Liberación de Cascorro (9 de octubre de 1896)

Con la sangre golpeándole en las sienes y el corazón latiendo como si quisiera salírsele del pecho, la mirada fija

 

en el punto que ha decidido alcanzar y la mano derecha asida con fuerza al final de la escala que le facilitará saltar fuera de la trinchera, Eloy siente que estos pocos segundos que le separan de la muerte se han vuelto tremendamente largos y que su vida, como un sueño revivido, pasa lentamente por delante de sus enrojecidos ojos.

Siente el frío de aquella noche del 1 de diciembre de 1868, cuando su madre, Luisa García, después de cubrirle la cara de besos y abrazarle mil veces contra su pecho, se alejó llorando Mesón de Paredes (*) abajo después de tirar del llamador de la puerta de la inclusa madrileña.

Entre las ropas que abrigan al niño, Luisa ha dejado una nota rogando a las monjas que, cuando lo cristianen, le pongan de nombre Eloy Gonzalo García.

Poco tiempo estuvo el pequeño en aquel albergue.

Pasados nueve días, fue recogido por Braulia Miguel, esposa de Francisco Reyes, un buen hombre, de profesión guardia civil.

Pasa sus primeros años de vida en la casa-cuartel del puesto de San Bartolomé de Pinares, y su adolescencia, en Robledo de Chavela y Chapinería, posteriores destinos del cabeza de familia.

En diciembre del 89, cumplidos los veintiuno, el mozo es llamado a filas, causando alta en el Regimiento de Dragones "Lusitania" número 12.

De carácter reservado y muy trabajador, en pocos meses luce en la manga los galones de cabo.

Seguramente influido por el ambiente familiar, decide encauzar su futuro como agente del orden y, en 1892, ingresa en el Real Cuerpo de Carabineros, siendo sus primeros destinos las comandancias de Estepona y Algeciras.

Todo parece transcurrir con normalidad en la vida del joven guardia que, ilusionado, comienza los preparativos para contraer matrimonio.

Pero le llegan ciertos rumores que le hacen desconfiar de su novia y, puesto en alerta, descubre que ella le es infiel con un teniente.

Por enfrentarse a este oficial es encontrado culpable de un delito de insubordinación y sentenciado a la pena de doce años de reclusión en un presidio militar.

En noviembre de 1895, acogiéndose a un Real Decreto que suspende las condenas de aquellos que marchen a la guerra que España sostiene en Cuba, Eloy Gonzalo embarca hacia la isla caribeña.

Una vez allí, es encuadrado en el Regimiento de Infantería "María Cristina" número 63, de guarnición en la plaza de Puerto Príncipe.

Al llegar a la isla, la situación que se encuentra no es nada halagüeña:

La provincia de Camagüey atraviesa una situación extremadamente grave, pues miles de insurrectos, espoleados por Máximo Gómez y Calixto García, cabecillas del movimiento independentista, hostigan las posiciones españolas.

El 22 de septiembre de 1896, cuando el batallón donde presta servicios Eloy Gonzalo se encuentra en el puesto de Cascorro, una pequeña aldea situada a corta distancia de Puerto Príncipe, el destacamento es cercado por más de 3000 rebeldes cubanos.

Las fuerzas españolas, 170 hombres, están al mando del capitán don Francisco Neila y Ciria, un experimentado militar que ya cuenta en su hoja de servicios con dos cruces rojas al mérito en combate.

Infortunadamente, la distribución del poblado favorece la estrategia de los sitiadores.

Unas casas protegen a los insurrectos, los cuales disparan a cubierto desde allí sobre los soldados españoles.

El capitán Neila ordena realizar un contraataque con el propósito de desalojar estas construcciones pero, en una de ellas, los españoles son rechazados.

El tiempo se agota y los certeros disparos de la artillería rebelde hacen estragos en el destacamento.

Pese a lo comprometido de la situación, el capitán Neila desoye las propuestas de rendición que le transmiten los sitiadores.

