Abderraman III Al Nasir

"Castillo tras castillo conquistó, y para todos extendió la paz un solo estado fueron todos entonces, anudándose compromisos y pactos".

 

"Comenzó a reinar con la luna que crece".
-Ibn Abdrabbihi-

Medina Azahara, un modelo de ciudad
"Cantarán mis versos las gestas del mejor de los hombres...”

Vive el hombre donde vive su Sol.

Así afirman los astrólogos, cuando trazando la geometría estelar de sus cartas explican que la conciencia está donde está el Sol.

Que desde allí hace y ve la vida. Que anuda las fibras de la vida -las fibras del karma- con la luz que de su Sol irradia.

Lo mismo el Estado. Como la tierra recibe la bendición del Sol, recibe el estado la bendición de su Rey.

Difícil es comprender así la historia, ahora, donde sustituye el burócrata que administra al rey que gobierna.

Pero no en la Edad Media, tanto para los cristianos en que el rey es uncido por la gracia de Dios, Rey del Mundo; como para los musulmanes, donde el "príncipe de los creyentes" debe forjar estados y hombres según las directrices de Alá.

Las huellas que dejen estos en la historia serán las huellas del esfuerzo de gobernar en el nombre de Dios.

Es Abderrahmán un ejemplo claro de esta visión, tan ecológica, de la vida y de la historia.

Las grandes obras rememoran a los grandes reyes porque la sangre de Dios las habitó.

Esta es la teoría histórica de Ibn Jaldún, y la Córdoba califal de Abderrahmán al Nasir responde a este modelo de ciudad, no fuera del tiempo, sino como barca de piedra que boga en las vicisitudes de este tiempo.

Y no es este tiempo, en abstracto, la historia, sino la estela de esfuerzo, de victorias y de experiencias que deja tras de sí la nave de piedra que es el Estado.

Para Ibn Jaldún las ciudades surgen del desafío de los hombres, que iluminados por una Idea, combaten las dificultades, externas e internas, que tratan de romper su unión.

Así lo comprendió Abderrahmán, el victorioso, cuando hizo de Medina Azahara la flor blanca y pura de su reinado.

Quería desafiar al tiempo. Y sólo puede desafiar al tiempo aquello que vive fuera del tiempo.

De lo bullicioso y caótico de una ciudad, hija del tiempo, Medina Ajerquía, Córdoba, quiso que surgiese, sujeta por el cordón umbilical que unía a ambos, otra ciudad, ordenada y perfecta, que pareciera señora, y no esclava del tiempo, un loto blanco.

Trazó sus muros y divisiones con la geometría áurea del doble cuadrado. La ofrendó, según unos a su amada, según otros a Venus, diosa del Amor, cuya imagen en piedra recibía amable en la puerta principal de la ciudad.

De ella el azul celeste y el rosa de sus más de cuatro mil columnas, colores de la diosa de la belleza, nacida de la espuma del mar. Columnas de mármol extraído de la Sierra de Córdoba y de Cabra, arrancadas de sus entrañas, como una ofrenda de su reino subterráneo.

Y no quiso que su ciudad se asentase en los vaivenes del terreno, imagen de las vicisitudes de la fortuna, sino que cavó -tarea sin precedentes en al- Andalus- la tierra hasta dejarla llana y sumisa; estable cimiento de la que quería fuese la más estable ciudad.

Lenguas maldicentes y corazones ociosos afirmarán, quizás, que fue trabajo vano. Menos de un siglo duró su ciudad.

Pero seguro no pensarán así los místicos sufíes, de mirada espiritual más certera y penetrante. Para ellos, todo lo que se convierte en vivo espejo de la luz de Dios vivirá por siempre.

Sea por su grandeza, por su bondad o belleza, justicia... (Recordar los 99 Nombres de Dios), llevan ya el sello de Dios.

Y no podrá el tiempo devorar aquello que lleva el sello de Dios. Vivirá ad aeternam en un mundo siempre nuevo, siempre el mismo, cuyas imágenes "no proyectan sombra sobre la tierra".

Quizás, tensa el alma, nos sea lícito ver "noble su afán, que al cielo alcanza".

LOS PERSONAJES
Hizo remover con frecuencia las responsabilidades más importantes, desde los gobernadores de provincia hasta los visires, para evitar el "apego al cargo" y prevenir la corrupción.

Toda la administración estaba perfectamente jerarquizada. Un ejército de funcionarios trabajaba tanto en la ciudad -al principio en el alcázar y luego en Medina Azahara- como en las provincias.

