Millares de tomates maduros, transportados en camiones, sirven como proyectiles incruentos en una batalla llena de color y jugo, que se celebra en Buñol cada año durante la última semana de agosto.

Buñol se halla hacia el centro de la provincia de Valencia, a unos cuarenta kilómetros de la ciudad, y al sur de la carretera Nacional III, en un paraje montañoso y con clima marcadamente cálido y mediterráneo. Pese a su cercanía al mar, Buñol está a unos 400 metros del nivel del mar, al lado de estribaciones serranas, lo que configura un elenco de paisajes atractivos y una geografía irregular. Riega el entorno de Buñol el río de su mismo nombre, que proviene del cercano municipio de Siete Aguas. El río Juanes, que nace en el término de Buñol, también crea abundantes parajes hermosos en su avance hacia el este.

Otros datos de interés: En el Castillo existe un museo arqueológico, con materiales de la amplia historia del territorio. En Buñol el elemento artístico más evocador es el castillo, en el que en el siglo XVI parece que estuvo preso Francisco I rey de Francia. El castillo está bastante deteriorado. Sufrió su estructura en la Guerra de la Independencia; tras el fin del dominio señorial, en los inicios del XIX, numerosos habitantes de Buñol pasaron a vivir en la fortaleza, aumentando su deterioro. Es monumento histórico-artístico desde 1.964. En él destaca como elemento más visible, la Torre del Homenaje, rectangular. Buñol tiene fama por su amor a la música, como lo atestigua el hecho de tener dos bandas. La gastronomía del lugar y su término municipal está a caballo entre el interior y el ámbito costero. Por eso confluyen en el lugar influencias culinarias de ambos lados.

De ámbito costero: el arroz, que se cocina con verduras y carnes. De ámbito interior: la caza y el consabido gazpacho manchego, que se elabora con tortas y carne de gallina, pollo, perdiz o conejo. No faltan tampoco, en la mejor tradición del interior, los embutidos, que son apreciado por las gentes del lugar. Entre los ingredientes autóctonos que sirven para dar un toque local a alguno de los platos están los caracoles.

La Tomatina: Pero el mayor toque local no lo ponen los platos gastronómicos ni los paisajes. Lo pone el tomate. Si Sueca tiene su fiesta del arroz, o Requena su vendimia, Buñol tiene su Tomatina, reina de las fiestas tomateras del mundo. Gentes de toda edad aparecen enrojecidas por la rojiza sangre de los tomates, en uno de los espectáculos plásticos más originales del verano español. No hay un origen religioso o militar. Hace más de sesenta años comenzó una alegre trifulca tomatera que creció de año en año, hasta transformarse en el espectáculo actual. Buñol, en los días de la fiesta acopia tomates que sirven para el gran jolgorio, jolgorio en que todo personaje es objetivo número uno para las balas rojas de los tomates semidestripados (es conveniente y obligado macerarlos en la mano para no causar daño real). Imagínate una fiesta en la que puedes ensuciarte completamente de la cabeza a los pies. Imagínate a miles de personas lanzándose unos a otros tomates maduros; participando en una batalla muy particular, en la que acaban bañadas en salsa de tomate. La tomatina es una de las fiestas más insólitas y divertidas de España.

Orígenes de la Fiesta: Esta fiesta empezó en 1.944, cuando los vecinos del pueblo, enfadados con los concejales, les lanzaron tomates durante las fiestas locales. Se lo pasaron tan bien que decidieron repetirlo cada año. Y con el tiempo se ha convertido en una verdadera batalla campal en la que participan miles de personas y en la que las armas siguen siendo los tomates. Durante los años de la dictadura del general Franco, el gobierno prohibió esta fiesta porque no era religiosa. Pero a la muerte del dictador, los vecinos empezaron a celebrarla de nuevo, en los años setenta. Aunque la fiesta empezó en contra del Ayuntamiento, hoy en día, es este quien la paga. Para que los vecinos de Buñol, los veraneantes y los forasteros que se unen a la fiesta se diviertan, el Ayuntamiento compra unos cincuenta mil kilos de tomates, que llegan cargados en camiones.

El día de la Tomatina, sobre las once de la mañana, la multitud está congregada en la plaza Mayor, que está en el centro del pueblo, y en las calles de alrededor. La gente no acude vestida con sus mejores galas, sino con la ropa más vieja que tiene, porque después de la batalla hay que tirarla a la basura. En el centro de la plaza plantan un gran palo untado de grasa. En lo alto del palo hay un jamón. Los jóvenes intentan una y otra vez, escalar el palo para llevarse el jamón, pero la grasa les hace resbalar. Cuando finalmente, uno consigue cogerlo, la gente lo vitorea y grita: ¡Tomate, tomate! Entonces suena un petardo. Es la señal, la fiesta va a empezar. Los camiones de tomates van a llegar de un momento a otro. Hace mucho calor. La multitud está tensa, sudorosa, nerviosa y excitada. Muchos se suben a las rejas de las ventanas, otros a los balcones y los más miedosos prefieren protegerse tras los cristales de las ventanas. Las puertas de las casas, de los bares, de las tiendas, están cerradas. Unos minutos después, por una de las calles laterales se acerca despacio un camión cargado de tomates maduros. Los tomates vienen de los pueblos de alrededor y no se han cultivado para cocinar, sino para servir de proyectiles.

Sobre el camión, varios hombres empiezan a lanzar las "municiones" contra la gente sin piedad. Los primeros tomatazos son los peores -advierte un vecino-. Todo el mundo anda agachado porque si levantas la cabeza, puedes recibir un tomatazo en plena cara. Pronto el suelo está lleno de tomates y entonces empieza la verdadera batalla campal. Explotan y se machacan contra la gente, contra el suelo, contra las paredes de las casas, contra las ventanas. Una lluvia de tomates te cae encima y no puedes hacer nada para evitarlo. Por el suelo pasa un río de tomate triturado. La plaza se tiñe de rojo, las calles se cubren de salsa de tomate... El delirio dura dos horas. Hacia la una, el cuarto camión se aleja despacio, vacío. Suena otro cohete. Significa que la batalla ha terminado. Nadie puede lanzar ni un solo tomate, si alguien lo hace tendrá que pagar una multa. Después de una ducha ligera, sin desnudarse, la gente sube hacia el pueblo, con la ropa mojada pegada al cuerpo y con las pepitas, las semillas del tomate, en el pelo. Exhaustos pero contentos, después de unas horas de diversión y desahogo. No queda ni rastro de esa batalla delirante como de una película cómica, en la que no hay ni vencedores ni vencidos, ni uniformes ni armas, sólo tomates, nada menos que cincuenta mil kilos de tomates maduros, para que unas doce mil personas se diviertan sanamente como niños.

Fuente: http://cvc.cervantes.es/aula/lecturas/intermedio

* * * * * “La gente se arregla todos los días el cabello, ¿por qué no el corazón?” -Gandhi-

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