"Ande yo caliente, ríase la gente".

Cuántas veces has sentido más de un par de miradas sobre tu persona que te hacen sentir incómodo hasta tal grado, que has pensado: ¿Qué tengo?

¿Qué estoy haciendo mal?

¿Serán mis nervios o me están mirando repetidamente?

¿Huelo mal?

Para entonces te has acondicionado el cabello, el pantalón, la camisa, te limpias las comisuras de los labios y pones tu cara "de amabilidad y guapura".

Queda claro que esas actitudes, en mayor o menor medida las reflejamos por un temor al ridículo, que -me atrevo a pensar- todos hemos pasado al menos una situación 'tan bochornosa, que cae en el ridículo' en algún momento de nuestras vidas.

Pero cómo decía mi abuela, "el que no quiera ver fantasmas que no camine de noche" o más científicamente:

"...el miedo al ridículo es directamente proporcional a la intensidad del deseo de exhibirse...".

Definición de psicología clínica

¿Esto quiere decir que si no quiero hacer el ridículo no debo provocar la ocasión?

¡Qué dilema!, pues vivimos en sociedad, interactuando permanentemente, ejerciendo distintos roles, algunos inherentes, otros aprendidos y algunos más sociales; de roce, de complicidad, con la pareja...

Y eso me hace pensar en varios tópicos: me viene a la cabeza aquél bufón, fanfarrón y todólogo, que en su afán de ser 'el centro de atención en fiestas, reuniones, juntas de trabajo y demás, siempre tiende a verse en el 'ojo del ridículo' (aquí se aplica lo de la proporcionalidad de exhibición).

El sujeto en cuestión "sugiere" -con acciones, que lo hacen plenipotenciariamente ridículo- ser el HOMBRE/MUJER elegido/a por los dioses para brindarnos regocijo a nuestras vidas.

Así que de cierta forma se acostumbran, digámoslo así, a pagar el precio de los '5 minutos de fama' a costa del escarnio, morbo, risa, burla o críticas encarnizadas acerca de su persona.

Nunca falta alguien así, ¿cierto?

MIEDO-AL-RIDICULO-BDel otro lado, mencionar a aquellas personas que tienen la '¿gracia?' de quererte poner en ridículo, regularmente delante de los demás.

Por alguna extraña razón, quizá porque de cierta forma 'envidian' la ecuanimidad o mesura del sujeto en acción, o por no tener nada que hacer... Tampoco falta alguien así...

Lo interesante de todo esto, es saber ¿qué tan preparados estamos para recibir las situaciones imprevistas y/o bochornosas?

Un ejemplo:

"Una noche, estando en una reunión semi informal de trabajo, hubo un brindis navideño; posteriormente, uno de mis jefes propuso -con toda alevosía y ventaja-, hacer una representación improvisada en la cuál habría 5 personajes con alguna característica que debía ser notoria 'en el escenario'...

Pastor 1: amanerado y bobo

Pastor 2:

Ángel: gruñona, enojona y vana

Pastora: sumisa y tonta

Diablo: provocativa, inteligente y sarcástica.

Cuando él leía sus hojas de manera casi morbosa, donde estaban sus 'ocurrencias' ya me veía en el papel de diablo, a Rodolfo en el papel de pastor 1, a Paco en el rol de pastor 2 , a Elisa cual pastora y obviamente a Mercedes, como ángel de la obscuridad, y no me equivoqué... entonces hice una autorreflexión:

¿Hasta dónde llega el disfrute por ver a alguien que no participa de las tonterías, borracheras, vulgaridades...

O de exhibir los 'defectos' de alguien distinto a ellos, como Rodolfo, y prácticamente forzarlo a hacer de 'amanerado' cuando el 'secreto a voces' es justo ese, y muy su asunto y respetable además.

De la cara del subjefe de área que para 'reírse' un rato de Paco por las múltiples veces que las chicas le dicen que ¡No! le asigna el papel de macho...

Lo mismo sucede con Elisa, que en lugar de ser la encargada de recursos materiales pareciera ser la 'office girl' de la oficina, porque hay una palabra que no aprendió a decir:

No y listo, la solución: exhibámosla como pastora tonta y sumisa...

Y vaya Mercedes, que es el Gargamel del trabajo... y claro yo, que de sexy, sensual y provocativa tengo poco menos que nada ¡ah!, eso sí... sarcástica si soy...