Los gobernadores civiles y militares de las provincias son también funcionarios. Es el traspaso de un modelo de gobierno tribal, sirio, a uno jerarquizado y de responsabilidades perfectamente definidas, tipo abbasí:

El chambelán (hachib): Suple al príncipe en el ejercicio del poder y es el jefe de la administración central. Es el equivalente del visir egipcio.

Después de dos sucesivos chambelanes, el mismo Abderrahmán asume sus funciones, desde el 932.

Ibn Hayan nos describe sus funciones en el Muqtabis
Dirigen el ejército contra los lugares rebeldes, nombran gobernadores fieles a An-Nasir, negocian pactos de rendición con otros focos de alzados, dirigen los alfeizas contra los cristianos, etc.

El chambelán es designado entre los visires, título de máxima dignidad del Estado -con un número de 6 y hasta 16 en los distintos años de su reinado-.

Suelen ser visires los secretarios de Estado, los caídes y los favoritos del rey.

El jefe de la cancillería califal, con dignidad y sueldo de visir, es un "secretario de estado" con atribuciones tan numerosas que en 955 Abderrahmán se decide a dividirlos en cuatro secretarías distintas con cargo de visir.

El primero examina la correspondencia de las zonas fronterizas, marcas y plazas costeras. El segundo hace lo mismo con las provincias.

Un tercero vela por la ejecución de las decisiones político-administrativas del emir y el último examina quejas y reclamaciones.

El WALI (gobernador) representa el poder del sultán en las provincias y cubre las necesidades de la administración central.

Ejerce el control de la hacienda y del ejército. En las marcas fronterizas esta función la cumple un jefe militar, el caíd de la marca.

El soberano es el juez supremo de la comunidad de los creyentes. Abderrahmán por ser califa ejerce la potestad absoluta tanto en lo religioso, como en lo civil y lo militar.

A la manera del faraón en Egipto es Jefe Supremo del Ejército, Sumo Sacerdote y Jefe de la Administración y Juez Supremo.

Responsabilidades que Montesquieu separaría en su "Espíritu de las Leyes", porque si no hay gobernantes de la talla moral adecuada, tal acumulación de poder se convierte en maldición para los pueblos.

Sin embargo el soberano delega el ejercicio sumo de la justicia en el QADÍ AL YAMAA, el juez supremo de Córdoba.

En cada capital de provincia existe, al menos, un cadí, nombrado directamente por el califa.

No reciben estipendio alguno por tan importante misión; deben ser puros a la manera como describe Platón a los jueces en la República.

El cadí de Córdoba, además controla y administra los bienes dedicados a obras piadosas.

De él depende el zabazoque que ejerce funciones de policía e inspección de mercado, el sahib-ash-shurta, encargado de la represión policial y ejecución de condenas relacionadas con lo criminal; y el zalmedín, encargado también de la policía en la ciudad.

El aparato fiscal de Abderrahmán, es calificado por el filósofo Ibn Hazm y el historiador Ibn Hayan, de justo y legal.

Los poetas, como Ibn Abdrabbihi irían aún más lejos cuando de él afirman: "Prodigó bondades que olvidadas eran, el arregló él mundo, que estaba arruinado".

Existen dos tipos de impuestos, arraigados en su religión. El diezmo, que es depositado en la Mezquita Aljama y lo administra el Cadí de Córdoba.

Todos deben pagarlo y el Estado es tan solo el administrador, pues el "Corán" ya indica quienes son los beneficiarios de dichos impuestos.

El Estado, en cambio, es propietario del FACH. Consiste en los bienes inmuebles que han pasado a ser de la comunidad mediante capitulación y son explotados por sus antiguos dueños.

Es depositado en el Alcázar, y más tarde, en Medina Azahara.

Otros impuestos voluntarios son, por ejemplo, los que eximen de las obligaciones militares, etc. El califa se reserva los ingresos procedentes de multas varias, derechos de acuñación de moneda, aduanas, etc.

Goza, además, a título personal, de las tierras confiscadas, repartidas por todo el al-Ándalus. Todo esto implica un censo y un catastro actualizado.

Innúmeros tesoreros, inspectores y cajeros que contabilizan los ingresos y los gastos del Estado...

Recordemos las impresiones del viaje que Ibn Hawkal realizó en al-Ándalus, en 948, donde cuenta:

"La abundancia y la alegría dominan todos los aspectos de la vida, el goce de los bienes y los medios de adquirir opulencia son comunes a grandes y a pequeños, estos beneficios se extienden incluso a los obreros y artesanos, gracias a las imposiciones ligeras, a la condición excelente del país y a la riqueza del soberano, y porque este príncipe no hace sentir la carga de los préstamos y de los censos".

