Según algunos, Dios está siempre a punto de destruir el mundo al ver cómo la conducta humana lo ha envilecido.

Sin embargo, en cada generación, existen 36 seres justos que, con su trabajo individual, silente y desconectado entre sí, salvan la creación.

Estas 36 personas no se conocen entre sí, no son personajes públicos, eminencias destacadas ni referentes sociales, pero con su trabajo honesto y sencillo mantienen la esperanza divina.

Existe una tradición hebraica que los talmudistas remontan al origen de los siglos, a los misteriosos tiempos del profeta Isaías.

Según esta tradición, el mundo estaría sostenido por "36 hombres justos", en nada diferentes a los comunes mortales.

Ni ellos mismos conocen su condición, pero si uno de ellos faltase, el sufrimiento de los hombres contaminaría incluso el alma de los recién nacidos y la humanidad quedaría envuelta en un mar de gritos y lamentos.

Porque solamente mientras existan los justos, que son el corazón multiplicado del mundo, mientras no deje de fluir el amor por el prójimo, sólo así, Dios permitirá que el mundo siga existiendo.

Cuando un justo sube al cielo, dice una historia jasídica, está así dispuesto, que Dios debe calentarlo entre sus dedos durante 1000 años, antes de que pueda subir al paraíso.

Muchos permanecerán siempre inconsolables ante la desgracia del hombre y ni siquiera Dios podrá conseguir la tibieza de sus almas.

En estos momentos en que nuestro mundo parece hundirse sin remedio como consecuencia de la codicia, la envidia, el resentimiento y, sobre todo, la absoluta carencia de escrúpulos y valores morales, ¿por qué no pensar que, al menos, existen 36 seres justos?

Absolutos desconocidos, ajenos al poder, víctimas de estas circunstancias, pero que –pese a todo esto y lo que vendrá– siguen siendo honestos consigo mismos y con los demás, esos que por íntima convicción ajustan su vida a lo que consideran correcto y allí se plantan a desmedro de éxitos profesionales, económicos o sociales y que, dada su inteligencia y sus capacidades, les sería más que fácil entrar en el juego de “que me pongan donde hay...”.

Yo tengo esperanza y a esa esperanza me aferro.

Tengo esperanza porque conozco a algunos de esos justos, no a los 36, pero sí a unos cuantos y, de hecho, me hace ilusión pensar que –inspirado y alentado por ellos– yo mismo trato de ser un ser justo…

¿A cuántos justos conoces tú?

"Creo conocer a varios, tal vez algunos ya hayan muerto; sin embargo, siguen viviendo en aquellos que tocaron. Sigo teniendo fe de que existen" (Anónimo).

"Quiero aferrarme a la esperanza de que esas rarezas puedan existir y que, incluso, alguna vez en algún lugar, sin siquiera sospecharlo, podamos coincidir y, por qué no, podamos cruzar miradas o hasta palabras, y soñar, entonces, que tan sólo con ese guiño del destino quizás también yo pueda contagiarme de esa maravillosa enfermedad que los margina pero al mismo tiempo los bendice...

Y mientras, seguramente, en la trastienda de quienes los condenan danzará la solitaria envidia..." (Teleo).

En el judaísmo, a esos 36 hombre justos que salvan el mundo de la destrucción y lo justifican ante los ojos de Dios, se les llama "Lamed Wufniks" y ninguno de ellos conoce su condición como tal.

¡En caso de saberlo, morirían de inmediato!

Según Borges son los pilares secretos del universo.

El origen de esta creencia talmúdica se encuentra en el episodio bíblico en el que Dios se comprometía a salvar la ciudad de Sodoma en caso de haber encontrado 50 hombres justos en ella.

Lo cierto es que en la tradición judaica no existe ninguna obligación de creer que este mundo dejará de existir en algún momento.

Si bien el mundo fue creado, es decir no existió desde siempre, sino que tuvo un comienzo, esto no quiere decir que análogamente tendrá un final.

Maimónides afirma que la idea de que el mundo dejará de existir es algo que no figura en los profetas ni en las palabras de los sabios; no obstante lo afirmado en el Talmud, Sanedrín 97a:

“Seis mil años se mantendrá este mundo y luego se desmoronará”, es factible que se refiera a un desmoronamiento o destrucción espiritual, que ocurrirá luego del sexto milenio, que tal vez acarree junto con ello una gran destrucción material.

