"La historia... testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, testigo de la Antigüedad” (Marco Tulio Cicerón).

"Dicen que la historia se repite, pero lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan" (C. Sée).

¿Quiénes fueron los hugonotes? ¿En qué contexto hay que situarlos? ¿Jugaron un papel importante en la historia de su tiempo? ¿Por qué han pasado a la posterioridad?

Los libros de Historia nos hablan de los hugonotes como los protagonistas obligados del sangriento "Día de San Bartolomé", acaecido durante la noche del 23 de agosto de 1572.

Las calles de París se tiñeron con la sangre de cientos de protestantes franceses, que sintieron en sus carnes la intolerancia religiosa propia del tiempo y lugar que les tocó vivir.

Pero la Reforma en Francia no se puede limitar a este hecho puntual; sin saber las circunstancias que lo envolvieron, puede parecernos un acto cruel y bárbaro sin más, pero lo cierto es que fue una decisión meditada para intentar poner solución a una difícil coyuntura.

Los excesos a los que se llegaron fueron consecuencia, en buena medida, del odio irracional del pueblo católico contra la iglesia reformada, pero la idea, en principio, puede considerarse como una “razón de Estado”. Claro que de razón de Estado también podemos poner otros ejemplos como la propia Inquisición.

La historia del protestantismo en Francia está ligada en sus comienzos al llamado Grupo de Meaux, grupo de índole humanista formado en esa ciudad episcopal gracias al apoyo del obispo Guillermo Briçonnet.

Uno de los miembros de este grupo, Jacques Lefèvre d´Etaples, afirmó años antes que Lutero el principio de la justificación por la fe. Enunció esta verdad en su “Comentario a las epístolas de S. Pablo”.

Quizá este haya sido uno de los hitos más importantes de los inicios de una Iglesia reformada que tuvo gran poder en algunos momentos, pero que también sufrió una de las mayores persecuciones de la Historia por motivos religiosos.

Hay autores que no dudan en afirmar que ni aun en los primitivos tiempos de la Iglesia fueron tan numerosos los martirios ni las persecuciones tan continuadas y persistentes.

En toda la dialéctica de la Francia moderna, desde Francisco I hasta Luis XIV, tuvieron gran importancia las políticas antiprotestantes, no solo por parte de la corona, que vio en muchos momentos peligrar su autoridad, sino también por parte de grupos contrarios tanto a la corona como a la Reforma: la Santa Liga.

Francisco I, uno de los grandes reyes de Francia, se mantuvo bastante tolerante con la divulgación de las nuevas ideas, o al menos no dio muestras de hostilidad sistemática. Muchos de sus consejeros se habían inclinado hacia la Reforma, y su hermana Margarita de Angulema influyó también en esta tolerancia.

No obstante, durante su reinado ya hubo algunas persecuciones, como las motivadas por el incidente de los “pasquines”. Consistió este incidente en la aparición de panfletos que proclamaban algunas verdades luteranas, incluso en el castillo en que el rey moraba.

Las primeras persecuciones se realizaron en 1523 en Meaux y en París, generalizándose posteriormente por todo el país. La Iglesia de Meaux resultó diezmada por la persecución. El primer mártir francés, Jean Vallière, murió en la hoguera en París en agosto de 1523.

Con Enrique II la persecución se hizo más sistemática y violenta. Una “cámara ardiente”, creada en octubre de 1547 en el Parlamento de París, dictó en solo tres años más de quinientas sentencias contra los “herejes”.

Las ejecuciones de hugonotes terminaron por ser llevadas a cabo sin juicio previo. Un consejero del rey, Anne du Bourg, que había protestado contra estas medidas, fue detenido por ello y quemado siete meses después, ya fallecido el monarca.

Enrique II murió en un accidente acaecido durante un torneo, sin que estén muy claras las circunstancias que envolvieron los hechos. El trono pasa a manos de Francisco II, un muchacho de quince años incapaz de superar los odios religiosos que cada vez iban más en aumento, mezclados con el ansia de poder de algunos grupos.

