Madame Tallien, una dama española en el horror de la Revolución francesa.

Salvadora de mucha gente que, como ella, iba a ser guillotinada, su afán de proteger a los más desgraciados la hicieron

popular en toda Francia (1773-1835).

Hija de Francisco Cabarrús.

Imagen de la portada: retrato por François Gérard (1804)

Teresa Cabarrús, también llamada Madame Tallien y Notre-Dame de Thermidor, burguesa, revolucionaria y princesa.

Nació el 31 de julio de 1773 en el castillo de Carabanchel de Arriba, cerca de Madrid (España), y murió el 15 de enero de 1835 en el castillo de Chimay, en Hainaut (Bélgica).

Hija del conde español Francisco Cabarrús, Ministro de Finanzas de José Bonaparte, y de la dama valenciana  Antonia Galabert.

Su padre, Francisco Cabarrús Lalanne (nacido en Bayona, Francia, en 1752 y fallecido en Sevilla, en 1810):

Fue financiero de origen francés nacionalizado español. Forjó una sólida posición en Hacienda. En 1780 creó los vales reales y fundó el “Banco de San Carlos” (antecesor del Banco Nacional de España).

Fue consejero de Hacienda de Carlos III. En 1789 Carlos IV le otorgó el título de conde de Cabarrús.

Ministro de Hacienda en el reinado de José Bonaparte.

Sinopsis
Durante su infancia recibió una educación cuidada con mucho esmero. Con doce años sabía expresarse en castellano, latín clásico, francés e italiano.

Tocaba muy bien el arpa y dominaba el dibujo.

Destacó por su gran belleza y su pasión por el traje rico y elegante.

Para alejarla de los pretendientes que la acosaban en Madrid, su padre la envió a París, en 1785.

Fue educada en un convento acorde con su nuevo estatus social.

Desde el primer momento, Teresa se siente atraída por la sociedad francesa.

Aprende modales de señorita y a saber comportarse.

Se hizo querer por su carácter alegre, su educación, su gracia y sus modales.

La belleza de Teresa CabarrúsPronto empiezan a lloverle peticiones de boda.

Sufre el primer desengaño amoroso.

Es rechazada por su inferior categoría social.

Se dedicó a vivir intensamente.

Conoce a Jean-Jacques Devin de Fontenay, hijo de una familia aristócrata y rica.

Se casa en el año 1787 con tan solo 14 años.

Con su marido, frecuenta los salones parisinos con gran éxito, llevando el escudo nobiliario de la familia Fontenay.

En su casa abundaban las fiestas. En ella se reunían las personas más interesantes con revolucionarios.

Teresa pronto se apasionó con las tendencias políticas y sociales, simpatizando con las ideas de la Revolución.

Esto provocó un distanciamiento con su marido. Se divorciaron en 1793.

Teresa Cabarrús se fue a Burdeos tras su separación. Fue arrestada por violar el toque de queda.

Consiguió la libertad, tras convertirse en la amante de Jean-Lambert Tallien (jacobino revolucionario), seducido por su belleza.

Burdeos
Teresa Cabarrús fue encarcelada en la prisión de la Force y condenada a muerte. Allí encontró a Josefina de Beauharnais, quien desde entonces habría de ser una de sus más íntimas amigas.

Sus carceleros, enseñándole la guillotina, le decían: “Dentro de tres días tú estarás ahí en persona”.

Escribió una carta a Tallien: “Me dicen que de un momento a otro voy a la guillotina. Tu cobardía es la que me va a matar”.

Esta nota la salvó de la guillotina y precipitó la caída de Robespierre.

¡Fue apodada Nuestra Señora de Termidor!

En 1794 se casa con Tallien, al que dio varios hijos, entre ellos una niña cuya madrina fue Josefina de Beauharnais. Se divorcian en 1802 por infidelidades de Teresa Cabarrús.Josefina Bonaparte

Fue una mujer muy influyente durante el régimen del Directorio, y su salón adquirió celebridad, aunque durante el Imperio fue excluida de los salones imperiales porque Napoleón consideraba escandalosa su conducta.

Se casa con el conde de Caraman, después príncipe de Chimay, en 1805, al que dio varios hijos y fue ejemplarmente fiel.

"De cómo Teresa Cabarrús acabó con el terror revolucionario de Robespierre, y con Robespierre mismo"

31 de julio de 1737. En Carabanchel Alto el calor se hace notar más, quizás, que otros días. Ese día, y en ese barrio madrileño, va a nacer una niña bajo el signo de Leo, símbolo de la audacia y de la valentía.

