Esta deidad, símbolo de la femineidad por excelencia, es de claro origen extra-helénico.

Desde muy remotos tiempos, tanto en Creta como en Asia Menor y Egipto, se habían adorado concepciones de una «Madre joven...

...virgen», símbolo del amor, de la fecundidad y de la felicidad.

Los mismos griegos clásicos afirmaban que esta diosa era extranjera y que había venido a conquistar a los helenos desde Chipre, o desde Citerea.

La versión tardía de que podría haber sido una deidad fenicia directamente trasplantada, parece cierta, salvo que por «fenicios» entendamos formas étnicas más antiguas a las que comúnmente se conocen, y que oscilan alrededor de una antigüedad no mayor de 12 ó 13 siglos antes de nuestra era.

Si consideramos que en la Guerra de Troya ya era Afrodita una deidad importantísima en el panteón, y sin descartar influencias fenicias en algunas de sus formas, nos inclinamos a atribuirle un origen más remoto y confuso.

Su nombre está relacionado con el concepto «espuma», y quienes adjudican esto al hecho de haber sido traída en barco, están diciendo una verdad sin saberlo, ya que la barca-luna es uno de sus atributos más antiguos, relacionado con las primeras concienciaciones de la Humanidad.

Afrodita Anadyomene

VENUS Aphrodite Anadyomene MARVenus Anadiómena o Venus saliendo del mar, "es una representación iconográfica de la diosa Afrodita saliendo del mar, hecha famosa por el pintor Apeles.

La representación original de Apeles desapareció, pero se encuentra descrita en la 'Naturalis Historiæ' de Plinio donde se menciona como anécdota que el pintor usó a Kampaspe, concubina de Alejandro Magno, como su modelo.

De acuerdo con Ateneo, la idea de Venus saliendo del mar se inspiró en Friné, la cual durante los Festivales Eleusinos y los dedicados a Poseidón nadaba desnuda libremente por el mar".

Su forma virginal es la recogida por la Teogonía de Hesíodo. Pero no olvidemos que los textos antiguos la hacen descendiente de Urano y Hemera, el cielo y el día.

Max Müller dice que fue la personificación de la aurora y de la estrella matutina que brilla sobre el mar, antes de ser relacionada con el amor.

¡Todo esto es cierto a medias!

En el viejo mito de Adonis, de alcance universal, toma un carácter psíquico e idealizado, y tal vez lo que parece confuso a la vista de los modernos investigadores, no lo sea tanto, sino que en nuestros gabinetes de trabajo se mezclan elementos diacrónicos diferentes y claves distintas, otorgándoles nosotros conciertos no siempre originales.

Afrodita Urania
Se opuso en la Antigüedad a Afrodita Pandemos, tal cual se contraponen el amor ideal al amor terrestre.

La concepción freudiana de que los mitos espiritualistas son abstracciones de los sexuales no pasa de ser una alienación de nuestra época, y es más probable que en antiguas concepciones el proceso haya sido inverso.

La voluptuosidad no es más que un ideal desacelerado y caído por su propio peso en la materia, es la exteriorización y popularización de los Misterios.

Según la tradición homérica, Zeus tenía cierto rencor hacia Afrodita, pues hacía correr unos tras otros a los dioses y las diosas, y aun forzaba con sus argucias y dulces engaños a los inmortales a unirse con mujeres humanas.

Por ello deslizó en ella misma su propio veneno, y a pesar de su orgullo y altivez, sintió amores y se entregó a mortales.

Así lo afirma la leyenda de Anquises; era éste uno de esos personajes míticos que «apacentaba su ganado en la cima del monte Ida», y que Virgilio pintará trágicamente cuando, ya anciano, huye de la devastada Troya a espaldas de su hijo Eneas.

La diosa se preparó cuidadosamente para su amor con Anquises, y dice el texto homérico que «entró en su templo perfumado de Delos, donde tiene un bosque sagrado y oloroso.

Así que hubo entrado, cerró tras de sí las brillantes puertas.

Entonces, las Carites la sumergieron en el baño y la ungieron con aceite incorruptible, como el que se sirven los dioses eternales, divino, precioso, que le había sido ofrecido en sacrificio.

Cubrió enseguida su cuerpo con ricas vestiduras y se adornó con sus áureas joyas...

Llega al Ida... fecundo en manantiales, asilo de bestias.

Dirígese a través de los montes, derechamente al establo; moviendo la cola saltan alrededor de ella lobos canosos, horribles leones, esas ágiles panteras ávidas de corzos, los ve y su alma está encantada.

Llena los corazones de deseo y todos a un tiempo se ayuntan en los valles cubiertos de sombras».

