¿Quién no posee hoy día un calendario al alcance de la mano? En alguna de las paredes de nuestra casa, en la mesa de trabajo, en nuestros bolsillos, aparece ese elemento tan común en la vida diaria que es el calendario.

Frecuentemente hacemos uso de él, pero de una forma breve y simplista, quizá porque no sabemos otra: buscar una determinada fecha, saber en qué día del mes nos encontramos, etc. Y en este sentido, la mayor afición actualmente consiste en observar con detenimiento los días que aparecen impresos en rojo, sonreír satisfactoriamente y hacer planes.

Por otro lado y en contraposición, fruncimos el ceño ante la enorme avalancha de números negros que allí también aparecen, e intentamos asimilarlos con la mejor de las resignaciones. Sin embargo, y a pesar del uso que actualmente hacemos de él, el calendario no es solamente un «conjunto ordenado de números» que nos ayuda a determinar los días de trabajo y las vacaciones.

El significado del Calendario ha sido mucho más profundo. Ante todo hemos de reflexionar acerca de la necesidad del ser humano por medir el tiempo. Quien se haya extraviado en algún viaje por la montaña podrá entender bien esto. Es muy embarazoso no saber qué dirección tomar, haber perdido el rumbo; damos vueltas y más vueltas, el paisaje nos es desconocido, tenemos la impresión de que no adelantamos nada; de pronto nos percatamos de que pisamos nuestras mismas huellas... y el miedo nos asalta, nos sentimos completamente indefensos. Si esto es así, ¿qué sensación tendríamos si nos encontráramos perdidos en el tiempo? ¿Qué ocurriría si no supiéramos en qué momento vivimos?

Pasado, presente y futuro perderían también su sentido, y por supuesto toda nuestra vida. Vivimos en el tiempo, nadie puede evadirse de él. Dependemos de él y no podemos dominarlo, pero ¿acaso hemos de ser esclavizados por el Tiempo? Quizá, ante estas preguntas que no son nuevas, el hombre haya buscado respuestas y soluciones. De alguna manera, la cuestión no estriba en dominar o ser dominado, sino en vivir acorde con el tiempo de forma armónica, rebelarse contra la superficialidad en todos los sentidos y profundizar, en aquello que hacemos, sentimos o pensamos.

El Calendario puede respondernos a alguna de esas interrogantes. Exponer la historia de los calendarios que a lo largo del tiempo han utilizado las civilizaciones que nos han precedido, ocuparía cientos de páginas. Por ello, nos ocuparemos solamente de tratar ciertos aspectos de nuestro calendario, así como algunas reseñas de antiguos y lejanos cómputos del tiempo. Todo ello para poder empezar a entender el origen y significado del Calendario.

¿Poseemos un calendario perfecto? Tal y como lo conocemos, el calendario obedece a determinados fenómenos astronómicos, fundamentalmente la periodicidad del Sol y la Luna en sus movimientos observables desde la Tierra. Así, llamamos año solar al intervalo de tiempo que separa dos pasos sucesivos del Sol, por el «punto vernal» o equinoccio de Primavera.

El mes lunar es el período de tiempo que transcurre entre dos lunas llenas; y el día, el período transcurrido entre dos pasos del Sol por un mismo meridiano, (o lo que es lo mismo, una rotación completa sobre sí mismo, de nuestro planeta). El año solar tiene 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,57 segundos. El mes lunar trópico dura 27 días, 7 horas, 43 minutos y 4,7 segundos (existen otros tipos de años y meses con diferentes duraciones dependiendo de otros aspectos: año sidéreo, año anomalístico, mes lunar sinónimo, mes lunar sinódico).

Teniendo en cuenta estas cifras y ante la imposibilidad de relacionarlas exactamente, no es extraño que se hayan dado diferentes tipos de calendario. Otra consecuencia es que cada civilización utilice periódicos ajustes y reformas en sus calendarios. Y es natural, ya que de lo contrario se acabaría celebrando la Navidad, por ejemplo, en plena Primavera. Siguiendo con este tema, la última reforma del calendario que venimos utilizando, heredero del romano, se realizó en el año 1.582.

