En el acto de estar erguido como una lanza que avanza contra el viento a través de la niebla, más allá de lo conocido y lo desconocido, reside el ser filósofo.
Filósofo significa el enamorado de la Verdad, el enamorado de la Sapiencia, aquel que pone todas las cosas por debajo de la búsqueda de esa Sapiencia. Un enamorado tal vez no es un ser del todo inteligente, pero sí es un convencido de que va a llegar a la meta que se ha propuesto, alguien noble que trata con todas sus fuerzas de alcanzar aquello que se vislumbra más allá.
Hoy el tema que voy a tocar es el del misterioso o difícil Arte de Vencer. Cuando digo vencer, no me estoy refiriendo a vencer sobre nadie, abatir puertas, echar abajo murallas, sentir que otros son más débiles que nosotros, sino a algo mucho más profundo. Hace muchos años tuve un Maestro que me decía que el Arte de la Felicidad estaba en lograr objetivos, pero no a costa de otros, sin basarse en la infelicidad de los demás; y en cierta forma el Arte de Vencer consiste en poder llegar a nuestras metas sin utilizar a los demás como peldaños, sin encaramarnos sobre la cabeza de los débiles, sin pisotear a aquellos que aparentemente nos están cerrando el paso, sino de una manera muy diferente, de todo corazón y con toda fuerza. ¿Qué es este difícil o misterioso Arte de Vencer?
Hay personas que, parece ser, vienen al mundo con una estrella y todo les sale bien. Hay otras, en cambio, a las cuales les es muy difícil lograr cada cosa. Y encontramos a veces a los Elegidos de la Historia, que con su sola presencia pueden hacer verdaderos milagros.
Recuerdo un atardecer en Grecia, hace dos o tres años; en Macedonia, para ser más exacto. En ese atardecer rodaban mis lágrimas. Yo estaba en las ruinas de Filipópolis y estaba leyendo unos fragmentos de cartas de Filipo Sother. Filipo Sother narraba como ellos habían marchado con Alejandro y que cuando lo hacían, en verdad podían realizar milagros, gestar maravillas, pero desde que Alejandro murió, ellos nada más que pudieron hacer pequeños prodigios. Querían ser grandes, pero no podían dejar de ser, de alguna manera, mediocres y pequeños. Ellos no podían decir que eran hijos de Amón, sino que eran hijos de hombre y de mujer.
Y cuántas veces, mis queridos amigos, cuántas veces nosotros nos encontramos en la vida queriendo hacer una proeza, algo maravilloso, pretendiendo avanzar de tal manera que todos nos vean, nos sigan, y sin embargo, tan solo podemos dar pequeños pasos; cuántas veces querríamos cantar como cantan los mirlos, cuántas veces querríamos volar; y sin embargo, solamente salen de nuestra garganta pequeñas voces oscuras, o nos vemos limitados a tener que andar sobre nuestros pasos, andar y andar hacia ese horizonte que nunca acaba. De ahí, entonces, que nos preguntemos, de todo corazón, como filósofos, en que consiste el Arte de Vencer. ¿Por qué algunos vencen y otros no lo pueden hacer?
Tal vez, mis queridos amigos, la vida sea como el cable del micrófono que tengo en las manos, del que uno no sabe exactamente que longitud tiene, y hay que estar preparados y sensibilizados para notar cuándo llegamos al final, cuándo nos está avisando de alguna manera la adversidad de que hasta aquí podemos llegar.
El acto de vencer, entonces, no sería convertirnos todos en Alejandro, porque no todos podemos ser Alejandro, ni Alejandro puede ser tampoco cada uno de nosotros. Cada cual es lo que és, y el arte consiste en ser lo que nosotros somos realmente, en nuestra verdadera, en nuestra propia dimensión, sea cual sea nuestro tamaño.
Todas las antiguas Culturas, las viejas Civilizaciones, tenían sistemas llamados de Iniciación, en los cuales se potenciaba al hombre. Por lo general, tenemos una idea bastante equivocada de lo que eran las antiguas Iniciaciones, creemos que consistían en, digamos, recetas, fórmulas; es decir, que se presentaba ante nosotros Pitágoras o Platón, y nos decía: «Tu te vas a levantar a tal hora, vas a comer un huevo de tal manera y luego vas a dormir de tal forma». No, desgraciadamente, parece ser que no era tan fácil, porque si no, muchos habrían llegado al final del camino. No, no era tan fácil, sino mucho más humano.