Nadie se podía imaginar entonces que ella iba a ser la mano invisible destructora del terror que la Revolución impuso en Francia entre los años 1792 –y 1794.

Esta es la breve historia de una bella mujer, Teresa Cabarrús, que nació burguesa, se hizo revolucionaria y murió siendo princesa.

Nació burguesa
Su padre, D. Francisco Cabarrús, había nacido en Bayona, pero siendo muy joven se fue a Zaragoza, trabajó en los negocios del señor Galabert y, pronto, se nacionalizó español.

¿Qué le hizo cambiar de residencia y de  nacionalidad?

No lo sabemos, pero las ideas revolucionarias que estaban impregnando la sociedad francesa pudieron ser una de las causas. España, entonces era un país vecino y tranquilo.

Hombre trabajador, serio y nada tonto, se casó con la hija de su patrón, y con los ahorros obtenidos con su trabajo y la poca o mucha dote (nunca sabremos cuánta), quiso probar fortuna y se decidió a poner una fábrica de jabón en Carabanchel Alto.

Al poco tiempo, nació la protagonista de esta historia.

Cabarrús, hombre de negocios e ilustrado, que suele ser una buena combinación para abrirse camino en la vida, pronto hizo amistades en el entorno del Gobierno, y así llegó a entablar amistad con Argüelles y Floridablanca, entre otros, a los cuales les transmitió la idea de la emisión de vales o bonos reales.

Se hizo un tanteo experimental, y los resultados fueron tan buenos que Cabarrús adquirió una excelente fama como financiero y economista.

Después del éxito obtenido con los bonos reales, propuso crear el Banco de San Carlos, del cual fue director. Este banco, andando el tiempo, se transformó en el Banco de España, después de muchas vicisitudes y cambios de nombre:

Banco de San Fernando, fusionado luego con el posterior Banco de Isabel II, para dar lugar al definitivo Banco de España.

Pletórico de ideas, contribuyó a la creación del Comercio de Filipinas, siendo nombrado miembro del Consejo de Hacienda.

Estas dos empresas fueron fuertemente combatidas por Mirabeau, paisano de Cabarrús y una de las más brillantes figuras de la Revolución francesa, pero, a pesar de todo, tuvieron algún éxito.

A la muerte de Carlos III, la envidia y las rivalidades políticas de los miembros del nuevo Gobierno, que le acusan de malversación de fondos, acaban con Cabarrús en la cárcel, donde permaneció durante dos años.

Al final, se pudo demostrar la honradez del preso, y fue puesto en libertad en 1792.

Carlos IV comprendió el error y la injusticia que se habían cometido con él, y le recompensó concediéndole el título de conde.

Nos imaginamos y sabemos que, siendo Teresa hija de D. Francisco Cabarrús, recibió una educación cuidada con el mayor esmero.

Chica espabilada esta pequeña Teresa, que no en balde poseía una carga genética heredada de un trabajador infatigable, genial creador de corrientes económicas y listo en las finanzas.

A su ensalzada hermosura habría que añadir una envidiable cultura. Llegó a dominar, además de su buen castellano, el latín, el francés y el italiano.

Si debemos creer lo que nos cuentan sus biógrafos, tocaba bastante bien el arpa y dominaba el dibujo. Una mujer así no podía escapar al interés de los hombres.

Y con su primer amor llegó su primer desencanto. El amor suele prometer alegrías y pronto nos trae dolor.

Amor imposible el primer amor de Teresa, porque el príncipe Lutenay estaba destinado a casarse con la hija del embajador de Francia en Madrid.

Lutenay y Teresa estaban tan enamorados que se hizo necesaria la intervención paterna para evitar problemas diplomáticos.

El padre de la joven impuso su autoridad, y con ella, la solución: envió a su hija a París, con la disculpa de que debía ampliar su educación y perfeccionar el idioma francés.

Se hizo revolucionaria
En París vivía Madame de Boisgeloup, viuda de un amigo del conde, que acogió a Teresa con enorme cariño. Teresa era una niña que se hacía querer por su carácter alegre, su educación, su gracia y sus modales.

Fue en esta mansión y en una fiesta de invierno donde conoció a su futuro marido, el marqués de Fontenay. Puñetero y mujeriego Fontenay. Teresa tenía entonces 15 preciosos años.