Fue Gregorio XII quien, aconsejado por un grupo de astrónomos y basándose en estudios ya realizados, reformó el calendario vigente hasta entonces. Para corregir el desfase producido (el equinoccio de Primavera se había situado en el 11 de marzo), era necesario excluir 10 días del calendario. Y así se produjo: el jueves 4 de octubre dio paso al viernes 15 del mismo mes. Hubo problemas, como en todos los cambios, ya que los países no católicos de Europa no aceptaron dicho proyecto. Hasta el año 1.700, Alemania, Dinamarca y Suecia no llevaron a cabo la reforma.

Por su parte, Inglaterra no aceptó el calendario gregoriano hasta el año 1.752. Resultaron curiosas en este país una serie de protestas que alegaban una gran contrariedad ante el «robo» de esos días. Pero no fueron los ingleses los últimos en aceptar los cambios propuestos por Gregorio XII dos siglos antes. En nuestro siglo, Rusia y Grecia conservaban aún el antiguo calendario Juliano.

Por ello existen ancianos en estos países que, cuando se les pregunta la fecha de su nacimiento, dudan y preguntan a su vez: «¿Según el nuevo o el viejo calendario?». Más allá de lo anecdótico, la reforma gregoriana introdujo una serie de cambios que perfeccionaron el anterior calendario. Dejando a un lado el «salto» de 10 días para volver a poner los equinoccios y solsticios en su sitio, lo esencial de la modificación afectaba a los años bisiestos. La diferencia entre ambos calendarios consiste en no considerar bisiestos los años acabados en dos ceros, a pesar de que teóricamente lo fueran, exceptuando los múltiplos de 400.

Así, 1.900 tuvo 365 días, aunque le correspondían 366. En cambio, el pasado año 2.000 tuvo los 366 días que le corresponden por ser un múltiplo de 400. El año 2.100, a pesar de su carácter bisiesto, no tendrá 366, sino los 365 días normales. Por otro lado, se hizo empezar el año en el 1 de enero, ya que existía una gran diversidad en este aspecto. De todas formas, las tradiciones y costumbres son difíciles de desarraigar. En la Edad Media solía ser la Primavera, la que coincidía con el primer día del año, y siguió así en muchas regiones europeas.

Después de estos datos históricos, hay que observar que, a pesar del perfeccionamiento progresivo del calendario que utilizamos todavía no es «perfecto». Prueba de ello son las casi 200 propuestas y proyectos de reforma que existen en los archivos de la Organización de las Naciones Unidas (O.N.U.), pendientes aún de estudio. Al parecer queda mucho que perfeccionar.

Antiguos calendarios inteligentes: Hasta ahora hemos visto parte de la historia de nuestro conocido calendario occidental. Como clara demostración de su origen quedan los nombres de los días de la semana, los de los meses, el propio término «calendario», cuya raíz etimológica es "calenda" (El primer día de cada mes), etc. LUNES LUNA MARTES MARTE MIERCOLES MERCURIO JUEVES JUPITER VIERNES VENUS SABADO SATURNO DOMINGO Dies Domini (Dies domini: antiguo día del Sol, dies Solis. En inglés: Sunday, Sun el Sol).

ENERO JANO, Dios del inicio FEBRERO FEBRUA MARZO MARS, Marte ABRIL APRIRE, abrir MAYO MAYA, Diosa (Maiores) JUNIO JUNO, Diosa (Iuniores) JULIO de JULIO CESAR AGOSTO de AUGUSTO SEPTIEMBRE Séptimo OCTUBRE Octavo NOVIEMBRE Noveno DICIEMBRE Décimo Conozcamos ahora otros ejemplos de cómo medir el tiempo. Sin duda, uno de los pocos calendarios «inteligentes» ha sido el egipcio. Constaba el año de 365 días repartidos en 12 meses de 30 días, a los cuales se les sumaban 5 días epagómenos.

