En política, la costumbre tradicional es repetirse, agarrarse al tópico y, llegados a cierto punto, tal como hacía el personaje de Alan Alda en en la séptima temporada de la serie el ala oeste de la Casa Blanca, acabar con tu enemigo (los medios de comunicación, en este caso concreto) por agotamiento dialéctico, cansarlo con kilómetros de respuesta hasta que se harten de preguntar.

 Esto último, por supuesto, solo ocurre en la ficción.

Así pues, hablar de política sólo tiene interés si uno se empeña en citar a los clásicos, aunque estos serían probablemente reacios a que se les mentara en escenarios tan molestos: no hay duda de que en pleno siglo XXI Sócrates sería condenado  de nuevo por la democracia más democrática de todos los tiempos; ni de que Aristóteles o Rousseau pedirían su ingreso en un psiquiátrico para evitarse el bochorno; o de que Quinto (hermano de Cicerón) se forraría con su celebre carta, Breviario de campaña electoral, aquella con la que detallaba cómo hay que embaucar al pueblo para ganar las elecciones. Publicada por la editorial El acantilado (www.acantilado.es), su lectura debería ser obligatoria en las escuelas. Para que los chavales se enteraran de lo que vale un peine.

Por eso, y cuando el paisaje político-intelectual europeo luce como el desierto del Sáhara, vale la pena aplaudir la iniciativa de algunos miembros de la ciudadanía, que utilizan la Red como algo más que un lugar donde confesarse vida y milagros o fundar grupos de finalidad dudosa en redes sociales de importancia capital.

Italia, actual paradigma de la democracia occidental (aplíquese a esto último un tono mordaz), celebraba –es un decir– recientemente el lanzamiento de www.openparlamento.it, una web que sigue los pasos de la española www.discursia.com, la británica www.theyworkforyou.com (y de su hermana neozelandesa www.theyworkforyou.co.nz) o de
la veterana estadounidense www.watchdog.net, y que persigue el control de la actividad de sus señorías.

¿Control, qué control? Sabiendo que el político es, por naturaleza, un animal anárquico, estos internautas han decidido algo –a priori– tan inocente como llevar al campo de la estadística la vida política: así sabremos quién y cuándo va al parlamento, cuántas veces vota, cuántas enmiendas/proyectos de ley presenta... Aterrador, ¿verdad?

En tiempos del antes mencionado Aristóteles el término idiotes (cuyo significado hoy en día posee amplias atribuciones, todas ellas menos amables que el original aristotélico) se aplicaba a todos aquellos que no participaban de forma activa en la vida política del Estado. La tentación de ser un idiotes es grande en la coyuntura actual, para qué negarlo: el ciudadano se ve obligado a ver los toros desde la barrera y a engullir el mensaje con envoltorio y todo. Por eso consuela saber que el político vago, el abstencionista y el espabilado tienen ahora menos posibilidades de pasar desapercibidos. Al final, va a resultar que los idiotes son ellos.
La participación en los asuntos de interés era la afición de todo griego antiguo, el más político de los pueblos.
Un griego que fuera lo bastante raro como para ocuparse sólo de sus negocios privados, en vez de los asuntos públicos, era un idiotes, de la palabra griega idios, que significa «particular». La opinión griega respecto a tal persona es obvia...
Idiotes e idiota son la mismapalabra. (A la persona más seriamente retrasada se la llama hoy idiota. No es capaz de un lenguaje
coherente o de protegerse contra los riesgos ordinarios de la vida).

De vez en cuando es interesante curiosear en el origen etimológico de algunas palabras, como  el 'Breve diccionario etimológico de la lengua castellana' de Joan Coromines.
Por ejemplo, la palabra idioma, vocablo con origen en el griego, deriva de la raíz ídios, ‘propio’ o ‘peculiar’. Y no pude por menos que seguir a idiota, palabra tomada del griego idiotes, ‘hombre privado o particular’.

Los antiguos griegos oponían a los asuntos de todos los ciudadanos o del Estado, los asuntos personales e intereses privados de los ciudadanos llamados idiotikós o privados. Algo más adelante, se llamó idiotes (hombre privado o particular) a quienes no se ocupasen de los temas de la polis (la ciudad, po  aquel entonces ‘ciudad- estado’). Fue mucho después cuando se identificó a los idiotes con los hombres incultos o no conocedores de las artes y, de ahí, siglos más tarde, con lo que hoy entendemos por idiotas.