36 HOMBRES JUSTOS BUno de los 36 justos: Giorgio Perlasca

El extraordinario Congreso "Sefarad Mundial" representa una gran ocasión, para los italianos, para poder hablar y reflexionar sobre un hecho histórico de excepcional importancia, en el centro del cual se encuentra Giorgio Perlasca...

El cual, con riesgo de su vida, cuando se encontraba en la Budapest de 1944-1945 ocupada por los nazis, obedeció a su conciencia de hombre justo y salvó la vida a 5200 judíos húngaros destinados a una muerte cierta y, cómo no, aberrante.

Deseo, pues, ilustrar a grandes rasgos el perfil biográfico de Giorgio Perlasca y hacer también hincapié sobre su empresa, que, al igual que hizo Oskar Schindler, no solo honra a su protagonista, sino también a toda la humanidad.

¡Enrique Vandor dio su testimonio!

Él fue una de las más de 5000 personas salvadas de los campos de concentración nazis gracias a la valiosa intervención de Giorgio Perlasca.

Hoy, durante el día de la memoria de la Shoah y la experiencia vivida directamente, hace sentir de nuevo esos trágicos momentos, y renueva la esperanza de que también en las circunstancias más terribles, siempre habrá la reacción de lo humano contra lo inhumano.

36 HOMBRES JUSTOS CGIORGIO PERLASCA 1910-1992
Giorgio Perlasca nació en Como (Italia), el 31 de enero de 1910, pero a los pocos meses de su nacimiento, sus padres se trasladaron con toda la familia a Maserà, en los alrededores de Padua.

Cuando solo era un adolescente, a mediados de los años veinte, Giorgio Perlasca, gran admirador de D’Annunzio y de las doctrinas nacionalistas italianas, se adhirió con plena convicción al fascismo, hasta el extremo de que, para defender las ideas de D’Annunzio, se peleó duramente con un profesor, y por este motivo fue expulsado un año entero de todas las escuelas italianas.

Aún no tenía 26 años cuando, convencido de que iba a prestar su aportación personal a la política extranjera del fascismo, se alistó como voluntario, primero en la conquista de Etiopía y luego en España, donde combatió tres años en un regimiento de artillería al lado del general Franco.

Fue entonces cuando Perlasca aprendió el español, que sería decisivo para la acción de salvamento de los judíos sefarditas en los meses finales y más terribles de la Segunda Guerra Mundial.

A su regreso a Italia en 1939, al final de la Guerra Civil española, su relación con el fascismo entró en crisis.

Hombre de grandes ideales e infinita bondad, Giorgio Perlasca no aprobaba la estrecha alianza que el fascismo había establecido con Alemania y, sobre todo, rechazaba las leyes raciales entradas en vigor en 1938, que representaban una explícita persecución de los judíos italianos.

En su interior, abandonó el fascismo, aunque sin llegar a convertirse en un antifascista.

Esta disensión la vivió siempre en silencio, como una especie de derrumbamiento de las ilusiones, como un gran desengaño y un alejamiento de los ideales que había alimentado en su juventud.

Después de la entrada en guerra de Italia como aliada de Alemania, en 1940, fue enviado como encargado de negocios con categoría de diplomático a los países del Este, para comprar carne para el ejército italiano.

El 8 de septiembre de 1943, cuando entre Italia y los aliados se firmó el armisticio, que significaría una profunda grieta entre el fascismo y la monarquía, Perlasca se encontraba en Budapest.

Sintiéndose vinculado por el juramento de fidelidad prestado al Rey de Italia, rehusó adherirse a la República Social italiana y por ello, estuvo recluido por algunos meses en un castillo húngaro destinado a los diplomáticos.

Mientras tanto, los alemanes, con un golpe de estado, tomaban el poder en octubre de 1944 y confiaban el gobierno húngaro a las Cruces Flechadas, o sea, a los nazis húngaros, que con inusitada barbarie realizaron persecuciones sistemáticas, actos de violencia y deportaciones contra todos los ciudadanos de religión judía.