Los Guisa, familia católica de grandes aspiraciones políticas, vieron reforzada su influencia al convertirse una pariente suya, María Estuardo, en reina de Francia gracias a su matrimonio con Francisco II.

Este hecho, sumado a la ejecución de Anne du Bourg, alarmó a los protestantes. El príncipe de Condé, uno de los líderes del partido hugonote, preparó dos sublevaciones que no tuvieron éxito.
Ninguno de los tres hijos de Enrique II que le sucedieron en el trono (Francisco II, Carlos IX y Enrique III) tuvieron una personalidad fuerte que les ayudara a salvar el grave problema religioso.

Según Enrique de Navarra, el único hombre de la familia era Catalina de Médici, la reina madre. Esta florentina, viuda de Enrique II, ha pasado a la historia como una hábil diplomática demasiado aficionada a pócimas y venenos.

Su postura hacia los hugonotes se fue recrudeciendo con los años, y si bien primero era partidaria del diálogo para buscar una solución más o menos consensuada, acabó recurriendo a la violencia para impedir que el poder se le escapase de las manos.

Francisco II tuvo una vida breve, y a su muerte es proclamado rey su hermano Carlos IX. El protestantismo ganaba terreno poco a poco. En 1561 la reina de Navarra, Juana de Albret, hija de Margarita de Angulema, que profesaba la religión reformada, fue recibida en París por 15.000 correligionarios. Se celebró un culto público.

 



Este auge del protestantismo no hubiera sido tan amenazador para la corona si no fuera porque, amparándose en las nuevas ideas reformadas, subyacían importantes aspiraciones políticas.

En 1559 Giovanni Michiel, embajador veneciano en Francia, escribió a la serenísima que “estas guerras han nacido del deseo del cardenal de Lorena de que nadie sea su igual y, asimismo, de que el almirante (Coligny) y la casa de Montmorency no quieren tener superior”.

El cardenal de Lorena es uno de los baluartes de la Santa Liga, mientras que Coligny y los Montmorency son los adalides del partido protestante.

El edicto de enero de 1562 permitió por primera vez la celebración de culto protestante fuera de las ciudades, a la par que permitía algunos derechos a los “desorejados” (mote provocativo con que se conocía a los miembros de la Iglesia reformada francesa).

Esta medida de pacificación fue la causante del desencadenamiento de las ocho guerras civiles que asolaron el Estado francés durante treinta y seis años.

El Parlamento de París se negó a valorar este edicto, tal era el odio que existía contra los hugonotes. En Vais se hizo caso omiso del edicto (también llamado de Saint-Germanin) y fueron asesinados unos setenta protestantes. Además, hubo matanzas en otros lugares, quedando prisioneros los líderes protestantes Condé y Montmorency.

En Sens, los católicos degollaron y arrojaron al río a gran número de protestantes. En Tours fueron degollados o ahogados doscientos hugonotes.

A partir de aquí la política de Catalina de Médici dejó radicalmente los intentos de pacificación, dada la oposición de los sectores católicos ante cualquier concesión a los reformados.

La reina madre hizo escribir en 1567 por Carlos IX a De Gordes las siguientes líneas: “Allí donde veáis que algunos se mueven, aunque solo sea para socorrer y ayudar a los de la nueva religión, les impediréis moverse por todos los medios posibles, y si juzgáis que son recalcitrantes, los hacéis pedazos y los descuartizáis; porque en cuanto más muertos, menos enemigos”.

En 1527 el calvinismo estaba a punto de hacerse con el poder en Francia. Tras la muerte del líder Condé, la causa protestante se afirma con mayor claridad y compromiso religioso porque supuso el ascenso de Gaspard de Coligny a su liderazgo.

La influencia que Coligny ejercía sobre Carlos IX era manifiesta. Catalina estaba dispuesta a eliminarlo y los Guisa eran los previsibles asesinos.