El político (del griego politikós) sería para aquellos griegos quien se ocupase de los asuntos de la ciudad, de su ordenamiento. Aristóteles, que entre otros haberes tiene el de ser uno de los padres de la teoría política, al afirmar la superioridad del Estado sobre los individuos, subraya el mérito de quien se dedica a la política. El Estado estaría al servicio del hombre, creando las condiciones para que los ciudadanos lograsen la felicidad. La palabra política está también ligada a la paideia o educación. De ahí proviene el término pedagogía, que significa conducir al niño de la mano por el camino de la vida.
Para el filósofo griego, la aristocracia (de aristokratía, término que significaría algo así como la fuerza de los mejores) es la forma más
adecuada de gobierno, al ser los ciudadanos gobernados como hombres libres por los más excelentes o capacitados. Nada que ver, por tanto, con esa otra aristocracia, símbolo de otro tiempo, cuyo único mérito es ser hijo de y a la que se pertenece sin haber demostrado capacidad alguna.

Para poder ser politikós, uno debía haber demostrado unas capacidades en el manejo de sus asuntos propios. Además, el político, en la que sería una “segunda parte de su vida”, evidenciaba su adhesión a unos nuevos valores, sobre el papel “más elevados”. En este ejercicio, se volcaba en la consecución de un mayor nivel de felicidad para todos, politikós e idiotes.

Hoy el compromiso con unos valores es algo que brilla por su ausencia, y no solo en la clase política. Pero es a esta a la que quiero referirme, ya que su liderazgo es importante en todo momento, máxime si este es de gran cambio, como es el caso.
Los valores son ideales abstractos que llevan, más que a un comportamiento, a un estilo de vida. Son innumerables y no entraré a juzgar unos u otros. Incluyen la amistad, la humildad, el dinero, el poder, la flexibilidad, la firmeza, el dolor, el placer, etc. A nadie se le puede exigir que firme por estos o aquellos. Sin embargo, sí podemos juzgar a nuestros gobernantes (en los ámbitos ejecutivo, legislativo y judicial) por no vivir y ejercer su acción de gobierno de acuerdo a los valores que propugnan. Así, un modus vivendi socialista exige, por lo menos, ciertas conductas de fondo y de forma. Y uno conservador, otras. Y, repito, nadie está obligado a tomar un camino u otro.

En este totum revolutum que vivimos, parece que todo vale y no se guardan ni siquiera las formas. Y siempre apelando al pasado. Nuestro Congreso parece un patio de colegio donde la frase más mentada es “y tú más” (a veces hasta “y tu padre más”), tratando de demostrar quién la ha liado más parda. La escopeta nacional no es cosa del pasado. No tengo nada contra la caza (actividad que el hombre ejerce desde sus orígenes), pero no creo que sean muy socialistas en la forma los ojeos y monterías (tradicional deporte donde se levantan y atraen las piezas hacia los señoritos)
Ni nada conservador ir contra el mercado y adjudicar contratos oficiales, y otros de bodas y banquetes, a dedo.

Pero claro, ya antes de las formas se había perdido el fondo, al transgredirse valores fundamentales de las distintas ideologías gobernantes. Así  asistimos los idiotes a políticos conservadores involucrándonos en guerras sin sentido (si es que alguna lo tiene), y a otros socialistas (e incluso comunistas) encamándose con los más rancios y exclusivistas nacionalismos.
Será por todo esto que el mundo va poniéndose del revés y los idiotes no queremos ser politikós mientras que, sin ningún pudor, los politikós se convierten en idiotes. Eso sí, con los bolsillos bien llenos y aprovechando su anterior gestión de los asuntos de la polis. Tomándonos por auténticos idiotas, que no idiotes.

El resultado está a la vista. Un liderazgo político, en Gobierno y oposición, sin valores que guíen hacia un fin último es un barco a la deriva, una nave con las velas desplegadas pero sin timón, que no sabe en qué puerto acabará.
A todos les animo a revisar sus valores, a revivirlos, a comprometerse con los más fundamentales para llegar a buen puerto. Sean estos los que sean y siempre los suyos. Aquellos con los que crean que van a ser más felices. Sin engañar a la única persona a la que nunca podrán defraudar: a uno mismo. A los politikós les añadiría que, además de a sí mismos, tampoco nos timen a los idiotes.

FUENTES:

http://www.cotizalia.com/cache/2009/02/17/
http://www.librosmaravillosos.com/ellibrodelossucesos/
http://www.elpais.com/articulo/revista/verano/Idiotes/elpepirdv/

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