Al principio fue, como siempre, todo felicidad. En casa de los Fontenay abundaban las fiestas. Allí se reunían las personas más interesantes con los revolucionarios del momento:

Mirabeau, Chanfort, Vergniaud, los Lameth y tantos otros que gozaron de la acogida y simpatía del joven matrimonio.

Las conversaciones inevitables del momento eran las ideas revolucionarias que por entonces se cocían en todo París.

Todas las revoluciones las inician los idealistas y las termina un tirano. Teresa pronto se apasionó con estas nuevas tendencias políticas y sociales, pero no así su aristócrata marido.

Al poco tiempo, comienza el distanciamiento entre los esposos, debido no solo a sus divergencias políticas, sino a los variados vicios del marqués, entre los que destacaban el juego y el mujerío, este último a tal grado que tenía la desfachatez de llevar a su amante a su propia casa, y no precisamente de visita.

Motivos, todos ellos, suficientes y más que suficientes para desembocar en un divorcio, firmado de común acuerdo el 5 de abril de 1793.
Teresa, con veinte preciosos años, volvió a recuperar la soltería.

Antes ya habían pasado muchas cosas en Francia.

El intento de huida de Luis XVI.

Las matanzas en el Campo de Marte, en julio de 1791.

La toma de las Tullerías por las masas populares.

La instauración de un Tribunal criminal extraordinario con el que se inicia el primer Terror.

El proceso de Luis XVI, entre noviembre de 1792 y enero de 1793, que terminó con la ejecución real el 21 de enero del mismo año.

Todos estos acontecimientos y muchos más hacen pensar al marqués de Fontenay que lo mejor es poner agua por medio, y sale para Martinica, en el mar Caribe.

Por otra parte, Teresa empieza a ver con preocupación y profunda pena el horror de la Revolución, y decide instalarse en Burdeos. Los que ayer eran rebeldes, hoy se han convertido en déspotas.

Carlota Corday, otra heroína, acaba de despenar a uno de ellos, Marat, feroz asesino que desempeñó un importante papel en las matanzas de las cárceles de París y en la ejecución de la caída de los girondinos en junio de 1793.

La casualidad quiso que Teresa encontrara allí a un antiguo contertuliano de aquellos días felices de reuniones y fiestas en sus salones de París.

Se trata de Jean Lambert Tallien, joven sanguinario que se dedica a trasladar el terror parisino a la ciudad de Burdeos. Teresa queda horrorizada con lo que le cuentan.

Tallien, joven, bello, ufano de su crédito, se vanagloria de su amistad con Danton.Jean L. Taillen

o

En ocasiones se comporta con crueldad y otras veces se muestra indulgente. Hace temer la venganza a unos y esperar conmiseración en otros. Quiere hacerse temer y adorar a un tiempo.

Su padre era el criado del marqués de Bercy, aunque las malas o buenas lenguas solían afirmar que era hijo del propio marqués.

De modo que el joven Tallien conserva en la República los gustos, la elegancia, el orgullo y hasta la corrupción de la aristocracia.

Y Tallien queda prendado de la belleza de esta mujer que le recrimina sus crímenes y consigue arrancar víctimas al verdugo llevada por su buen corazón y nobles sentimientos.

Tallien, empujado por el amor hacia Teresa, cesa en la misión horrible que se le había confiado. Un escritor francés de la época escribe:

"Burdeos no olvidará nunca de la hermosa y compasiva dama sus esfuerzos en pro de la Humanidad en la época luctuosa en que la proscripción se extendía por toda Francia y nadie veía ya en el departamento de la Gironda seguras su hacienda y su vida".

Teresa tiene entonces veinte años. Nacida en Madrid, de madre valenciana, esconde en su persona el fuego del mediodía, la languidez del norte y la gracia de Francia.

Reúne la belleza de todos los climas; sus encantos son poderes, poderes para dominar a los que avasallan el mundo y para tiranizar el alma de los tiranos.

El amor de aquella mujer consiguió atenuar el terror. Y el genio entusiasta de Burdeos se mostró risueño al proconsulado oriental de Tallien.

Danton y RobespierrePronto Tallien se hace sospechoso ante los ojos de Robespierre, y sobre todo de sus secuaces, los Dumas, los Henriot, los Payan, y muchos otros que no cesaban de pedir más sangre.

Robespierre, por otra parte, está ya harto de tantos crímenes. Se revuelve su conciencia, pero la política está por encima de su conciencia.

