Las representaciones antiguas de Dionisos, le figuran barbado y viril; luego se le representaría como el “eternamente joven”, imberbe y bello, de formas redondeadas y miembros flexibles.
Deidad extremadamente popular, sus mitos son tan extensos y complejos, que ya en el siglo I nos dice Diodoro de Sicilia: “Los antiguos mitógrafos y los antiguos poetas no están de acuerdo en cuanto han dicho acerca de Dionisos, y han esparcido por su cuenta tal número de relatos maravillosos, que es difícil hablar claramente del nacimiento del dios y de sus actos”. Cicerón afirma que hubo cinco dioses con el mismo nombre, y que procedían de Creta, de Egipto, de Frigia, de Tebas y del monte Citerón.
Max Müller lo emparentó con Soma, el dios hindú, pero esto es válido tan sólo para uno de sus múltiples aspectos. Hoy no podríamos afirmar el origen de esta deidad, pues si bien parece ser extranjera, en algunas formas es netamente griega. Sus versiones más antiguas las hallamos en la Tracia, como dios de la vida, de la muerte y de la resurrección de las almas en nuevo cuerpo, y de la fertilidad. Entre los frigios, desde épocas inmemoriales se lo adoraba bajo el nombre de Sabacios, hijo de Ma, la Madre Naturaleza.
Hay varios mitos clásicos sobre el nacimiento de Dionisos. Un fragmento homérico, citado por Diodoro de Sicilia, dice: “Los draconios, los ícaros expuestos a las tempestades, los habitantes de Naxos, la raza divina de los irafiotas, los que moran el Alfeo de remolinos profundos, los tebanos reclaman, ¡oh, Señor!, ser tu patria. Se engañan. Tú naciste del Padre de los dioses y de los hombres, sin saberlo la bracinívea Hera. Tú viste la primera luz en Nisa, en la cumbre de un monte elevado, cubierto de bosques floridos, lejos de Fenicia y cerca de las aguas egipcias”.
Dice otro fragmento homérico: “Cuando las Ninfas acabaron de criar a ese dios mil veces digno de ser cantado, iba errante de un lado para otro por las profundidades boscosas de las torrenteras, coronada la cabeza con tupidas ramas de hiedra y de laurel. Las Ninfas le seguían en cortejo, y él avanzaba a su cabeza, ensordeciendo la inmensa selva con el tumulto de su marcha”.
Pero estas son figuras exteriores y populares. A Dionisio-Niño se lo figuraba en los Misterios Eleusinos como a un infante que jugaba con siete juguetes, que no son otra cosa que los siete cuerpos sólidos. El esoterismo de estos cuerpos era muy grande, y el mismo Platón habla de aquellos enigmas con admiración y respeto. Dionisos tiene una aventura en la que figura Ariadna, incluida en los Ciclos del Mar Egeo. Dícese que Dionisos vio a la bella dormida en una ribera. Se enamoró de ella y la hizo su esposa. Luego escalaron el monte Drío y se desmaterializaron para la vista de los mortales.
Como presente de bodas, el dios dio a Ariadna una corona maravillosa, engarzada en piedras preciosas de la India, de tal calidad, que el mismo Hefaistos la había elaborado, y que luego se incrustó como un conjunto de estrellas entre las constelaciones. Según algunos, Zeus hizo a Ariadna inmortal, y sin embargo, los sacerdotes de Argos enseñaban una urna en donde afirmaban estaban las cenizas de Ariadna. Mucho más tarde, se emparentó a Dionisos con el vino y con la superficial alegría del amor y de la juventud, y se dijo que él había introducido la viña en Grecia desde la mítica Nisa, la que estaría en India o Etiopía.
Otros afirman que la trajo de las costas del Mar Rojo, coincidiendo con Filónides. Según Hecateo de Mileto, la viña proviene del primer tiempo posterior al diluvio. El hijo de Deucalión y Pirra, Oresteo, tenía una perra que, cavando, descubrió un tronco, el que luego de plantado empezó a dar uvas; o sea, que los hombres prediluvianos desconocían el vino. El Mito de Polifemo engañado con vino por Ulises, vendría a confirmar que los más antiguos habitantes del Globo carecían de esa “peligrosa” dádiva. El hijo de Oresteo se llamó Fitios, y el nieto Eneo, y de allí vendría el nombre griego de la viña, Eno.
Pausanias apoya esta extrema antigüedad del vino. El Láber dionisíaco se llamó en Grecia, Bipennis, y se lo presentaba envuelto en racimos de uva. Se le asociaba el Rhyton, un vaso en forma de cuerno, y el Skyphos, una taza profunda con dos asas. Cualquier ánfora u odre, en tanto eran recipientes de vino, se asociaban y consagraban igualmente a él. A medida que corre el tiempo, ya en época romana, a Dionisos se le emparentará con Ares, en un obscuro mito sobre la construcción del Laberinto y el triunfo sobre el Minotauro. El Láber, el instrumento mágico que talló el Laberinto, se le dedicará a Ares-Dionisos, como símbolo de voluntad de triunfo y de vida sobre las tinieblas y la muerte.
Dionisos, con su séquito de Faunos y de Ménades, tuvo innúmeras aventuras y un gran viaje a la India que, según Pausanias, comprobaban aún ciertos cables tendidos sobre el Éufrates, que estaban tejidos de fibras de hiedra y vid. Allí habría combatido de tres a cinco años, y vencido a los hindúes, llevándoles ciertas maravillas técnicas, y trayendo a su vez a Europa, Magia y Misterios. También relacionarían al hijo de Zeus con el mismo toro, y con la abeja, cuyo simbolismo de vitalidad, dulzura, música y trabajo retomaría Napoleón dos milenios después.
De los árboles frutales se le asociaban: el manzano, el nogal, pero sobre todo la higuera, con cuya madera se construyeron xoanones antiquísimos de época clásica y helenística. La rosa era su flor, lo que lo emparentaría en Roma con los Misterios de la Madre del Mundo, Isis. Las Ménades o Bacantes eran realmente las antiguas Ninfas y mujeres sagradas. Por extensión, recibirían este nombre todas las jóvenes que más tarde intervendrían en su culto. En compañía de los Silenos, tienen el simbolismo de ser como espíritus de la naturaleza, que vivificarían todas las cosas, y en especial las vides, emblemas de por sí, de la ubérrima Vida. Sátiros y Silenos han sido representados por los grandes maestros de la plástica, y bástenos citar al Sátiro de Praxíteles, del Museo de las Termas de Roma, y el Fauno, del mismo autor, del Museo Capitolino.
Desgraciadamente la mojigatería de los siglos pasados, ha agregado a muchas de estas extraordinarias esculturas, ridículas hojas de parra en los lugares pudendos, o restauraciones impropias que las desnaturalizan. Asimismo, debe tenerse en cuenta que las Fiestas Dionisíacas se efectuaban en todo el territorio griego, y luego en la llamada Magna Grecia, y que, en cada lugar, las ceremonias asumían coloraciones locales y asimilaciones mitológicas propias.
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