¡El día 26, la defensa se hace insostenible!

La única solución es destruir la casa desde la que son batidos por el fuego enemigo.

Eloy se presenta voluntario para llevar a cabo una acción temeraria: aprovechará las sombras de la noche para arrastrarse hasta la casa e incendiarla.

El capitán Neila sabe que es una misión suicida y así se lo hace saber al muchacho, pero este insiste, convencido de poder realizarla.

El cabo Eloy Gonzalo observa los movimientos del enemigo desde el parapeto.

El capitán Neila está junto a él.

Sorprendentemente, todo está en silencio.

A una señal convenida, en el extremo opuesto de la posición, el teniente Perier ordena a su sección abrir fuego; pretende así atraer la atención de los mambises lejos del punto por donde saltará el cabo.

El capitán le ayuda a colocarse el fusil a la espalda y le tensa la correa para que no le moleste mientras se arrastra por el suelo polvoriento.

Eloy se ajusta la cuerda que un sargento le ha anudado a la cintura. Quiere, si le matan, que sus compañeros recuperen su cuerpo.

¡Ahora!, le susurra su capitán, y Eloy salta del parapeto y desaparece en la obscuridad.

Monumento a Cascorro

Monumento en el Rastro madrileño.
Título: Monumento a Eloy Gonzalo "Cascorro", 1902.

Tras una angustiosa espera, los españoles observan cómo la casa queda envuelta en un espeso humo blanco y, a continuación, la noche se ilumina por las llamas que devoran la construcción.

La confusión que se crea en las filas rebeldes permite al cabo Eloy Gonzalo regresar indemne con los suyos.

La alegría de los soldados españoles es inmensa y, animados por la hazaña de su compañero, realizan una audaz salida que sorprende a los sitiadores, causándoles gran cantidad de bajas.

Estos, al quedar sin lugares donde guarecerse, abandonan el cerco.

Tal día como hoy (un nueve de octubre), tras 18 duras jornadas de combate, una columna de refuerzos mandada por el general don Adolfo Jiménez Castellanos llega al poblado y ordena relevar a sus denodados defensores.

Por su extraordinaria acción, el Ministerio de la Guerra concedió al cabo Eloy Gonzalo García la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo y le asignó una pensión mensual vitalicia.

Cuando los periódicos difundieron la noticia, las muestras de afecto se multiplicaron por toda España.
Placa de la plaza
El pueblo de Madrid, orgulloso de su vecino, quiso rendirle un homenaje de admiración sufragando un monumento en su honor en el barrio del Avapiés (hoy Lavapiés).

Y allí, en el popular Rastro, se erigió una bellísima estatua que representa al valiente cabo, que ya sería por siempre conocido como "El héroe de Cascorro".

* Mesón de Paredes:
Tiene su entrada por la plaza del Progreso y la salida a la Ronda de Valencia.

En el plano de Texeira se denomina calle del Mesón la parte comprendida entre la plaza del Progreso y el convento de monjas de Santa Catalina de Sena, y desde este sitio al final, calle de Cabestreros.


Placa del mesón de paredesEn el plano de Espinosa llámase del Mesón de Paredes al primer trozo indicado; de la Hoz Alta, desde el lugar de las citadas monjas hasta la calle del Tribulete, y de la Hoz Baja el resto.

Es curioso el litigio entablado en 1628 entre el licenciado Pedro Pérez de Saavedra y Andrés Frutos, alfarero, que defendió los derechos de la villa sobre un terreno de la indicada calle, que el licenciado pretendía hacer pasar como suyo.

En 1790 se cedió una parcela a las Escuelas Pías, y en 1803 se vendió otra al mismo establecimiento de enseñanza.

Se conservan antecedentes de construcciones particulares desde 1702.

Viene el nombre de esta calle de un antiguo mesón, propiedad de Miguel Simón Paredes, uno de cuyos descendientes, D. Juan Paredes, fue guarda del rey D. Juan II.