Se encuentra arrastrado por las circunstancias y por su afán de ser el "ser supremo" que pueda dirigir, según sus ideales, por el buen camino a la Revolución, y para ello precisa de sus sanguinarios colaboradores, que le siguen ciegamente.

Los asesinatos en Burdeos han disminuido alarmantemente y Tallien es el culpable, inducido por su amiga Teresa.

Solución: Tallien es llamado a París con urgencia y Teresa es reducida a prisión por orden directa de Robespierre.

Los encargados de tamaña estupidez son Borlanger y Lavallet, que la llevaron a presencia de un Comité Revolucionario, el cual, para torturarla más todavía, la tuvo sentada en el banquillo durante todo el día, comiendo delante de ella sin darle agua ni comida, que para el hombre cruel siempre resulta divertido el torturar a sus semejantes.

La guillotinaAl cabo de muchas horas, y cuando lo consideraron oportuno, la llevaron al primer calabozo, y al pasar por la plaza de la República, donde la guillotina no paraba de hacer su función, la obligaron a sacar la cabeza por la ventanilla, diciéndole:

"Dentro de tres días tú estarás ahí en persona".

Recorrió doce prisiones diferentes y, al fin, fue encerrada en la Force, prisión destinada a asesinos, y una de las peores de París. En este calabozo estrecho y oscuro, estaban encerradas tres mujeres.

Tres jóvenes bellezas. Una de ellas era la señora de Aiguillon, esposa de un hombre ilustre; la sangre de su familia humeaba todavía en el cadalso.

Otra era Josefina Tacher, viuda del general Beauharnais, guillotinado hacía poco tiempo por haber sido derrotado su ejército. Josefina Tacher, viuda del general, que se casaría luego con Napoleón.

Por último, la más hermosa de todas: Teresa, la amante de Tallien.

No sabemos nada de la Sra. de Aiguillon, pero sí de sus dos amigas y compañeras de infortunio.

El azar las rescató de estar a las puertas de la guillotina para llevarlas a los escalones más altos de la sociedad. A veces ocurre lo contrario, pues los caprichos de la Historia, a menudo variables y cambiantes, son inescrutables.

El Comité de Salvación Pública encerró a Teresa por sospechas de ejercer todavía influencia sobre Tallien. Se entabló una estrecha amistad entre Teresa y Josefina.

Esta última estaba predestinada al trono, adonde la llevaría el amor del joven Bonaparte. La otra iba a trastornar la República, inspirando a Tallien el valor de atacar a los comités en la persona de Robespierre.

En las paredes del calabozo podían leerse cifras, iniciales, nombres llorados o implorados y aspiraciones amargas a la libertad perdida. Que el verdadero valor de la libertad se obtiene cuando esta falta.

En la pared de aquel inmundo calabozo se podían leer, muchos años después de estos terribles acontecimientos, inscripciones tales como:

"Hoy hace cuarenta días que estamos encerradas", o "Libertad, ¿cuando dejarás de ser palabra vana?".

En otro sitio: "Dicen que saldremos mañana". Más allá: "Una esperanza", y un poco más abajo tres firmas juntas: "Ciudadana Tallien, ciudadana Beauharnais, ciudadana D`Aiguillón".

Jamás se habían reunido en tan lúgubre sitio y al mismo tiempo, la juventud, la hermosura y el amor.

Cuando Teresa llegó a la cárcel, bien para mayor escarnio o bien para alegrar la vista de aquellos sicarios con el bello y joven cuerpo de la mujer, la obligaron a desnudarse del todo, y una vez recorrido su cuerpo con la vista lasciva, le devolvieron la camisa y un traje de gruesa tela.

Teresa estaba indignada y desesperada, pero consigue a través de buenas y piadosas manos, enviar algunas notas a Tallien.

Este le contesta con otras misivas dándole ánimos, asegurando que lucha por ella y que la arrancará del peligro. El siete de Termidor (25 de julio), Teresa escribe a su enamorado una nota que ha pasado a la historia.

En ella impreca:
"Me dicen que de un momento a otro voy a la guillotina. Tu cobardía es la que me va a matar".

Y lo que no ocurre en un año, ocurre en un instante. Porque esta nota no solo la salvó, sino que fue la que determinó el destino del terrible Robespierre.

Tallien recibe la noticia de que, en efecto, su adorada Teresa está en peligro, y decide actuar de inmediato poniendo en marcha su plan de ataque largamente meditado.