Es imposible dudar de la inquebrantable sinceridad religiosa de Coligny, que perdería trágicamente la vida en la sangrienta jornada que ejemplifica la intolerancia y el odio irracional del catolicismo francés contra la Iglesia reformada: "El Día de San Bartolomé".

La también llamada "Matanza de San Bartolomé" tuvo lugar en la noche del 23 al 24 de agosto de 1572, y sus efectos duraron realmente hasta el 3 de octubre. Catalina de Médici y los Guisa comparten la máxima responsabilidad de esta masacre.

Los protestantes, que habían acudido a París en gran número para asistir a la boda del líder hugonote Enrique de Navarra con Margarita de Valois* (hija menor de Catalina), fueron degollados en masa.

Incluso el futuro Enrique IV, Enrique de Navarra, tuvo que abjurar para salvar su vida. La matanza se generalizó por el reino, y fueron asesinados más de 30.000 protestantes. Entre las víctimas se cuentan el filósofo Ramus y el músico Goudimel. Tan sangrienta fue la persecución que incluso el pueblo francés se cansó de la misma. (Cita de A. Dumas).

Tras estos hechos, el calvinismo desarrolló una teoría contraria a la monarquía que había roto de tal modo sus promesas para con la religión reformada. Se identifica la tiranía como forma de gobierno que también es herética y susceptible de rebelarse contra ella, porque, según el reformista Beza, “un pueblo tiene tanto poder sobre un rey tirano como un concilio sobre un papa herético”.

Así que, tras la muerte de Carlos y la subida al trono de Enrique III, la corona tenía la necesidad de entablar algún contacto con los hugonotes, de manera que no se llevaran a cabo las ideas de rechazo violento hacia la tiranía surgidas tras San Bartolomé. Pero Enrique III no era el rey más adecuado para ello, dada su debilidad y sus periódicas crisis de arrepentimiento.

En 1576, en Picardía, el partido católico (no del todo conforme con la “pasividad” de la corona con los protestantes) se había organizado en una liga. Los Guisa estaban a la cabeza de la misma, y en muchas ocasiones estuvieron en abierta rebeldía contra el monarca.

En la Asamblea de Montauban de 1581, Enrique de Navarra, que había huido de la corte y vuelto al calvinismo, fue proclamado “protector” de todos los reformados de Francia.

El entonces duque de Anjou, Francisco, hermano del rey Enrique III y supuesto heredero de la corona, murió en 1584, con lo que los derechos sucesorios pasaron a Enrique de Navarra, casado con la hermana del rey.

IMAGEN DE LA PORTADA La noche de San Bartolomé, fresco de Giorgio Vasari. Sala Regia del Vaticano. Reproducción de un encuentro violento entre hugonotes y católicos en París durante las llamadas guerras de religión en Francia.

El cuadro reproduce los fanáticos sucesos del 24 de agosto de 1572, la matanza de hugonotes (protestantes) en París por parte de los católicos.

Esto hace que los extremistas católicos radicalicen más aún sus posiciones, pues Francia estaba en serio peligro de caer en manos del partido reformado.

Las ideas protestantes de rebeldía contra el tirano fueron llevadas a su cumplimiento, curiosamente, por el partido de los católicos exacerbados (Liga). El propio Enrique III fue asesinado en 1590. El asesino fue un fraile dominico, Jacobo Clemente, que pertenecía al sector de católicos intransigentes que consideraban que el rey estaba entregando Francia a los hugonotes.

Antes de morir designó sucesor a Enrique de Borbón o de Navarra, que promete convertirse al catolicismo. Es a este rey al que se atribuye la frase de “París bien vale una misa”.

Muchos nobles y algunos eclesiásticos se dieron por satisfechos, formando el partido de los “católicos reales”. Pero los miembros de la liga, apoyados por el papa y por el rey de España proclamaron un antirrey. París fue asediado por Enrique de Borbón y liberado por la llegada de tropas españolas dirigidas por Alejandro Farnesio.

Francisco II impulsaba la candidatura para el trono de su hija Isabel Clara Eugenia, nacida de su matrimonio con la princesa francesa Isabel de Valois. Así que Enrique de Borbón demanda la conversión al papa Clemente VIII, y este levanta la excomunión que pesaba sobre él.