A principios de diciembre de 1944, en una ciudad reducida por el hambre, gobernada por el partido filonazi húngaro, campo de acción de las operaciones científicas de deportación de Adolf Eichmann, Perlasca se encontraba en la embajada española.

La situación se puso dramática cuando el Reich alemán quiso proceder al traslado de los diplomáticos de Alemania.

Aprovechando un permiso en Budapest para una visita médica, Perlasca logró huir. Se escondió primero en casa de algunos conocidos, y pudo volver a la embajada de España.

Como combatiente de la Guerra Civil española, tenía un documento firmado por el General Franco que decía: "querido camarada, en cualquier parte del mundo que te encuentres, dirígete a las embajadas españolas".

Así pues, se convirtió en ciudadano español, consiguiendo un pasaporte en toda regla, a nombre de Jorge Perlasca y empezó a ayudar al embajador español Sanz Briz en la obra humanitaria de protección que España ya estaba llevando a cabo junto con las demás potencias neutrales presentes en Budapest (Suecia, Portugal, Suiza, Ciudad del Vaticano) con la emisión de salvoconductos para proteger a los ciudadanos húngaros de religión judía.

El primero de diciembre de 1944 el embajador español, Sanz Briz, que se negaba a reconocer el gobierno filonazi de Szalasi, se vio obligado a dejar Budapest y Hungría, y se refugió en Suiza.

Al día siguiente, el Ministerio del Interior del Gobierno húngaro, enterado de la salida de Sanz Briz de Budapest, mandó desalojar las casas protegidas.

Fue entonces cuando Giorgio Perlasca decidió arriesgar su vida para salvar a los judíos refugiados en las casas protegidas por la embajada española.

Ante los milicianos húngaros que habían venido para registrar las casas, Perlasca exclamó:

"¡Suspendedlo todo! ¡Os estáis equivocando!".
Sanz Briz ha ido a Berna para comunicar más fácilmente con Madrid.

¡La suya es una misión diplomática importantísima!

“Informaos en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Existe una expresa nota de Sanz Briz en que me nombra su sustituto en su ausencia".
Le creyeron y se suspendieron las operaciones de registro y deportación.

Al día siguiente, en papel con membrete oficial y con sellos auténticos, rellenó de su puño y letra su propio nombramiento como cónsul español, que presentó en el Ministerio de Asuntos Exteriores, donde sus credenciales fueron aceptadas sin ninguna reserva.

Así comenzaron los 45 terribles días en los que, siempre arriesgando la vida, Giorgio Perlasca, en calidad de cónsul y único regente de la embajada española, logró salvar a más de 5000 húngaros de religión judía hacinados en las "casas protegidas" a lo largo del Danubio, sustrayéndolos a la deportación y a los campos de concentración en Alemania, protegiéndoles y alimentándoles día tras día.

Organizó su resistencia; consiguió dinero y comida; negoció como un verdadero diplomático con los nazis; falsificó certificados, firmó papeles oficiales, negoció la liberación de prisioneros, conociendo los riesgos mortales que corría.

Les protegió de las incursiones de las Cruces Flechadas, fue con Wallenberg, el encargado personal del Rey de Suecia, a la estación para tratar de recuperar a los protegidos, negoció a diario con el Gobierno húngaro y las autoridades alemanas de ocupación, enseñándoles los salvoconductos emitidos, a través de la embajada, por el Gobierno español, gracias a una ley aprobada en 1924 por Miguel Primo de Rivera que reconocía la ciudadanía española a todos los judíos de ascendencia sefardí dispersados por todo el mundo.

La "ley Rivera" fue la base legal de la operación organizada por Perlasca, que exactamente le permitió salvar a 5218 judíos húngaros.

Concluyó su tarea a la llegada de la Armada Roja a Budapest. Los soviéticos le condenaron a trabajos forzados por ser español y fascista.

A los ocho meses y después de un largo y rocambolesco viaje por los Balcanes y Turquía, por fin, Perlasca logró volver a Italia, pero no le refirió a nadie lo que había hecho.

¡De héroe solitario se convirtió en un "hombre cualquiera"!

Llevó una vida del todo normal y, encerrado en su discreción, no le contó a nadie, ni siquiera a su familia, su historia de valor, altruismo y solidaridad.

