Las emociones positivas mejoran la capacidad de afrontamiento ante la adversidad. Las emociones positivas también contribuyen a hacer más resistentes a las personas frente a la adversidad y ayudan a construir resiliencia psicológica (Aspinwal, 2001; Carver, 1998; Lazarus, 1993; Lyubomirsky, King y Diener 2005.)

Las personas resilientes, aquellas que ante la adversidad se doblan pero no se rompen, son capaces de experimentar emociones positivas en situaciones estresantes. Varios estudios han puesto de manifiesto que las personas más resilientes suelen experimentar elevados niveles de felicidad y de interés por las cosas en momentos de gran ansiedad provocados experimentalmente (Fredrickson, 2001; Tugade y Fredrickson, 2004). La presencia de emociones positivas durante los momentos de aflicción hace más probable que se desarrollen planes de futuro y estos planes, junto con las emociones positivas, predicen un mejor ajuste psicológico doce meses después de haber vivido un suceso traumático (Stein, Folkman, Trabasso y Richards, 1997).

Igualmente, las emociones positivas protegen frente a la depresión, incluso después de haber pasado una experiencia realmente traumática. En un estudio realizado con medidas tomadas antes y después de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York se evidenció que las personas que, junto a las emociones dominantes de angustia, miedo, disgusto y desprecio, experimentaron también tras los atentados emociones positivas de gratitud, interés, amor, esperanza, orgullo, etc., presentaban menos síntomas depresivos y más optimismo, satisfacción con la vida y tranquilidad. Las emociones positivas parecían ser un ingrediente activo esencial que, además de ayudar a las personas resilientes a no hundirse en la depresión, también contribuían a incrementar sus recursos psicológicos de afrontamiento (Fredrickson, Tugade, Waugh y Larkin, 2003).

Igual que un estado afectivo negativo lleva a un pensamiento focalizado pesimista y éste a un estado afectivo más negativo todavía en una espiral de influencia recíproca que puede terminar conduciendo a una depresión clínica (Peterson y Seligman, 1984), un estado afectivo positivo, favorecido por la experiencia de emociones positivas, llevaría a un pensamiento abierto, integrador, creativo y flexible que facilitaría el afrontamiento eficaz de la adversidad y que a su vez incrementaría los niveles de bienestar futuros (Fredrickson, 2001; Fredrickson y Joiner, 2002).

APLICACIONES TERAPÉUTICAS

La Psicología ha priorizado el estudio de todo aquello que impide, limita o dificulta el desarrollo de las personas y ha desarrollado estrategias eficaces para corregir numerosos déficits y trastornos. Si bien experimentar emociones negativas es algo inevitable y a la vez útil desde el punto de vista evolutivo, también es cierto que tales emociones se encuentran en el núcleo de muchos de los trastornos psicológicos (O’Leary, 1990; Watts, 1992). El interés consciente de los psicólogos por estudiarlas y manipularlas ha contribuido notablemente a disminuir el sufrimiento de muchas personas, pero la necesidad de continuar mejorando la eficacia de los tratamientos psicológicos obliga a explorar nuevos caminos y en este sentido no parece descabellado proponer un papel más activo para las emociones positivas en la prevención y el tratamiento de numerosos trastornos. De hecho, es incluso posible plantear que parte de la eficacia de muchas de las técnicas y estrategias de intervención psicológicas ya desarrolladas se debe a que generan estados emocionales positivos o a que crean las condiciones adecuadas para que éstos aparezcan (Fredrickson, 2000a).
Las técnicas de relajación, por ejemplo, son especialmente utilizadas en el tratamiento de los trastornos de ansiedad y, según Fredrickson, son eficaces porque, de una manera o de otra, propician condiciones adecuadas para sentirse contento (calma interior, percepción de uno mismo y de su conexión con el mundo). Imaginar escenas placenteras, reales o no, representar una situación agradable con convicción, relajar los músculos, son estrategias que animan a saborear el momento presente y que facilitan la integración de experiencias.