Esta maravillosa descripción es el prólogo del encanto que asaltaría a Anquises en presencia de la diosa, el que precisamente le inquiere sobre si su condición es celeste.

Para no asustarlo, le responde que es sólo una hija del rey de Frigia, y que por consejo de Hermes venía a ofrecerse a él como esposa.

Anquises, que no sospecha el engaño y que se siente fuertemente atraído por la beldad, acepta y sin otra demora la lleva a su lecho arreglado con «pieles de osos y leones rugientes... cazados por él en altas montañas».

Sigue el fragmento narrando de qué manera se efectuaron estas nupcias, y destacamos su alto simbolismo y la imposibilidad de tomar estos datos al pie de la letra, ya que todos estos «pastores» que en la diminuta cumbre del Ida apacentaban sus míticos ganados (en un lugar en donde ni las cabras se apacentarían), son símbolos de seres humanos extraordinarios, que conduciendo su propio ganado interior de las pasiones y defectos, trasmutados por la divina alquimia de su accesis, se ponen en contacto con los inmortales.

Así, este rey-pastor compartió el lecho con la diosa del amor, creyéndola una princesa frigia.

Pero Anquises despierta y ve a Afrodita, ahora recubierta de sus divinos atributos, resplandeciente y aureolada.

Cae en la cuenta de que es una diosa y se espanta pues «sabe que ya no será joven». La unión se ha consumado, y el hombre joven y vital se ve mutado en «anciano», y su naturaleza inferior se aterra.

Ha entrado en un mundo desconocido y prohibido para los simples mortales. Afrodita lo tranquiliza: no escapará de la vejez, pero en recompensa tendrá un hijo «semejante a un dios, que será amamantado por las ninfas de las montañas»; ella lo tendrá de él.

Ahora es la diosa la que se queja, pues le dice:
«Por tu causa estaré sin cesar expuesta a gran humillación entre los inmortales.

Hasta ahora temían mis palabras y mis proyectos porque sucesivamente yo he unido a todos los dioses con mujeres mortales.

Mi voluntad los había subyugado a todos; pero en adelante, mi boca ya no se abrirá para recordarles sus aventuras, por cuanto yo misma he faltado gravemente.

Mi espíritu se ha dejado arrastrar por un cruel extravío, del que no me atrevo a hablar; llevo un infante en mi seno, después de haber compartido el lecho con un mortal».

Así, la diosa paga también su tributo por haberse unido a un mortal, y le exige silencio sobre el lecho, y le amenaza con el rayo vengador de Zeus si se jacta de ello.

¡Dirá tan sólo que tuvo amores con una ninfa!

Así se separan, el placer y el dolor; el honor y el remordimiento entrelazan una vez más el misterioso designio de todos los seres manifiestos, en todos los niveles de conciencia de la Naturaleza.

Uno de los mitos más populares de Grecia fue el llamado «Mito de Adonis», de evidente raigambre oriental.

Según una versión, la virgen Mirra no quiso rendir culto a Afrodita, y ésta se vengó inspirándole un insano amor por su propio padre, el rey asirio Teias.

Con la complicidad de su nodriza, la oscuridad y desusados atuendos, logra engañar a su padre, teniendo amores con él «durante doce noches».

Al fin, el padre se percata de quién es su misteriosa amante y se arma de su espada para matarla.

La joven desesperada, invoca ahora a Afrodita pidiéndole la saque de la vista del padre; la diosa se apiada y la transforma en el árbol de mirra.

Luego de diez meses, el árbol se hiende por el medio y surge de su seno un niño esplendoroso que maravilla a Afrodita, quien para guardarlo de miradas indiscretas, lo encierra en un cofre que confía a Perséfone.

El niño crece y la misma Perséfone se enamora de él hasta el grado de que se lo niega a Afrodita.

Zeus arbitrará y dirá que el tiempo de Adonis (que así se llamaba el bello mancebo) se dividiría en tres: una parte para su exclusivo uso, otra al servicio de Perséfone, y la tercera, para Afrodita.

Este mito de transparente carácter astronómico –ya que Adonis es una forma del Sol nacido de las «doce noches», tal cual Heracles nace como héroe-dios a través de sus doce trabajos– se desliza luego en lo psicológico, ya que Adonis entrega su parte a Afrodita, quedando para la oscura Perséfone tan sólo un tercio del año.

El joven Adonis gusta de la caza, y a pesar de los ruegos de Afrodita, que teme por su vida, continúa en sus andanzas cinegéticas, hasta que un jabalí lo hiere mortalmente.

