"Siempre me preguntan cómo es la muerte. Contesto que es maravillosa.
Es lo más fácil que vamos a hacer jamás...¡La vida es ardua. La vida es lucha. La vida es como ir a la escuela. Recibimos muchas lecciones! 

 Cuanto más aprendemos, más difíciles se ponen las lecciones. Cuando se aprende la lección, el dolor desaparece" (Elisabeth Kübler-Ross).

Extraído de "La rueda de la vida", su autobiografía.

Esta mujer no ganó el premio Nobel de la Paz, ni su muerte fue el encabezado de los informativos; sin embargo, su trabajo, influencia y legado ha transformado nuestra sociedad.

Fue pionera en el movimiento de cuidados paliativos y del estudio de la muerte, y fue una de las voces que desde el mundo científico defendió con más vehemencia la idea de que la consciencia sobrevive al fin del cuerpo físico.

EL DOLOR DESAPARECE B"Elisabeth Kübler-Ross y 'La rueda de la vida' (1926-2004).

Una de las cien personas más importantes de los siglos XX y XXI (Times), que cambió para siempre la percepción de los occidentales sobre la muerte y el trato a los moribundos.

Un testimonio científico sobre las etapas de ese proceso y la supervivencia de la conciencia.

Una vida dedicada a dar luz y amor a los enfermos más olvidados y apestados de nuestra civilizada y tecnológica sociedad. Una sabiduría infinita para entender la muerte de los niños. Unas lecciones magistrales sobre el significado de la vida".

Hay dos cosas que se hacen condenadamente mal en nuestro mundo: nacer y morir.

En muchísimos casos, sin conciencia, sin respeto, sin sinceridad, sin ningún sentido de trascendencia, totalmente medicado, en la soledad y frialdad de hospitales, y no al calor de los seres queridos.

Del nacer nos ocuparemos otro día; hoy hablaremos del morir.

Porque en un mundo que vive de espaldas a la muerte, Elisabeth Kübler-Ross vino a descifrar, explicar y dignificar este tránsito.

“Morir es tan natural como nacer y crecer, pero el materialismo de nuestra cultura ha convertido este último acto de desarrollo en algo aterrador”.

Infancia y juventud
Elizabeth Kübler-Ross nació en Zurich (Suiza) el 8 de julio de 1926, como una trilliza, en una familia formada por un rígido padre, una amorosa y devota madre y un hermano mayor.

Ella es dura con los recuerdos de sus primeros años, en los que se las trataba como clones, sin atención a sus personalidades diferentes (misma ropa, mismos hábitos, etc.).

“Para mí era una pesadilla ser trilliza… Era una carga psíquica difícil de llevar. No solo nací siendo una pizca de 900 gramos con pocas probabilidades de sobrevivir, sino que, además, estuve toda la infancia tratando de saber quién soy...

Esas circunstancias fueron las que me dieron el aguante, la determinación y la energía para todo el trabajo que me aguardaba”.

Con pocos años, cogió neumonía, y su experiencia fue una pésima introducción en la medicina hospitalaria:

Allí los médicos nunca le hablaron, le hacían pruebas dolorosas sin permiso, estaba en una habitación sin ventanas y con la luz del techo 24 horas, y con una niña enferma (Suzy) que murió completamente sola.

Nadie le explicó nada, ni a la niña ni a ella, cuando preguntó dónde estaba su compañera. Era como si la muerte no existiese. Luego se va entendiendo el porqué de que la labor de su vida fuese, precisamente, evitar situaciones similares.

Elisabeth Kübler-Ross supo, desde muy joven, que su misión era la de aliviar el sufrimiento humano, y ese compromiso le llevó primero al cuidado de enfermos terminales y, posteriormente, a enfermos con sida.

Por el contrario, le impresionó profundamente la muerte de un granjero amigo de sus padres, quien, desahuciado por el hospital, volvió a su casa a morir, y tuvo tiempo para despedirse de todos sus familiares.

Murió en una habitación llena de flores y mirando por la ventana sus árboles frutales.