Abderrahmán, guerrero incansable organizó, casi sin interrupción una campaña militar por año.

Su ejército es, como en la República de Platón, la columna vertebral del Estado.

Lo fue para todos los gobernantes de Córdoba.

Una oficina militar, el diwan, controla todos los efectivos del ejército.

Aunque con un general en jefe, el mando supremo de la campaña reside en el soberano.

Los jefes superiores son el caid de la flota y los caídes de las tres marcas fronterizas.

El ejército recibe aportes de:

Los chundíes: descendientes de los árabes en la primera inmigración tras la conquista.

Es parte de la nobleza vieja de Al-Ándalus. Sirven en la guerra a cambio de concesiones territoriales.

Los baladíes: descendientes directos de conquistadores. Sirven y reciben como los chundíes. Sometidos ambos a levas obligatorias.

Los almorávides: Voluntarios de fe norteafricanos.

Los muttawia: voluntarios independientes.
Estos cuatro no están inscritos en la oficina militar y su paga es una parte del botín.

Los ahl al Tugur, los fronterizos, con obligación militar personalizada y los hasán, soldados profesionales.

Estos últimos fueron cada vez más sostén de los soberanos cordobeses.

Aumentaron la calidad militar del ejército, lo "destribalizaron" y dieron independencia al soberano de las muchas veces descontenta rancia nobleza chundí y baladí. Se les encargan las misiones más peligrosas o delicadas.

Son dueños exclusivos de fortalezas enteras y controlan a las tropas no profesionales.

Sin contar los efectivos en guarniciones permanentes, Abderrahmán podía movilizar un ejército que oscilaría entre los 15.000 y los 25.000 hombres, basado fuertemente en los soldados profesionales hassán y en la caballería.

Cada gobernante se rodea de la corte que le es afín. Almas que el fuego de su presencia llama a la actividad.

Por más válido que fuese el mejor de los reyes poco podría hacer si no puede extender la atmósfera de su influencia.

Nada distinto ocurre con Abderrahmán: aparece rodeado tanto en lo político como en la esfera de lo privado de almas grandes cuyos nombres sabemos pues están bien trazados en el bronce de la historia.

Poetas, filósofos, historiadores, místicos, científicos, compiladores de cuanto haya escrito, victoriosos generales, jueces íntegros, arquitectos y maestros de obras hacedores de antiguos conocimientos mágicos y matemáticos son la corte apropiada para un rey "de los tiempos de antaño".

Fijémonos en algunas de estas imágenes que nos sonríen y quieren contarnos sus proezas en el Museo de la Historia.

El poeta Ibn Abd Rabbihi (860- 940), panegirista oficial de la dinastía Omeya, que cambió el fuego de sus versos amorosos de juventud por los de exaltación de Abderrahmán y el ascetismo severo de sus últimos años.

En su extensa obra "el Collar Único", que conservamos íntegra, recoge, alternando prosa y verso las tradiciones literarias árabes, desde los orígenes preislámicos.

Extensa enciclopedia ordenada en 25 libros cada uno de los cuales lleva el título de una piedra preciosa, de ahí el nombre de "Collar Único".

El contenido de estos veinticinco libros es bastante curioso:

- Sobre el gobierno
- Sobre la generosidad
- Las embajadas
- Las delegaciones
- Cómo tratar con reyes
- Saber religioso y normas de conducta
- Proverbios
- Sermones y reflexiones ascéticas
- Condolencias y pésames
- Linajes y virtudes de los beduinos árabes
- Su lengua
- Respuestas ingeniosas
- Arte oratorio
- Arte epistolar
- Historias de los califas
- Personajes famosos, sobre todo ministros y gobernadores
- Las "jornadas de los árabes"
- El mérito poético
- Métrica
- Música y canto
- Las mujeres
- Anécdotas de avaros
- Naturaleza humana y animal
- Bebidas y alimentos
- Anécdotas graciosas.

Es también de interés el poema didáctico en loor a Abderrahmán III, escrito en metro rachaz en que los dos hemistiquios riman entre sí, de probable influencia sobre la épica castellana.

El filósofo Abú Alí al-Qalí, que trae de Bagdad nuevos vientos literarios y científicos con su Kitab al-Amalí o "Libro de los Dictados".

Invitado en el 939, al parecer, por el príncipe Al-Hákam, hijo de Abderrahmán, trajo de Bagdad su enorme biblioteca personal; dictó de memoria numerosas obras orientales, o las glosó.

Recibió todos los honores por parte del califa, que le encargó un léxico completo del árabe clásico al-Bari, en el que trabajó 16 años.

