasta ahora descubiertos, quedan pocas dudas de que Jack vivió gracias a un importante y conocido, en Liverpool, comerciante de algodón: James Maybrick.

¿Maybrick? ¡Pero si este nombre no es desconocido en los anales del crimen! Existió un famoso caso Maybrick, y lo fue porque en 1889 la primera mujer ciudadana norteamericana fue acusada, en Inglaterra, de asesinato. Un juicio famoso en su época por lo escandaloso de su trámite.

Florence Maybrick fue acusada de haber envenenado a su marido, James Maybrick, y por ello fue condenada a la horca. El problema es que las pruebas eran de lo más endebles que pueda imaginarse y lo absurdo de su trámite llevó, años después, a prevenir desafueros de tal calibre con la creación de la Corte Criminal de Apelaciones inglesa.

Nadie, hasta ahora, había relacionado la figura del marido, desaparecido en condiciones misteriosas, con la del no menos misterioso Jack el Destripador. Que un conocido empresario, casado con una atractiva mujer, mucho más joven que él, hubiera muerto envenenado puede ser un caso "típico" dentro de la historia policíaca; pero que la víctima sea, a su turno, un cruel asesino..., escapa a la lógica habitual.

¡Extraña paradoja! Un monstruoso descuartizador de prostitutas, al cual imaginamos animado de furia diabólica, muerto a manos de su mujer cuando creía encontrarse a salvo en la calidez de su hogar burgués. El cazador cazado; el traidor traicionado; el burlador burlado.

Estas cosas podrían reconciliarnos con la idea de que hay una justicia en el mundo que es superior, en su eficacia, a la humana. Pero la realidad es algo más compleja (y, quizá, también un poco más depresiva). La justicia natural, si es que existe, recorre caminos más tortuosos.

Según Feldman, el autor del libro comentado, Maybrick no fue asesinado por su mujer (aunque ella sí fue la que cargó con el castigo), sino por su querido hermano mayor, quien había llegado a enterarse de su doble identidad, y que sentía amenazada su fama y su fortuna si se descubría la horrible situación.

La verdad es que cuesta creer que la realidad pueda imitar de tal modo a una retorcida ficción. No imaginamos que el mundo sea tan complicado porque todo, en nuestro derredor, suele ser más sencillo. El texto que analizo resulta increíble en un rápido resumen; por ello invito a leerlo (a pesar de sus dificultades) para corroborar la credibilidad de sus hipótesis.

Que el caso no era trigo limpio y que algo de "conjura" había, ya se murmuraba en la época. Se habló de los masones, de los judíos y hasta de la corona. Además, el final abrupto de la historia; el que de un día para otro, Jack el Destripador dejara de matar, tampoco contribuyó a su olvido. En cierta forma, lo fortaleció más en la memoria popular que si se lo hubiera encontrado, juzgado y colgado.

Además, la prensa jugó un papel hasta el momento desconocido. Gracias a ella, los crímenes fueron materia de discusión diaria. Nadie en Londres quedó al margen, y por el lugar que ocupaba la ciudad, la fama de Jack el Destripador se extendió por todo el mundo.

¿Cómo influyó esta conmoción colectiva en el desarrollo político posterior? Estamos seguros de que este caso no tuvo solo importancia policial, sino también política.

Una época acababa y surgían nuevas fuerzas sociales que luego tomaron forma en el Parlamento (concretamente el "laborismo"). En cierta forma, la persecución inútil de Jack mostró las debilidades de un sistema que hasta el momento aparecía razonablemente asentado y legitimado. Jack, con su terror, puso a prueba no solo a la policía.

Esta historia también está por escribirse.

Fuente:
http://solotxt.brinkster.net/csn/25jack01.htm
“El poder se conserva con las mismas prácticas con que se adquirió” (Salustio).
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