Algo similar sucede con las técnicas conductuales que proponen incrementar el número de actividades placenteras para tratar trastornos como la depresión. Obviamente, la realización de actividades placenteras elegidas por uno mismo incrementa los niveles de reforzamiento positivo recibidos y hace más probable la aparición de distintas emociones positivas, que vendrían a contrarrestar la presencia de las negativas.
Las terapias cognitivas, por su parte, insisten en que no son los acontecimientos negativos en sí mismos los que conducen a la depresión, sino las explicaciones que las personas tienen sobre ellos, generalmente internas, estables y globales (Abramson, Seligman y Teasdela, 1978; Peterson y Seligman, 1984), por lo que intentan sustituir dichas explicaciones por otras externas, inestables y específicas. Esta estrategia, conocida como aprendizaje del optimismo, ha resultado ser eficaz para prevenir y tratar los trastornos depresivos.

La clave de su eficacia puede radicar en el intento de anular el efecto de los significados negativos, aunque ello no implique necesariamente sustituirlos por otros positivos. En esto último, sin embargo, es en lo que empiezan a insistir algunos autores cuando proponen estrategias complementarias para encontrar significados positivos en la vida diaria, como por ejemplo: la reevaluación positiva de acontecimientos adversos, la valoración positiva de eventos cotidianos, el establecimiento y el logro de objetivos realistas (Folkman y Moskowitz, 2000; Folkman, Moskowitz, Ozer y Park, 1997). Los datos empíricos muestran que tales fuentes diarias de significado positivo predicen la recuperación de estados afectivos deprimidos y el bienestar psicológico a largo plazo (Folkman, Chesney, Collette, Boccellari y Cooke, 1996), por lo que continuar explorando las posibilidades de estrategias centradas en lo positivo es algo sugerente para la investigación y muy probablemente útil para incrementar la eficacia de los tratamientos.

DESCRIPCIÓN DE ALGUNOS ESTADOS EMOCIONALES POSITIVOS

A pesar de que en nuestro vocabulario existen más términos para referirse a emociones negativas que a emociones positivas (Averill, 1980) y que muy probablemente ello condiciona que seamos mucho más conscientes de los estados afectivos negativos que de los positivos y agradables (Avia y Vázquez, 1998), es posible hacer un esfuerzo de autoobservación para identificar estados emocionales positivos como primer paso para intentar intensificarlos después.
Las emociones positivas son más de las que a priori imaginamos y pueden centrarse, según Seligman, (2002), en el pasado, en el presente y en el futuro. Son ejemplo de emociones positivas del pasado la satisfacción, la complacencia, la realización personal, el orgullo. Las emociones del presente son, entre otras, la alegría, el éxtasis, la tranquilidad, el entusiasmo, la euforia, el placer, la elevación y la fluidez. Finalmente, son emociones positivas del futuro el optimismo, la esperanza, la fe y la confianza. A continuación se describen dos estados emocionales positivos del presente que suelen pasar desapercibidos y que sin embargo tienen importantes beneficios psicológicos y sociales.

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Elevación

La emoción de elevación, traducción literal del inglés elevation, es una emoción positiva que se experimenta como un fuerte sentimiento de afecto en el pecho (Haidt, 2000, 2002). Surge cuando somos testigos de actos que reflejan lo mejor del ser humano y provoca un deseo de ser mejores personas. Es lo que uno puede experimentar cuando con desgraciadamente poca frecuencia los informativos cuentan la historia de alguien anónimo que olvidó sus propios intereses y se jugó la vida por otra persona, o menos dramáticamente, que actuó pensando en el bien de otros y no en el suyo. Elevación es lo que probablemente sintieron muchas personas cuando vieron que, tras los atentados del 11 de marzo en Madrid, los enfermos ingresados en los hospitales cedían sus camas a los heridos, los taxistas ofrecían gratuitamente sus vehículos a los familiares de las víctimas, los madrileños se echaban a la calle para donar sangre masivamente, etc., etc.. Elevación es lo que se experimenta incluso al recordarlo.