A su vez, cada mes constaba de tres «semanas» de 10 días (decanos). Pero los egipcios no sólo tenían un calendario. Según algunos autores poseían tres y hasta cuatro diferentes. El anteriormente expuesto era el año civil, pero se usaba también el calendario sótico de 365,25 días, determinado por la salida helíaca de la estrella Sirio (Sother), la cual permanecía fuera de nuestro hemisferio durante un período de tiempo. Su salida anunciaba la crecida del Nilo, hecho vital para el pueblo egipcio. Otro calendario era el agrícola, que constaba de tres estaciones de cuatro meses cada una.

Para el cálculo de los equinoccios, así como otras funciones astronómicas, usaban un «instrumento» monumental: la Gran Pirámide. Así mismo, el calendario marcaba las Fiestas propias de cada región, y también las de todo el país. Religiosas, funerarias, agrícolas... todas ellas con un mismo sentido final: alzarse de la vida vulgar, unirse con el Tiempo, con la Naturaleza y el Cosmos. Muchos son los misterios que todavía encierra el País del Nilo. Quizá uno de ellos sea, el gran valor que otorgaban a la unión del Microcosmos (Hombre), y el Macrocosmos (Universo).

El calendario constituiría un «reloj cósmico» que ayudaba a hombres y mujeres a dar sentido a la vida en unión con la Naturaleza. Pero si muchos son los secretos guardados en la Tierra de las Pirámides, crucemos el Atlántico para conocer lo poco que sabemos acerca de los mayas, por algunos llamados los filósofos del Tiempo. Las civilizaciones mesoamericanas siguen abiertas a continuos descubrimientos que siguen asombrando a la arqueología moderna y al mundo en general.

Fundamentalmente, conocemos de estos pueblos dos tipos de calendarios. Existía un año astronómico de 365 días llamado Haab, que constaba de 18 meses de 20 días, a los cuales se añadían 5 días («días sin nombre»). Mientras que el año Tzolkin, es decir, el Año Sagrado, constaba de 260 días, los cuales se agrupaban en 20 meses de 13 días cada uno. Desconocemos la gran mayoría de las funciones que estos calendarios poseían, únicamente cabe asombrarse de sus conocimientos astronómicos, acerca de los eclipses, de los movimientos del planeta Venus y de la precisión en sus cálculos de las órbitas y en las relaciones entre los astros.

Es como si tuvieran perfecto conocimiento de su papel dentro del Universo. Por la misma razón, sus festividades estaban marcadas por ese sentimiento de unión con la Naturaleza. Solsticios, equinoccios, conjunciones planetarias, eran fechas muy señaladas en su vida. Y sobretodo una Fiesta que se celebraba cada 52 años. Este día tan importante en Mesoamérica se producía cuando el primer día del calendario civil coincidía con el primer día del calendario sagrado, y ello sólo ocurría cada 18.980 días. Dicha conmemoración servía para purificarse y realizar ritos de «renacimiento» (algo similar a las fiestas lustrales romanas, las cuales se celebraban cada 5 años; de ahí nuestro término «lustro», que significa ese período de tiempo).

Intentar siquiera esbozar otros calendarios como el chino, indio o persa va más allá de las posibilidades de este trabajo. Pero podemos añadir algunas anécdotas. Por ejemplo, la semana de 7 días no es algo tan normal en Europa como creemos. Hemos utilizado semanas de 8 días (Roma), de 10 días (Grecia), y la semana de 7 días fue más bien, una importación oriental que usamos desde hace unos 2.000 años. Cuando decimos que son las 8 de la mañana, o las 3 de la madrugada, estamos utilizando la misma división de 24 horas diarias que los egipcios usaban hace miles de años. Y así podríamos seguir citando muchos más ejemplos. -Carlos A. Farraces Ortega-

* * * * * “El deplorar cosas pasadas e irreparables es una manifiesta insensatez, que sólo sirve para perder el tiempo y la calma”. -Louis Bottach-

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