Al final del día se descorre el telón de la otra dimensión. Lo cotidiano desaparece en su descolorida repetición y nace el nuevo mundo de los colores de la imaginación.

No hace falta llegar a los límites de lo patológico para tener una doble personalidad. No hace falta estar enfermo para utilizar la imaginación y pintar con vivos matices aquellas ideas que más nos enamoran.

La misma Naturaleza nos ofrece este fenómeno, pues al final del día llega la noche... Y entre el día y la noche median muchas diferencias, no sólo relacionadas con la variación de la luz...

Al final del día se levanta el otro “Yo”, el que duerme durante las horas anteriores, el que no puede mostrarse a la luz del sol, porque estamos convencidos de que nadie lo entendería. Simplemente, se nos trataría de locos, por aquello de la doble personalidad. Pero lo cierto es que el otro “Yo” existe, y alguna vez debe salir a respirar.

Ese “Yo” suele elegir las horas de la noche, porque las sombras le facilitan su aparición, porque entonces nadie sabe distinguir su presencia. El “Yo” del final del día no necesita casi del cuerpo para expresarse; es rico en ideas, en sentimientos e imágenes; se desplaza con entera libertad por todos los rincones del mundo e invade esferas que ni siquiera aparecen en los mapas conocidos.

Corre, nada y vuela, acorta distancias con la prodigiosa rapidez del pensamiento, hurga rincones y se expande en infinitas praderas; ni siquiera le asusta la obscuridad nocturna porque no la advierte. Para ese “Yo” siempre brilla la luz, aunque no siempre pueda mostrarse libremente a la luz.

¿Quién no ha tenido sus encuentros con su otro “Yo”, al final del día? ¿Quién no ha favorecido la cita con ese inapreciable amigo interior que sabe más cosas que nosotros, que es más fuerte y arriesgado, que dispone de una elocuencia maravillosa y un ingenio brillante?

¿Quién no se ha detenido a contarle a su otro “Yo” todo lo que le ha acontecido durante el día? ¿Quién no se ha sorprendido de la habilidad de esta otra personalidad que sabe salir del paso en todas las situaciones, que nos resuelve de un plumazo las peores dificultades?

¿Quién no ha admirado a este otro “Yo” que sabe contestar lo que nosotros tuvimos que haber dicho, que actúa en el momento en que nosotros tuvimos que haberlo hecho, que encuentra las soluciones que a nosotros nos hubiesen hecho falta? Es así: nos hace falta llegar al final del día para descubrir la mejor parte de nosotros mismos.

En la soledad de la noche despierta nuestra voluntad, se agiganta nuestra inteligencia y se agudiza nuestra sensibilidad. El otro “Yo” se levanta en medio de nuestra propia debilidad y nos recrimina el no haberle dejado estar a nuestro lado a toda hora.

Su apariencia de espejismo diurno es apenas el reflejo de nuestro escaso ejercicio de la personalidad, es el fruto de nuestra indecisión y cobardía, de nuestra vergüenza insólita, de nuestros miedos, de nuestra falta de seguridad en nosotros mismos...

El pobre y pequeño yo, esconde al otro “Yo” porque no quiere exponerlo a los ojos y a las críticas de los demás... Prefiere encontrarlo a solas, al final del día, cuando las sombras favorecen este encuentro con todos nuestros sueños, con lo que pudo haber sido y no fue...

Entonces escapamos, volamos, somos de una manera diferente, total y real. Hace falta crecer, hace falta madurez interior, hace falta gran sabiduría para dejar paso al otro “Yo” frente a la luz del sol. Hace falta el valor del hombre realizado para mostrarse armónicamente hecho ante la claridad diurna.

Mientras tanto, nosotros, aspirantes al Ser, vivimos la mayor parte de nuestras horas escondidos tras espesos muros, y sólo al final del día, vamos en busca de aquel recodo de nosotros mismos donde por fin somos grandes y libres.

Mientras tanto, yo misma, querido lector, he esperado el final del día para dedicarte estas líneas, íntimas, sinceras, tanto que no hubiesen podido ser escritas a otra hora que no fuese esta, en que todos los locos de la humanidad desdoblamos nuestras personalidades para encontrarnos con nuestros más caros anhelos.

-Delia Steinberg Guzmán-

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“Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego”. -Proverbio árabe-

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