“La dignidad, el amor y la paz que vi allí me dejaron una impresión imborrable…

Mentalmente, comparé su muerte con la de Susy… El granjero había tenido lo que yo ahora llamo una buena muerte: falleció en su casa rodeado de amor, de respeto, dignidad y afecto”.

Su infancia y juventud se destacan por una clara rebeldía, tenacidad, fuerza de voluntad y determinación para estudiar medicina, a pesar de la oposición de su padre, que tenía otros planes para ella (secretaria en su oficina).

“Según la idea de mis padres, yo tendría que haber sido una simpática y devota ama de casa suiza. Pero acabé siendo una tozuda psiquiatra, escritora y conferenciante del suroeste de EE.UU. que se comunica con los espíritus de un mundo que creo que es mucho más acogedor, amable y perfecto que el nuestro”.

Se graduó como doctora en la universidad de Zurich en el año 1957.

Siendo estudiante de medicina visitó algunos de los campos de exterminio nazis tras la guerra.

Elisabeth se sorprendió de que en las paredes de los barracones de Maidanek donde los judíos esperaban su muerte inminente, los más pequeños (tan jóvenes que ni tan siquiera poseían creencias religiosas) habían dejado plasmados sus sentimientos con respecto a lo que les aguardaba.

Y lo que más le impactó fue que, de una manera natural e instintiva, aquellos niños consideraban la muerte no como un final, sino como un proceso de cambio, una mutación de estado.

Como carecían de conceptos para expresar tales sentimientos, aquellos niños lo plasmaron en dibujos de orugas que se transformaban en mariposas.

Esos dibujos infantiles tocaron profundamente a quien, a partir de entonces, se dedicó en cuerpo y alma a crear una nueva cultura sobre la muerte.

El símbolo de la mariposa se convirtió en un emblema de su trabajo, porque para ella la muerte era un renacimiento a un estado de vida superior, y esto es lo que demostró con su vida y obra.

Llegada a EE.UU.: enfermos mentales
Tras un breve periodo como médica rural en Suiza, del que aprendió el verdadero contacto con el paciente y otro tipo de medicina, se casó con un americano, y llegó a los Estados Unidos en el año 1958.

Comenzó allí su trabajo en un hospital psiquiátrico de Nueva York (sección femenina), donde se horrorizó por el tipo de tratamiento que recibían los pacientes.

“Comencé mi práctica como residente en el Hospital Estatal de Manhattan, donde no se tenía mucho aprecio a la vida…, donde se albergaba a centenares de enfermos mentales muy graves.

Esa noche, en mi diario, definí lo visto como un manicomio de pesadilla.

Golpeaban a las pacientes con palos, las castigaban aplicándoles electrochoque y, a veces, las metían en bañeras con agua caliente hasta el cuello y las dejaban allí 24 horas.

A muchas se las usaba como cobayas humanas en experimentos con LSD, psilocibina y mescalina…

La mayoría de esas personas estaba medicada en exceso y eran víctimas de indiferencia y negligencia.

En lugar de medicamentos, lo que necesitaban era atención y cariño”.

Cambió las prácticas para tratar a los pacientes como personas. Puso fin a los castigos más sádicos y consiguió el alta del 94% de las esquizofrénicas previamente desahuciadas.

No utilizó ninguna técnica concreta, sino el corazón y el sentido común.

“El conocimiento va muy bien, pero el conocimiento solo no va a sanar a nadie. Si no se usa la cabeza, el alma y el corazón, no se puede contribuir a sanar ni a un solo ser humano”.

Enfermos terminales: fases de la muerte
Su posterior trabajo en otro hospital supuso su entrada en el mundo de la tanatología, disciplina que ella misma contribuyó a edificar.

Observó que muchos médicos evitaban rutinariamente referirse a cualquier cosa que tuviera que ver con la muerte. Se rechazaba, evitaba y mentía a los pacientes moribundos...

“Se les ponía en las habitaciones más alejadas de los puestos de enfermeras, se les obligaba a permanecer acostados bajo fuertes luces que no podían apagar, no podían recibir visitas fuera de las horas prescritas.

