La estrecha relación entre deporte y guerra, hasta el punto de que uno toma el lugar de la otra, es muy antigua.

La inventaron los griegos de la época clásica, pues precisamente sus Juegos Olímpicos suponían una tregua entre todas las polis, las ciudades-Estado, frecuentemente enzarzadas en guerras, y la sustitución del combate por la competición deportiva. No es casualidad que la actual prueba reina de los Juegos lleve el nombre de una famosa batalla de las Guerras Médicas, la gran epopeya bélica que enfrentó a la pequeña Grecia con el inmenso imperio persa: Maratón. 

 

Fue en la mañana del 6 de Broedomión de la Olimpiada 72 (para nosotros, 12 de septiembre de 490 antes de Cristo) cuando un ejército ateniense, enfrentado a uno persa muy superior, hizo algo que era a la vez una hazaña deportiva y una proeza militar. Transcurría la I Guerra Médica, y el gran rey Darío I había enviado por mar su ejército para conquistar Atenas. Los persas desembarcaron a 42 kilómetros de la ciudad, en Maratón, un llano que les permitiría emplear con máximo provecho su caballería. Esperaban que los atenienses acudieran allí a presentar batalla al invasor, y, efectivamente, llegaron, aunque se mantuvieron prudentemente en las zonas altas, donde no podían operar los caballos. Los atenienses esperaban refuerzos, pues eran menos. Habían reunido 9000 hoplitas, soldados de infantería, más 600 de Platea, y los persas tenían el doble de infantes, 20.000, más 5000 jinetes y miles de marineros en las naves de su flota. 

Atenas había enviado una petición de ayuda urgente a Esparta, y aquí se produjo la primera hazaña deportiva. El mensajero era, según cuenta Herodoto, un corredor profesional, Filípides, que, animado por una visión del dios Pan, llegó a Esparta “el día después de salir de Atenas”, es decir, que recorrió 246 kilómetros en dos días. Aunque parezca imposible, se ha demostrado que es verdad. De hecho, el ejército espartano recorrería en sentido inverso la misma distancia en solo tres días. Sin embargo, no llegó a la batalla, porque sus escrúpulos religiosos le hicieron esperar al plenilunio antes de salir. 

 

Mientras los atenienses esperaban a los espartanos, los persas también querían retrasar el combate, pues esperaban un golpe de Estado en Atenas. Llevaban con ellos a Hipias, antiguo tirano de Atenas, y esperaban que sus partidarios les abriesen las puertas. Cuando el golpe estaba a punto, embarcaron parte del ejército y lo enviaron a Atenas. Lo hicieron de noche, para que no se advirtiese la maniobra, y embarcaron toda la caballería, para, una vez ocupada la ciudad, mandar los rápidos caballos a coger por la espalda al ejército griego. Las intrigas políticas, el espionaje y la desinformación estaban muy presentes en las Guerras Médicas. El oráculo de Delfos, tan dotado de autoridad entre los griegos, les había dicho a los atenienses que no fuesen a la guerra porque la perderían. Sin embargo, los atenienses no le hicieron caso porque sospecharon que el oráculo había sido captado por los servicios de información persas. 

Ahora, en el momento crítico, la batalla entre servicios de información fue ganada por los griegos. Unos dorios desertaron del bando persa y trajeron la noticia: ¡Los persas no tienen caballos, van hacia Atenas! 

Los atenienses no podían esperar más a los espartanos, tenían que dar la batalla y volver a su ciudad para salvarla. Como eran menos y cubrían menos frente, tomaron un riesgo táctico. Su falange de infantería formaba en ocho hileras de lanceros, pero redujeron el espesor a cuatro en la parte central, y así se pudieron extender tanto como los persas. Y avanzaron. 

El arma principal de la infantería persa era la flecha. Todos sus infantes eran arqueros y oscurecían el cielo con las nubes de saetas que lanzaban sobre el enemigo. Pero los atenienses eran hoplitas, es decir, ciudadanos de clase media con capacidad económica para comprarse un hoplón, el gran escudo redondo, un casco que cubría cabeza, cara y cuello y unas grebas para las piernas. Así protegidos, las flechas hacían poco efecto; de todas formas, era preciso exponerse a ellas el menor tiempo posible. Los dos ejércitos se encontraban a kilómetro y medio de distancia mirándose, como habían hecho durante seis días, cuando los atenienses lanzaron su grito de guerra: “¡eleleu!”, y emprendieron la carrera. 

Los persas, atónitos, vieron cómo se les echaba encima una masa de 10.000 hombres capaces de correr al unísono, sin desorganizarse, y a buena velocidad. ¡Hicieron los 1500 metros en cinco minutos! 

 

Era una formidable exhibición deportiva, pues, no en vano, los griegos cultivaban el deporte como una virtud. Todos los ciudadanos de Atenas eran deportistas, como todos eran guerreros cuando hacía falta; y, entre las disciplinas deportivas, existía la carrera de hoplitas, para acostumbrarse a correr con el pesado equipo. Entre aquellos atletas a la carga se hallaban los más eximios ciudadanos, como el filósofo Sócrates y Esquilo, el autor de tragedias, que quiso que en su epitafio sólo dijera que había luchado en Maratón. 

Después del deporte, el trabajo. Como había previsto el estratega ateniense Milcíades, cuando llegó el choque, las alas, más fuertes, arrollaron a los persas. En el centro, sin embargo, sucedió al revés, fueron los persas quienes hicieron retroceder a los griegos. Se produjo entonces un efecto de succión. El centro griego fue atrayendo al persa, mientras que las alas griegas se iban cerrando sobre ellos por los lados. 

Sin darse cuenta, los persas, que creían estar ganando la batalla, ofrecieron sus flancos descubiertos a las lanzas de los hoplitas. Entonces empezó la carnicería y el pánico, que provocaba aún más carnicería. Herodoto dice que se contaron 6400 cadáveres persas después de la batalla. Por parte griega, murieron 192 atenienses y once plateos. 

Todavía hoy existe el montículo con que cubrieron sus tumbas, donde escribieron: “Los atenienses, defensores de los helenos, en Maratón destruyeron al poderoso medo vestido de oro”. 

Plutarco contó, cinco siglos después de Maratón, que un corredor llamado Tersipo llevó a Atenas la noticia: “Nenikamen” (hemos ganado), y murió a causa del esfuerzo. Pero todo el ejército griego corrió a Atenas tras la batalla, y llegó antes que los barcos persas. Luciano, un siglo más tarde, dijo que el corredor de Maratón era Filípides, confundiéndolo con el que había corrido a Esparta según Herodoto, que es más de fiar, pues fue casi contemporáneo de los hechos. Por cierto, su afirmación de que Filípides corrió 246 kilómetros en dos días fue confirmada en 1982, cuando tres militares ingleses, Foden, Scholten y McCarthy , corrieron de Atenas a Esparta en 36 horas. 

Fuente: http://www.historiarte.net por Luis Reyes

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