La experiencia de esta emoción hace más probable que queramos estar, cooperar y ayudar a otras personas (Isen, 1987; Isen y Levin, 1972; Oatley y Jenkins, 1996; Seligman, 2002), y ello tiene importantes beneficios psicológicos y sociales. Por una parte, las personas que tras experimentar esta emoción deciden pasar a la acción y ayudan a otras, se pueden sentir orgullosas de sus buenos deseos y satisfechas por sus acciones. Paralelamente, las personas que son ayudadas pueden sentir otra importante emoción positiva, la gratitud, y las que simplemente son testigos de esa relación de ayuda puede experimentar elevación, lo que suscitaría nuevos deseos de ser mejor persona y de ayudar a otros. Esta espiral positiva tiene efectos sociales beneficiosos en términos de solidaridad, altruismo, cooperación, etc.. y contribuye efectivamente a crear redes sociales de apoyo y a cohesionar el tejido social. En definitiva, permite mejorar la calidad de vida dentro de las comunidades, los grupos y las organizaciones (Fredrickson, 2001).

Fluidez

La fluidez (en inglés flow) es un estado emocional positivo (Csikszentmihalyi, 1975, 1990; Csikszentmihalyi y Csikszentmihalyi, 1988) que se experimenta en momentos en los que las personas se encuentran totalmente implicadas en la actividad que están realizando hasta un punto en el que nada más parece importarles. Las personas que experimentan fluidez sienten que controlan sus acciones y que son dueñas de su destino, sienten júbilo y una profunda sensación de satisfacción, más allá del mero divertimento. Esta experiencia es en sí misma tan placentera que lleva a continuar en la actividad, a pesar de la presencia de costes y obstáculos.
La fluidez se produce cuando las habilidades de la persona están en equilibrio con los retos y desafíos que la actividad le plantea. En estas circunstancias, la atención se concentra en la consecución de una meta realista, la retroalimentación que se obtiene sobre el nivel de ejecución es inmediata y uno llega a olvidarse de sí mismo. Una expresión coloquial que resume este estado es la siguiente: "mientras estaba haciendo ...., el tiempo se me pasó volando".

Numerosas actividades son susceptibles de producir fluidez: jugar al ajedrez, pintar, escalar, correr, componer y tocar música, bailar, escribir, etc.. Es fácil en estas situaciones observar los efectos beneficiosos sociales y culturales de involucrarse en tales actividades: obras de arte, piezas musicales, proezas deportivas y estéticas que pasan a la historia y que en definitiva vienen a reflejar lo que diferencia a las personas de otros animales. Pero, además, es posible experimentar fluidez realizando actividades que no han sido libremente elegidas o que son reforzadas extrínsecamente, por ejemplo con un salario, y en las que a simple vista parecería que no es el gusto por hacerlas lo que las motiva principalmente. Csikszentmihalyi (1990) describe experiencias de fluidez fantásticas en cirujanos, operarios de cadenas de montaje, científicos, madres que cuidan de sus hijos, prisioneros de campos de concentración, etc. Y es que algunos individuos logran transformar tareas rutinarias, trabajos aburridos, circunstancias realmente adversas en experiencias subjetivamente controlables, de las que pueden extraer algún grado de satisfacción y que en ocasiones han propiciado descubrimientos, innovaciones o producciones que han cambiado el curso de la historia.

El enfoque positivo de la Psicología, que tal vez no podamos calificar como nuevo pero sí como importante y necesario, tiene mucho trabajo por delante. En primer lugar, tiene que superar las limitaciones de las investigaciones sobre los procesos emocionales. La Psicología, como afirma Ruut Veenhoven, ha tenido más éxito en comprender el pensamiento que el afecto y aunque está claro que los acontecimientos y la evaluación de los mismos evocan experiencias afectivas, la fabricación interna de tales experiencias sigue siendo apenas comprendida (Veenhoven, 1994). Además, es necesario identificar los antecedentes que elicitan diferentes estados afectivos positivos, progresar en el desarrollo de medidas fiables y válidas, acumular evidencias sobre los efectos que ello tiene sobre distintas variables y explicar los mecanismos precisos que conducen a tales efectos.

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