Esta calle se prolongó en 1868 hasta la Ronda de Embajadores.

Hay una fuente del Viaje bajo Abroñigal.

La inclusa
La cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y de las Angustias, establecida en el convento de la Victoria el año 1567, contando con fondos sobrantes después de cubiertas las necesidades de su instituto, determinó, en ocho de mayo de 1572, atender al recogimiento de niños expósitos, abandonados en los portales y atrios de las iglesias a la caridad pública.

En 1586 se estableció con el objeto indicado un hospitalillo en la Puerta del Sol, entre las calles de Preciados y del Carmen.

Quintana dice que en San Luis había otra cofradía con el mismo propósito, y que ambas se refundieron en una en el último año indicado.

En 1800 se trasladó la inclusa a la calle del Soldado, a la casa llamada Galera Vieja (antiguo cuartel del Soldado); algún tiempo después pasó a ocupar el edificio actual.

El nombre de inclusa, según Quintana, proviene de una imagen que se veneraba en su capilla, la cual había sido traída por un soldado de la ciudad de Enckuissen (Holanda), en tiempo de Felipe II.

El Colegio de Niñas de la Paz fue fundado por la marquesa de Feria, doña Ana Fernández de Córdova y Figueroa, por medio de un testamento otorgado el 19 de septiembre de 1679, encargando a su segundo marido, D. Pedro Antonio de Aragón, que llevase a cabo el pensamiento.

El colegio tenía por objeto recoger e instruir a las niñas que, una vez criadas, quedaban fuera de la protección de la inclusa, por no tener este establecimiento medios de socorrerlas.

Al efecto, se compró una casa en la calle de Embajadores, y se edificó el colegio que hoy existe unido a la inclusa.

Escuelas Pías de S. Fernando
Los primeros escolapios italianos que vinieron a Madrid con objeto de fundar un colegio no pudieron conseguir su deseo.

Por el mes de febrero de 1725 llegó el padre Juan de la Concepción, natural de Ávila, a solicitar licencia del Real Consejo de Castilla para fundar un Colegio de Escuelas Pías en Almodóvar del Pinar, villa de la provincia de Cuenca y, no habiendo podido conseguirlo, permaneció en la corte tratando algunos asuntos de la corporación.

El padre Juan de la Concepción estaba hospedado en el hospital de los italianos, hasta que, por el mes de agosto de 1729, fue nombrado capellán de la ermita de Nuestra Señora del Pilar, perteneciente a la parroquia de los Santos Justo y Pastor...

Careciendo de recursos, los solicitó con el fin de repararla y abrir una escuela para los niños del barrio, en compañía de otro religioso escolapio.

Por aquella misma época vinieron a Madrid el padre vicario general y el padre Tomás de San José, hospedándose los dos con el padre Juan en el hospital de italianos, y, mientras se disponían las cosas para trasladarse a la ermita de la Virgen del Pilar, se fueron a una casa contigua a las minas de S. José, en la calle de Embajadores.

Aquí estuvieron con mucho trabajo, y a más de las incomodidades de la habitación, sufrieron las burlas de los muchachos.

Puesto en condiciones el nuevo local, se trasladaron a él y pusieron en obra la primera Escuela Pía, para lo cual aprovecharon el pórtico de la capilla, que era muy pequeño...

Llegada la apertura de la escuela, acudieron 102 niños, y a los pocos días eran ya tantos que tuvieron que aprovechar el cuarto del capellán de la ermita para hacer una nueva escuela.

Fuentes:
http://www.lavapies.com
http://efemerides.zoomblog.com
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"Cuando era un niño, quería cambiar el mundo; cuando fui joven, me di cuenta de que tenía que cambiar mi país; de adulto, mi familia; y ahora que voy a morir, he comprendido que si hubiera cambiado yo, habría cambiado el mundo" (Gandhi).