Hoy todo lo imaginamos a traves de fórmulas, todos los triunfos y las soluciones las ideamos a través de sistemas. Si algo va mal, está fallando el sistema político, si tenemos problemas económicos falla la administración, y no nos llegamos a preguntar en un momento dado: ¿no será algo humano? De alguna forma, ¿no seré yo? ¿Hasta dónde llega el valor de los sistemas? ¿Hasta dónde el verdadero valor no estará en esta pizca de Dios enamorada, que es el Hombre?
El hombre tiene su valor fundamental, por eso los antiguos no trataban de comunicar a ese hombre verdades extraordinarias, cosas misteriosísimas, sino que trataban más bien de lavarlo, limpiarlo de todas las cosas del mundo, despejarlo de su propia animalidad, de sus temores, de todo aquello que pudiese impedir su marcha, para que pudiese surgir de dentro hacia fuera, como el loto blanco, desde el corazón mismo de las cosas, y alzarse hasta esa epopteia de llegar al final de cada cosa, que está representada en las columnas cuando vemos abrir sus capiteles a muchos metros del suelo. Ninguna columna abre su capitel debajo, todas lo hacen arriba. Los antiguos nos han dejado un legado de enseñanzas sobre todo esto archivado en sus imágenes.
Recuerdo el gran templo de Karnak. En el santuario de Amón, donde están los capiteles de las columnas, aquellos que están algo más alejados parece que fuesen pimpollos cerrados de lotos; los que están más cerca están abiertos completamente al Sol vertical. Es una eterna enseñanza que nos invita a acercarnos a nosotros mismos, a ese centro de poder que todos tenemos en nuestro interior.
Las antiguas civilizaciones se ejercitaban generalmente a traves de cuatro grandes grupos de Pruebas: Tierra, Agua, Aire y Fuego. Exotéricamente, o sea, exteriormente, esto tiene que ver realmente con la tierra, el agua, el aire y el fuego, pero esotéricamente tiene que ver con ciertos componentes de nuestra personalidad, o sea, con nuestro cuerpo físico, nuestro vehículo de energías, nuestro vehículo psicológico y nuestro vehículo mental, aquel del cual surgen todas las cosas que nosotros recibimos, obtenemos y ofrecemos. Pero las Pruebas en sí eran de carácter realmente físico y reales, muy reales.
Se han encontrado, cerca de Siracusa, los restos de un pozo iniciático -yo los he visto- en los que hay una serie de agujeros laterales. Cuando el candidato estaba bajando al pozo, un pozo muy oscuro, por una pequeña escalera, de los agujeros salían manos que lo empujaban mientras voces invisibles le gritaban: ¡te caes! Imaginad el miedo del discípulo, que no sabía que abajo había una red esperándole, o sea que de todos modos no se podía matar. Hoy está prácticamente cegado y lo que se ve son pocos metros, pero entonces tal vez fuesen muchos más. Imaginadle cogido fuertemente a la roca, luchando por vencer su miedo y tratando de seguir adelante un paso más.
Vencer no era en ese momento llegar al final de la escalera; esa sería la victoria final. Vencer era el paso a paso, superar un escalón, el siguiente, el siguiente. Uno de los grandes errores que cometemos es que nosotros, frente a una escalera, miramos el conjunto y nos planteamos el subir o no toda la escalera. Esa no es la posiciòn psicológica adecuada para enfrentar la adversidad, sino que hemos de plantearnos subir peldaño a peldaño. ¿Cuál es mi problema inmediato? Este peldaño, ¡no ese, ni aquél! Si mantenemos la mirada exageradamente alta, cosa que a veces les sucede a muchos idealistas, a muchos espiritualistas, es fácil tropezar con los primeros escalones y rodar al abismo. Hay que saber donde se quiere llegar, pero paso a paso, lentamente, y sin, digamos, planificarlo demasiado. Si sabemos estirar nuestra mano, siempre va a haber algun Ángel bondadoso, real o soñado, que cogerá nuestra diestra y nos ayudará en el camino.