Con Enrique IV como rey, Francia se reconstruye en todos los sentidos.
Con Enrique IV llega también el Edicto de Nantes, y los hugonotes ven reconocidos muchos derechos, como el de reunión. Además, con este rey los hugonotes se hicieron fuertes en Francia.

Tan grande se hizo su poder que obstaculizó el gobierno absolutista de Luis XIII y Richelieu, por lo que fueron instigadas nuevas persecuciones contra ellos y se produjeron más enfrentamientos.

 

CARDENAL RICHELIEU

Richelieu provocó la caída política de los hugonotes con la toma de la plaza de La Rochelle, en 1628.

En 1685, Luis XIV demostró hasta qué punto se sentía seguro de su poder revocando el Edicto de Nantes. Buscaba conseguir la unidad del reino en todos los aspectos, incluido el religioso.

Tardó en atreverse a atacar a los hugonotes, pues ello causaría descontento en Europa, especialmente en el Electorado de Brandeburgo. Pero finalmente se lanza a la acción, adoptando medidas preparatorias para que los hugonotes volviesen a la Iglesia católica.

Los protestantes soportaron estas presiones con admirable paciencia. Se toman, entonces, medidas más intimidatorias. En el Poitou los católicos quedaron exentos de determinados impuestos, que son cargados sobre los protestantes; si un hugonote se “convertía” a la Iglesia católica, era eximido de estos impuestos, y el pago de los mismos era repartido proporcionalmente entre sus ex correligionarios.

A decir de Sain Simon, “Del tormento a la abjuración y de esta a la comunión no mediaban más de veinticuatro horas, y los verdugos eran sus conductores y testigos. Casi todos los obispos se prestaron a esta práctica, y la mayor parte alentaron a los verdugos. El rey recibió los detalles y noticias de estas persecuciones. El rey se felicitaba de su poder y de su piedad...”.

Para evitar las posibles revueltas, se instituyeron las “dragonadas”: los hugonotes tenían que alojar en sus casas a soldados de caballería. Estos podían en cualquier momento organizar una persecución contra su huésped y su familia.

 

GRABADO DE ÉPOCA

El golpe de gracia llegó con la revocación del Edicto de Nantes. Se arrasaron las capillas y lugares de reunión protestantes. Además fueron prohibidos los cultos protestantes, castigándose con el destierro a los predicadores. Los hijos de los hugonotes eran bautizados y recluidos en monasterios católicos.

Estas persecuciones, consecuencia de la desaparición de la libertad religiosa, provocaron que cientos de miles de hugonotes huyeran a Inglaterra, Alemania, los Países Bajos, Suiza y las colonias inglesas en América del Norte, como Massachusetts, Nueva York y Carolina del Sur.

Se estima que entre 400.000 y un millón de hugonotes lograron escapar, aunque en teoría tenían prohibido emigrar. Así, Francia perdió por decenas de millares a sus más laboriosos ciudadanos.

Aproximadamente, un millón se quedó en Francia. Muchos de ellos se cobijaron en la región montañosa de Cevenas (sur de Francia) y se les empezó a conocer por el nombre de "camisards"; el intento del Gobierno para acabar con ellos desembocó en un nuevo conflicto (1702-1705).

 



Se rebelaron contra el rey Luis XIV, encabezados por el soldado francés Jean Cavalier. Desde sus fortalezas situadas en la montaña, llevaron a cabo diversas acciones guerrilleras contra las tropas reales. Recurrieron a la violencia, incendiando iglesias católicas y asesinando u obligando a huir a los sacerdotes.

El papa Clemente XI promulgó una bula papal censurándoles, y los católicos pasaron a la acción arrasando más de 450 poblaciones, cuyos habitantes fueron en su mayoría asesinados. Los enfrentamientos continuaron esporádicamente hasta la muerte del sucesor de Cavalier, Abraham Mazel.