Se les dejaba morir solos, como si la muerte fuera algo contagioso”.

Por supuesto, ella se negó a seguir esas prácticas injustas y equivocadas, y actuó de otra forma.

¿Cómo?
Con amor y comprensión. A diferencia de sus colegas y en contra de las pautas habituales de la época, decidió sentarse cerca de sus enfermos, dedicarles tiempo, atención y escucharles mientras ellos le abrían su corazón.

“Mi trabajo con las enfermas esquizofrénicas me había enseñado que existe un poder sanador que trasciende los medicamentos, que trasciende la ciencia, y eso es lo que yo llevaba cada día a las salas del hospital.

Durante mis visitas a los enfermos me sentaba en las camas, les cogía las manos y hablaba durante horas con ellos.

Así aprendí que no hay ni un solo moribundo que no anhele cariño, contacto o comunicación. Los moribundos no desean ese distanciamiento sin riesgos que practican los médicos. Ansían sinceridad”.

“La mayoría de los médicos se mostraban demasiado distanciados en su trato con los pacientes…

Necesitaban tratar a los pacientes como seres humanos iguales que ellos… Para todos los médicos, la muerte significaba un fracaso”.

“Mi meta era romper con la barrera de negación profesional que prohibía a los pacientes expresar sus más íntimas preocupaciones”.

“La gente no tiene miedo a morir; la gente tiene miedo a morir en una unidad de cuidados intensivos, alejados del alimento espiritual que da una mano amorosa, separados de la posibilidad de experimentar las cosas que hacen que la vida valga la pena”.

Pionera, por tanto, en el estudio de la muerte, se convirtió en una voz crítica, que clamaba para poner fin al tipo de muerte hospitalaria, fría, triste e impersonal, y luchó por que el paciente recuperase su intimidad y tuviese apoyo y comprensión.

Empezó impartiendo seminarios en los que participaban enfermos terminales, que hablaban ante un auditorio formado por médicos, enfermeras y público abierto, acerca de su situación y cómo la atravesaban.

En 1968 estos seminarios se convirtieron en cursos acreditados. El éxito fue enorme y, pronto, los realizaba por todo EE.UU. y otros muchos países. A Europa venía con frecuencia.

Hoy los estudios sobre la muerte y el morir forman parte de la formación de los estudiantes de medicina de algunos países.

No penséis ni por un momento que era un pobre mujer caritativa, que sacrificó su vida con moribundos.

Ella afirma con rotundidad que los enfermos le transmitieron mucha sabiduría y que todos ganamos en el trato con enfermos terminales.

“Estar sentado en la cabecera de un moribundo es un regalo, es nuestro mejor maestro. De ahí saldremos más enteros, más enriquecidos”.

“Escuchando a pacientes moribundos, todos comprendimos que deberíamos haber actuado de otra manera en el pasado y que podíamos hacerlo mejor en el futuro”.

Su primer libro, “Sobre la muerte y los moribundos”, publicado en 1969, hizo de Elisabeth Kübler-Ross una autora conocida internacionalmente y le colocó en el centro de la polémica médica y teológica.

En el libro explicaba sus experiencias con más de 500 enfermos al final de la vida; fue todo un éxito y una revolución en su momento porque era:

– Una llamada a la humanización en esta última etapa de la vida.

– Una invitación al diálogo sincero acerca de las preocupaciones de los pacientes.

– Un signo de esperanza de que esta etapa puede tener un significado de plenitud si se afronta con conciencia, acompañado de los seres queridos y con la ayuda de profesionales sensibles, honestos y preparados.

– Una evidencia de la gran importancia que tiene la figura de la persona que acompaña al enfermo terminal.

Ella fue la primera psiquiatra que describió las fases de la muerte, y que se convirtieron en un clásico de la psiquiatría y la convirtieron a ella en la autoridad más querida y respetada en este tema:

– pánico

– negación

– depresión, indignación y rabia

– pacto (regateo con Dios)

– aceptación

Vio que los niños dejaban este mundo confiados y serenos; observó que algunos adultos partían (después de superar la negación y el miedo) sintiéndose liberados, mientras que otros se aferraban a la vida solo porque aún les quedaba una tarea que concluir.

