María Eulalia de Borbón, bautizada con los nombres de María Eulalia Francisca de Asís Margarita Roberta Isabel Francisca de Paula Cristina María de la Piedad, nació en el Palacio Real de Madrid el 12...

...de febrero de 1864, hija de Isabel II y Francisco de Asís de Borbón.

Rubia, de ojos azules y figura bonita, tenía un carácter independiente que contrastaba fuertemente con el de su hermana mayor Isabel, amante del protocolo y la ceremonia.
La imagen que de sí misma tenía y de su condición principesca, mucho más cercana al mundo del deber que al del disfrute de privilegios, le hacen extrañarse de la visión inversa que de todo ello tenían los ciudadanos corrientes. Resulta en este punto divertida la descripción que hace de la forma en que fue recibida en los Estados Unidos con motivo de la Exposición Universal de Chicago, a invitación del presidente Cleveland: le costó trabajo demostrar que era infanta (la imaginaban vestida de armiño, con diadema y llena de joyas) y que era española (rubia y de tez blanca, no sintonizaba con la agitanada figura que era obligatorio ofrecer).

A los cuatro años tuvo que abandonar Madrid para ir con su madre y el resto de la familia real al exilio. Vivieron en el palacio de Castilla, ubicado en lo que es hoy la Avenue Kleber en París. Durante el exilio recibe una gran educación: aprende alemán, francés, inglés e italiano; le enseñan a tocar el arpa, el piano y la guitarra, a cantar y a bailar.
La familia regresó a España en 1876, tras la restauración de los Borbones en el trono dos años antes.
Fue en su edad adulta una persona asfixiada por la corte madrileña y el protocolo que se le exigía. Podría haber sido perfectamente una mujer del s. XXI que se hubiera equivocado de momento histórico al nacer. De hecho, uno de los motivos claves para el distanciamiento entre Eulalia y el resto de la familia real fue la publicación de una serie de libros en los que exponía sus opiniones sin trabas.
En 1911 apareció "Au fil de la Vie" (A lo largo de la vida), que provocó un escándalo sin igual en la corte española, donde se prohibió su publicación.
En 1915 escribió "Court Life from Within" (La vida en la corte desde dentro), en 1925, "Courts and Countries after the War" (Cortes y países tras la guerra), en Londres, unas "Memorias" en 1930 y en 1944 "Cartas a Isabel II" sobre su viaje oficial a Cuba y Estados Unidos en 1893. Durante este viaje a Cuba defendió más los intereses de los revolucionarios cubanos que los españoles.
En 1946 publicó "Para la mujer", donde reflejaba sus ideas feministas y que fue prohibido por Alfonso XIII.

Un ejemplo de estas ideas lo encontramos en su matrimonio, que se realizó el 6 de marzo de 1886, en Madrid. Fue un momento amargo para ella, pues fue una boda impuesta por razones de Estado. El elegido para ser su marido fue su primo don Antonio de Orleáns, derrochador y mujeriego, hijo del duque de Montpensier, con quien tuvo dos hijos, Alfonso, que nació en 1886, y Luis Fernando, en 1888. Eulalia contó desde el principio con el apoyo y la amistad de su suegro, el duque de Montpensier, con el que se llevaba mejor que con su marido. Fue una especie de padre para ella y ambos realizaron diversos viajes, mientras que el marido se quedaba en España. Eulalia visitó la mayor parte de las cortes europeas conociendo a todas las familias reales.
                                       Retraro de María Eulalia
En 1890 murió repentinamente el duque de Montpensier. Eulalia perdió al hijo que esperaba, lo que achacó a la impresión que le había causado la muerte de su suegro. Finalmente, el 31 de mayo de 1900, se divorció. Escribe en su diario: “sin una palabra de reproche, sin un gesto de amargura, con voz lenta y suave, una fría mañana de primavera de París en que la explanada de los Inválidos se llenaba de parejas de enamorados, le anuncié mi propósito de dejarle en libertad con sus amigas y de irme con mis hijos”.
Su divorcio produjo un gran escándalo en la sociedad del momento. No fue un divorcio amistoso y se sacaron a la luz cantidad de trapos sucios por ambas partes. Sobre todo, quedó claro cómo Antonio había dilapidado su fortuna con su amante, Carmen. Finalmente, dos años después, ambos cónyuges firmaron un convenio garantizando la educación y manutención de los hijos bajo custodia compartida.

Sin embargo, reconoce que ese matrimonio le permitió escapar de la corte y viajar por América y Europa haciéndose amiga de casi todos los monarcas del momento. Esto la lleva a notar la disonancia existente entre la vida en la corte real y la vida de los ciudadanos, por lo que siempre luchó contra los prejuicios.
Una de las primeras personas con las que choca irremediablemente es con su hermana Isabel, la cual una vez le reprochó no seguir las indicaciones del protocolo, a lo cual Eulalia le respondió: “Por eso algún día el pueblo sacudirá las coronas y, liberándose, nos liberará a nosotras”.

A lo largo de su vida se preocupa por la falta de sintonía entre el trono y las exigencias reales del momento en que vivían. Para ella la corte era un factor negativo que aislaba al rey del pueblo y de la visión adecuada de los problemas. Ve a su hermana con aires absolutistas y dice que los políticos no están a la altura. El caso más llamativo fue el de la insurrección de Cuba, hecho ante el cual todos cerraban los ojos y donde ella estuvo brevemente antes de la crisis que a su parecer era inevitable. Sobre este tema escribió: «al cabo de muchos días pasados en pleno océano y cuando se está a punto de volver a ver tierra, una cierta emoción se apodera de los pasajeros. Es como si se acabara de escapar a los mayores peligros. La verdad es que queremos escapar de nosotros mismos; es que, en medio del espacio infinito, el gran silencio es un desierto a la vez que una cárcel. En resumen: el cautiverio está hecho solamente de soledad».

Dejó España para residir en París, donde la ventaja más valiosa para ella fue la de entrar en contacto con la élite intelectual de la época. Los mismos reyes europeos se sentaban en su mesa junto a escritores y artistas republicanos o socialistas, sin que ni unos ni otros se sintieran traidores a sus ideas.
La infanta también conoció a muchos políticos, y en ningún momento culpa a la dictadura de la caída de la monarquía; para ella la causa estaba en el entorno del rey, en la aristocracia miope y egoísta y en los políticos caciquiles.

Pasó los últimos años de su vida en una villa en Irún, donde falleció el 8 de marzo de 1958 en plena dictadura militar franquista. Está sepultada en el Panteón de Infantes del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

Al final de su vida escribe en sus memorias: «He vivido lo suficiente para que, al tramontar de mi existencia, me sorprendan sucesos que, por su índole, están dentro de la más rígida realidad histórica. En mi larga vida en esta Europa movediza del último siglo, he visto caer quince tronos y abdicar a otros tantos monarcas. En este desfile de reyes sin cetro y de coronas relegadas a los museos, he visto pasar autócratas iluminados como el zar de todas las Rusias; melancólicos vencidos sin derrota como Pedro de Berganza, emperador de Brasil; liberales un poco volterianos, como Fernando de Coburgo; hombres sombríos rodeados de misterio, como el sultán de Turquía, y alegres y despreocupados como Manuel de Portugal [...] Ello me ha enseñado que ninguna corona se ciñe lo suficiente para no caerse, he aprendido también que nada hay irremediable, ni fatal, ni eterno en las humanas agitaciones». Toda una lección de historia.

Fuente: www.madridvillaycorte.es - http://personales.ya.com -

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