Vosotros sabéis que las mejores espadas se hacen a golpes, y se pasan del calor al frío, del frío al calor, de una manera verdaderamente brutal. ¿No necesitaremos también nosotros ser templados? ¿Recibir los golpes de la vida como la espada recibe los golpes sobre el yunque?. El que haya visto alguna vez trabajar un yunque, sabrá que junto a los martillazos se puede escuchar otro sonido. Son los gritos del metal que se siente aplastado. Sí, la espada grita pero permanece, grita y permanece, grita y permanece; hasta que al fin ese hierro que no era nada más que un metal simple y sencillo, se va convirtiendo, por los golpes -y por haber sido inmerso en las aguas frías o en las misteriosas sustancias de la aleación-, en desnuda hoja de acero, y entonces, adquiere dureza, corte y elasticidad. ¿No será de alguna forma similar el proceso de nuestra propia forja en la vida?
Estaba leyendo en la Revista de Acrópolis, aquí en España, que acaba de salir(1), precisamente un artículo sobre las espadas. Hay en él un relato japonés en el que cae la nieve sobre un cerezo y sobre un sauce. La rama del cerezo, que es muy rígida, recibe la carga de nieve una y otra vez, hasta que se rompe; el sauce, que es más elástico, recibe la carga de la nieve y va inclinándose ante su peso hasta que la nieve cae y esa rama del sauce se levanta de nuevo. Tenemos que volver a lograr ese temple interior, entender que caer es simplemente para levantarse otra vez. Nadie cae definitivamente, pues todas las cosas en este mundo son pasajeras. Todo tiene un valor relativo, nuestros triunfos y nuestros fracasos. En base a esa humildad de corazón, podemos seguir realmente avanzando. Si logramos el dominio de esos cuatro elementos de la Naturaleza en nuestro interior -los llamados Tierra, Agua, Aire y Fuego- tal vez no hagamos milagros, no somos hijos de Amón, al menos de manera directa, pero podemos hacer ciertos prodigios.
Hay ejercicios fáciles que pueden sernos útiles a fin de intentar comprender. Coged una botella cualquiera llena de agua y mantenedla enhiesta con el brazo horizontal. Al principio parece algo muy fácil, ¡quién no va a sostener un litro!, pero cuando pasa el tiempo y la acumulación del peso y la posición de nuestro brazo se va haciendo más dolorosa, cada vez sentimos más el peso y parece que hubiese una vaca colgada de nosotros.
Haced algo diferente, poned en práctica vuestra Voluntad. Haced que vuestros ojos y vuestra mente empiecen a contar, por ejemplo, las distintas bombillas que pueda haber en el techo (sin dejar la botella). Veréis que se puede resistir mucho más fácilmente si se mantiene la mente alejada del dolor.
Sucede igual en las cosas de la vida. Si mantenéis vuestra mente agarrada a cada uno de los problemas, a esa pequeña muerte cotidiana que se nos viene encima, al temor que no han sabido lavar en nosotros porque no estamos en el siglo V a.C., no podréis resistir ni el más leve impacto de la adversidad.
Tenemos que intentar entonces alzar esa mano, rescatarla un poco de las cosas del mundo, ir imponiendo nuestra Voluntad, una Voluntad que no debe ser ostentosa, que debe marchar sola y natural.
Cuando enfrentáis una seria adversidad, tratad siempre de resistir un minuto más, no penseis que vais a aguantar una hora, un día, un año, toda la vida; no, no, un minuto más, nada más que un minuto más, y luego otro minuto más, y así, poco a poco, se irán sumando cifras mucho más grandes. El poder de nuestra mente es terrible. Haced otra prueba: medid la duración psicoloóica de un minuto. Cuando el segundero llegue de nuevo a su cenit, cuando de la vuelta completa a la esfera, vais a recibir un gran premio, una inmensa felicidad (cada uno sueñe la felicidad que quiera). Vais a ver que lento marcha el segundero, parece casi que retrocediese. Ahora hagamos la experiencia a la inversa: pensemos que cuando de la vuelta al segundero estallará una bomba debajo nuestro, vais a ver entonces que rápido huye, punto tras punto, diría uno que el reloj se ha vuelto loco. Sin embargo, el reloj siempre marca los mismos instantes con idéntico ritmo.
