La etimología de "dignidad", derivada directamente del dignitas latino, da algunas pistas para orientarse respecto al contenido.

Dignus recogía, en el vocabulario latino, los

significados de los términos griegos axios y axioma, que reunían a su vez los de "conveniente”, “decoroso”, "honroso”, “valioso”, “excelente” y “justo".

"Un hombre tiene que tener siempre el nivel de la dignidad por encima del nivel del miedo" (Eduardo Chillida).

"En cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad de hombre, ninguna tiranía puede dominarle" (Mahatma Gandhi).

Origen de la concepción de la dignidad de la persona

Luis Recasens Siches aclara que "el pensamiento de la dignidad consiste en reconocer que el hombre tiene fines propios que cumplir por sí mismo".

Lo anterior evoca la fórmula de Kant, sin que esté necesariamente ligada a la doctrina del filósofo.

Desde la óptica del citado autor, lo que Kant expresó era ya aceptado desde siglos antes, desde el Antiguo Testamento, adquiriendo mayor relevancia al ser el mensaje central del Evangelio.

Efectivamente, la idea de la dignidad es característica del cristianismo, aunque no sea exclusiva de él.

Ya en la antigua China y en Roma (Epitecto, Séneca, Cicerón y Marco Aurelio) encontramos la idea de la dignidad de la persona como una idea universal, es decir, de la igualdad esencial de todos los hombres.

Fue la escuela estoica, desarrollando el pensamiento aristotélico, la que llegó a la conclusión de que todo hombre, por su naturaleza, es miembro de la comunidad universal del género humano, gobernado por la razón y, además, miembro de una comunidad política que es donde nace.

Esta idea es la que retoma el cristianismo.

La filosofía racionalista –dice Jorge Adame Goddard–, apoyándose en las concepciones humanistas cristianas y renacentistas, postuló la dignidad de la persona como límite al poder del Estado, poniendo coto a las doctrinas de Maquiavelo y Montesquieu.

El humanismo laico –refiere el mismo autor–, representado por Hugo Grocio, Fernando Vázquez de Menchaca y Samuel Pufendorf, coloca en el centro de sus sistemas el concepto de la dignidad humana, fundado sobre la idea de libertad e igualdad de los derechos del hombre.

Ignacio Burgoa, al respecto, dice que cualquier tipo de régimen, sea social, jurídico o político deberá tener en cuenta la dignidad de la persona, pues es la única manera en la que será respetable y respetado.

Para Recasens Siches, destacan en la reflexión filosófica sobre la dignidad de la persona Max Scheler, Nicolai Hartmann, Stammler y Del Vecchio.

Frente a lo que consideraron como una insuficiencia en el formalismo ético kantiano –refiere Agustín Basave Fernández del Valle–, Scheler y Hartmann se dieron a la tarea de construir una ética material de los valores.

Stammler elaboró una serie de principios, saliéndose del rigorismo formalista, abandonando el formalismo e introduciendo ideas con valores concretos.

Estos principios son cuatro y se agrupan en dos clases, tal y como enseguida se anotan.

Principios del respeto recíproco:

– El querer de una persona, sus fines y sus medios, que no deben quedar a merced del arbitrio subjetivo o caprichoso de otra persona.

– Toda exigencia jurídica de tratar al obligado como un prójimo, esto es, como a una persona con dignidad.

Principios de la participación:

– Nadie debe jamás ser excluido de una comunidad o de una relación jurídica por la decisión arbitraria o mero capricho subjetivo de otra persona.

– Todo poder jurídico de disposición concedido a una persona deberá hacerlo solo de tal modo que el excluido subsista como un ser con fin propio, es decir, como una persona con dignidad.

Para Del Vecchio, la idea de la justicia, en función de la dignidad de la persona individual y de la paridad o igualdad jurídica, implica la idea de "reciprocidad", entendiendo por esto que un sujeto, al obrar respecto de otros, debe hacerlo sólo sobre la base que reconozca como legítima, en las mismas circunstancias, una conducta igual de los otros respecto de él.

Para Recasens Siches, dos son los corolarios de la dignidad humana, a saber: el derecho a la vida y la libertad individual.

La vida del hombre (un hecho biológico) –nos dice el autor– no sería diferente a la de las plantas o a la de los animales de no ser por la concepción de la dignidad personal, es decir, de su concepción como un sujeto con una misión moral.

En las ideas del mismo autor, la extensión y alcance del derecho a la vida comprende un sinnúmero de aspectos, entre los que destaca:

a) el derecho de todo ser humano a que los demás individuos no atenten injustamente contra su vida, integridad corporal o psicológica.

b) el derecho de todo ser humano a que el Estado proteja su vida y su integridad corporal contra cualquier ataque de otra persona.

c) el derecho de todo ser humanos a que el Estado respete su vida y su integridad corporal, moral y psicológica.

d) el derecho de todo ser humano a que la solidaridad social provea de los necesarios auxilios para su subsistencia, entre otros.

La idea de la libertad de la persona está implícita –refiere el autor– en la de la dignidad.