Él, como otros muchos amigos de la Convención, no se encontraba seguro de escapar a la furia del tirano.

Ante esta situación, Tallien consigue reunir a su alrededor a los más significados.

Una vez convencido del apoyo de los conjurados, decide atacar a Robespierre en las sesiones tumultuosas y violentas del 8 y 9 de Termidor (26 y 27 de julio de 1794), exactamente al día siguiente de recibir la histórica nota.

La palabra de Tallien sale segura de sus labios, lanzando las más terribles acusaciones contra Robespierre.

Este, al tratar de defenderse, encuentra la voz de Tallien, que ahoga la suya no dejándole hablar.Una de las sesiones

Llega un momento en que saca un puñal y lo coloca amenazante en el pecho del tirano, y no ceja hasta conseguir el voto de arresto del que hasta entonces había sido árbitro del Gobierno.

A las voces de “¡muera el tirano!”, acudieron los soldados al mando de Barrás.

–¿Quién es el tirano? –preguntaban.

–¡Ese es! –gritó Leonardo Bourdón quien, colocado detrás del pelotón, agarró con la mano derecha el brazo izquierdo del gendarme Meda, armado con una pistola y disparó a Robespierre.

Cayó este con la cabeza adelante sobre la mesa, tiñendo con sangre la proclama para la insurrección del pueblo, que dudaba en firmar.

Esta es, al menos, la versión de Lamartine, si bien Thiers afirma que fue el propio Robespierre quien quiso suicidarse, pero el disparo le salió desviado y le produjo una herida que traspasó el labio inferior y le rompió los dientes.

Sus fieles colaboradores, entre los que se encontraban Couthon, que al intentar levantarse, vaciló sobre las muertas piernas y cayó debajo de la mesa, y Saint-Just, que permaneció sentado, mirando con altivez a sus enemigos y con tristeza a Robespierre, Fleuriot, Payan, Dupley y ochenta miembros del Ayuntamiento, fueron apresados por Barras y sus gendarmes, atados y conducidos a la Convención.

Sólo Coffinhal logró escapar en medio de la confusión; bajó corriendo a una sala que tenía salida del Palacio Municipal y se refugió en el río Sena, en un barco de lavanderas.

Pero, posiblemente el hambre, la angustiosa soledad, el miedo a ser delatado por las mujeres o vaya usted a saber por qué, le obligó a salir y fue descubierto al día siguiente.

Robespierre, en la Convención, fue depositado sobre una mesa. La multitud, desde lo alto de los bancos, contemplaba al tirano.

Los ujieres de la Convención lo mostraban a los espectadores como una fiera enjaulada.

Legendre, antiguo adulador de Robespierre, se acercó como otros a insultarle, que el adulador da cobijo en sus entrañas a la traición.

El antiguo tirano, ahora abatido, se fingía muerto para hacer oídos sordos a los insultos de que era objeto.

Toda revolución en la que quedan impunes los crímenes, la insolencia y el desprecio a la libertad está condenada a hundirse en el abismo.

Después de exponer al vencido a las explosiones de cólera de la tribuna contra él, que instituyó el terror como sistema, lo que en realidad es una prueba de debilidad, un reflejo del temor que roe el alma a quien lo despliega, una necesidad del hombre desesperadamente perdido, que sólo de esa forma encuentra un camino, falso camino de salida, Robespierre es trasladado al Comité de Seguridad General, donde le esperaban sus más implacables enemigos:

Billaud, Collot y Vadier a cuyas preguntas él sólo responde con miradas.

Terminado el interrogatorio fue trasladado al Hotel Dieu, donde los cirujanos curaron su herida.

Tanto él como su hermano y sus amigos, el borracho y asesino Hanriot, Saint-Just, Couthon, el alcalde Fleuriot-Lescot, Payan, Dumas, Vivier, presidente de los jacobinos, la vieja Lavalette, y Duplay, con su mujer y sus hijas, sus patrones de muchos años, son conducidos al Tribunal Revolucionario, cuyo presidente, Fouquier-Tinville, lee los decretos de "fuera de la ley", sin atreverse a mirar a Dumas, que había sido su colega en el Tribunal Revolucionario, ni a Robespierre, que había sido su protector.

A las cinco de la tarde, "a las cinco en punto de la tarde..., " fueron conducidos al cadalso.

Los familiares y amigos de los que habían sido guillotinados, gritaban a su paso:

“¡A la muerte! ¡A la guillotina...!”. Pero el pueblo, poco numeroso y sombrío, miraba sin manifestar sentimiento ni satisfacción.