La diosa, que ve la escena desde lejos, corre en su auxilio, pero olvidando calzarse su delicado pie, pisa un rosal.

Desde entonces, según el mito, las rosas que habían sido blancas, se dan también rojas por la sangre de Afrodita.

Una versión quiere que el cadáver de Adonis, puesto sobre unas lechugas, diese a las mismas cierto carácter afrodisíaco, y que del llanto de la diosa naciesen las anémonas.

Según otras fuentes, el matador de Adonis fue el celoso Ares; y otras dicen que fue Apolo, para vengar a Erimanto, cegado por Afrodita, a la que había visto desnuda.

Apolodoro de Atenas relaciona este mito con el de Jacinto, hijo de Clío, que fue encantada por Afrodita para que amase a Pricos como venganza por las pullas de aquélla a los amores de la diosa y el bellísimo Adonis.

El culto a Adonis tuvo en toda la Grecia, y por extensión en el mundo helenístico, enorme difusión, viendo en él algunos autores una permutación del de Ishtar y Domuzzi, ya que Adonis también era «pastor».

Las fiestas en su honor se llamaban Adonaias, y en ellas se hablaba y se representaba sobre la temática de la vida, muerte y resurrección de Adonis.

En Biblos y Alejandría, esta última parte tomaba características de Misterio Mayor y se relacionaba directamente con lo psicopómpico.

Los fenicios, en general, celebraban idénticas festividades a Adón, el «Señor», El Eternamente Joven y Resurrecto.

Los Misterios de Adonis en Biblos se celebraban junto al río homónimo, Adonis.

Según Ovidio, en Roma sus ritos se seguían celebrando fervorosamente, y la primavera y el verano eran los períodos de tiempo en que Adonis y Afrodita estaban juntos.

Perséfone regía el tenebroso invierno en que el solar Adonis estaba muerto.

Veamos lo que Teócrito nos dice al respecto, relacionado con una fiesta que Arsinoe, esposa de Ptolomeo Filadelfo, realizó en honor a Adonis:

«Aquí, en torno a Adonis, se ven reunidos los frutos más bellos de nuestros vergeles, frescos jardines encajonados en plata y vasos de alabastro deslumbradores de oro, llenos de perfumes de Siria.

Todos los manjares que estas jóvenes beldades preparan están hechos con flores de blanca harina de puro trigo, con miel y con los dulces jugos de la aceituna; la tierra y los aires han aportado su tributo.

Allí se yergue un cenador de follaje al que se entrelaza el eneldo oloroso; por encima revolotean los amorcillos, al modo que los jóvenes ruiseñores, posados en los arbustos, adiestran sus alillas volando de rama en rama.

¡Oh, cuánto ébano y oro!

¡Y esas dos águilas de purísimo marfil llevando sobre sus desplegadas alas al joven copero del hijo de Cronos!

Estos tapices purpúreos, dirían Mileto y la misma Samos, son más suaves que el sueño!

Encima hay un lecho para Afrodita; Adonis ocupa el otro; Adonis, esposo a las 18 primaveras; sus besos no punzan, adorna sus labios grácil bozo.

¡Afrodita, regocíjate de tal esposo!

Cuando mañana, al levantarse la aurora, esté aún la tierra húmeda de rocío, la conduciremos, todas juntas, pomposamente a orillas de las espumosas olas, y sueltos los cabellos, la ropa flotante, entonaremos el solemne himno.

¡Oh, Adonis! Senos propicio ahora y siempre. Nuestros corazones gozan con tu llegada; haz que gocen también a tu regreso».

Este admirable fragmento que, aun traducido, guarda una extraordinaria belleza literaria, está también cuajado de una pedrería mística asombrosa.

Es una mística diferente a la que nuestro siglo entiende; es una mística jocosa y cantarina, delirante de vital alegría, pero cuyo valor no se nos escapa.

Los antiguos, reconociendo el amoroso deseo como parte inocultable de la existencia, no le habían negado como nuestros místicos medievales, ni desecado como nuestros psicólogos, sino que simplemente, lo embellecieron y con eso lograron conocerlo y sublimarlo.

Y todo esto era parte de la vida, pero de una vida que no excluía la muerte, y de una muerte que no desechaba la vida.

Los eternos ciclos se cerraban como la gnóstica serpiente que se muerde la cola, y siguiendo a Platón, sabían que los vivos vienen de los muertos y los muertos de los vivos, y que todo ello está en la Naturaleza y que la Naturaleza está en la Deidad, en el Misterio, en la verdadera acepción de esta palabra.

Según Hesíodo, Faetonte era el guardián nocturno de los templos de Afrodita.