Con la llegada del siglo XVIII, la mentalidad ilustrada influyó en una mayor tolerancia religiosa, y los protestantes franceses pudieron recuperar muchos de sus derechos.

Aunque durante Luis XV se declararon nulos los matrimonios y bautismos celebrados por pastores protestantes, este edicto fue anulado por Luis XVI.

A finales del siglo XIX se otorga la libertad religiosa a todos los grupos religiosos, incluidos los hugonotes o protestantes. Fue una libertad que costó mucha sangre a través de los siglos.

El número de hugonotes durante los siglos XIX y XX fue escaso, dada la terrible persecución que los diezmó. No obstante, su influencia en la vida francesa ha sido importante, como su postura liberal en materia de reforma social.

* Las guerras de religión que desde hacía años ensangrentaban a Francia desencadenaron en la terrible matanza ocurrida en París en la llamada "Noche de San Bartolomé o Matanza de San Bartolomé" el 24 de agosto de 1572.

De esta trágica jornada, lo que puse aquí es la versión de Margarita de Valois, reina de Navarra, esposa de Enrique de Borbón (futuro Enrique IV de Francia), que cuenta lo que pasó aquella noche en el palacio del Louvre y deja claro cuál es el carácter de su madre, Catalina de Médicis. Este fragmento pertenece a las memorias de Margarita de Valois; es especialmente interesante el último párrafo, que cuenta lo ocurrido en su habitación.

Cuadro de Alexandre-Evariste Fragonard, que muestra la escena en el cuarto de Margarita de Valois durante la Noche de San Bartolomé.

 

Escena de la Noche de San Bartolome

"El rey Carlos, que era muy prudente y había sido siempre muy obediente a su madre, y príncipe muy católico, viendo el camino que tomaban las cosas, tomó súbitamente la resolución de juntarse a la reina madre y conformarse con su voluntad, y garantizar su persona contra los hugonotes por los católicos; sin embargo, no sin extremo sentimiento de no poder salvar a Teligny, Lanoue y el señor de la Rochefoucauld, y entonces, yendo a encontrar a la reina madre, mandó a buscar al señor de Guisa y a todos los demás príncipes y capitanes católicos, con los que se tomó resolución de hacer, la noche misma, la matanza de San Bartolomé.

Y poniendo súbitamente manos a la obra, tendidas todas las cadenas, sonando el rebato, corrió cada cual a su barrio, según el orden dado: tanto a casa del almirante como a todos los hugonotes. El señor de Guisa se dirigió a la casa del almirante, en cuya cámara, Besme, gentilhombre alemán, después de apuñalarle, le arrojó por la ventana a su amo el señor de Guisa.

En cuanto a mí no me decían nada de todo esto; yo veía a todo el mundo en acción; los hugonotes, desesperados de esta herida; los señores de Guisa temiendo que se quisiese hacer justicia, hablándose entre sí al oído.

Los hugonotes sospechaban de mí porque era católica, y los católicos porque me había casado con el rey de Navarra, que era hugonote, de manera que nadie me decía nada, hasta la noche en que asistiendo a la ceremonia de acostarse la reina mi madre, sentada sobre el cofre al lado de mi hermana la de Lorena, a la que veía muy triste, la reina madre se dio cuenta de mi presencia hablando con algunos y me dijo que me fuese a acostar. Al hacer yo la reverencia, mi hermana me asió del brazo y me detiene echándose a llorar, y me dice: “¡Dios mío, hermana mía, no vayáis!”.

Esto me asustó en extremo. La reina mi madre se dio cuenta de ello y llamó a mi hermana, encolerizándose mucho con ella y prohibiéndole me dijese nada. Mi hermana le dijo que no había apariencia de enviarme a sacrificar así como así, y que sin duda si descubrían alguna cosa, se vengarían en mí.

La reina madre responde que si placía a Dios, yo no recibiría ningún daño; pero fuese como fuese era preciso que me retirase, no sospechasen algo que impidiese el efecto.