Si el hombre es un ser con fines propios y estos fines solo pueden ser realizados por decisión personal, necesita estar exento de la coacción de otros individuos y de la coacción de los poderes públicos que interfieran con la realización de estos fines.

La libertad, desde el punto de vista jurídico –dice Recasens Siches– consiste en "hallarse libre de coacciones o injerencias indebidas, públicas o privadas", abarcando una amplia gama de posibilidades, como lo son:

a) el ser dueño del propio destino (no ser esclavo)

b) disfrutar de seguridad

c) libertad de conciencia

d) la libertad para contraer, o no, matrimonio

e) libertad para elegir ocupación

f) inviolabilidad de la vida privada

g) libertad de no ser obligado a participar en una reunión ni pertenecer a una asociación

Séneca, sobre la dignidad
El tiempo que tenemos no es corto; pero perdiendo mucho de él, hacemos que lo sea, y la vida es suficientemente larga para ejecutar en ella cosas grandes, si la empleáremos bien.

Pero al que se le pasa en ocio y en deleites, y no la ocupa en loables ejercicios, cuando le llega el último trance, conocemos que se le fue sin que él haya entendido que caminaba.

Lo cierto es que la vida que se nos dio no es breve, nosotros hacemos que lo sea; y que no somos pobres, sino pródigos del tiempo...

Sucediendo lo que a las grandes y reales riquezas, que si llegan a manos de dueños poco cuerdos se disipan en un instante; y al contrario, las cortas y limitadas, entrando en poder de próvidos administradores, crecen con el uso.

Así, nuestra edad tiene mucha latitud para los que usaren bien de ella.

¿Para qué nos quejamos de la naturaleza, pues ella se hubo con nosotros benignamente?

Larga es la vida, si la sabemos aprovechar.

A uno detiene la insaciable avaricia, a otro la cuidadosa diligencia de inútiles trabajos.

Uno se entrega al vino, otro con la ociosidad se entorpece; a otro fatiga la ambición pendiente siempre de ajenos pareceres...

A unos lleva por diversas tierras y mares la despeñada codicia de mercancías con esperanzas de ganancia; a otros atormenta la militar inclinación, sin jamás quedar advertidos con los ajenos peligros ni escarmentados con los propios.

Hay otros que en veneración no agradecida hacia sus superiores consumen su edad en voluntaria servidumbre; a muchos detiene la emulación de ajena fortuna, o el aborrecimiento de la propia; a otros trae una inconstante y siempre descontenta liviandad, vacilando entre varios pareceres.

Y algunos hay que no agradándose de ocupación alguna a que dirijan su carrera, los hallan los hados marchitos y bocezando de tal manera, que no dudo ser verdad lo que en forma de oráculo dijo el mayor de los poetas:

"Pequeña parte de vida es la que vivimos: porque lo demás es espacio, y no vida, sino tiempo".

¿Piensas que hablo de solo aquellos cuyos males son notorios? Pon los ojos en los demás, a cuya felicidad se arriman muchos, y verás que aun estos se ahogan con sus propios bienes.

¿A cuántos son molestas sus mismas riquezas?

¿A cuántos ha costado su sangre el vano deseo de ostentar su elocuencia en todas ocasiones?

¿Cuántos, con sus continuos deleites, se han puesto pálidos?

¿A cuántos no ha dejado un instante de libertad el frecuente requerimiento de sus paniaguados?

Pasa, pues, desde los más ínfimos a los más empinados, y verás que este es citado a juicio, el otro asiste, aquel peligra, este defiende y otro sentencia, consumiéndose los unos en los otros.

Pregunta la vida de estos cuyos nombres se celebran, y verás que se conocen por las señales, que este es reverenciador de aquel, aquel del otro, y ninguno de sí.

Con lo cual es ignorantísima la indignación de algunos que se quejan del sobrecejo de los superiores, cuando no los hallan desocupados al ir a visitarlos.

¿Es posible que los que, aun sin tener ocupación y sin estar jamás desocupados para sí mismos, tengan atrevimiento para condenarlos por soberbia?

Séneca cree en la dignidad de todo hombre:

"El hombre, cosa sagrada para el hombre".

La originalidad de Séneca es que eleva el valor del hombre sobre cualquier otro objeto medible, ensalza su dignidad y alaba sus virtudes.

Séneca, el estoico
Para los estoicos el mundo está en perpetuo cambio y en perpetua transformación.

En él, la vida del hombre es un instante, la fama y las dignidades, algo vacío.

El estoico manifiesta una peculiar combatividad y un fuerte rechazo crítico a los valores usuales de la sociedad.

El estoico adopta la tenacidad moral de un Sócrates, que no cede ante la injusticia y se resiste a aceptar que esta tenga la última palabra.

Séneca, Epícteto… no se resignan a convertirse en elementos activos en una sociedad que juzgan profundamente contraria a la dignidad humana.

Su rechazo del poder, la riqueza, la dependencia de bienes externos, la opinión ajena, la rivalidad, la envidia, la búsqueda de aprobación, la fama y todo lo que en un sentido u otro nos esclaviza, según ellos, los convierte en figuras rebeldes.