La verdad, cuando yo me levanté de mi asiento no tenía la más mínima congoja, salimos los 5 del salón y estando fuera Rodolfo -pastor 1- dijo muy acertadamente:

'¡Ande yo caliente, ríase la gente!'

Paco le tomó del brazo y dijo: '¿pues yo no me rajo y ustedes?', Elisa dijo: yo tampoco me rajo, Mercedes muy seria comentó: 'no pensé que fuera tan indeseable en el trabajo, pero les voy a mostrar que puedo reírme de mí'.

Yo los veía contenta y distintos, yo callada, a ver y dijeron: 'Ahora sí, dinos qué hacemos', sencillo: vamos a disfrutar el momento...

Entramos al salón y dimos una divertida antología; es más, casi me parto de la risa, tanto tiempo que no me reía tan a pierna suelta... ¡Nos llevamos los aplausos, la noche... brillamos!

Y no 'hicimos el ridículo' -para su disgusto-, por una simple y sencilla razón, Freud lo dijo acertadamente:

'El miedo al ridículo es una actitud mental, un temor que se pierde en la medida que se aprende a reír uno de sí mismo'.

¡Cierto, muy cierto!

No hice 4 amigos, para eso se necesita un poco más de tiempo, pero me llevé cuatro calurosos y sinceros abrazos.

Paco, Rodolfo, Mercedes, Elisa, gracias por recordarme que aprender es tomar el riesgo de querer hacerlo y aceptar que no se sabe todo".

Combatir el miedo al ridículo

El miedo al ridículo es una de las afecciones psicológicas más comunes.

Casi todos estamos afectados en mayor o menor manera, y el que se encuentra libre de esta traba provoca la admiración de los demás.

Francisco Gavilán (Año Cero núm. 19)

¿Soporta usted sin rechistar que alguien se cuele en la hilera en la que está aguardando pacientemente su turno?

¿Deja usted propina en el restaurante, pese a que el servicio dejó mucho que desear?

¿Es incapaz de expresar su opinión cuando esta es contraria a la de los demás interlocutores?MIEDO-AL-RIDICULO-C

Muchos se han planteado alguna vez los motivos por los que reaccionan de forma insatisfactoria ante determinadas situaciones sociales.

Tienen la sensación de comportarse con excesiva timidez, inseguridad, y hasta vergüenza. Y, sobre todo, con un exagerado miedo al ridículo.

Son personas esclavas del deseo de gustar a todos, que han sacrificado el respeto que se deben a sí mismas.

Son las que, tras probarse cinco pares de zapatos en una tienda, ¡son incapaces de salir de ella sin comprar!

Son, en suma, personas no asertivas.

Aquí no pasa nada

El miedo al ridículo las hace inhibidas (conocí a un timorato que jamás se reía en el cine ¡por temor a ser el único!).

La inhibición es el resultado de un mecanismo automático. Si uno siente temor a ser menospreciado por los demás, optará siempre por no llamar la atención.

Así, ante cualquiera que transgrede el orden de una cola, se calla como si la cosa no fuera con él. Porque reclamar su derecho, significa llamar la atención y que los demás lo califiquen.

Reaccionan como aquel marido temeroso de escándalos que, al regresar a casa, le surge la sospecha de que su mujer le estaba siendo infiel en esos instantes.

Ante tal insinuación, su cónyuge le invita a que compruebe por sí mismo si se oculta alguien en la habitación.

El hombre empieza a mirar por todos lados diciendo en cada inspección: "Aquí no hay nadie". Hasta que, finalmente, al abrir un armario aparece un hombre completamente desnudo.

Mientras se apresura a cerrarlo, de nuevo exclama: "¡Aquí tampoco!"

Las conductas asertivas se distinguen, precisamente, por lo contrario.

Las personas asertivas, seguras de sí mismas, saben comunicar sus opiniones, sean positivas o negativas, así como sus creencias y sentimientos, en forma directa y adecuada en cada momento.

Sin inhibiciones ni violencia. Porque la asertividad no es ni mucho menos sinónimo de agresividad.

Implica respetar los derechos de los demás, pero también ¡hacer respetar los propios! Especialmente, el derecho a opinar.

Las opiniones son como las nalgas:

¡Todo el mundo tiene las suyas!

Por ejemplo, si un taxista está cobrando una tarifa excesiva a sus pasajeros, muchos se callan por temor a discutir.

Otros, se sitúan en el extremo contrario inundando de insultos al taxista. Como en el circo, «montan el número».

En cambio, la persona segura de sí misma, que no tiene miedo al ridículo, reclamará en forma correcta, pagando sólo lo que le indica el taxímetro.