Yo veía claramente que disputaban y no entendía sus palabras. Ella me mandó otra vez, con rudeza, que me fuese a acostar . Mi hermana, rompiendo a llorar de nuevo, me dijo buenas noches, sin atreverse a añadir otra cosa; y yo me fui, transida, desolada, sin poder imaginar qué debía temer.

Cuando estuve en mi gabinete, me puse a orar a Dios para que se dignase a tomarme en su protección, y que me guardase, sin saber de qué ni de quién. El rey mi marido se había acostado, me ordena me vaya a acostar también, y lo hice, y encontré su cama rodeada de treinta o cuarenta hugonotes que aún no conocía en absoluto, pues hacía muy pocos días que estaba casada.

En toda la noche no hicieron otra cosa que hablar del accidente que había ocurrido al señor almirante, decidiéndose, cuando fuese de día, a pedir al rey justicia contra el señor de Guisa, y que si no se la hacían se la tomarían por su mano.

Yo, que tenía siempre en el corazón las lágrimas de mi hermana y no podía dormir por la aprensión en que me había puesto sin saber de qué, pasé la noche así, sin pegar ojo.

Al apuntar el día, el rey mi marido dijo que quería ir a jugar a la pelota, esperando que despertase el rey Carlos, y entonces, pedirle justicia. Sale de mi cámara y todos los gentilhombres con él. Yo, viendo que era de día, creyendo que el peligro de que mi hermana habló había pasado, vencida por el sueño, dije a mi nodriza que cerrase la puerta para poder dormir a gusto.

Una hora después, estando yo dormida, viene de pronto un gentilhombre a golpear con pies y manos la puerta gritando: ¡Navarra! ¡Navarra! Mi nodriza, pensando que fuese el rey mi marido, corre de prisa a la puerta y abre.

Fue un caballero llamado el señor de Leran, que tenía una cuchillada en el codo y un golpe de alabarda en el brazo; lo perseguían cuatro arqueros, que entraron tras él en mi cuarto. Él, queriendo protegerse, se arrojó sobre mi cámara, y yo, sintiendo aquel hombre que me tenía asida, salté al pie de la cama, y él en pos de mí, haciéndome siempre por la cintura. Yo no conocía a aquel hombre y no sabía si había venido para ofenderme, ni si los arqueros iban por él o por mí.

Gritamos ambos, y estábamos tan asustados el uno como el otro. En fin: Dios quiso que el señor de Nancay, capitán de la guardia, viniese, y encontrándome en aquella situación, aunque sintió compasión, no pudo menos de echarse a reír, y enfadándose de veras con los arqueros por esta indiscreción, los hizo salir y me dio la vida de ese pobre hombre que me tenía asida, al cual hice acostar y vendar en mi gabinete hasta que estuvo curado del todo.

Y cambiándome de camisa, porque me había llenado toda de sangre, el señor de Nancay me contó lo que pasaba y me aseguró que el rey mi marido estaba en la cámara del rey y no sufriría ningún mal.

Haciéndome echar sobre los hombros un mantón de noche, me llevó al cuarto de mi hermana, Mme. de Lorena, donde llegué más muerta que viva y donde, al entrar en la antecámara cuyas puertas estaban abiertas, un gentilhombre llamado Bourse, huyendo de los arqueros que le perseguían, fue atravesado de un golpe de alabarda a tres pasos de mí.

Yo caí casi desmayada entre los brazos del señor de Nancay y me parecía que ese golpe nos había atravesado a los dos. Reponiéndome un poco, entré en la cámara donde se acostaba mi hermana. Cuando estaba allí, el señor de Miossans, primer gentilhombre del rey mi marido, y Armagnac su primer criado de cámara, vinieron a encontrarme para rogarme les salvara la vida. Fui a echarme de rodillas ante el rey y mi madre la reina, para pedirles lo que al fin me concedieron.
Margarita de Valois.

Fuentes:
http://universalis.mforos.com
http://historiaparaeldebate.blogcindario.com/
"El asesinato jamás ha cambiado la historia del mundo" (Benjamin Disrael).
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