Pensemos bien antes de juzgar las acciones de los demás y de emitir juicios sobre las cosas; no dudemos en someter a un severo juicio nuestros propios pensamientos y actitudes...
...de modo que nos sirva para depurar todo lo negativo que hay en nosotros.
LAS ESTACIONES
Había un hombre que tenía cuatro hijos. Él buscaba que ellos aprendieran a no juzgar las cosas tan rápidamente; entonces los envió a cada uno, por turnos, a ver un peral que estaba a una gran distancia.
El primer hijo fue un día de invierno, el segundo fue en primavera, el tercero en verano y el hijo más joven durante el otoño.
Cuando todos ellos habían ido y regresado, él los llamó y, juntos, les pidió que describieran lo que habían visto.
El primer hijo mencionó que el árbol era horrible, doblado y retorcido.
El segundo dijo que no, que estaba cubierto con brotes verdes y lleno de promesas.
El tercer hijo no estuvo de acuerdo; dijo que estaba cargado de flores, que tenía un aroma muy dulce y se veía muy hermoso. ¡Era la cosa más llena de gracia que jamás había visto!
El último de los hijos no estuvo de acuerdo con ninguno de ellos. Él dijo que estaba maduro y marchitándose de tanto fruto, lleno de vida y satisfacción.
Entonces el hombre les explicó a sus hijos que todos tenían razón, porque ellos solo habían visto una de las estaciones de la vida del árbol.
Les dijo a todos que no deben juzgar a un árbol o a una persona tan solo por ver una de sus temporadas, y que la esencia de lo que son, el placer, regocijo y amor que viene con la vida puede ser solo medida al final, cuando todas las estaciones han pasado.
Si tú te das por vencido en el invierno, habrás perdido la promesa de la primavera, la belleza del verano y la satisfacción del otoño.
No juzgues la vida por solo una estación, por muy difícil que sea.
Persevera a través de las dificultades y malas rachas… mejores tiempos seguramente vienen por delante.
EL PERRO Y EL CONEJO
Un señor le compró un conejo a sus hijos. Los hijos del vecino le pidieron un cachorro. El hombre compró un pastor alemán.
El vecino exclamó: “¡Pero se comerá a mi conejo!”
–De ninguna manera, mi pastor es solo un cachorrito. Crecerán juntos, serán amigos. Yo entiendo mucho de animales. No habrá problemas.
Y parece que el dueño del perro tenía razón. Juntos crecieron y amigos se hicieron. Era normal ver al conejo en el patio del perro y al revés. Los niños, felices, observaban cómo ambos vivían en armonía.
Un viernes el dueño del conejo fue a pasar un fin de semana en la playa con su familia.
El domingo por la tarde, el dueño del perro y su familia tomaban una merienda cuando entró el pastor alemán a la cocina. Traía al conejo entre los dientes, sucio de sangre y tierra... muerto.
La primera reacción fue pegar al perro, echar al animal como castigo. Furiosos, casi mataron al perro de tanto agredirlo. Su dueño dijo:
–El vecino tenía razón. En unas horas los vecinos van a llegar. ¿Qué hacemos?
Todos se miraban. El perro, llorando afuera, lamía sus heridas. No se sabe exactamente de quién fue la idea, pero pensaron:
–Bañemos al conejo, que se quede bien limpito, después lo secamos con el secador y lo ponemos en su casita en el patio.
Como el conejo no estaba en muy mal estado, así lo hicieron. Hasta le pusieron perfume al animalito. Quedó perfecto: "parece vivo", decían los niños. Y allá lo pusieron, con las patitas cruzadas como si estuviese durmiendo.
Más tarde, cuando llegaron los vecinos, se oyeron los gritos de los niños. ¡Lo descubrieron! No pasaron ni cinco minutos cuando el dueño del conejo vino a llamar a la puerta. Blanco, asustado, parecía que había visto un fantasma.
–¿Qué ha pasado? ¿A qué viene esa cara?
–El conejo... el conejo...
–¿El conejo qué? ¿Qué le pasa al conejo?
–¡Ha muerto!
–¿Que ha muerto?
–¡Murió el viernes!
–¿El viernes?
–¡Fue antes de salir de viaje. Los niños lo enterraron en el fondo del patio!
Aquí termina la historia. Lo que ocurrió después no importa, ni nadie lo sabe.
El gran protagonista de esta historia es el perro. Imagínenselo, al pobrecito, desde el viernes, buscando en vano a su amigo de la infancia. Después de mucho olfatear, descubrió el cuerpo enterrado. A continuación, probablemente con el corazón partido, desenterró a su amigo y fue a mostrárselo a sus dueños, imaginando poder resucitarlo.
¿Cuántas veces sacamos conclusiones equivocadas de las situaciones y nos creemos dueños de la verdad?