Sin indignarse ni ofender al otro. La asertividad incluye otras habilidades sociales. Consiste también en dar y recibir elogios.

Afirmarse en sus posiciones. Reconocer las aptitudes propias.

Y, fundamentalmente, no decir «sí», «no sé» o «veremos» cuando realmente se quiere decir ¡NO!

Y hacerlo, además, sonriendo.

Ridículo
"La vida es demasiado importante para tomársela en serio" -Oscar Wilde-.

Cuántas veces escucho decirle a un niño "no hagas el tonto","deja de hacer el bobo" o "ya vale de hacer el payaso", quitándole esa parte lúdica que tiene hacer "el tonto, el bobo o el payaso", que al niño resulta divertida.

El niño explota esa parte "tonta", para reírse de sí mismo; aunque a veces él sea el único que se ría, además está ganando en seguridad y confianza, y encima se lo pasa bien.

¿Por qué le negamos entonces ese lado "ridículo"? (Etimológicamente, lo que causa risa).

Al hacerlo, le limitamos su libertad de expresión, le ponemos normas y lo encaminamos a ser adulto, donde hacer el ridículo está prohibido o negado; así decimos: "no hagas o no seas ridículo", y por supuesto, estamos fomentando desproporcionadamente, ese miedo al ridículo.

El ridículo es una ruptura de lo que se espera y lo que en realidad produce, como ver a dos tipos en calzoncillos.

El ridículo se produce de manera inofensiva al poner en relación los sentidos con unas concepciones sociales y morales.

Y como dijo Leopardi "las personas no son ridículas sino cuando quieren parecer o ser lo que no son".

Al cuidar las apariencias en extremo y ocultar nuestra naturalidad, debemos tener cuidado porque la apariencia fingida deja fisuras que hacen vislumbrar el ridículo.

Siempre se nota que alguien es natural o no, si aparenta o finge, y eso le convierte en ridículo.

Tenemos tanto miedo a que se rían de nosotros, que justo es lo que ocurre. Y es por el "miedo al ridículo" por lo que existe el payaso, que como su misión es hacer reír nada mejor que usar el arma que lo ocasiona, el ridículo.

Sin embargo no hay nada más bonito que causar risa de una manera natural, por nosotros mismos, por nuestra naturalidad y honestidad, porque si conseguimos una risa conseguimos un aliado.

Al observar a las personas detenidamente vemos el lado ridículo que todos tenemos, porque las expresiones, los gestos, las posturas, ademanes, la vestimenta y la manera de caminar que constituyen nuestras peculiaridades encierran a la vez nuestro lado divertido personal.

Podemos causar risa con ello, apenas explotándolo un poco, y aquello que produce risa por definición es ridículo, recordemos nuevamente: (etimológicamente, ridículo, lo que causa risa), no en un sentido peyorativo o malintencionado, sino espontáneo.

Toménse un tiempo para observar la gente que pasa, el modo de caminar de la gente, sobre todo cuando van solos, es como una declaración de intenciones.

Si no, ¿porqué creen que resulta tan gracioso (=ridículo) esos mimos que imitan en la calle el modo de caminar y las posturas de la gente?

Entre los obstáculos, el primero y más mencionado es el miedo.

Miedo que asume diversas intensidades, obedece a distintas razones y tiene como trasfondo común el temor a la exclusión.

El miedo a disentir aparece mencionado recurrentemente, y se lo identifica como una de las primeras limitaciones que obstaculizan la libertad de expresión.

Este miedo da cuenta de una intolerancia a la diversidad y al pluralismo, y de la incapacidad de establecer diálogos abiertos y democráticos donde puedan caber todas las opiniones.

Se percibe el miedo a disentir, como un problema interno de las personas, pero vinculado directamente con la historia reciente del país.

Evoca el temor a los desacuerdos irreconciliables que llevaron a la ruptura de las confianzas, que aún no se logran recuperar.

Este temor se materializa ostensiblemente en el tema de la política, donde se evita dar opiniones o señalar preferencias partidarias diferentes a las de los otros interlocutores.

En diferentes espacios e interacciones, familiares, amistosas de trabajo o vecindad, existe el temor a disentir, cuesta asumir una posición diferente a los demás por miedo al rechazo o a abrir una discusión.

"Muchas veces uno se autocensura y se restringe de actuar y de hacer cosas por no dañar a otras personas, (...) o dañarse a sí mismo...