Para este autor, era hijo de Eos y de Céfalo, pero los demás clásicos lo hacen provenir de Helios y Climene.

Ya veremos más adelante su mito referente al carro solar y a su caída en los abismos.

Helena, la causa que desencadenó la Guerra de Troya, había sido víctima de Afrodita, quien la prometió en el «Juicio de Paris».

En efecto, Afrodita, queriendo convencer al troyano –al que los fragmentos ponen el sempiterno epíteto de «pastor»–, se suelta el ceñidor mágico en donde están encadenados los amorcillos, y mostrando su belleza la parangona con la de Helena, logrando así que Paris le dé el triunfo, en una mezcla de arrobamiento y de esperanza.

Helena será la inconsciente receptora de este trato, y cuando finalmente el príncipe Paris va a raptarla y le cuenta el juicio, ella abandona a su esposo pensando que con esto obedecía los designios de la diosa, con lo cual se encierra en el relato homérico un doble sentido evidente.

Sin embargo, la narración nos va a mostrar a Helena despreciando la molicie de Paris y tratando de rebelarse contra el hechizo amoroso, pero sucumbe una y otra vez, y al fin la desgracia de varios pueblos y miles de muertos coronan ese amor fatal e inexorable.

Los Argonautas se apoderarán del Vellocino de Oro ayudados por Afrodita, ya que Jasón es favorecido con el amor de Medea, quien falta a sus deberes para con su padre y para con su patria, enloquecida por el deseo amoroso.

Compone un misterioso ungüento que tornará invencible a Jasón. Apolodoro de Rodas nos dice:

«La planta de la que se extrae brotó por primera vez en los valles del Monte Cáucaso, de la sangre que destilaba de su pico el águila cruel que devoraba el hígado del desventurado Prometeo.

Corona el doble tallo una ancha flor de color parecido al del azafrán de Cilicia.

Su raíz tiene el aspecto de un trozo de carne recientemente cortado, y encierra un licor negro semejante al que destilan en los montes las encinas.

Medea lo había exprimido en otro tiempo en una concha del Mar Caspio, después de haberse purificado siete veces y de haber invocado siete veces el horror de las tinieblas, vestida de negro, a Brimo.

Mientras ella cortaba esta raíz, la tierra mugió y tembló bajo sus pies; el propio Prometeo sintió vivo dolor en lo profundo de sus entrañas y llenó el aire con sus gemidos».

Los diferentes autores no se han puesto de acuerdo sobre esta misteriosa planta, ni si es totalmente mítica o se apoya en algún hecho real.

Nosotros creemos que es una referencia a la mandrágora, ya que cierto tipo de la misma se utilizó en Tesalia hasta tiempos romanos y en la Magna Grecia hasta nuestros días.

Finalmente, Medea será abandonada. Afrodita hizo víctima de sus hechizos a innumerables personajes.

A la esposa de Minos, Pasifae, le hará enamorar de un toro, que la hará madre del monstruo Minotauro, guardián del laberinto cretense.

La misma diosa será la que inflamará el corazón de Ariadna, hija de Pasifae, por Teseo, al que ayudará y será también abandonada.

Recordemos asimismo a la famosa Fedra, cantada por Eurípides.

VENUS AFRODITA ARLESEn páginas anteriores tocamos muchos ejemplos de la acción de esta omnipotente diosa del amor.

Aún en tiempos históricos, se dice que Faón obtuvo de Afrodita una redoma milagrosa que hacía enloquecer a las mujeres, de las que la décima Musa, Safo, no fue excepción.

Lucrecio nos recuerda que si Hades tenía los abismos, Poseidón el mar y Zeus el cielo y la superficie de la tierra, Afrodita lo tenía todo, pues a todas partes llega su poder.

Su fruto, la manzana, servía para que los jóvenes enamorados grabasen en ellas palabras de amor y las obsequiasen a sus preferidas.

Afrodita protegió no sólo las uniones trágicas y escondidas, sino las legítimas y puras.

Así aparece en la obra de Fidias, apoyando su pie en una tortuga, símbolo del hogar y las virtudes domésticas.

Hablamos antes de Afrodita Urania, la atracción cósmica que mueve el universo y la gravitación que impulsa a las almas hacia Dios.

Afrodita Pandemos es su contraparte, siendo señora de las pasiones y del instinto, que trata de eternizar tan sólo las formas vivas del universo, cabalgando el desbocado corcel de los placeres.

Otras formas de Afrodita la relacionan con la guerra, haciéndola un bálsamo para los males desatados por Ares y, a veces, la inspiración para la guerra justa que pretende terminar con todas las guerras.

También se la adoró como deidad marina, Anadiomenia, patrona de los puertos y de los navegantes.