Chafar, el Esclavo: Abderrahmán recibió en su corte gran número de esclavos muy jóvenes a los que libertó y educó de un modo selecto, haciendo de ellos fieles y eficacísimos servidores.

Adoptan el nombre del soberano -él los trata como a hijos- y se convierten en piezas claves de su administración.

Generales al mando de sus ejércitos, íntimos en sus dependencias reales o maestros de obras.

Este es el caso de Chafar, cuyo nombre aparece escrito como fatá del califa cordobés encargado de la conclusión de las obras del llamado "Gran Salón de Abderrahmán III" y que sabemos que dejó a su muerte una gran fortuna.

Es también el caso de los esclavos cortesanos Nachda, a quien encomienda la jefatura de la caballería y llega a ser caíd del ejército y jefe de policía.

O Galib, gobernador de la Marca Superior, con Medinacelli como base de operaciones y más tarde jefe de la escuadra omeya contra las costas africanas.

Yerno de Almanzor varias décadas después, su final sería infausto. Traiciona a este invicto y gran devastador de la cristiandad.

Pero fue perseguido hasta la muerte por Almanzor.

Mundhir ibn Saíd al-Balluti: Juez de Córdoba, hombre de la máxima confianza del califa durante los últimos diez años de su reinado.

De rectitud e integridad tal que se enfrenta una y otra vez con los excesivos dispendios de las construcciones de Medina Azahara. Y el califa le escucha y admite sus críticas.

Es conocida la anécdota en que le reprocha el uso de tejas de oro y plata en las edificaciones de su ciudad que acabó sustituyendo por tejas más normales.

Ejerció como literato, hombre de ciencia, gramático, filólogo, poeta, tradicionalista y alfaquí. Se conoce su "Libro de las Normas del Corán" y  el libro "El Aín", recopilación del oriental Al-Jalil ibn Ahmad, el fundador de la gramática árabe.

No sólo porque la sangre cristiana corriese por las venas de Abderrahmán; esa sangre, que según cuenta la leyenda, cuando la daba a sangrar a su médico personal, un pájaro cantó:

"Ten cuidado al derramar esta sangre, que es la más noble del Universo", sino por su espíritu y política de tolerancia, no hubo enfrentamientos en su Córdoba entre cristianos (mozárabes), judíos y musulmanes.

De hecho, dos de los personajes más ilustres de la corte de Abderrahmán son Recemundo, cristiano y Hasday Ibn Shaprut, consejero y médico del califa.

Recemundo: Filósofo y astrólogo. Embajador de An-Nasir ante la corte de Otón I entre los años 950 y 956. Acabó desempeñando el obispado de Iliberis en el año 158 y fue muy apreciado también por el califa al-Hákam.

Escribe un libro astronómico, a manera de calendario agrícola y médico, que se conoce en latín ya desde el 961.

Esta obra es probable que tenga relación con el libro "Arquitectura de los Nabateos", obra de antigüedad indefinida muy conocida por los eruditos árabes y donde en el lenguaje de la agricultura eran expuestos los misterios cosmogónicos y astrológicos de los nabateos.

Hasday Ibn Shaprut: Sabio y políglota judío, tesorero, consejero y médico personal del califa. Nasí -jefe- de la comunidad hebrea de Córdoba. Dio auge a los estudios sobre el Talmud entre los judíos andalusíes.

Mecenó a sabios y poetas que descollaron en su comunidad.

Tradujo gran número de obras médicas clásicas, para lo que le fue muy útil su dominio de lengua hebrea, árabe, latina, griega y romances. Tradujo "De Materia Médica" de Dioscórides, regalo de la corte de Constantinopla.

Actuó de embajador de An-Nasir ante Bizancio y ante la reina Toda de Navarra, que quería hacer valer sus derechos al trono de León de su nieto Sancho I el Gordo, a quien curó en lo que podría llamarse la primera cura de adelgazamiento de la historia islámica.

Pero no son sólo almas grandes las que le auxiliaban en las funciones de gobierno; sino también las de su entorno personal.

De su harén, que según Ibn Idhari era de más de 6300 mujeres, destacaba Fátima, tía de Abderrahmán y a quien Ibn Hayan llama "la única libre de todas sus mujeres".

Y Marchán, "la Gran Señora", cristiana, madre de Al-Hákam y preferida de Abderrahmán hasta su muerte, y que destacó, según Ibn Hayán, "por la solidez de carácter y privilegiada circunspección, por inteligencia, perspicacia, buenas maneras, dulzura, hermosura física, donosura de palabra, gracia en los gestos y gallardía física en mayor medida que ninguna mujer, lo cual envidiaban sus compañeras".