Pero todos hallaban consuelo en la expresión de sus sentimientos y en el amor incondicional de quienes les prestaban atención.

Y todo esto lo estudió y extendió Elisabeth, sin necesidad de adherirse a ningún marco religioso concreto.

La muerte es algo universal a la existencia humana, sin etiquetas.

Su organización ayudaba a gente de todo el mundo a instaurar sistemas de apoyo a moribundos, hogares para moribundos y centros de formación para profesionales de salud y familias.

Elisabeth ayudó a muchos familiares a encajar su pérdida, a saber cómo enfrentarse a la muerte de un ser querido, y les explicó cómo apoyar al moribundo, lo que debía hacerse en esos difíciles momentos y lo que debía evitarse.

Estas son las cuatro funciones que pedía a los que acompañan a un enfermo:

– escucha verdadera y sin juicios

– aceptación

– permanecer a su lado

– comunicación

Los pacientes terminales de Elisabeth Kübler-Ross jamás sanaron físicamente, pero todos mejoraron emocional y espiritualmente.

Se sentían mejor que muchas personas sanas.

El objetivo de Elisabeth Kübler-Ross era ayudar a la gente a vivir hasta que murieran de muerte natural. Nunca ayudó a un paciente a quitarse la vida.

“He aprendido a no juzgar. Por lo general, si un enfermo ha aceptado la muerte y el proceso de morir, puede esperar a que llegue naturalmente.

Entonces la muerte es una experiencia hermosa y trascendental".

Supervivencia de la consciencia
En 1970 Elisabeth Kübler-Ross empezó a explorar la posibilidad de la existencia de vida después de la muerte.

Se interesó por las experiencias cercanas a la muerte, las experiencias extracorporales y los médiums, lo que ocasionó también un escándalo (la Universidad de Chicago cuestionó su trabajo y la despidió) y conllevó ataques en sus centros.

Por supuesto, este trabajo sobre el más allá provocó risas y recelos entre sus colegas, y supuso un alejamiento de muchos estamentos médicos, que habían valorado su trabajo como pionera del movimiento de paliativos. Se la llamaba de forma despectiva "la doctora mística".

Pero jamás le importaron las opiniones ajenas y, a pesar del escepticismo y del rechazo de muchos de sus colegas, siguió adelante con sus investigaciones, ya que después de entrevistar a miles de personas en trance de muerte, no tenía dudas acerca de la supervivencia del alma.

“No solo creo que hay una vida después de la muerte, sino que lo sé; tenemos datos suficientes verificables, y es importante compartir este conocimiento con la gente”.

“Observé que, poco antes de morir, los enfermos se relajaban, incluso los que se habían rebelado contra la muerte... Prácticamente en todos los casos la muerte venía precedida por una singular serenidad”.

“Morir es trasladarse a una casa más bella; se trata sencillamente de abandonar el cuerpo físico, como una mariposa abandona su capullo de seda”.

Entre ella y un compañero entrevistaron a 20.000 personas con experiencias cercanas a la muerte y que habían regresado, de entre 2 y 99 años, de diferentes culturas y religiones.

¡Pero todos coincidían en los mismos elementos!

Todos relataron que esas experiencias no eran dolorosas y que no querían volver, porque viajaban a un lugar donde había infinito amor y consuelo, pero que allí les informaban de que no era el momento.

Según los relatos de esas personas, las fases de después de la muerte son:

– Salen flotando de sus cuerpos, “como la mariposa sale del capullo”, en forma etérea, y ven todo lo que sucede.

Se experimenta una salud total; incluso los ciegos pueden ver en este nuevo estado.

– Son capaces de ir a cualquier parte a la velocidad del pensamiento.

– Se encuentran con sus guías, ángeles de la guarda o compañeros de juegos, según los niños, y con familiares y amigos muertos anteriormente.