¿Qué es lo que ha cambiado? Nuestra perspectiva. Si nosotros deseamos algo con fervor demasiado apasionado, se nos hará infinitamente lejano.
Debemos saber dar a la vida el valor que realmente tiene, entonces vamos a obtener una dimensión mucho más verídica de todo lo que nos sucede. Hoy generalmente corremos tras el dinero, la fama, el reconocimiento; un automóvil mejor, un piso más grande, la última nevera que salió, que hace los cubitos redondos... así, estamos siempre en tensión, nada nos basta, porque siempre nos parece que tenemos poco, que necesitamos algo nuevo. Ese es el gran fantasma del consumismo que nos han incrustado en el alma, y es una de las peores formas de materialismo.
Sepamos conformarnos con cosas sencillas. Yo no digo renunciar a tener más, digo simplemente estar en paz con el propio corazón, y luego ver de que manera podemos prosperar un poco más. El secreto está en saber realmente qué es lo que podemos hacer, cómo lo podemos hacer y poner toda nuestra atención y toda nuestra fuerza en ello.
En verdad, tenemos más fuerza de lo que creemos. Cada uno de nosotros, por pequeño que sea, tiene grandes posibilidades. Algunos pensarán: «Yo no voy a escribir poesías porque igual..., ¿quién me las va a editar? No soy tan bueno». Perdamos un poco ese sentido de la comparación, de la competición, esa especie de deporte insano donde nos han metido. Salgamos de esa mentalidad y hagamos las cosas por la cosa en sí. Si os vienen al alma poesías, si os bajan poesías como bajan los pájaros sobre los nidos, recibidlas, mantenedlas, echadlas al vuelo, ¡no importa que no las editen!
Cuando no había imprenta, ¿cómo hacían los poetas? En la época de Safo, ¿cómo hacía la excelsa poetisa para llevar su creaciones a todo el mundo y haber llegado hasta la Edad Media, en que fueron desafortunadamente destruidas? No había imprentas, ni editores, solo tenía poesías, y esas poesías se repartían de mano en mano, poco a poco. No necesitamos grandes medios para que nuestras creaciones y hallazgos sean reales. El libro que más quiero lo comence a escribir cuando tenía diecinueve años, y no pense jamás que sería editado, simplemente lo escribía porque así lo sentía.
¿Cuántos hay que tienen dentro suyo libros, mensajes, tesoros, personajes? Hay que sacarlos, hay que tener la fuerza de extraerlos fuera de sí, mostrarlos al mundo, que está sediento de cosas espontáneas. El mundo está harto de que le hablen a través de los grandes armazones de los sistemas, y quiere que le hablen de corazón, de hombre a hombre, de mujer a mujer, de persona a persona. De ahí el viejo sentido romano de la concordia, corazón con corazón. Eso no es igualdad, no, -la igualdad es estéril-, sino que es algo que hace que se complementen lo uno con lo otro, como los dientes de un engranaje, en el que van entrando las salientes de unos en los huecos que dejan los demás... Y en ese entrar las salientes de unos en los huecos que dejan los demás, existe la posibilidad de transmitir la fuerza: fuerza espiritual, fuerza física, ¡que más da! fuerza interior... la fuerza interior que lleva en sus brazos la Victoria, esa Victoria final que nos espera a todos, a través de los pequeños logros, esos que deben ser cotidianos, que deben ser continuados y que nos tienen que llenar el corazón de fé y de ilusión.
Tal vez pintáis cuadros, tal vez hacéis dibujos, ¡hacédlos! No importa que la gente los reconozca o no. Más allá de la gente, más allá del entorno, hay otro Juez, un Juez muy grande, tanto que no podemos decir que tamaño tiene. Tan bueno que no podemos imaginarlo, y tan justo tan justo, que más allá de los actos, lee los corazones que inspiraron los actos.
Y ese gran Juez, de alguna forma, extenderá su capa sobre nosotros y abrigará nuestros pequeños logros, nuestras pequeñas ilusiones: los versos que nunca hemos escrito, los dibujos que no hemos realizado, los amores que no hemos tenido, las oportunidades que se nos escaparon, pero que viven de alguna forma mágica en ese mundo de redención sublime, y que nos acompañarán, a través de los milenios, hacia una realización interior y total.