Aún hoy se la adora bajo la forma de Stella Maris y de Nuestra Señora del Buen Socorro.

¡Astrológicamente es la Luna, y también Venus!

¡Sus lugares de culto fueron numerosos!

Los santuarios más antiguos parecen haber estado situados en Tesalia, patria tradicional de la hechicería y de los filtros amorosos.

En épocas muy lejanas, existían tradiciones que hablaban de pueblos regidos por el matriarcado, en los que los hombres eran tratados como simples agentes reproductores y esclavos, o incluso podían ser matados a voluntad por sus amas.

Quiere la leyenda que las herederas de este culto demencial fuesen las que sacrificaron a Orfeo, decapitándolo; mas de esta forma protohistórica de Afrodita no sabemos prácticamente nada, y es evidente que se mezclan en ella casi todas las deidades femeninas antiguas.

Una tercera Afrodita, que conformaría tríada con Urania y Pandemia, sería Apostrofia, versión agresiva y misteriosa.

Fiestas de disfraces y complicados ritos nos llegan desde esa Antigüedad, desdibujados y confusos.

Siendo Misterios Femeninos, en los cuales los hombres estaban excluidos, los diferentes escritores no nos han podido dejar más que referencias, muy probablemente erróneas.

En Atenas se creía que el culto de Afrodita había sido introducido por Teseo. Según Pausanias, se adoraba allí una imagen de la diosa sentada sobre un cabrón, símbolo de la virilidad y de la magia telúrica y primitiva.

En las Festividades Arreforias, también se ejercitaban ciertos Misterios en honor de Afrodita, en donde jóvenes mujeres llevaban por pasadizos secretos objetos no identificados.

En Himeto existía una fuente dedicada a esta deidad, que se decía tenía la virtud de curar la esterilidad y la impotencia.

En Megara se celebraban las Fiestas de las Hibrísticas, en donde las mujeres y los hombres se disfrazaban como pertenecientes al sexo opuesto.

Los autores modernos confieren a esas festividades características de rememoración de un hecho histórico, en donde las mujeres combatieron disfrazadas de hombres, pero nosotros deducimos un trasfondo puramente religioso y antropogenético.

¡En Corinto el culto era vivísimo, y también en Sicilia!

En Scione había un templo con una imagen de la diosa en oro y marfil, que la representaba con una manzana en una mano, y en la otra una adormidera.

En tal recinto sólo podían entrar sacerdotisas vírgenes, y mujeres en voto de castidad, en calidad de suplicantes.

Una forma curiosa es Afrodita Morfea, que se representaba con un velo sobre la cara y los pies encadenados con hierros, en un referencia al velo que ciega, y a las cadenas del amor que son pesadas y fuertes como el hierro.

Fidias la representó en Olimpia como Señora de las virtudes domésticas.

En el Monte Erix de Sicilia existía un altar donde ardía un fuego que no se extinguía jamás y no dejaba cenizas; y adonde los animales se encaminaban sólo para ser sacrificados; en las laderas, numerosas hetairas atendían a los suplicantes de amor.

En el Partenón está representada; se la veía sentada en el frontis oriental, con un velo en la cabeza y la mano izquierda sobre Eros.

En el occidental, desnuda, sentada sobre las rodillas de una deidad femenina no identificada.

La representación que conservamos de más prestigio es la llamada Venus de Milo, de la escuela de Escopas, deidad de un viejo templo hoy completamente derruido.

Según algunos autores, sostenía en su mano un espejo o un escudo; según otros, la tradicional manzana en una y la lánguida expresión de abandono en la otra.

Apeles la representó saliendo del mar, pero tan sólo nos quedan pobres réplicas tardías.

Praxíteles talló la imagen de Cnidos que conocemos tan sólo por monedas.

Las estatuas romanas replican, por lo general, modelos griegos tardíos, ya que la forma arcaica de Afrodita, cubierta y velada, no exaltaba la imaginación latina tanto como la más accesible diosa del amor del helenismo.

Asociada al Eros tardío, recibió asimismo favores de los mejores cinceles y pinceles clásicos, y todos los poetas le cantaron.

Su culto permaneció vivo en el arte, y el figurativismo actual aún la exalta.

Fuente:
N. A.
* * * * *
"Maestro, quisiera saber cómo viven los peces en el mar. –¡Como los hombres en la tierra: los grandes se comen a los pequeños!"
(Willian Shakespeare).

Utilizamos cookies para asegurar que damos la mejor experiencia al usuario en nuestra página web. Al utilizar nuestros servicios, aceptas el uso que hacemos de las cookies.