A las puertas del cielo llegaron un día cinco viajeras. ¿Quiénes son ustedes? -les preguntó el guardián del cielo. -Somos contestó la primera- La religión... -La juventud... -dijo la segunda.

-La comprensión... -dijo la tercera. - La inteligencia... -dijo la siguiente. - La sabiduría –dijo la última. - ¡Identifíquense! -ordenó el Cancerbero. Y entonces...

La religión se arrodilló y oró. La juventud se rió y cantó. La comprensión se sentó y escuchó. La inteligencia analizó y opinó. Y la sabiduría... contó un cuento: ASÍ ES LA VIDA...

"Un agricultor pacífico y tranquilo que vivía con su hijo vio un día que su único caballo se había escapado del establo. Los vecinos no dudaron en acercarse a su casa y condolerse por su mala suerte.

-Pobre amigo, qué mala fortuna. Has perdido tu herramienta de trabajo. ¿Quién te ayudará ahora con las penosas tareas del campo? Tú solo no podrás, y te espera el hambre y la ruina.

Pero el hombre únicamente contestó: -Así es la vida. Pero dos días después, su caballo regresó acompañado de otro joven y magnífico ejemplar. Los vecinos esta vez se apresuraron a felicitarlo.

-¡Qué buena suerte, ahora tienes dos caballos! ¡Has doblado tu fortuna sin hacer nada! El hombre sólo musitó: -Así es la vida. Pero a los pocos días el padre y su hijo salieron juntos a cabalgar.

En un tramo del camino, el joven caballo se asustó y tiró de la montura al muchacho, que se partió una pierna en la caída. Nuevamente los vecinos se acercaron a su casa. -Sí que es mala suerte; si no hubiese venido ese maldito caballo, tu hijo estaría sano como antes, y no con esa pierna rota que Dios sabe si sanará.

El agricultor volvió a repetir: -Así es la vida. Pero ocurrió que en aquel reino se declaró la guerra y los militares se acercaron a aquella perdida aldea a reclutar a todos los jóvenes en edad de prestar servicio de armas. Todos marcharon al frente menos el hijo del agricultor, que fue rechazado por su imposibilidad de caminar.

Los vecinos fueron otra vez a casa del agricultor, en esta ocasión con lágrimas en los ojos. -¡Qué desgracia la nuestra, no sabemos si volveremos a ver a nuestros hijos; tú en cambio tienes en casa al tuyo con una pequeña dolencia! El hombre, una vez más, dijo: -Así es la vida".

Fuente: Revista Esfinge

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EL ELEFANTE ENCADENADO...

- "No puedo -le dije- ¡No puedo! - ¿Seguro? -me preguntó el gordo. - Sí, nada me gustaría más que poder sentarme frente a ella y decirle lo que siento... pero sé que no puedo. El gordo se sentó a lo Buda en esos horribles sillones azules de consultorio, se sonrió, me miró a los ojos y bajando la voz (cosa que hacía cada vez que quería ser escuchado atentamente), me dijo:

- ¿Me permites que te cuente algo? Y mi silencio fue suficiente respuesta. Jorge empezó a contar: Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, me llamaba la atención el elefante.

Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye?

Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.

Hice entonces la pregunta obvia: - Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.

Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.

Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al otro...

Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE.

Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez... - Y así es, Demián.

Todos somos un poco como ese elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos creyendo que un montón de cosas “no podemos” simplemente porque alguna vez, antes, cuando éramos pequeños, alguna vez, probamos y no pudimos.

Hicimos, entonces, lo del elefante, grabamos en nuestro recuerdo: ¡NO PUEDO... NO PUEDO Y NUNCA PODRÉ! Hemos crecido portando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y nunca más lo volvimos a intentar. Cuando mucho, de vez en cuando sentimos los grilletes, hacemos sonar las cadenas o miramos de reojo la estaca y confirmamos el estigma: ¡NO PUEDO Y NUNCA PODRÉ!

Jorge hizo una larga pausa; luego se acercó, se sentó en el suelo frente a mí y siguió: Esto es lo que te pasa, Demián, vives condicionado por el recuerdo de que otro Demián, que ya no es, que no pudo. Tu única manera de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón...

¡TODO TU CORAZÓN!"

Fuente: Jorge Bucay www.promineo.gq.nu

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HACE MUCHOS SIGLOS...

"Vivía en la ciudad de Haffa, según un manuscrito del siglo XIII recientemente descubierto en España, un Rabino con fama de santidad, y que tenía la particularidad de habitar una casa completamente vacía de todo mobiliario. Un día pasó por esa ciudad un comerciante muy rico que conocía al Rabino desde niño.

Cansado por la travesía de desiertos inhóspitos, y deseoso de visitar a su antiguo compañero de juegos, fue a verlo, y después de las cortesías y zalemas de rigor, preguntó el comerciante:

- Dime... ¿por qué no veo contigo ningún mueble? - ¿Y los tuyos? Contestó a su vez el Rabino, tampoco los veo. - ¡Hombre! No querrás que en medio de un viaje, estando de paso, vaya acarreando muebles, que tan sólo molestias serían para mi viaje. Sonrió el Rabino y le dijo:

- ¿Por qué te asombras entonces de que yo no tenga muebles...? También estoy en medio de un viaje... de paso... como lo estamos todos en la vida. Dícese que el buen comerciante no olvidó jamás aquella enseñanza y que, no bien arregló todas sus deudas en este mundo, peregrinó a lugares sagrados para vivir en santidad.

Fuente: Jorge Ángel Livraga R.

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"Si deseas que tus sueños se hagan realidad, ¡despierta!" -Ambrose Bierce-

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