El miedo a disentir, da cuenta de la carencia de una cultura de la libertad de expresión y la tolerancia y encubre el temor al rechazo.

Los mecanismos usados para evitar el disenso son la autocensura y el evitar temas polémicos; lo cual es coincidente, a nivel individual.

Una tercera variante del miedo como factor que obstaculiza la libertad de expresión tiene su origen en la cultura y obedece a las posiciones que se ocupan dentro de la sociedad, a diferencia del miedo a disentir y a las represalias, que se anclan en razones histórico- políticas.

Afecta diferencialmente a hombres y mujeres, y ellas lo caracterizan como miedo al ridículo, mientras en los hombres asume la forma de temor al menosprecio.

El miedo al ridículo entre las mujeres responde claramente a los mandatos de género, aunque se lo viva de manera diferente según la generación a la que se pertenece.

Entre las mujeres adultas el miedo al ridículo aparece mencionado como "falta de personalidad" o timidez, que las inhibe a expresarse y dar opiniones propias, mientras para las jóvenes se relaciona con el salirse de las normas de conducta establecidas culturalmente para las mujeres y, por tanto, ser objeto de burla o crítica.

Entre las mujeres jóvenes se percibe que la sociedad a través de los mandatos culturales inhibe sus posibilidades de expresarse.

Esto es especialmente evidente en las interacciones sociales que trascienden al círculo familiar o de amigos cercanos.

En los espacios públicos es donde las mujeres sienten con mayor fuerza el control social y la crítica a las transgresiones.

Entre los hombres el temor al menosprecio obedece al entrecruzamiento de las variables de género y de clase.

En los discursos, este temor aparece como resultado de la falta de educación, sin embargo claramente se identifica esta carencia con el lugar que ocupan en la sociedad.

En este caso, al hablar de educación se está haciendo referencia tanto a la educación formal como a la informal.

La primera se adquiere dentro del sistema educacional y su falta conlleva inseguridad al expresarse por carecer de la información adecuada sobre ciertos temas, la presencia de la segunda se evidencia en el uso excesivo de garabatos y la carencia de vocabulario que permita expresar adecuadamente las ideas.

La inseguridad que acarrea la falta de educación, unida al temor al menosprecio inhibe la posibilidad de expresarse con libertad, y hace que los hombres se sientan cohibidos en sus lugares de trabajo, oficinas públicas, comercio...

A partir de la revisión de las diversas variantes del miedo y el papel que juegan como factores que inhiben la libertad de expresión, es posible constatar en los discursos la percepción que este es un derecho ciudadano y que la falta de su ejercicio pleno se vincula más con el temor a la exclusión que con la indiferencia.

¿Miedo? ¡No! ¡No huya de la vida!

Dicen quienes se consideran expertos en Psicología del ser humano que sólo hay dos emociones: el amor y el miedo.

¡Y que ambas son tan antiguas como la vida!

Pero mientras que la primera nos permite alcanzar "la felicidad", la segunda se convierte en un "handicap" tremendo que nos impide no sólo gozar de la vida, sino disfrutar de buena salud tanto física como mental.

Nuestro cuerpo, como consecuencia de la herencia genética, tiene registrado un fortísimo impulso de supervivencia que está grabado en cada una de sus células.

Cuando las condiciones de supervivencia eran muy adversas, nuestro cerebro desencadenó toda una serie de mecanismos inconscientes tendentes a protegernos del medio hostil que nos rodeaba.

Miles de años después muchos de esos mecanismos siguen activos y, a pesar de que las condiciones externas han variado sustancialmente, hay situaciones que activan determinadas áreas cerebrales que desencadenan, igual que antaño, la producción de sustancias bioquímicas que se distribuyen por el torrente sanguíneo y provocan un vasto repertorio de alteraciones emocionales.

El problema es que -la mayoría de las veces- esas energías emocionales que se generan no encuentran una fácil canalización y se quedan almacenadas produciendo bloqueos que más tarde desembocan en problemas físicos.

Esto sucede porque el enemigo contra el que tendríamos que defendernos no está fuera sino dentro.

Es decir, no hay algo externo que atente contra nuestra vida sino que son procesos mentales -a veces inconscientes- los que nos hacen saltar los resortes del miedo y su consecuencia inmediata: la inseguridad.

El laberinto de la vida

Desde tiempos mitológicos se consideró la vida como un intrincado laberinto que teníamos que recorrer hasta alcanzar el centro donde se encontraba el tesoro: la superación, la iluminación, la conciencia...