– Acompañados por estos seres, se acercan a un túnel en cuyo final hay una luz brillante y una fuerza arrolladora de paz, tranquilidad y ganas de volver a casa.

Decían que esta luz era la fuente última de energía del universo:

Dios, Cristo, Buda… Y todos coincidían en que era la forma más pura de amor incondicional.

Todos los que volvieron decían que esa experiencia había influido profundamente en sus vidas, y todos habían comprendido que solo hay una explicación al sentido de la vida: ¡el amor!

En ese estado, la persona hace una revisión de su vida y ve cómo todos los actos, palabras y pensamientos de su existencia tienen influencias.

“Se les hacía ver que las vidas de todas las personas están interrelacionadas, entrelazadas, que todo pensamiento o acto tiene repercusiones en todos los demás seres vivos del planeta, a modo de reacción en cadena”.

De todo este estudio, surgió en 1974 el libro “La muerte, un amanecer”, que supuso la segunda revolución en el mundo de la tanatología, después del pionero libro de Raymond Moody, y dejaba claro:

– la consciencia de la persona que muere sobrevive al plano físico

– la importancia de perder el miedo a este momento

Ella también tuvo una experiencia "transpersonal", en la que comprobó las posibilidades de la consciencia y los falsos límites de nuestro paradigma científico y médico mecanicista.

Ella cuenta en el libro cómo una noche vio todo a su alrededor vibrando en su estado molecular, a su cuerpo con millones de moléculas danzantes y, después, “millones de flores de loto de una belleza increíble”.

Observó que “todo tiene vida, divinidad”. Su visión se expandió abarcando kilómetros y kilómetros. En ese estado escuchó las palabras "shanti nilaya".

Este es el nombre que daría posteriormente a su centro para ayudar a enfermos y niños con sida.

Su marido (finalmente, se divorciaron) era también médico, pero totalmente escéptico en cuanto a la obra de su mujer.

Sin embargo, pactaron que el que muriese primero transmitiría un mensaje al otro sobre la existencia o no de la otra vida.

Murió él antes, y en su funeral crecieron rosas rojas sobre el manto de nieve. Para Elisabeth fue una prueba muy importante, entre las miles que recibió con su trabajo.

Sida
Su última batalla, tras los moribundos y las experiencias de supervivencia de la consciencia, fue el sida.

“Yo sabía que el sida era la batalla más importante a la que yo y, tal vez, el mundo nos enfrentábamos desde la Polonia de la posguerra…

La victoria definitiva de esta enfermedad dependería de algo más que de la ciencia”.

La época del descubrimiento del sida era de mucha ignorancia (científica y social), incomprensión, miedo y rechazo.

Ni los médicos tocaban a los enfermos. Se abandonaba a bebés y niños infectados.

En el libro se narra que el caso que más la marcó fue el de un bebé abandonado que, finalmente, fue recluido en un hospital en una cuna aislada, sin apenas contacto humano.

Como una jaula. El personal nunca tocó a ese bebé mas allá de palmaditas. Nadie creó lazos con él, jamás recibió un abrazo ni fue cogido en brazos. A los dos años, no sabía andar, gatear o hablar.

La doctora luchó hasta encontrar una pareja maravillosa dispuesta a adoptarlo, y el hospital impidió que el niño saliese.

Al final, lo secuestraron y amenazaron al hospital con ir a los medios de comunicación. Hoy, el niño es un feliz adolescente.

Este es un ejemplo de la determinación y de las convicciones de Elisabeth Kübler-Ross, y de que no hay nada que el amor no pueda curar.

Debido a estas injusticias, se propuso crear un hogar para bebés abandonados con sida, para que disfrutaran de los años de vida que les quedaban en plena Naturaleza.

Esto provocó una ola de indignación, asco y miedo en el condado en que vivía, y los habitantes la consideraban una especia de anticristo por “llevar esa peste a sus hogares”.

El Ku Klux Klan quemó cruces en su jardín. Y, finalmente, en 1994 le quemaron su casa con todas sus pertenencias.