Pero, a principios de 1990, algunas mujeres judías húngaras, que eran tan sólo unas chiquillas en la época de las persecuciones, a través del periódico de la comunidad judía de Budapest, buscaron noticias de aquel diplomático español que durante la Segunda Guerra Mundial las había salvado.

Fue así, también gracias a los periodistas italianos Gianni Minoli y Enrico Deaglio, como la historia de Giorgio Perlasca salió del silencio a la luz.

Los testimonios de los salvados fueron numerosos, empezaron a llegar los periódicos, las televisiones, los libros, y el mismo Perlasca fue a las escuelas para contar lo que había hecho.

Giorgio Perlasca, "Parque de los Justos", Jerusalén 1989

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Ciertamente, no por protagonismo, sino porque creía necesario dirigirse a las jóvenes generaciones para que locuras como esas jamás vuelvan a repetirse.

Giorgio Perlasca falleció a los 82 años el 15 agosto de 1992 y está enterrado en el cementerio de Maserà, a pocos kilómetros de Padua.

Quiso que le enterrasen en la tierra desnuda, y sobre su lápida quiso que se escribiese sólo una frase en hebreo: "Justo entre las Naciones".

Millares de personas acudieron a sus funerales, a pesar de ser época de vacaciones.

Centenares de telegramas llegaron a su familia, desde todos los lugares del mundo.

Fue, en su época, Gran Oficial y Comendador de la República italiana, Justo entre los Justos de Yad Vashem, ciudadano honorario de Israel, Estrella de Oro del Parlamento húngaro, miembro honorario del Holocaust Memorial Council de Washington y del comité Raúl Wallemberg de Nueva York, Comendador de la Orden de Isabel la Católica por decreto del Rey de España Don Juan Carlos I.

Cuando recibió ese premio en Roma, en la espléndida sede de la legación española en el Gianicolo, Giorgio Perlasca dio las gracias en perfecto español, recordando que todo cuanto hizo, lo hizo "bajo las insignias de España", pero luego, con una sonrisa, comentó:

"¡Sin embargo, fue Isabel la Católica la que echó a los judíos de España!".

La historia de Giorgio Perlasca ya es conocida en el mundo entero, gracias también a la excelente película producida por la televisión italiana, dirigida por Alberto Negrin y a la impecable interpretación de Luca Zingaretti, que ha reconstruido fielmente toda la aventura del salvamento de tantos judíos húngaros, destinados a una muerte segura.

Ante una acción tan valerosa y arriesgada deberíamos preguntarnos:

“¿Por qué Giorgio Perlasca actuó así?” y “¿por qué guardó silencio durante casi medio siglo?”.

Releyendo con atención los dos informes que Perlasca escribió después de la guerra, uno para el Gobierno español y otro para el escritor húngaro Jeno Levai, es posible, por lo menos en parte, contestar a las dos preguntas.

El primero de los informes, fechado en junio del 45, lo escribió casi para disculparse por haber usurpado un papel que no era el suyo, pero por haberlo hecho por el bien y el honor de España.

Así terminaba este informe: "me permito creer que la gravedad de la situación y la necesidad inderogable de salvar con cualquier medio la vida de millares de personas, pueda justificar la singularidad, quizás sin precedentes, de la posición que he tomado con respecto a la Legación de España en Budapest.

Me atrevo a pensar que el rotundo éxito de mi obra, por sus altas calidades humanitarias, no menoscaba el decoro de España ni sus grandes tradiciones civiles".

En el segundo informe, denominado memorándum, narraba de manera neutral e impersonal, casi como testigo y no como protagonista, aquellos terribles 45 días, sólo para reconstruir una verdad histórica.

En ambos informes, Perlasca creía sencillamente que había cumplido con su deber y que, precisamente por ello, no esperaba obtener recompensa alguna.

Aunque había abandonado el fascismo desde la época de las desafortunadas leyes raciales, Perlasca hacía hincapié en el hecho de que nunca se había vuelto antifascista y de que nunca había renegado de su pasado, empezando desde su participación como voluntario en la Guerra Civil de España en el bando de los franquistas.

En aquellas notas, el papel de España se destacaba más bien como el de un país que había contribuido a salvar, y no sólo en Hungría, a millares y millares de judíos.

