La presencia en diferentes culturas antiguas de una estirpe de guerreros que se creían protegidos por la divinidad está sobradamente documentada por los historiadores.

En Canarias, las referencias a un equivalente entre los guanches son muy escasas y en ningún caso dejan entrever el papel y los sorprendentes episodios que estos personajes protagonizaron en las comunidades de los antiguos canarios. Nos acercamos a la interesante y heroica historia, aún por reconstruir en su totalidad, de los asantemir.

“Los asantemir era gente sagrada, muy respetada m’hijo. Eran de pelo rubio, ojos claritos y con cuerpos como mulos; ahí mismo, en la morra donde está la iglesia del Escobonal, tenían las cuevas donde vivían”, Isidro Hernández, más conocido en la comarca de Agache (Tenerife) como Isidro Coche.
Ya había referencias bibliográficas en cuanto a su nombre, pero ninguna que hablara sobre su cometido como combatientes protegidos por la divinidad.

Es el pueblo, con su rica tradición oral, el que supo conservar, pese a los castigos y la represión que ejerció sobre los guanches y su cultura, la insólita historia de unos individuos respetados y temidos por la sociedad de su época, que se consideraban protegidos por su divinidad, llevando, como veremos a continuación, su juramento de lealtad a la misma, hasta sus últimas consecuencias. Conformados en una casta de guerreros sagrados, los Asantemir, que combatían tanto en el mundo físico como en el espiritual, eran seleccionados de entre aquellos niños concebidos durante una celebración muy especial: la Noche del error.

Como parte de los rituales propiciatorios que, dedicados a la fecundidad, se desarrollaban durante las fiestas caniculares o beñesmer, hombres y mujeres en edad fértil mantenían relaciones en campos plantados de cereales. Cegados por la oscuridad nocturna, el contacto se practicaba sin conocer la identidad de la otra persona. Nueve meses más tarde, las criaturas nacidas de este ritual eran entregadas a los samarines para su educación como miembros de las distintas castas sacerdotales o, en determinadas circunstancias, para su preparación como guerreros Axaentemir.

De esta manera, quizá un tanto cruel para los hábitos actuales, se conseguía el desarraigo social de un sujeto que, ajeno a la personalidad de sus progenitores, vivía hasta el final de sus días el signo sagrado de su nacimiento y, por tanto, su condición de hijos de una divinidad a la que rendían obediencia. Era una casta de guerreros sagrados, que combatían en este mundo físico y en el espiritual. De estatura elevada, por lo general eran rubios y de ojos azules. Los axantemir eran los primeros en entrar en combate, por su condición de especie de cuerpo de élite. Su sola presencia, en determinados lugares de la isla, imponía respeto. Su número en cada menceyato variaba, pero nunca pasaban de 12 guerreros. Vivian en zonas apartadas de la comunidad, pero en lugares estratégicos que dominaban las comarcas a las que pertenecían. Imbuidos de un pleno compromiso espiritual con Achaman, deidad a la que veneraban entregando su vida, en el plano terrenal se sujetaban a los dictados del mencey, pero siempre y cuando esas órdenes no entraran en contradicción con los preceptos de su divinidad, el Centelleante, la única autoridad real que colocaban por encima de ellos.

Su vestimenta se componía de una piel de cabritos que utilizaban como capa que terminaba en punta en la parte delantera y corta por encima de la cintura. Cubrían sus partes con una tira de piel triangular, que caía delante y detrás, aunque se despojaban de estas prendas para entrar en combate, algo que vemos referenciado en otras culturas. La desnudez en combate era un símbolo de valentía, de ausencia de temor al combate y a la muerte, un mensaje directo que el adversario sabía interpretar perfectamente y que indicaba que de esa lucha, sólo saldría un ganador vivo. Era pues una acción intimidadora.

Llevaban el pelo recogido en un moño en la base del cráneo y alrededor de la cabeza usaban una tira de cuero trenzado, con las puntas de estas tiras cayéndole delante de los delante de los hombros. Las puntas de esta tira se adornaban con conchas marinas que terminaban rematadas por una pequeña piedra. Cuando entraban en combate, se pintaban una línea gruesa en la parte frontal de los hombros, una de color negro y la otra roja.

Fuente: http://izuran.blogspot.com
http://www.historiadeiberiavieja.com - Por: Francisco Hernández

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