Durante el recorrido encontrábamos obstáculos, teníamos que superar continuas pruebas, tomar decisiones y riesgos; pero, sobre todo, era necesario vencer los miedos.

Esa es, sin duda, una de las principales batallas que hemos de librar, los miedos que se manifiestan con múltiples ropajes: inseguridad, angustia, temor, fobias..., toda una serie de emociones que nos impiden avanzar entre la niebla.

Cuando estos sentimientos aparecen, todo adquiere una importancia extrema y la mente no encuentra salida.

La mayoría de las veces la persona entra en una cadena de causas y efectos que la mantienen atrapada y confusa, incapaz de superar las circunstancias en las que se halla inmersa.

De la inconsciencia a la consciencia

Saber qué nos produce miedo, fobia, angustia o inseguridad es el primer paso para poder librarnos de ello.

La pregunta a responder sería pues: ¿A qué le tengo miedo?

Después hemos de recordar alguna situación en la que nos vimos asaltados por ese sentimiento, observar nuestro comportamiento, nuestras respuestas ante el estímulo, los mecanismos inconscientes que funcionan a pesar de nuestros deseos o nuestra intención.

La segunda cuestión a plantear es: ¿Cómo se manifiesta ese miedo? Además, hay que identificar en qué situaciones se reproduce.

A continuación es importante identificar la raíz de esa emoción, su origen, recordar los hechos que la hicieron surgir anteriormente e ir recorriendo el camino hacia atrás hasta encontrar la causa primera:

¿De dónde arranca ese miedo?

Recuperar el terreno perdido

Evidentemente, los miedos -cualquiera que sea su manifestación- no se superan obviándolos sino enfrentándose a ellos.

Y para hacerlo hay que echar mano de dos herramientas fundamentales y complementarias que nos proporcionan nuestros dos hemisferios cerebrales.

Por un lado, hay que analizar la situación desde el razonamiento y la lógica y responder a las preguntas anteriores ¿Qué... Cómo... Cuándo... Dónde...? Y, por otro, potenciar la imaginación y la visualización.

Encontraremos entonces que los miedos son tan variados como las personas ya que no hablamos sólo de miedos físicos como puede ser el temor a viajar en avión o barco, a estar en lugares cerrados o excesivamente abiertos, a los insectos, a la obscuridad, a la altura o a las aglomeraciones de gente, sino que se han despertado otra serie de miedos psicológicos o emocionales, producto de nuestro tiempo:

Miedo al ridículo, al qué dirán, a no ser aceptados, a no ser queridos o valorados, al fracaso, al error, a equivocarnos, a perder nuestra imagen, a las personas que amamos o a lo que poseemos.

Una vez enfocado el problema habrá que recurrir a las capacidades de nuestro hemisferio cerebral derecho: el pensamiento positivo, las afirmaciones y la visualización.

Para ello basta con imaginar los obstáculos que nos impiden avanzar para alejar el miedo de nuestra vida, planteándonos -¿qué necesito para vencer este miedo?, ¿cómo puedo superarlo?, ¿con qué herramientas cuento?- e imaginar que todo es posible.

Y es ahí donde hay que recurrir a toda la fantasía y creatividad de que seamos capaces.

El hecho de recrear las imágenes o teatralizar la situación nos permitirá generar en nuestra mente escenas en las que nos "veamos" superando sin dificultad los hechos que nos agarrotaban.

Y recordemos una vez más que nuestra mente es creadora y que para conseguir que todo aquello que seamos capaces de "crear" se convierta en realidad hay que empezar por dar el primer paso que consiste en saltarse los propios límites.

En cualquier caso, hay que recordar que la única manera de perder el miedo a hacer algo es precisamente hacerlo.

A medida que vayamos superando situaciones iremos ganando confianza y seguridad y eso generará un estado de satisfacción que, sin duda, redundará en beneficio de nuestra salud tanto física como psicológica y emocional.

Fuentes:
http://www.dsalud.com
http://www.lacoctelera.com
http://www.icei.uchile.cl
http://opinionesdepayaso.blogspot.com
http://62.81.205.108/Paginasasp
* * * * *
"La ambición suele llevar a las personas a ejecutar los menesteres más viles. Por eso, para trepar, se adopta la misma postura que para arrastrarse".
-Jonathan Swift-

Utilizamos cookies para asegurar que damos la mejor experiencia al usuario en nuestra página web. Al utilizar nuestros servicios, aceptas el uso que hacemos de las cookies.