Y Aixa, doncella cordobesa, de quien dice Ibn Hayán que fue la más erudita de su siglo; Mozua, cantora, poetisa y secretaria del califa. Sofía, erudita y docta poetisa, etc.

La cultura floreció como un jardín de piedras preciosas. En la monumental enciclopedia de Espasa Calpe se explica de nuestro califa:

"El estudio de las ciencias y el cultivo de las letras fueron protegidas de tal modo por Abderrahmán III que en tiempo de éste llegó a ser el imperio arábigo- hispano el emporio de la cultura.

La poesía, la arquitectura, la historia, la geografía, las ciencias naturales, la medicina (de la que entonces se creó en Córdoba la primera Academia que hubo en Europa), todas las ramas de los conocimientos artísticos y literarios, prosperaron en alto grado.

El mismo Abderrahmán era hombre de erudición poco común y poeta; sus hijos eran todos poetas, historiadores o filósofos (...) y el palacio de Meruán era, como dice Lafuente, más que palacio de un príncipe una academia continua en que se cultivaban todas las ramas del saber por entonces conocidas".

Tal fue Al-Andalus, tal fue la ciudad y la corte del califa Abderrahmán al Nasir, el de ojos azules y roja mirada, el osado- que le llamó Ibn Hazm; el que convirtió a Córdoba durante su reinado en la capital cultural del mundo islámico, y en la ciudad más floreciente del orbe.

Hijo fiel de aquella divinidad a quien Ibn Arabí llamara "el Señor del Poder". Rey, servidor el mismo del Rey del Mundo.

LA CORTE
Y viendo crecer, con la misma dedicación y nostalgia que viera crecer Abderrahmán I la palmera que trajo de su tierra natal, la Ciudad Flor, Medina Azahara, convirtiéndola en sede de su complejo y eficaz aparato administrativo; y también asiento de la realeza, y por lo tanto escenario de recepción de embajadores llegados desde las tierras más lejanas.

Mirada profunda la del poeta Antonio Gala cuando describe a este rey, a esta corte, a esta ciudad, mirada de poeta.

Sabia mirada, también, justa y precisa en su descripción, la del sabio y místico Ibn Arabí cuando narra:

"Un día fueron a ver al Califa los embajadores francos, y las muestras que vieron de la grandeza de su poder les dejó espantados.

Había hecho alfombrar el camino desde la puerta de Córdoba a la de al-Zahra, a una parasanga (aproximadamente cinco kilómetros y medio de distancia), y colocado hombres a derecha e izquierda del camino con las espadas, largas y anchas, desnudas en la mano, de manera que las del lado izquierdo se juntaban con las del derecho, formando como nervios de bóvedas, y dio orden de que los embajadores anduvieran entre aquellas espadas, bajo su sombra, como si fuera una galería cubierta.

Sólo Dios sabe el miedo que les entró. Llegados a la puerta de al-Zahra el suelo estaba alfombrado con brocado, desde la puerta de la ciudad hasta el trono, de la misma impresionante manera.

Había colocado en sitios especiales chambelanes, que parecían reyes, con vestidos de brocado y seda, sentados en sillones ornados.

Cuando veían a un chambelán, no dejaban de prosternarse ante él, creyendo que se trataba del Califa. Pero les decían:

"Alzad vuestras cabezas: este es sólo uno de sus esclavos", hasta que llegaron a un patio sembrado de arena, en cuyo centro estaba sentado el Califa, con vestidos raídos y que le quedaban pequeños: todo lo que llevaba puesto no costaría más de cuatro dirhemes.

Permanecía sentado en el suelo, con la cabeza baja, y tenía delante un Corán, una espada y una hoguera.

Dijeron a los embajadores: He aquí al sultán. Entonces se prosternaron ante él, que levantó la cabeza hacia ellos y, antes de que pudieran hablar, les dijo:

"Dios nos ha ordenado que os invitemos a esto (y señaló el 'Corán', el Libro de Dios); y si rehusarais, a esto (y señaló la espada); y vuestro destino, cuando os quitemos la vida es esto" (y señaló el fuego).

Ante aquello se llenaron de terror; les ordenó salir sin que hubieran dicho ni una palabra y fijaron la paz con él en las condiciones que quiso imponerles".

Autor: José Carlos Fernández

Fuente:
http://www.acropoliscordoba.org
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"Se conocen infinitas clases de necios; la más deplorable es la de los parlanchines empeñados en demostrar que tienen talento".
-Santiago Ramón y Cajal-

 

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