Así tuvo ocasión de escribirle en 1991, un año antes de su muerte, a Su Majestad el Rey de España, Don Juan Carlos I:

"Ha sido para mí un gran placer trabajar por cuenta de España, país al que siempre me han ligado tantos vínculos, por la salvación de tantas vidas humanas y lamento no haber podido, o sabido, hacer más".

Toda su historia ya habría podido conocerse desde la primera posguerra, pero nadie tuvo la voluntad, las ganas o, quizás, la conveniencia de darla a conocer.

El embajador español Sans Briz, que en la historia de Perlasca desempeñó un papel de gran importancia, continuó con su carrera diplomática, incluso como embajador en la Santa Sede en los años 60, pero nunca quiso reconocer el papel de Giorgio Perlasca y fue, por lo tanto, cómplice del silencio.

Pero, por suerte, el tiempo ha restablecido la verdad histórica y moral, devolviéndole a Giorgio Perlasca y al mundo entero el papel de justo que él tuvo.

Pero el silencio de Giorgio Perlasca fue debido al hecho de que él creía que simplemente había cumplido con su deber.

A todos aquellos que posteriormente le han preguntado:

“¿Por qué lo ha hecho?”, Perlasca siempre les ha contestado: “¿usted, qué habría hecho en mi lugar, viendo matar a gente indefensa sin ningún motivo?”.

Era pues una convicción absoluta de Perlasca la de que quien cumple con su propio deber no tiene que ser premiado por ello.

Además, tanto España como los Gobiernos de las potencias neutrales que habían cooperado con él en el rescate de los judíos y el mismo gobierno italiano, conocían muy bien todo lo que Perlasca había realizado, pero todos ellos se lo callaron.

En sus diarios, Perlasca recuerda, entre otras cosas, su encuentro con el nuncio pontificio, Monseñor Rotta, al que en confesión reveló que no era un español sino un italiano, pidiéndole que avisara a su familia si algo le llegase a suceder.

¡Pero nadie se acordó de nada!

¿Qué habría tenido que hacer?

¿Tratar de vender su historia para obtener algo a cambio?

¡Esto no entraba ni en su carácter ni en su estilo!

Quizás pensara que a nadie le interesaba saber lo que había sucedido.

Era difícil de creer que un italiano solo, sin ayuda exterior, haciéndose pasar por cónsul español, arriesgando su vida a cada minuto, en aquellos terribles 45 días hubiese podido salvar a 5200 personas.

La película sobre Perlasca, producida por la televisión italiana e interpretada por Luca Zingaretti, ha puesto de modo ejemplar un broche de oro a lo que Perlasca hizo con toda humildad.36 HOMBRES JUSTOS E

Hace diez años el gran actor americano Tony Curtis ya se había interesado por Perlasca.

Tony Curtis, que se llama en realidad Schwarz, es un judío húngaro que, después de haberse vuelto rico y famoso, se ha comprometido mucho en mantener la memoria de los judíos húngaros aniquilados por la barbarie nazi.

Ha financiado, incluso, la reconstrucción de la gran sinagoga de la calle Dohany, que representaba uno de los grandes símbolos del judaísmo europeo.

Los guionistas y el director de la película, un día, llamaron por teléfono a Tony Curtis para pedirle consejo sobre cómo transformar su historia en una película.

Él, sin vacilar, les contestó: “Un hombre solo contra toda la ciudad. Un caballero que actúa como tal. Esta es la película sobre Perlasca”.

La metáfora de toda la historia podría tal vez estar representada por los versos de la tradición judía sobre los 36 Justos de Israel.

En el mundo siempre existen 36 hombres justos y nadie sabe quiénes son, ni tampoco ellos mismos saben que lo son.

Llevan sobre sus espaldas la suerte y el destino del mundo y representan el motivo por el cual Dios no lo destruye.

Este fue, pues, Giorgio Perlasca:

¡Un héroe italiano y uno de los 36 Justos de Israel!

Fuentes:
http://www.congresosefaradmundial.org
http://www.asiaspain.com
http://columbanigra.blogspot.com
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"El mayor crimen es preferir la vida al honor y, por vivir la vida, perder la razón de vivir"
(Juvenal).

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