Lamartine nos relata los últimos momentos:
"Llegados al pie de la estatua de la Libertad, los ejecutores llevaron a los heridos a la plataforma de la guillotina.

Ninguno dirigió al pueblo una palabra ni una reconvención, pues leían su sentencia en la actitud de asombro de la muchedumbre.

RobespierreRobespierre subió con paso firme los escalones del patíbulo, los ejecutores le arrancaron el vendaje que envolvía su rostro para que el lienzo no mellara el filo de la cuchilla, y el dolor físico le arrancó un rugido que resonó en las extremidades de la plaza de la Revolución.

La multitud miró en silencio y, un momento después, se oyó el golpe sordo de la decapitación y la cabeza de Robespierre cayó.

Una prolongada exclamación de la muchedumbre, seguida de un inmenso aplauso, sucedió al golpe de la cuchilla.

Entonces Saint-Just apareció al pie del cadalso, alto, delgado, con la cabeza inclinada, los brazos atados y los pies sobre la sangre de su maestro, diseñándose su elevada y delicada estatura en el cielo, alumbrado por el último crepúsculo de la tarde.

Murió sin abrir los labios, llevando la aceptación o la protesta interior a la muerte. Tenía veintiséis años y dos días.

Los veintidós troncos de los ajusticiados fueron echados confusamente en el carro con el cadáver de Lebas".

Lebas se había suicidado antes de un tiro en el corazón, cayendo muerto en los brazos del hermano menor de Robespierre.

En septiembre, Tallien sufrió un atentado de uno de los partidarios del sistema caído, afortunadamente para él sin consecuencias.

El 26 de diciembre de ese mismo año (1794) Teresa y Tallien contraían matrimonio.

Tallien se alejó un poco de la política, aunque fue enviado poco después como comisario de la Convención, al frente con el general Hoche.

En su ausencia, Teresa, que no puede vivir sin alguien a su lado, se convierte en la amante de Barras y luego en la del financiero más rico de la época, el señor Ouvrad.

Tallien no puede tolerar tanta infidelidad y solicita el divorcio, que se efectuó en abril de 1802.

En noviembre de 1804, por mediación de Fouché y de Talleyrand, se le concede el puesto de cónsul en la ciudad de Alicante. La guerra de 1808 acaba con la tranquilidad que había disfrutado en España.

Fue perseguido durante la Restauración de la monarquía, pero logró el perdón del monarca (Luis XVIII) gracias a una humilde carta en que imploraba sus bondades y exponía el estado lamentable en que se encontraba, pues había perdido un ojo, y la gota le mantenía imposibilitado durante meses enteros.

Al final, fue la buena Teresa la que le socorrió, cediéndole "La Chaumiere", casa de aspecto rústico situada en un extremo de París, donde transcurrieron sus primeros meses de matrimonio.

Allí murió el famoso revolucionario, a los 53 años, el 16 de noviembre de 1820, solo, sin más compañía que su criada.

Turquan dice que falleció llevándose ante Dios las cadenas rotas de unos cuantos millares de presos.

...y murió siendo princesa

La fama de Teresa como salvadora de mucha gente que iba a ser guillotinada, así como su afán de proteger a los más desgraciados, la hicieron muy popular en toda Francia, y a pesar de sus amores y de sus divorcios, el conde de Caraman, también banquero, después príncipe de Chimay, se enamoró perdidamente de ella, casándose al poco tiempo, en 1805.

Tiene ella 32 años y entra en el nuevo matrimonio con cuatro hijos que tuvo con Tallien, y con la serenidad y la sensatez que le dan los años vividos.

El nuevo matrimonio es feliz. El príncipe de Chimay consigue hacer amable la vida del hogar, aceptando con cariño a los cuatro hijos de Teresa, y ella se convierte en una esposa ejemplar.

Treinta años después, al cumplir los sesenta y dos, moría princesa, en el Palacio de Chimay, rodeada de sus hijos y amigos más íntimos...

Respetada por todos, y recordada por lo que hizo para aliviar las penas de muchos y salvar de la guillotina a otros tantos.

(Dr. D. Joaquín Aroca)

Fuentes:
http://www.medicosescritoresyartistas.com
http://www.portalsolidario.net
http://www.novelasrecomendadas.com
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"La justicia es una fuente de claridad en la mente y en el corazón; es paz, serenidad y contento" (Delia Steinberg Guzmán).

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