¡Repito, en 1994, no en 1594!

Como no se daba por vencida, buscó a personas que podrían adoptar a esos bebés que ella ya no podía, y encontró 350 personas.

El libro narra bonitos ejemplos de cómo la gente colaboraba en este precioso proyecto, cada uno con sus posibilidades.

También organizó talleres con enfermos de sida dentro de las cárceles. Como siempre, encontró muchísimas reticencias y negativas.

Al principió, solo una cárcel lo permitió (por cierto, tenía directora y no director) y, finalmente, se extendieron por todo el país.

La condición para realizar los talleres era que los participantes fuesen mitad reclusos y mitad funcionarios.

Consiguió cambiar y mejorar radicalmente las condiciones y el trato a enfermos con sida en todo EE.UU.

Su enfermedad y muerte
En 1995, una serie de apoplejías la dejaron postrada en cama e incapacitada físicamente durante nueve largos años hasta su muerte en Scottsdale, Arizona, en 2004. Fue su última y más dura lección que aprender.

“La muerte es una experiencia maravillosa y positiva, pero el proceso de morir, cuando se prolonga como el mío, es una pesadilla.

Nos mina las facultades, sobre todo la paciencia, la resistencia y la ecuanimidad”.

“En estos momentos estoy aprendiendo paciencia y sumisión”.

“Esta vida mía ha sido muchas cosas, pero jamás fácil. Esto es una realidad, no una queja. He aprendido que no hay dicha sin contratiempos. No hay placer sin dolor”.

Pidió que la despidieran con alegría, lanzando globos al cielo para anunciar su llegada. Y, efectivamente, su funeral fue distinto y muy emotivo.

En el entierro, un rabí pronunció el responso, una india americana purificó a Elisabeth con humo para su viaje y un monje tibetano cantó textos del "Libro tibetano de los muertos".

Se soltaron centenares de mariposas, que se posaron sobre las personas presentes, y globos de E. T. (uno de sus personajes favoritos), con la frase “Bienvenida, EKR”.

Finalmente, se esparcieron pétalos de rosas sobre su ataúd antes de depositarlo en la tierra.

Críticas a la medicina actual
Al final del libro, la propia autora reflexiona sobre la práctica médica, comparando su labor como médica rural en su juventud con la mecanización que ha sufrido en la actualidad. Estas son sus denuncias:

“La medicina tiene sus límites, realidad que no se enseña en la facultad. Otra realidad que no se enseña es que un corazón compasivo puede sanar casi todo.

Unos cuantos meses en el campo me convencieron de que ser buen médico no tiene nada que ver con anatomía, cirugía ni con recetar los medicamentos correctos.

El mejor servicio que un médico puede prestar a un enfermo es ser una persona amable, atenta, cariñosa y sensible”.

“Creo que la medicina moderna se ha convertido en una especie de profeta que ofrece una vida sin dolor. Eso es una tontería. Lo único que a mi juicio sana verdaderamente es el amor incondicional”.

“Hubo una época en que la medicina consistía en sanar, no en hacer negocio”.

“Los directores de las grandes compañías de seguros y de la OMS ganan millones de dólares al año, mientras que los enfermos de sida no pueden costearse los medicamentos”.EL DOLOR DESAPARECE D

Los niños y la muerte
Elizabeth afirmaba que los más pequeños eran, sin duda, también los más valientes en el momento de enfrentarse a la muerte, los que mejor comprendían que esta es una liberación.

“Los niños moribundos, mucho más que los adultos, dicen exactamente lo que necesitan para estar en paz. La mayor dificultad está en escucharlos y hacerles caso”.

“Los niños lo saben intuitivamente; si no les contagiamos nuestros miedos y nuestro dolor, ellos tienen la capacidad de enseñarnos EL DOLOR DESAPARECE Emuchas cosas”.

“De forma similar a los adultos, los niños dejan sus cuerpos físicos igual que la mariposa sale del capullo, y pasan por las diferentes fases de vida después de la muerte".