Cada uno de nosotros, aún el más pequeño, aún el que se sienta más disminuido, aún el que crea que está más solo, tiene la capacidad de la Victoria. Tiene la capacidad de marchar y marchar a través de esos pequeños éxitos, de esos pequeños pasos que le van a lanzar poco a poco hacia adelante.
No hacen falta fórmulas, tampoco apoyos especiales; siempre se puede ir hacia adelante, perfeccionarse más y más. Cada uno de nosotros debe buscar su propia Luz, su propio lugar, y si estamos felices donde estamos, magnífico, y si no estamos felices podemos estarlo en otra parte. Lo fundamental es no hacer daño a nadie, lo fundamental es quemar nuestra propia cera, no quemar la del vecino. Lo fundamental es tener Luz. Hay que elegir: Suponed que tenemos una vela; ¿queréis tener esa vela o queréis tener luz? Si queréis tener una vela vais a estar toda la vida a oscuras, si quereis tener Luz vais a tener que consumir esa vela, coger una cerilla, rasparla y aplicarla, y dejar que se encienda la Luz, esa Luz que es siempre vertical como una espada luminosa.
De cualquier manera, las cosas materiales caen, se resquebrajan y se van. Decían los antiguos: Omnia Transit; Todo Pasa, Todo Camina..., todo va hacia el mar, como marchan las aguas; todo tiene un Destino, ¡asociémonos al Destino! Veamos como bajan las aguas por las montañas, cantarinas, y ¿cuáles son las aguas más puras?, aquellas que se golpean más sobre las piedras, aquellas que caen en cascadas y revientan en grandes pompas de espuma blanca; las otras, las aguas cobardes, las que se quedan quietas, en remanso, terminan por entrar en corrupción y ningún ser vivo puede habitar en ellas.
Haced de vuestro mundo un mundo de Ideas Grandes, que los buenos pensamientos y sentimientos habiten en vosotros, cantando, como si fuesen pájaros en la rama de un árbol, como si fuesen peces de colores en lo profundo del mar. Que habiten dentro nuestro grandes Seres libres y coloreados.
No os dejeis caer de rodillas, levantáos otra vez y otra vez. Apoyad vuestras manos, como alas, como garras, contra los costados de la Historia y proyectáos hacia adelante, siempre hacia adelante. Todos hemos de morir y tal vez todos hayamos de renacer. Todos estamos sujetos a la Gran Rueda, al gran Samsara. Pero más allá de todo eso, tambien estamos sujetos a nuestra propia Voluntad.
Hace unos años, cerca del Desfiladero de las Termópilas, encontre aquella vieja inscripción que decía: «Ciudadano, si llegas a nuestra ciudad, diles que aquí han muerto trescientos espartanos por cumplir sus Leyes». Ellos han sabido cruzar la Historia con su ejemplo. Leónidas no contó los persas que tenía delante, contó simplemente que tenía que defender un desfiladero, porque atrás quedaba el tesoro de los atenienses, un tesoro místico y cultural. Logró ganar tres días nada más, pero en esos tres días se salvaron muchas cosas. ¿Dónde están hoy aquellos hombres sino dentro nuestro? ¿Donde están aquellos magníficos que le preguntaron a Leónidas: «Señor, hoy entramos en combate; hemos de comer bastante para estar fuertes frente al enemigo?» Leónidas les contesta: «No, comed liviano, porque esta noche tenemos un gran banquete con Plutón,(2) el Dios de la muerte». No temblaron esos soldados, sino que le miraron y le dijeron: «Y tú, Leónidas, ¿estarás en el banquete?», y él respondió:
«Yo el primero». «Entonces, todos cenaremos esta noche contigo y con Plutón» ¿Dónde están aquellos hombres magníficos de otros tiempos? ¿Dónde están, sino dentro nuestro? No se han olvidado, no se han perdido; simplemente, los hemos sepultado con basura, con miedo, con incertidumbre.
Quitémonos todo eso de encima y volveremos a ver otra vez los cascos emplumados, y volveremos a ver otra vez la luz del cielo a través de las murallas rotas, y volveremos a sentir nuestros pasos marchar acompasados con el latir de nuestro corazón batiendo dentro del pecho, ¡Victoria, Victoria, Victoria!
Fuente:
www.portonartesano.com.ar
Jorge Ángel Livraga