Su firmeza en la persecución de la justicia les conduce, a menudo, a una confrontación más directa de lo que se ha dicho con el poder, como creo ver en el último Séneca.

El poder, en cuanto que es elitista por naturaleza, es decir, para privilegio de pocos, repugna a la moralidad del estoico.

Pienso que no es muy apropiada la crítica que se ha hecho de autores como Séneca, tachados, precisamente, de elitistas y de pertenecer a las clases bien acomodadas.

Séneca dirá que el buen estoico (aprendiz de estoico, ya que el sabio como tal no existe ni él mismo pretende serlo) que tiene riquezas, ha de estar dispuesto, si se da el caso, a verse desprovisto de ellas.

Lo mismo ocurre con todos los bienes materiales y las posesiones que motivan a la mayoría de los seres humanos.

Esto es, por supuesto, algo dificilísimo de conseguir.

Pero hacia ahí tiene que encaminarse el estudio y la filosofía, hacia una transformación de la vida y conducta del filósofo, lo que hemos denominado el aspecto terapéutico de la filosofía, entendida como medicina.

Con todas las limitaciones propias de la época que quieran verse, lo cierto es, y acabo de leerlo tanto en Séneca como en Epícteto (sé que también lo afirma taxativamente Marco Aurelio), que todos consideran una ciudadanía universal básica en todos los seres humanos, por encima de condiciones sociales (así pues, no importa, tratándose del hombre, cuántos campos de cultivos posea, con cuánto dinero cuenta, por cuántos es saludado, en qué precioso lecho reposa o en qué transparente vaso beba, sino cuán bueno sea.

La virtud, de entrada, no está vedada a nadie: ella abre a todos su santuario, invita a todos, hombres libres, emancipados por nacimiento, esclavos, reyes y proscritos...), o nacionalidades particulares.

El concepto que posteriormente tanto agradaría a los ilustrados (que también lo usaron con sus limitaciones específicas, como es sabido) nació entre personas de la Antigüedad a las que espantaron los excesos de la política y la sociedad, violentísimas, de su época.

Señalaron una dignidad común a los hombres que a veces fundaron en cierta participación del alma con lo divino, en el uso de la razón y en la consecución de una virtud entendida como principio rector del universo relacionado con la moderación.

Esto último son los dogmas propios que defendieron, pero llama la atención, en figuras como Séneca, lo poco dogmáticos que podían llegar a ser.

Cuando Séneca, en las "Cartas a Lucilio", "De Ira", "Sobre la tranquilidad del ánimo", dialoga con un discípulo, lo hace sin forzarlo a que piense como él.

Admite la pertenencia del discípulo a otras escuelas.

Uno actuará bien, muchas veces contracorriente, porque sabe que es lo mejor realmente para los demás y para sí mismo, sin que se establezca la tan burguesa y neo-liberal separación entre el individuo y la sociedad.

Los intereses de uno coinciden con los de la otra, sin forzar ninguno de los dos ámbitos.

El sujeto que actúa moralmente lo hará porque, dentro de esta perspectiva material de la ética, ha visto que la salud humana va por ahí, y está convencido de que es lo mejor.

Por eso, resultaría una falacia decir que el robo o la mentira buscan el interés particular y se contraponen al correcto funcionamiento de la sociedad.

En realidad, el robo atenta contra los propios intereses en la medida en que te deshumaniza, te aleja de tu verdadera felicidad que, necesariamente, ha de pasar por el respeto y amor a los demás.

Robar, mentir, abusar del poder nos impedirán realizarnos sanamente como personas, y nos aproximarán, por el contrario, a cierta suerte de patologías.

A diferencia de otros estoicos, su aceptación de la fortuna contiene un cierto reproche, al afirmar que puede ir contra la dignidad del hombre y ser injusta:

"Un espíritu derecho, bueno, grande, solo puede nombrarse diciendo que es un dios que se ha hospedado en un cuerpo mortal.

Esta alma puede ir a parar al interior de un caballero romano, de un liberto o un esclavo.

¿Qué es un caballero romano, qué es un liberto, qué es un esclavo?

Nombres surgidos del orgullo o de la injusticia".

Citas de Séneca
¡Teméis como mortales todas las cosas, y como inmortales las deseáis!

"Nada nos proporciona dignidad tan respetable ni independencia tan importante como el no gastar más de lo que ganamos".

Sobre la dignidad

Giovanni Pico della Mirandola
El mayor aporte de Giovanni Pico della Mirandola –y seguramente la principal fuente de discordia con los doctos– es su persistencia en no abrazar una palabra como la definitiva y sagrada... Él afirmaba:

"Me he impuesto el principio de no jurar por la palabra de nadie".

Esto, de por sí, no implicaba una herejía –a los ojos y oídos de los eclesiales–, pero sí su insistencia en incorporar saberes y revelaciones de todas las creencias:

"En toda escuela –afirma– hay algo de insigne que le es común a todas".

Fuentes:
http://www.monografias.com
http://www.cedt.org/seneca.htm
http://educayfilosofa.blogspot.com
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"Lo que más indigna al charlatán es alguien silencioso y digno" (Juan Ramón Jiménez).