Significado de la vida y obra de Elisabeth Kübler-Ross en el mundo

¿Por qué ella?
No meditaba, fumaba mucho, no era vegetariana, no tenía un gurú, no había viajado a la India, etc.

“No es necesario tener un gurú ni un consejero para crecer. Los maestros se presentan en todas las formas y con toda clase de disfraces: los niños, los enfermos terminales…

Toda la teoría y toda la ciencia del mundo no pueden ayudar a nadie tanto como un ser humano que no teme abrir su corazón a otro”.EL DOLOR DESAPARECE F

Elisabeth Kübler-Ross escribió más de 20 libros, que fueron traducidos a más de 25 idiomas. También recibió más de 20 doctorados honoríficos.

Lecciones de vida
“Mis pacientes moribundos me enseñaron mucho más que lo que es morirse. Me dieron lecciones sobre lo que deberían haber hecho y no hicieron hasta que fue demasiado tarde…

Contemplaban su vida pasada y me enseñaban las cosas que tenían verdadero sentido, no sobre cómo morir, sino sobre cómo vivir”.

“¡Hazlo! No atreverte puede ser mucho más dañino que atreverte y equivocarte…

Esto último, al menos, les da a los demás algo que perdonar, lo primero no les da nada”.

EL DOLOR DESAPARECE G“Siempre me preguntan cómo es la muerte. Contesto que es maravillosa. Es lo más fácil que vamos a hacer jamás.

La vida es como ir a la escuela, recibimos muchas lecciones. Cuanto más aprendemos, más difíciles se vuelven las lecciones. Cuando se aprende la lección, el dolor desaparece”.

“La vida acabará cuando hayamos aprendido todo lo que tenemos que aprender”.

“Aunque el desenvolvimiento de la vida es cronológico, las lecciones nos llegan cuando las necesitamos. Son la oportunidad para crecer, que es la única finalidad de la vida”.

“Todo el mundo sufre adversidades en la vida. Cuanto más numerosas son, más aprendemos y maduramos.

¡La adversidades solo nos hacen más fuertes!”.EL DOLOR DESAPARECE H

“El mejor regalo que nos ha hecho Dios es el libre albedrío, la libertad. Las casualidades no existen. Todo lo que nos pasa en la vida ocurre por un motivo positivo.

He dicho que la libertad es un regalo divino. Pero esta libertad exige responsabilidad, la responsabilidad de elegir lo correcto, lo mejor, lo más considerado y respetuoso, de tomar decisiones que beneficien al mundo, que mejoren a la Humanidad”.

“Las personas más hermosas que he encontrado son aquellas que han conocido la derrota, el sufrimiento, la lucha y la pérdida, y han hallado su camino desde las profundidades.

Estas personas tienen una apreciación, una sensibilidad y una comprensión de la vida que los llena de compasión, amabilidad y solidaridad”.

EL DOLOR DESAPARECE I“Cada persona elige si sale de las dificultades aplastada o perfeccionada”.

“Yo digo que para llevar una buena vida y así tener una buena muerte, hemos de tomar nuestras decisiones teniendo como objetivo el amor incondicional y preguntándonos: ¿qué servicio voy a prestar con esto?”.

“Cada uno de los miles de pacientes con quienes comenté sus experiencias de muerte clínica temporal recordaba haber entrado en la luz y oído:

¿Cuánto amor has sido capaz de dar y recibir?EL DOLOR DESAPARECE J

¿Cuánto servicio has prestado?

Es decir, se les preguntaba cómo habían asimilado la lección más difícil de la vida: el amor incondicional”.

“Las mayores satisfacciones en la vida provienen de abrir el corazón a las personas necesitadas.

La mayor felicidad consiste en ayudar a los demás”.

“No se puede contar con el futuro, la vida está en el presente.

Hay que vivir cada día como si fuera el último”.

“Algunos se enfrentan a dificultades desde el momento en el que nacen.

EL DOLOR DESAPARECE KEsas son las personas más especiales de todas, que necesitan el mayor cariño, atención y comprensión, y nos recuerdan que la única finalidad de la vida es el amor (en referencia a una niña ciega de nacimiento y a cuya madre se le había aconsejado, tras el parto, que entregase a su hija a una institución porque no tenía remedio y a quien Elisabeth aconsejó criar y amar, y no abandonarla.

Con los años se convirtió en una prometedora pianista)”.

“No se puede sanar el mundo sin primero sanarse a uno mismo”.

“Realmente, creo que mi verdad es una verdad universal que está por encima de cualquier religión, situación económica, raza o color, y que la compartimos todos en la experiencia normal de la vida”.

EL DOLOR DESAPARECE L
 
“Hago lo que me parece correcto, no lo que se espera de mí”.


“No somos inermes partículas de polvo llevadas por el viento. Somos, todos, como hermosos copos de nieve: únicos y nacidos con un propósito específico”.

“Durante toda la vida se nos ofrecen pistas que nos recuerdan la dirección que debemos seguir. Si no prestamos atención, tomamos malas decisiones y acabamos con una vida desgraciada.

Si ponemos atención, aprendemos las lecciones y llevamos una vida plena y feliz, que incluye una buena muerte”.
EL DOLOR DESAPARECE M
“Las personas son como vidrieras. Brillan y relucen cuando hay sol, pero cuando se hace la oscuridad, su verdadera belleza se puede apreciar únicamente si hay una luz que proviene del interior.

Cuanto más oscura la noche, más luminosas las vidrieras”.

Muerte y... ¿después?
“La muerte no es algo que haya que temer.

De hecho, puede ser la experiencia más increíble de la vida. Solo depende de cómo se vive la vida en el presente.

 Y lo único que importa es el amor”.



“La muerte es solo una transición de esta vida a otra existencia en la cual ya no hay dolor ni angustia”.
EL DOLOR DESAPARECE N
“Lo único que vive eternamente es el amor”.

"Carta a un niño con cáncer" de Elisabeth Kübler-Ross

Shanti Nilaya ha publicado esta carta, que escribí en respuesta a un niño de nueve años enfermo de cáncer, y que me escribió preguntándome tres cosas:

¿Qué es la vida?

¿Qué es la muerte?

¿Por qué tienen que morir los niños?

Le escribí una sencilla carta con los colores del plumier de mi hija.

Su respuesta fue muy positiva.

Se sintió muy orgulloso de tener un libro escrito e ilustrado especialmente para él.

No solo lo compartió con otros niños, sino también con los padres de otros niños muy enfermos.


Dougy nos ha dado permiso para imprimirlo y, por mediación de Shanti Nilaya, difundirlo para ayudar a otros niños a comprender estas preguntas tan importantes.

 

EL DOLOR DESAPARECE O


Elisabeth Kübler-Ross dejó el mundo mucho mejor que lo encontró:

* Reabrió y dignificó un tema que era –y, lamentablemente, aún sigue siendo para muchos– tabú para nuestra sociedad: la muerte.

* Dejó clarísima la importancia de despedirse de los seres queridos.

* Consiguió ser una autoridad respetada científicamente en la materia, y cambió los protocolos de trato a los moribundos en hospitales de todo el mundo.

* Fundó, apoyó y dio el soporte teórico necesario a los grupos de duelo y a otros muchos grupos, así como a centros sobre estos temas.

* Transmitió con muchísima fuerza y credibilidad el mensaje de que la muerte no existe, que la consciencia permanece en una dimensión mucho más amorosa y acogedora.

* Dio claves sobre el significado de la existencia individual.

* Expresó la necesidad de vivir sinceramente para morir plenamente.

* Y, por supuesto, ayudó personalmente a miles de personas.
Tras su muerte, el mundo del pensamiento alternativo perdió una de sus voces más firmes y valientes.

Fuentes:
http://www.elisabethkublerross.com
http://unangel-org.blogspot.com
* * * * *
"Un ganso no necesita bañarse para ser blanco. Tampoco tú necesitas hacer nada sino ser tú mismo" (Lao Tsé).

 

 

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